(Restablecidos) — En un tiempo donde las redes sociales están llenas de mensajes superficiales, testimonios incompletos y discusiones sin fruto, es refrescante encontrar reflexiones que nos lleven a examinar el corazón a la luz de la Palabra. Uno de nuestros seguidores, José Herrera, compartió en nuestra comunidad de Facebook una meditación que nos pareció profunda y desafiante. No solo nos recuerda lo que significa seguir a Cristo, sino que también confronta nuestra tendencia a buscar lo visible y espectacular, descuidando lo que a los ojos de Dios es verdaderamente grande. Por eso decidimos compartirla con todos ustedes, esperando que sea de bendición y motivo de autoexamen espiritual.
Reflexión de José Herrera:
Muchos queremos abrir mares, mover montañas, hacer llover fuego del cielo, sanar enfermos, levantar muertos, expulsar demonios o atraer multitudes con nuestros talentos. Pero…
¿Cuántos desean arrodillarse y, con sus lágrimas, lavar los pies de Jesús como aquella mujer agradecida que, sin tener con qué pagarle y sin importar lo que otros pensaran, mostró así un corazón quebrantado, arrepentido y profundamente agradecido?
¿Quién está dispuesto no solo a vestirse de forma correcta, sino a ir al lodo cenagoso, al pozo de la desesperación, sin temor a ensuciarse, con tal de tender la mano a quien clama por ayuda, arrebatándolo del fuego?
¿Quién está dispuesto a ayunar, quitándose el pan de la boca para dárselo a la viuda, al huérfano o al desamparado?
¿Quién ora en privado no solo por sí mismo o por sus seres queridos, sino también por quienes lo odian sin causa, y no exige que se haga su voluntad, sino que descansa en la soberanía de Dios, incluso en medio de la adversidad?
Ser imitadores de Cristo no es soñar con hacer milagros y señales prodigiosas para ganar admiración. Es, más bien, mostrar en Cristo el mayor milagro que ha visto la humanidad: la Gracia.
Nuestro aporte: Esta reflexión nos recuerda que, aunque los dones y señales tienen su lugar en la obra de Dios, el corazón del discipulado no está en el aplauso ni en la visibilidad. El verdadero milagro no es que Dios nos use para hacer prodigios, sino que transforme nuestro carácter a la imagen de Cristo. El evangelio nos llama a un servicio humilde, a una compasión que se arremanga y entra en el dolor ajeno, a un amor que ora por el enemigo y se sacrifica por el necesitado. Jesús mismo lavó los pies de sus discípulos, y ese acto, lejos de ser un despliegue de poder, fue la más pura expresión de autoridad servicial. En un mundo obsesionado con lo espectacular, Dios sigue buscando siervos dispuestos a lo sencillo, pero eterno.
Conclusión
Vivir como imitadores de Cristo implica dejar a un lado la ambición de ser vistos para abrazar el llamado a ser fieles. No todos abriremos mares ni moveremos montañas, pero todos podemos lavar pies, dar de comer al hambriento, abrazar al quebrantado y orar por el que nos hiere. Ese es el evangelio en acción: amor sacrificial que apunta a la cruz, donde la gracia se hizo carne y nos dio el ejemplo perfecto de lo que significa servir.
#FirmesyConstantes