Todos recordamos al apóstol Pablo, aquel hombre antes llamado Saulo que perseguía a la iglesia hasta la muerte, un hombre con muchos títulos académicos, instruido a los pies del maestro más prominente de la época llamado Gamaliel, además de todo esto fue fariseo y era un hombre demasiado importante en ese entonces. Tenía reconocimiento social, autoridad y un celo religioso que lo hacía temido. Sin embargo, no existe nada imposible para Dios, y cuando nuestro Señor tiene un plan con alguien no importa quién sea, lo cumple porque lo cumple. La historia de Saulo es una prueba de que la gracia puede transformar la vida más endurecida y convertir al perseguidor en predicador.
Aún Pablo siendo todo esto que ya hemos mencionado anteriormente, Dios lo convierte en un fiel seguidor de Jesús. Y ya aquel Saulo de Tarso tiene que dejar de perseguir a la iglesia, porque ahora entiende el propósito divino en la iglesia de Cristo. El encuentro con Jesús en el camino a Damasco marcó un antes y un después en su vida. La luz resplandeciente lo derribó, pero más que tumbarlo físicamente, quebró su orgullo y lo llevó a reconocer la voz del Señor: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. Desde ese momento, el perseguidor se volvió apóstol, el fariseo celoso se volvió siervo humilde, y el hombre de prestigio se convirtió en prisionero de Cristo por amor al evangelio.
El apóstol Pablo escribió a los Filipenses:
7 Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.
8 Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,
Filipenses 3:7-8
En los versículos que preceden a los que citamos anteriormente, Pablo básicamente le da a los Filipenses un currículo de quién era él: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos, en cuanto a la ley fariseo, en cuanto al celo perseguidor de la iglesia, en cuanto a la justicia que es en la ley irreprensible. Humanamente hablando, era un hombre que había alcanzado todo lo que un judío devoto podía aspirar. Sin embargo, después de encontrarse con Cristo, todas esas credenciales que lo hacían sentir orgulloso se volvieron basura en comparación con el conocimiento del Salvador. Pablo les dice a los Filipenses que no extraña su antigua forma de vivir, haciéndoles saber que aquello que era para él ganancia, todo lo que lo ponía en la cima de la popularidad y lo llevaba a la fama, ahora lo ha desechado por amor a Cristo.
¿Cuántas cosas hemos desechado nosotros por amor a Cristo? Estoy seguro de que muchas, puesto que el cristianismo también se basa en un negar diario, en tomar nuestra cruz cada día. Seguir a Cristo no es simplemente aceptar una idea o una religión, es rendir nuestra vida entera, soltar lo que antes nos definía y encontrar una nueva identidad en Él. A veces dejar atrás hábitos, amistades, pecados ocultos o metas egoístas puede parecer doloroso, pero cada renuncia nos acerca más a la excelencia de conocer a Jesús. Y cuando lo conocemos de verdad, entendemos que ninguna pérdida es realmente pérdida, sino ganancia eterna.
Amados hermanos, nunca hablemos del pasado como si lo extrañásemos, puesto que todo aquello que hemos dejado de hacer hace que nos acerquemos más al amor de Cristo. No miremos atrás como la esposa de Lot, ni pensemos que lo que el mundo ofrece es mejor que lo que hemos encontrado en Cristo. Lo que dejamos atrás eran cadenas; lo que tenemos ahora es libertad. Te garantizo que al final de todo esto tendremos una gran recompensa, y es nuestro galardón en los cielos. El Señor prometió que nadie que haya dejado casas, familias o posesiones por amor a Él quedará sin recompensa. Nuestra herencia está asegurada en Cristo y es incorruptible, incontaminada e inmarcesible.
Finalmente, el apóstol dice que todo aquello lo tiene por basura con tal de ganar la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Aquí encontramos el corazón del evangelio: Cristo es de un valor tan supremo que todo lo demás palidece. Amigos, si no hemos desechado ciertas cosas en nuestra vida cristiana es hora de que lo hagamos, y alcemos la bandera del evangelio y vivamos para Dios cada momento de nuestras vidas. No podemos pretender caminar con un pie en el mundo y otro en el reino. Pablo nos invita a decidir: ¿seguiremos aferrados a glorias pasajeras o abrazaremos el gozo eterno de conocer a Cristo?
Vivamos recordando que no existe ni existirá una mayor recompensa que el reino de los cielos. El ejemplo de Pablo nos enseña que la verdadera ganancia no está en títulos, riquezas o prestigio, sino en pertenecer a Cristo. Que nuestras vidas, como la suya, reflejen la verdad de que todo lo demás es basura con tal de ganar al Salvador. Al final, cuando estemos en su presencia, descubriremos que cada renuncia, cada sacrificio y cada prueba valieron la pena por el incomparable privilegio de conocer a nuestro Señor Jesucristo.