Hijos y herederos de Dios

El decir que somos «hijos de Dios» y «herederos» a la vez es algo maravilloso. Imagine usted por un momento que el presidente de su país decida ser su mejor amigo, usted lo primero que pensaría es que por qué usted, que no lo merece, etc. Entonces, esto es mucho mayor, porque no se trata de un presidente o famoso, es acerca del ser más imaginable que existe.

Somos hijos y herederos de Dios, y así la Biblia lo describe:

15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre!

16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Romanos 8:15-17

¿Hemos recibido espíritu de esclavitud? No, sino que el mismo Jesús nos ha dado espíritu de libertad al nosotros creer plenamente en Él. De manera que, somos personas sumamente confiadas en la tempestad, así como cuando los discípulos estaban en la barca en plena rudeza del mar, pero Jesús estaba con ellos, ¿por qué temer si Jesús estaba allí?

El versículo 17 dice que el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. No es ir a la iglesia lo que da testimonio de que somos hijos de Dios, no es ofrendar, las misiones, etc, aunque todo lo mencionado es importante. Pero esto de ser hijos de Dios es el mismo Espíritu de Dios que testifica que realmente somos hijos de Dios.

Y si somos Sus hijos, entonces tenemos una herencia de nuestro Padre. Y no se trata de una herencia terrenal, sino de una morada eterna que Él preparó para nosotros.

Te animo a que sigas confiando plenamente en Dios, pues somos Sus hijos, y si somos Sus hijos, ya no tenemos temor, y tenemos una herencia en Él.

La identidad de hijos de Dios

Cuando aceptamos a Cristo, nuestra identidad cambia por completo. Ya no somos simples criaturas, sino hijos adoptados por gracia. Esta verdad nos otorga una nueva manera de vernos a nosotros mismos: no como personas rechazadas, sino como amados y aceptados por el Padre celestial. Comprender esto nos ayuda a vivir con seguridad, sabiendo que tenemos un lugar en la familia de Dios.

Una herencia que no se corrompe

Las herencias terrenales pueden perderse, gastarse o ser robadas. Sin embargo, la herencia que Dios nos promete es incorruptible. El apóstol Pedro nos recuerda que esa herencia está reservada en los cielos para cada creyente (1 Pedro 1:4). Se trata de una vida eterna, de gozo sin fin y de comunión plena con nuestro Creador. Esta esperanza debe llenarnos de ánimo aun en medio de pruebas difíciles.

El privilegio de llamar a Dios “Padre”

La expresión “Abba, Padre” mencionada en Romanos 8:15 no es simplemente un título formal, sino una palabra íntima, parecida a “papá” o “padre amado”. Esto significa que nuestra relación con Dios no es fría ni distante, sino cercana y familiar. Podemos acercarnos a Él en cualquier momento, confiados en que nos escucha y se preocupa por cada detalle de nuestras vidas.

Coherederos con Cristo

El texto también dice que somos coherederos con Cristo. Esto implica que todo lo que el Padre ha dado al Hijo, también lo compartirá con nosotros. Cristo venció la muerte y fue glorificado; nosotros, al permanecer en Él, también seremos partícipes de esa gloria. Claro está, esto incluye el sufrimiento por causa del evangelio, pero también la recompensa eterna que vendrá después.

Aplicación práctica

Recordar que somos hijos y herederos debe transformar nuestra forma de vivir. No caminamos como esclavos del miedo, sino como personas libres en Cristo. Cada vez que enfrentemos dificultades, debemos recordar que nuestra herencia es mucho mayor que cualquier prueba terrenal. Esto nos motiva a mantener la fe firme y a vivir en obediencia, sabiendo que nuestro Padre cuida de nosotros.

Conclusión

Decir que somos hijos de Dios y herederos con Cristo es mucho más que una frase bonita, es una verdad poderosa que debe marcar cada área de nuestra vida. Vivamos entonces con la seguridad de que pertenecemos a la familia de Dios, con la esperanza de una herencia eterna y con el privilegio de llamar a Dios nuestro Padre. Que cada día podamos proclamar con confianza: “Soy hijo de Dios, y nada ni nadie podrá arrebatarme esa herencia.”

La promesa del Espíritu Santo
En los momentos mas difíciles, estaré mas cerca de mi Dios