Mucho cuidado con el «Yo declaro»

cash luna

(www.thegospelcoalition.org)

El origen de “Yo declaro”

No creo que la expresión “yo declaro” sea original de Osteen, ya que el libro no tiene un año de ser publicado, y hace años que hemos escuchado esta expresión. Lo que sí tengo claro que no es original de Osteen es la idea de que “nuestras palabras crean realidades”.

En Estados Unidos y América Latina es común escuchar a líderes religiosos, regularmente asociados al llamado “evangelio de la prosperidad”, afirmar que nuestra mente y nuestras palabras tienen el poder de crear cosas materiales y hacer que los sucesos ocurran. Esa es la tesis de este libro. Este concepto tiene su origen en una corriente filosófica denominada “Nuevo Pensamiento” (“New Thought”, en inglés). El Nuevo Pensamiento comenzó en el siglo XIX, y ganó mucha popularidad en los Estados Unidos en las primeras décadas de 1900.

También se le conocía como “Mente Sanadora” o “Armonialismo”. Aunque el movimiento nace en el siglo XIX, sus orígenes se encuentran en las ideas del inventor sueco Emanuel Swedenborg, que en su búsqueda del alma humana dijo que Dios se le reveló y lo declaró “Revelador de Dios”. Swedenborg decía hablar con el apóstol Pablo, Martín Lutero, y en ocasiones con Moisés. Negó las verdades del cristianismo y enseñaba que el mundo físico era una extensión de la mente, y que por lo tanto la mente podía formar y dictar cosas materiales. Estas ideas fueron desarrolladas en Estados Unidos por Phineas Quimby, quien se conoce como el padre del Nuevo Pensamiento. Quimby decía que lo que alguien cree es realidad, incluyendo las enfermedades. Los proponentes de este movimiento tomaron ideas de diferentes religiones, especialmente del cristianismo.

Estas ideas fueron popularizadas por el gurú Ralph Waldo Trine, quien publicó un libro en 1897 que vendió millones de copias. Trine decía que lo que uno afirmaba con la mente y con palabras ocurría; que las razones de las enfermedades en las personas eran porque hablaban o pensaban en ellas. Pero las enseñanzas no llegaron a las iglesias de mano de Trine, quien negaba la Biblia y la deidad de Cristo, sino a través del pastor E. W. Kenyon. Kenyon fue compañero de estudio de Trine en la escuela de oratoria Emerson College en Massachusetts. El predicador Kenyon es conocido por su idea del “pensamiento positivo”. Él enseñó que las confesiones positivas eran la clave para una vida próspera. También se le conoce como el padre del evangelio de la prosperidad. Kenyon influenció a personas como Oral Roberts, fundador de la universidad que lleva su nombre, donde estudió Joel Osteen.

En resumen, la idea del “yo declaro” no es más que la representación de las ideas paganas originalmente conocidas como “Nuevo Pensamiento”, que luego popularizaron algunos pastores con el término “pensamiento positivo y próspero”.

El “yoísmo” de “Yo declaro”

El cristianismo bíblico es cristocéntrico. La Biblia enseña que Cristo es el centro de la Biblia, y que el Antiguo Testamento atestigua de Él (Lc. 24:44). La Palabra de Dios nos enseña que Jesucristo es Dios encarnado, el Hijo obediente, el postrer Adán, el verdadero Israel, y el heredero del trono de David (cf. Jn. 1:14; Mt. 1:1; 2:15; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:20-28; Fil. 2:6-11); y que al mismo tiempo es Yahweh, el Señor (Jn. 8:58; Hch. 2:36). Cristo vino a vivir la vida que nosotros no pudimos vivir, a recibir la muerte que nosotros merecemos, y resucitó al tercer día declarando victoria sobre la muerte, para que todo aquel que se arrepienta de sus pecados y ponga su fe en Él como Señor y Salvador sea salvo y tenga vida eterna.

El Cordero de Dios murió como sustituto de todos los que en Él crean. Por su parte, este libro de “Yo declaro” es estrictamente antropocéntrico, centrado en el hombre. Todo es acerca de mí, y nada acerca de Cristo y lo que Él hizo en la cruz. Expresiones como estas son comunes: “yo declaro que las personas serán buenas conmigo” (59), “éste es mi tiempo de brillar” (141). Y llega al punto de decir que el hombre está en control: “Yo tengo el control” (166).

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