La Biblia siempre nos hablará de vivir una vida en santidad delante del Señor, y es que no podemos pretender ser seguidores de Cristo si vivimos una vida bajo el pecado. La vida cristiana no es una etiqueta ni un simple nombre que portamos, sino una manera de vivir que refleja la transformación que Cristo ha hecho en nosotros. Si realmente somos cristianos, se necesita de nosotros que vivamos como tales, como las Escrituras nos enseñan. Toda nuestra vida cristiana se basa en vivir para el Señor, y vivir en el Señor conlleva consigo vivir en su Palabra y caminar en obediencia a sus mandamientos.
El apóstol Pedro escribió:
8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
9 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.
10 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.
2 Pedro 1:8-10
Pedro nos enseña que el creyente no debe conformarse con simplemente confesar a Cristo, sino que debe esforzarse en crecer en virtud, en conocimiento y en todas las cualidades que corresponden a una vida en santidad. Es interesante notar que Pedro habla de la importancia de ser fructíferos en el conocimiento del Señor Jesucristo. Esto quiere decir que un cristiano no debe vivir una vida estancada, sin crecimiento, sino que debe estar en constante avance espiritual.
Somos partícipes de una naturaleza divina, y es por ello que en los versos anteriores a estos que acabamos de citar el apóstol Pedro menciona una serie de cualidades que debemos poseer:
5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;
6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad;
7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.
2 Pedro 1:5-7
Cada una de estas virtudes se edifica sobre la otra, como una escalera espiritual que nos conduce a la madurez en Cristo. La fe es la base, pero sobre ella debemos añadir virtud, es decir, un carácter moral íntegro. A la virtud añadimos conocimiento, porque el cristiano no puede vivir ignorando la Palabra de Dios. Luego viene el dominio propio, porque el conocimiento sin control puede llevarnos a la arrogancia. Después, la paciencia, que nos ayuda a perseverar en medio de las pruebas. La piedad nos lleva a vivir una vida de devoción sincera al Señor, y el afecto fraternal nos impulsa a amar a nuestros hermanos en la fe. Finalmente, el amor, que es el vínculo perfecto y la mayor evidencia de que hemos conocido a Dios.
Pedro nos dice que si todas estas cosas abundan en nosotros, no tendremos una vida ociosa ni vacía, sino que seremos fructíferos en nuestro conocimiento del Señor. Por el contrario, advierte que aquellos que no poseen estas virtudes son ciegos espiritualmente, han olvidado que fueron limpiados de sus pecados y viven una vida incoherente. Esta es una seria advertencia para todo creyente que corre el peligro de llevar una vida cristiana superficial o de doble moral.
La exhortación es clara: debemos procurar con diligencia hacer firme nuestra vocación y elección. Esto no significa que la salvación dependa de nuestras obras, sino que nuestra vida debe evidenciar el llamado que Dios nos ha hecho. Una fe que no se traduce en obras es una fe muerta. Por eso Pedro concluye diciendo que “haciendo estas cosas, no caeréis jamás”. La santidad y el crecimiento espiritual son la garantía de que permaneceremos firmes en el Señor.
Lo que más debemos procurar en esta carrera cristiana es mantenernos fieles a Cristo y estar firmes en Él. No podemos permitirnos ser creyentes tibios ni vivir una vida indiferente al evangelio. Dios nos llama a crecer, a producir fruto y a reflejar la imagen de su Hijo en todo lo que hacemos.
Queridos hermanos, si mantenemos estas cosas como primordiales en nuestras vidas, entonces nunca caeremos, sino que permaneceremos firmes en el Señor. Que cada día recordemos añadir a nuestra fe las virtudes mencionadas por el apóstol Pedro y que nuestro caminar cristiano sea un testimonio vivo de la obra transformadora de Cristo en nosotros.