Una de las cosas por la cual el Espíritu Santo de Dios se puede contristar es, porque una persona no esté andando correctamente en el camino del Señor, haciendo cosas que no son del agrado de Dios. Contristar al Espíritu no es simplemente un concepto teológico, sino una realidad que afecta nuestra comunión con Él. Cuando cedemos al pecado, cuando actuamos con dureza o nos dejamos guiar por la carne en lugar de por el Espíritu, apagamos la obra que Él quiere realizar en nuestras vidas. Por eso, debemos vivir con un corazón sensible, dispuesto a obedecer al Señor en todo momento.
Muchos son inmaduros en la fe, otros porque no saben quién es el Espíritu Santo de Dios, ni conocen su definición, y es por esto que debemos enseñar a los nuevos creyentes y al que todavía no conoce acerca del Espíritu Santo de Dios. El Espíritu Santo no es una fuerza impersonal, sino la tercera persona de la Trinidad, enviado por el Padre y el Hijo para guiarnos, consolarnos y transformarnos. Por eso debemos estudiar la Santa Palabra de Dios, porque en ella encontraremos las respuestas a nuestras dudas y la revelación necesaria para conocerle de verdad.
Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios,
con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
Efesios 4:30
El Espíritu Santo de Dios fue dejado para que estuviera con nosotros todos los días hasta que el Hijo venga por su pueblo, como lo dijo Jesús antes de irse hacia el Padre. Ese sello significa que pertenecemos a Dios, que somos suyos, y que nada ni nadie puede arrebatarnos de su mano. El Espíritu Santo es garantía de nuestra herencia, la confirmación de que un día estaremos con Cristo en gloria. Qué maravilloso saber que no estamos solos, que cada paso en este mundo lo damos acompañados de la presencia del Consolador.
Él dejó su Santo Espíritu, para que en momentos difíciles nos aliente, nos dé fuerzas, para que nos dé entendimiento de su Palabra. Jesús dejó su Santo Espíritu porque Él sabía que nosotros tendríamos debilidades en algún momento. Juan 14:26 dice: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.» Esto nos recuerda que no estamos a oscuras, sino que tenemos un Maestro que nos ilumina y nos recuerda continuamente las enseñanzas de Cristo.
Quítense de vosotros toda amargura,
enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
Efesios 4:31
Cuando venimos a Cristo todo debe cambiar en nuestras vidas, y esto es debido a que el Espíritu Santo está en nosotros. Si está en nosotros, todo enojo, toda malicia, ira, gritería y amargura se tiene que ir, porque el Espíritu Santo trae gozo a nuestras vidas. La evidencia de su presencia no se mide en emociones pasajeras, sino en una transformación real del carácter. Ya no reaccionamos como antes, sino que aprendemos a ser pacientes, mansos y a vivir con dominio propio. Esa es la obra santificadora del Espíritu en nosotros: moldearnos a la imagen de Cristo.
Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
Efesios 4:32
Y por eso debemos tener amor, paz y misericordia con los demás, ser bondadosos, compasivos y perdonar a todo aquel que nos ha ofendido, porque el Padre también nos perdonó. El perdón no es opcional, es una muestra de que el Espíritu mora en nosotros. Si guardamos rencor, cerramos el corazón a su obra, pero cuando decidimos perdonar, experimentamos libertad y mostramos el carácter de Cristo. Además, debemos ayudar a todo aquel que no tiene ninguno de estos frutos ya mencionados, para que también ellos puedan ser salvos y el Espíritu Santo pueda morar en sus vidas. Esa es nuestra misión como iglesia: reflejar la obra del Espíritu en cada palabra, en cada gesto y en cada decisión, siendo luz en medio de un mundo lleno de tinieblas.
Recordemos que contristar al Espíritu Santo no es un asunto ligero. Es apagar la voz que nos guía, es resistir al que nos transforma. Pero la buena noticia es que siempre hay oportunidad de arrepentimiento. Si hemos fallado, podemos volvernos al Señor, confesar nuestro pecado y pedir que su Espíritu nos llene otra vez. Él es fiel para restaurarnos, para fortalecernos y para hacernos crecer en santidad. Que cada día podamos caminar en obediencia, no entristeciendo al Espíritu, sino honrándolo con una vida de fe, amor y servicio.