Una oración matutina de confianza en Dios

El Salmo 3 pertenece al rey David y lleva como título: “Una oración matutina de confianza en Dios”. Es un Salmo que nos enseñará diferentes cosas y la principal es reconocer que la salvación pertenece a nuestro Dios y no a nosotros mismos. Este pasaje refleja el corazón de un hombre perseguido, angustiado y rodeado de enemigos, pero que al mismo tiempo encuentra refugio en la fidelidad del Señor. Así como David elevó esta oración en medio de la adversidad, también nosotros podemos encontrar en estas palabras un modelo para nuestras propias batallas diarias.

¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. 2 Muchos son los que dicen de mí: No hay para él salvación en Dios.

3 Más tú Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza. 4 Con mi voz clamé a Jehová, y él me respondió desde su monte santo.

5 Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová ya me sustentaba. 6 No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí. 7 Levántate, Jehová; sálvame, Dios mío; porque tú heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste.

8 La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición.

No exactamente esta es la oración que hacemos cada mañana cuando nos despertamos, pero podemos hacerla un modelo en nuestro día a día. En primer lugar debemos entender que el salmista David fue un hombre que padeció mucho en el reinado del rey Saúl, perseguido por la envidia, a pesar de ser un hombre leal, fiel y honorable. Más tarde, ya siendo rey, también vivió momentos de dolor y traición, incluso por parte de su propio hijo Absalón. Es en ese contexto que muchos estudiosos consideran que David compuso este salmo: un tiempo de angustia extrema en el que parecía que todo se había vuelto en su contra.

David hace una oración a Dios enumerando la cantidad de enemigos que tiene, cómo se multiplican y cómo incluso algunos se atreven a decir: “No hay para él salvación en Dios”. Estas palabras buscan minar su fe, recordándole que su situación es desesperada. Algo similar ocurrió con nuestro Señor Jesucristo en la cruz, cuando aquellos que lo observaban se burlaban diciendo: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere” (Mateo 27:43). En ambos casos, los hombres incrédulos pensaban que Dios había abandonado a su siervo. Sin embargo, la realidad era otra: la aparente derrota era el escenario para una gloriosa manifestación del poder divino.

La reacción de David es digna de imitar. Él no se enfoca en lo que dicen los hombres ni en la magnitud de sus enemigos, sino en quién es su Dios. Con firmeza declara: “Mas tú Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza”. En otras palabras, aunque los hombres lo desprecien, él sabe que su verdadera honra proviene del Señor. Cuando su rostro estaba abatido por el dolor y la persecución, Dios era quien levantaba su cabeza para darle esperanza y fortaleza.

Este salmo también nos enseña a descansar en Dios en medio de la tormenta. David afirma: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba”. Dormir cuando el corazón está en angustia no es fácil. Sin embargo, la confianza en el Señor le permitió reposar, sabiendo que su vida estaba en las manos del Creador. ¿Cuántas veces nosotros cargamos con preocupaciones en la noche y no podemos conciliar el sueño? Aquí encontramos un remedio: confiar en que Dios vela por nosotros, aun cuando cerramos nuestros ojos.

El salmista añade: “No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí”. Con esto no está diciendo que sus problemas son pequeños, sino que su Dios es más grande que cualquier multitud de enemigos. Su seguridad no radicaba en sus ejércitos, en su poder militar o en sus estrategias humanas, sino en la intervención divina. Esa misma fe es la que necesitamos hoy, cuando los problemas parecen multiplicarse a nuestro alrededor. Recordemos que si Dios está con nosotros, nadie podrá estar contra nosotros (Romanos 8:31).

Finalmente, David proclama la verdad central del salmo: “La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu bendición”. Aquí encontramos una confesión clave. No es la inteligencia, el poder ni los recursos humanos lo que nos libra de la angustia, sino el Señor. La salvación, en todas sus formas, pertenece a Él: salvación del pecado, del peligro, de la aflicción y de la condenación eterna. Reconocer esto nos libra de la soberbia y nos lleva a una vida de dependencia constante en Dios.

Amado lector, este salmo nos invita a depositar nuestras cargas en las manos de Aquel que es nuestro escudo y gloria. En medio de la dificultad, podemos levantar nuestra voz a Dios con la seguridad de que Él escucha y responde. Tal como escribió Charles Spurgeon al comentar este salmo: “Cuando no le pueda ver, me cobijaré bajo la sombra de sus alas”. Que esas palabras sean también nuestra confesión de fe. Porque aunque las adversidades se multipliquen, la salvación sigue siendo de Jehová, y sobre su pueblo reposa su bendición.

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