Un Sermón con Motivo de un Año Bisiesto

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Pablo se describe con estas palabras. Era preciso que Pablo, como uno de los apóstoles, hubiera visto al Señor. Él no había sido convertido en el momento de la ascensión de Cristo; sin embargo, Pablo fue constituido apóstol, pues el Señor Jesús se le apareció en el camino, cuando se dirigía a Damasco para perseguir a los santos de Dios. Cuando se vio como insertado de esta forma, al final de los apóstoles, se refirió a sí mismo en los términos más desmerecedores, llamándose: «uno nacido fuera de tiempo.»

Quienes están familiarizados con la lengua griega, saben qué término tan despectivo se aplicó Pablo en este punto: como si él casi no fuese un ser humano del todo, o en todo caso, como si fuese el último de los miembros de la familia, «uno nacido fuera de tiempo»; y no únicamente el último, sino también el más ínfimo, pues afirma: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la iglesia de Dios.»

Los especialistas sabrán por qué no puedo explicar con exactitud la palabra que Pablo utiliza, antes bien he de atenerme a la versión de nuestra traducción, que, aunque posiblemente no tenga la fuerza y el pleno significado de la expresión griega, es, quizás, y a pesar de lo expresado, útil para la lectura en público: «Uno nacido fuera de tiempo.»

Pablo tenía un concepto muy humilde de sí. Se consideraba menos que nada. Se rebajaba al punto de una consideración ínfima, y mencionaba que fue traído a Cristo, y constituido apóstol, cuando el tiempo para un nombramiento así había aparentemente concluido. Completamente fuera de tiempo, más allá del período en el que se pudiera haber pensado que otro apóstol sería llamado por Dios, fue encontrado él como «Uno nacido fuera de tiempo.»

Mi tema esta noche es, primero, el tiempo singular del nacimiento espiritual de Pablo. Hay muchos verdaderos hijos de Dios que, a semejanza del apóstol, han «nacido fuera de tiempo.» Después de explayarme sobre ese hecho, hablaré de las evidencias seguras de su nacimiento espiritual, y les mostraré que, aunque «nacido fuera de tiempo», nació, y hubo evidencias ciertas de su nacimiento espiritual, y estas señales, confío, puedan ser vistas también en muchos de nosotros.

I. Entonces, primero, pensemos en EL TIEMPO SINGULAR DEL NACIMIENTO ESPIRITUAL DE PABLO.

Hay todavía algunas personas que, como el apóstol, nacen para Dios «fuera de tiempo.» Son verdaderamente nacidas de nuevo, regeneradas, convertidas, en el momento menos esperado. Ha habido multitudes que han sido traídas a Cristo bajo la influencia de sermones ardientes, cuando los llamados de hombres fieles han conmovido a la congregación, y la verdad ha penetrado en los corazones de muchos de los oyentes.

Pero ha habido también tiempos en los que los ministros de Dios han languidecido, cuando el sermón ha parecido desprovisto de toda fuerza, cuando nadie ha dado la impresión de haber sentido el poder del discurso, y, aparentemente, la verdad ha caído de bruces; sin embargo, en muchas de esas ocasiones, ha habido algunos pecadores que han sido convertidos a Dios, cuando difícilmente hubiéramos pensado que eso fuera posible.

El señor Tennant, un famoso ministro norteamericano del tiempo de Whitfield, uno de los hombres más denodados y seráficos que hayan proclamado el Evangelio de Jesucristo, tenía un oyente que permanecía inconmovible ante una buena cantidad de sus sermones más fieles. Otros fueron salvados, pero no este hombre; parecía indiferente e inconmovible; pero, un cierto domingo, sucedió algo muy inusual. El señor Tennant había preparado su sermón con sumo cuidado, era lo que suele llamarse un sermón elaborado, que le había costado todo el pensamiento y todos los esfuerzos posibles; pero no se había adentrado mucho en la predicación cuando su memoria le falló por completo, y su mente rehusó trabajar, y, después de dar tumbos por unos momentos, se vio obligado a sentarse en medio de gran confusión, y confesar que no podía predicar a la gente ese día. El hombre que he mencionado, que nunca se había visto impresionado bajo el ministerio del señor Tennant, fue llamado aquel preciso día por la gracia soberana, como «uno nacido fuera de tiempo», pues fue conducido a ver que había una fuerza espiritual y sobrenatural que usualmente ayudaba al pastor a predicar, y que, cuando esa influencia divina fue retirada, el señor Tennant quedó tan débil como los demás hombres, y no pudo hablar con poder, como solía hacerlo.

Esta verdad, de alguna manera u otra, -pues las mentes humanas están extrañamente constituidas, y las cosas que no tienen efecto sobre ciertas personas, afectan muy grandemente a otras que participan de la misma experiencia-; esta verdad, repito, indujo al hombre a pensar; y cuando pensó, fue conducido a creer en Dios y a confiar en el Señor Jesucristo para la salvación de su alma. Él fue, sin ninguna duda, uno «nacido fuera de tiempo».

A mí me gustaría sufrir un colapso, como lo experimentó el señor Tennant, si por ese medio algunos de ustedes nacieran de nuevo para Dios; preferiría quedarme mudo, y ganar un alma para Jesús, que hablar lenguas humanas y angélicas, pero que los corazones de los hombres no fuesen conmovidos por la verdad que proclamo.

Cuán a menudo he experimentado que he regresado a casa, y he suspirado, y he clamado, y he gemido por un sermón en el que no sentí ninguna libertad, y que más bien consideraba un completo fracaso, pero se ha demostrado posteriormente que, una persona por aquí, y otra por allá, han pasado al frente bendiciendo y alabando a Dios precisamente por aquel testimonio que me parecía tan defectuoso y débil, pero que el Espíritu del Señor grabó salvadoramente en ellos. Así que, todavía, hay algunos que, de esta manera, son «nacidos fuera de tiempo», por medio del uso que hace el Espíritu Santo incluso de la debilidad y del aparente fracaso del predicador.

Podemos utilizar otra ilustración tomada del lado opuesto de la misma verdad. Algunos son convertidos cuando dan la impresión de estar en un estado mental en el que parecería muy improbable que fuesen conmovidos. Recuerdo que me encontraba un día en casa del doctor Campbell, cuando me narró la historia de un ministro estaba predicando una noche en el antiguo Tabernáculo de Whitefield en Moorfields, y estaban presentes, bajo muy extrañas circunstancias, dos jóvenes que habían caído en hábitos disipados, y que se habían citado en esa precisa noche para cometer algún grave pecado. Si hubiesen hecho lo que habían planeado, podría haber sucedido que se hubiesen lanzado a una carrera de vicio de la cual, tal vez, no se habrían podido desenredar nunca. Ellos iban pasando por el Tabernáculo de Moorfields, que algunos de ustedes recuerdan, y como querían saber la hora en la que habrían de llevar a cabo este propósito impío, uno de ellos le dijo al otro: «entra y mira la hora; con seguridad hay un reloj allí dentro.» Pero el reloj no estaba colocado como está colocado aquí, a espaldas del predicador, sino en el lado opuesto; así que el joven tuvo que caminar dentro del templo un trecho mayor del que hubiera querido, para poder ver el reloj. Si recuerdo correctamente, el predicador esa noche era Matthew Wilks, y estaba simplemente expresando un comentario singular, algo que llamó la atención del joven y que lo retuvo en el pasillo. Su compañero esperó afuera durante unos instantes, pero como hacía frío, decidió entrar, y mirar él mismo reloj, y sacar a su amigo. Entró; las flechas del Señor traspasaron el corazón de ambos jóvenes, y el segundo de esos dos jóvenes era John Williams, el famoso misionero, y, finalmente, el mártir de Erromanga. Así, ellos también fueron «nacidos fuera de tiempo.»

Era difícil pensar en la posibilidad de que esos hombres se convirtieran en predicadores del Evangelio, como lo hicieron, puesto que en aquel preciso momento, estaban desesperadamente decididos a cometer un grave pecado contra Dios, y sus corazones estaban enteramente entregados a los placeres y a las insensateces de este mundo; pero así sucedió, y nuestro Señor sabe todavía cómo detener a los hombres, así como detuvo a Saulo de Tarso cuando iba camino a Damasco.

Pablo es el hombre que dice que fue «nacido fuera de tiempo», y es un maravilloso ejemplo de este método de interposición divina. Saulo tiene en su posesión las cartas del sumo sacerdote que le permitirán encarcelar a los santos y trasladarlos a Jerusalén; cabalga hacia Damasco y ya puede vislumbrar la ciudad cuando, sumido en su prepotente curso de persecución, el propio Señor Jesucristo interviene y lo derriba en tierra. Luego se levanta a orar, y, en sus tres días de ceguera y ayuno, se dedica a buscar al Señor, y lo encuentra para la salvación de su alma y gozo de su espíritu, convirtiéndose así en un apóstol de ese mismo Salvador a quien, en su ignorancia, había estado persiguiendo.

Después de tal triunfo de la gracia divina, no perdamos la esperanza con ningún pecador, a pesar de lo lejos que se hubiere adentrado en el pecado. Ustedes saben cómo Pablo, escribiendo a Timoteo, dijo de sí mismo: «Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.»

El Dios que bendijo el descontinuado sermón del señor Tennant, puede bendecir nuestra imperfecta obra en el púlpito, en la escuela dominical, o en cualquier otra parte; y el Dios que salvó a hombres tales como John Williams y su compañero, cuando ellos menos pensaban que tal cosa ocurriera, puede también salvar a algunos que estuvieren descarriados aquí esta noche, sin la menor idea de los designios de amor que Dios tiene para con ellos trayéndolos en este momento bajo el sonido de la Palabra.

A continuación, yo considero que un convertido puede ser descrito como uno «nacido fuera de tiempo» cuando es llevado a Cristo después de un gran avivamiento o después de que un notable movimiento religioso ha llegado a un fin. Algunos de ustedes asistieron a los recientes servicios especiales dirigidos por los seños Fullerton y Smith (1). ¡Qué poder había en esas consagradas reuniones! Algunos de sus vecinos lloraron bajo convicción de pecado; pero ustedes no lloraron. Algunos de ellos vinieron a Cristo, y ahora se gozan en Él; pero ustedes no vinieron a Él. No fueron conmovidos durante esas reuniones, aunque, posiblemente, deseaban ser conmovidos; o puede ser que hubieran comenzado con el deseo de mejores cosas, pero concluyeron en la indiferencia. Y ahora los servicios especiales terminaron, y los buenos hombres que vinieron en medio de nosotros para predicar y entonar el Evangelio se han ido, y ustedes se han estado diciendo: «Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos.» ¡Ah!, pero nuestro Señor tiene una bendita manera de recoger a los rezagados que van detrás del ejército. Cuando el cuerpo principal ha proseguido su marcha con sonido de trompeta, alabando a Dios, hay unos cuantos rezagados; y el Señor Jesús viene algunas veces, y los recoge.

Yo oro sinceramente porque algunos de ustedes sean recogidos de esta manera por Él justo ahora, de tal forma que sean capaces de decir: «nosotros no nacimos de Dios cuando muchos lo fueron; como Saulo de Tarso, nosotros nacimos ‘fuera de tiempo’; pero, bendito sea Dios, nosotros nacimos de nuevo por la obra eficaz de Su Espíritu, fuimos traídos a Cristo, para alabanza de la gloria de Su gracia, y ahora nosotros también nos hemos convertido en hijos de Dios por la fe en Jesucristo.» Ruego que así sea, queridos amigos.

¡Oh, ustedes, que pertenecen al pueblo cristiano, inclinen sus corazones delante de Dios y pídanle que así sea! Tal vez el mero hecho de que esos servicios hayan terminado, y que esa agraciada oportunidad haya concluido, pueda grabarse en las mentes de algunos que estuvieron presentes durante esas reuniones pero no fueron convertidos, y ahora busquen al Salvador, y lo encuentren para su salvación y felicidad eternas.

El Señor puede bendecir métodos extraños para el despertar de los impíos. Cuando el Puritanismo parecía ser hollado bajo el pie, en el reino de Jaime I., que promulgó el Libro de los Deportes, y dio orden de que cada clérigo leyera desde el púlpito, el domingo, que era la voluntad y el placer reales que los jóvenes jugaran al fútbol, y al críquet, y otros juegos y pasatiempos en la tarde de los domingos, algunos ministros piadosos, que realmente amaban al Señor, no sabían qué hacer. Uno de ellos pensó que, tal vez, estaría bien hacer lo que el rey ordenaba, pero agregar algo más, así que, cuando llegó el domingo para la lectura del Libro de los Deportes a la gente, él dijo: «el rey y las autoridades me ordenaron que les leyera este documento; pero, haberlo leído aflige mi corazón y mi conciencia. Yo sé que es perverso, y malo, y vergonzoso y abominable profanar el domingo según son invitados a hacerlo, y me pregunto qué será de mi país cuando desde la propia iglesia se recomienda el quebrantamiento del día domingo.» Así habló el buen hombre, para tranquilidad de su propia conciencia, y con la esperanza de despertar las conciencias de otros.

Sucedió que se encontraba en la congregación ese día, un joven que siempre había sido un promotor de los deportes dominicales; tan pronto salía de la iglesia, en la mañana, iba al campo deportivo, y se entregaba decidida y furiosamente a las diversiones del momento; pero, cuando oyó la lectura de ese Libro de los Deportes, comentó: «bien, yo actuaba de esa manera por cuenta propia, y era muy malo que lo hiciera; pero ahora digo, conjuntamente con el ministro: ‘¿qué será de todo el país si cada quien ha de ser tan malo como he sido yo? ¿Qué ocurrirá con la nación si este tipo de cosas continuara?'» Ese pensamiento le impactó con tanta violencia que primero se volvió un individuo reflexivo, y luego se convirtió en un verdadero buscador de Dios, y después fue un genuino creyente en el Señor Jesucristo. Así sucedió que cuando el demonio pensaba que las cosas iban a ser a su manera, ese preciso día, este joven nació para Dios: verdaderamente, «uno nacido fuera de tiempo.»

Recuerdo haber leído un dicho muy impactante del señor Bunyan. Él dijo que tenía buenas razones para creer que, en la generación posterior a la suya, habría muchos más santos que en la generación de la que formaba parte, y su creencia se basaba en el hecho de que, doquiera que iba, encontraba que había muchos grandes pecadores que él esperaba que fueran convertidos y que se volvieran eminentes siervos del Señor Jesucristo.

Bien, había una verdad bendita detrás de esa esperanza suya; pues, muy a menudo, donde el pecado ha abundado, la gracia ha sobreabundado; y cuando la Palabra de Dios pareciera escasear, y la vela del Evangelio arde tenuemente, podemos orar y esperar que incluso entonces, algunos podrían ser «nacidos fuera de tiempo» para alabanza de la gloria de esa gracia que salva según le place, y a menudo selecciona a los más grandes pecadores para que sean los que experimenten su poder omnipotente.

Ha habido algunos queridos amigos de quienes podría decirse que «nacieron fuera de tiempo», pues han sido convertidos a Dios después de que parecía imposible que alguna vez fueran convertidos. Recuerdo bien haber leído de uno que se nutrió de conceptos escépticos, y se tornó un hombre sumamente iracundo en contra de la predicación de la Palabra. Un día, en Edimburgo, oyó decir que un cierto ministro del Evangelio, que era eminente, tenía la intención de hablar con él acerca de su alma, si aceptaba reunirse con él; entonces el hombre pronunció algunas expresiones muy fuertes, y, entre otras cosas perversas, dijo: «no seré convertido nunca a menos que pierda mis sentidos.» Todos los que lo conocían, y que sabían cuán desesperadamente se oponía al Evangelio, pensaban que el suyo era en verdad un caso desahuciado; pero, en la infinita misericordia de Dios, resultó ser todo lo contrario. Él comenzó a experimentar gran incoherencia de pensamiento, su mente gradualmente divagaba y cuando estaba tratando de hablar, a menudo decía verdaderas insensateces. Se volvió inepto para los negocios, y tuvo que ser puesto bajo la supervisión de alguien que lo vigilaba como su custodio. No había perdido la razón, pero ella se tambaleaba en su trono; y mientras se encontraba en ese triste estado, le vino a la mente el caso de Nabucodonosor, y se preguntaba si Dios lo daba por perdido por causa de lo que había dicho: que nunca sería convertido mientras estuviera en sus sentidos. Él volvió su mente, toda estropeada y arruinada, hacia Dios; y desde las profundidades de su espíritu perplejo a medias, clamó al Señor como lo hizo Nabucodonosor, y su mente se normalizó, y se volvió un humilde, dócil y santo creyente en el Señor Jesucristo.

¿No creen, queridos amigos, que él también fue «nacido fuera de tiempo»? El tiempo de la salvación parecía que se había extinguido completamente en lo que a él concernía. Él había hecho un pacto con la muerte y una alianza con el infierno; él había desechado aquellas creencias ordinarias que muchas personas sostienen aunque no las obedezcan; sin embargo, a pesar de todo ello, la gracia sorprendente de Dios trató con él según su propia manera soberana, y lo abatió, para poder alzarlo de nuevo.

Yo no pido que una cosa semejante le ocurra a alguien aquí; pero sí pido que Dios los traiga a Cristo de alguna manera y de cualquier manera; y si, para alcanzar ese fin, tienen que ser conducidos hasta las propias puertas del infierno -en tanto que no pasen efectivamente a través de ellas- yo me regocijaré si, después, ustedes son conducidos a huir a Cristo buscando refugio.

Otro ejemplo de «uno nacido fuera de tiempo» ocurre en el caso de uno convertido después de que el padre espiritual ha muerto. Algunas veces vemos hijos póstumos, esto es, aquellos que nacen después de que el padre ha muerto; y hay generalmente mucha tristeza mezclada con el pensamiento de tales nacimientos, pues el pobre corazón de la viuda está doblemente atribulado por el cuidado extra que es requerido para el pequeño extraño que llega después de que el sostenedor de la familia es arrancado.

Pero si un hombre es el instrumento de llevar a otro a Cristo, después de que él mismo ha muerto, no ha de haber ninguna tristeza acerca de ese asunto. Ha habido muchos, muchos casos, en los que el sincero pueblo cristiano ha buscado la conversión de sus parientes o amigos; ha orado por ellos, y ha llorado por ellos, y ha suplicado por ellos, pero todos sus esfuerzos han sido infructuosos; sin embargo, después de su muerte, la memoria de su santo celo ha tocado la conciencia del que no quería ceder antes, y lo ha llevado a Cristo.

Yo quisiera, queridos amigos, que supusieran que su madre piadosa, que está en el cielo, y que dejó a su hijo sin que fuera salvo, viene a ustedes justo ahora. No estoy pidiendo una aparición, sino que ella pudiera estar conscientemente presente en sus mentes, y que sus palabras al morir pudieran sonar en sus oídos, pues tal vez el recuerdo de lo que dijo, pudiera ser bendecido para ustedes incluso ahora.

Cuando yo les sea arrancado, sólo deseo que cualquier palabra verdadera y fiel que hubiere hablado, continúe hablando para ustedes desde la tumba.

Cuando el buen señor Payson murió, rogó que su gente pudiera entrar a verlo, si así lo deseaban, antes de que fuera enterrado; y quienes así lo hicieron, leyeron estas palabras colocadas sobre su pecho, «recuerden la palabra que les he hablado cuando estaba presente con ustedes.» Era así su deseo, ustedes pueden ver, que pudiera tener hijos espirituales póstumos, que nacieran para Dios aunque parecieran «nacidos fuera de tiempo.»

¡Ah!, ustedes, esposas, que han estado orando por sus maridos todos estos años, no los den nunca por perdidos, porque ellos pueden ser traídos a Cristo cuando ustedes ya estén en el cielo. Madres y padres, nunca cesen de rogar por sus hijos, pues ellos también pueden ser traídos a Jesús cuando ustedes ya estén entre los ángeles.

En uno de los condados del norte de Inglaterra, había una mujer, una creyente en el Señor Jesucristo, cuya oración por su marido subía continuamente; pero él nunca entró en la casa de Dios, y la despreciaba porque asistía a la iglesia. Ella estaba acostumbrada a ir sola a su lugar usual de adoración, sin la compañía de compañeros humanos, y, sin embargo, no estaba completamente sola, pues había un perro que siempre iba con ella. Este perro se echaba enrollado bajo su asiento, y se quedaba muy quieto durante el servicio, y luego caminaba de regreso a casa con su ama. El primer domingo después de que ella murió, el pobre perro fue a la casa de reunión como lo hacía usualmente, y se echó en su antiguo lugar. Hizo lo mismo el siguiente domingo, y el esposo, notando que el perro salía tan regularmente, quedó intrigado por su acción, y se preguntaba adónde iría el perro ahora que su ama había partido; así que pensó que iría para ver. El perro fue delante de él hasta el asiento de su antigua ama, y se echó allí; el hombre entró buscando al perro, y se sentó en el lugar que solía ocupar su esposa, y Dios ayudó al ministro aquel día, para mostrarle que sus buenas obras y su justicia propia, en las que siempre había confiado, no bastarían para su salvación, y le predicó la plena salvación de Cristo Jesús, y el hombre creyó y vivió. ¿Acaso no fue él también «uno nacido fuera de tiempo», pues las oraciones de su esposa por él habían terminado, y ella había partido? Sin embargo, él fue llevado a Cristo.

El tema es uno sobre el que yo podría abundar indefinidamente, pero preferiría dejarlos para que ustedes mismos aporten ejemplos adicionales de una bendición similar, exhortando a los que están buscando la salvación de otros, a que perseveren en la oración.

Algunos han «nacido fuera de tiempo» porque han sido convertidos a Dios en su extrema ancianidad. Me gustaría alentar a cualquier persona muy anciana, aquí presente y que todavía no sea salva, que deseche por completo la noción de que es demasiado tarde para buscar al Señor. Nunca es demasiado tarde mientras haya vida, y haya el poder de arrepentirse del pecado y volverse al Señor.

«Mientras la lámpara permanezca encendida,
El pecador más vil puede regresar.»

No voy a citar casos, pero tengo un vivo recuerdo de muchísimas personas que han sido salvadas a la edad de setenta u ochenta años. Hemos tenido personas que han sobrepasado esas edades, que han sido bautizadas después de la profesión de su fe recientemente encontrada. El proverbio del mundo dice: «nunca es demasiado tarde para enmendarse»; pero Cristo les diría, si estuviese aquí en presencia corporal, que nunca es demasiado tarde para que Él los conduzca a la enmienda, o más bien, para que Él los haga nuevos, pues esa es la obra que Él asume. Nunca es demasiado tarde para que Él extienda Su mano traspasada y ayude al hombre que se apoya vacilante en su bastón, para que se convierta en un bebé en Cristo. Sin embargo, en verdad, cuando hombres muy ancianos nacen de nuevo, parecieran ser «nacidos fuera de tiempo».

Muchos de ustedes no han alcanzado todavía una edad avanzada, pero, si Dios los salva esta noche, serían como esos que son «nacidos fuera de tiempo», porque se encuentran en el propio borde de la tumba. La tisis ha puesto su cruel mano sobre ustedes y les ha despojado de toda su fuerza. Con toda probabilidad, no estarán por mucho tiempo en este mundo. Han salido esta noche, pero están medio temerosos de haber hecho mal al venir en el estado en que se encuentran, con esa terrible tos que tienen; sin embargo, no han encontrado al Salvador.

¡Oh, mi querido amigo, donde quiera que estés, es algo triste, triste, portar contigo la sentencia de muerte, como ciertamente la estás portando, y, sin embargo, no tener ningún motivo para creer que, cuando mueras, todo irá bien contigo! ¡Oh, yo te ruego que no permitas que Satanás te tiente con la idea de que, ahora que la enfermedad se ha apoderado de ti, ya no hay esperanza para ti! Ven a Jesús, a pesar de lo tísico que te encuentres. Ven a Jesús, joven amigo, con ese pecho que difícilmente te permite respirar. Ven a Él, pues Él no te echará fuera.

Recuerdo a una persona que conocí en Mentone, que había ido allá con la esperanza de prolongar su vida; pero eso estaba fuera de toda duda, pues se encontraba gravemente enfermo cuando llegó. Tenía dos hermanas, que fueron advertidas que se reunieran con él, pues era seguro que no viviría mucho tiempo. Él mismo estaba muy preocupado por su alma, y buscaba sinceramente al Señor, pero no podía encontrarlo. Día tras día, semana tras semana, se había estado poniendo peor y peor, y mostraba todos los signos de su inminente partida; pero no podía encontrar paz con Dios. Por fin, sus hermanas llegaron de Inglaterra. Arribaron justo a tiempo. Lo encontraron muy ansioso por su alma; esa noche, le hablaron de Jesús, y por la mañana, temprano, cuando despertaron, acudieron a él, y lo encontraron sentado en su cama, muy pálido y con apariencia fantasmal. Les dijo: «hermanas, Cristo me ha perdonado»; y cayó sobre su almohada y partió a casa. Su sufrimiento y debilidad llegaron a un término aquí abajo; pero la consolación de esas últimas palabras para ellas, y del gozo que irradiaba de sus pobres ojos, bastó para que llevaran alegremente su cuerpo a la tumba.

«Hermanas, Cristo me ha perdonado.» ¡Ah!, él, en verdad, fue «nacido fuera de tiempo», nacido en medio de las fauces de la muerte; pero las fauces de la muerte no se podían cerrar sobre él hasta que hubiere recibido el perdón de su Salvador. Yo suplico a cualquiera de ustedes, que esté en una condición similar a la suya, que no posponga su búsqueda del Señor, sino que se apresure a encontrarlo ahora mismo.

Además, hay algunas personas que son «nacidas fuera de tiempo» porque son nacidas súbitamente. Súbitamente vienen a Cristo; súbitamente encuentran la paz; súbitamente son salvas. Yo deseo que eso les ocurra a algunas personas aquí esta noche. No hay ninguna necesidad de un período específico para este asunto de extremada importancia; el tiempo no es un elemento en este caso. Dios puede obrar la convicción y la conversión en un solo instante.

Ustedes saben que, algunas veces, ven un relámpago y luego esperan varios segundos antes de que oigan el trueno; pero cuando una tormenta se cierne sobre nuestras cabezas, el relámpago y el trueno son simultáneos, y al mismo tiempo desciende el aguacero.

Y, de igual manera, el Señor sabe cómo enviar un relámpago de convicción, y, en el mismo instante, hacer que Su profunda voz de misericordia sea escuchada en el alma, y ordenar las cascadas de gracia sobre el espíritu allí mismo y al instante. ¿Por qué no habría de hacerlo esta noche para algunos de ustedes que necesiten estas bendiciones?

Ahora, les diré la razón especial por la que elegí este texto; y es porque hoy es 29 de Febrero, y es domingo. Hay un gran número de personas que no ha visto antes que un 29 de Febrero cayera en domingo, y hay todavía un mayor número que nunca verá que un 29 de Febrero caiga otra vez en domingo. Yo supongo que será dentro de veintiocho años que eso volverá a ocurrir. Así que este es un domingo añadido, por decirlo así; es un tipo de día muy singular, un día extra en el calendario. Si ustedes les preguntaran a nuestros amigos de la Iglesia Ortodoxa Griega, a los rusos, ellos les dirían que no existe tal día en absoluto, pues guardan el antiguo sistema de calcular el tiempo. Este plan de insertar un día cada cuatro años, para hacer que nuestros días cuadren con el sol, es muy bueno y apropiado; aun así, es un tipo de día añadido; y me pareció que si el Señor convirtiera algunas almas en este día singular, en este año bisiesto, esto haría que el 29 de Febrero que cayó en domingo, fuera un día especialmente memorable. No lo olvidarían, si fuera el día de su conversión; les dirían a sus hijos, pudiera ser, dentro de veintiocho años, si todavía vivieran: «¡ah!, recuerdo cuando el 29 de Febrero cayó por última vez en domingo, y ese fue el día en el que busqué y encontré al Señor. El señor Spurgeon dijo yo era semejante al apóstol Pablo, ‘uno nacido fuera de tiempo’, y en efecto lo era; sin embargo, yo nací en el debido tiempo, lo sé, de acuerdo al pacto de gracia.

¡Oh, que el Señor, por Su infinita misericordia, habiéndonos dado este día especial, nos dé ahora una bendición especial, y atraiga a muchos a Él en este año bisiesto! ¡Oh, que todos ustedes que todavía no son salvos, de un salto pasaran del reino de las tinieblas al reino de Su amado Hijo, siendo el Espíritu Santo el que los capacite para hacerlo por un simple acto de fe en Jesucristo! Y ustedes, pueblo cristiano, oren por una bendición especial e inusual, una bendición del 29 de Febrero. Pídanle a Dios que nos dé esa bendición, en Su infinita misericordia, para que muchas y muchas almas sean «nacidas fuera de tiempo» en esta precisa noche.

¿Quién será? ¿Y dónde comenzará la obra de arrepentimiento? ¿Acaso no dice alguien por allá: «Señor, concédeme que sea yo»? Se dice que hay una oportunidad especial de hacer propósitos en un año bisiesto; pero yo puedo decirte que, si tienes el propósito de venir a Cristo, es porque Él ha puesto Su corazón en ti desde hace mucho tiempo. Tú no habrías pensado nunca en ofrecerte a Él, si Él no hubiera tenido antes que nada el designio de llevarte a Él. Si vienes a Él, Él te recibirá; y, ¡oh!, en Su gran misericordia, que el Espíritu Santo te induzca a venir a Él este 29 de Febrero que cae en domingo.

II. Ahora me quedan sólo dos o tres minutos para la segunda parte de mi tema: LAS EVIDENCIAS SEGURAS DEL NACIMIENTO ESPIRITUAL DE PABLO.

Aunque Pablo fue, en un sentido espiritual, «nacido fuera de tiempo», él verdaderamente nació de nuevo; y aquellas personas que han sido convertidas en tiempos singulares, y bajo extrañas circunstancias, han sido realmente convertidas. ¿Cómo sabemos que Pablo fue nacido de nuevo, y que fue llamado a ser un apóstol de Jesucristo?

Respondo, primero, porque Pablo vio al Señor. Después de mencionar a aquellos que vieron al Cristo resucitado, él afirma: «Después se apareció a Jacobo; luego a todos los apóstoles, y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.» La primera evidencia de que fue un apóstol fue que él en realidad había visto al Señor.

Ahora, en un sentido espiritual, una de las señales de un verdadero creyente es que ha visto al Señor. Mi querido amigo, si has visto a Cristo para perdón, aunque sólo lo hayas visto esta noche, y esta es una noche singular: 29 de Febrero, sin embargo, si has visto a Jesús en la cruz por medio de la fe, y verdaderamente has confiado en Él, eres tan salvo como lo es el hombre que creyó en Cristo hace cincuenta años. Mirar a Jesús es la evidencia de que somos nacidos de nuevo; y feliz es cualquiera que dice verdaderamente, en lo concerniente a Cristo: «se me apareció también a mí.»

«Yo vi a Uno colgado de un madero,
En agonías y sangre.»

Yo lo miré; Él me miró; y fuimos uno para siempre. Yo confié en Él, y por tanto, soy salvo. Si puedes decir eso desde lo profundo de tu corazón, y el Espíritu Santo da testimonio de que lo que dices es cierto, no necesitas hacer ninguna pregunta acerca de tu nuevo nacimiento. Si tú estás confiando en Jesús, todo está bien en cuanto a tu alma en el tiempo y para la eternidad.

La siguiente evidencia de su nacimiento espiritual, proporcionada por Pablo, fue que confesó su pecado. Lean el versículo que está a continuación de nuestro texto: «Porque yo soy el más insignificante de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la iglesia de Dios». Vean cómo confesó su pecado y lo abandonó. «El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.»

¿Estás dispuesto ahora, querido amigo, a confesar tu pecado? ¿Te apartas de él con repugnancia? ¿Deseas, a partir de este momento, ser liberado enteramente de él? Bien, entonces, tu arrepentimiento es otra evidencia cierta de que tú has nacido de nuevo. Si has visto a Jesús cargar con tu pecado, y sufrir su terrible castigo; si has confesado tu pecado, y por fe lo has puesto sobre Él, como tu Sacrificio y Sustituto, eres nacido de nuevo, aunque hubieras, en un cierto sentido: «nacido fuera de tiempo.»

Además, estamos seguros de que Pablo nació realmente de nuevo, porque fue plenamente convertido. Nunca hubo un mayor cambio en algún hombre que el que se dio en Pablo; él nunca regresó a su vida anterior, y no tenía ningún deseo de retornar a ella. Para Pablo, las cosas viejas habían pasado, y todas fueron hechas nuevas; Pablo era, en verdad, nueva criatura en Cristo Jesús.

Yo estoy seguro de que Pablo fue convertido, también, debido a que él alababa la gracia de Dios. Lean el versículo 10: «Por la gracia de Dios soy lo que soy.» Incluso cuando en verdad dice: «He trabajado mucho más que todos ellos», humildemente agrega: «Aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí.»

Es una señal cierta de conversión cuando un hombre sabe que es salvo únicamente por la gracia, y no atribuye su salvación a su propio mérito, o a su propia obra, sino que alaba y adora la misericordia y la gracia soberana de Dios. ¿Tienes tú esa evidencia, querido amigo? Entonces tú eres nacido verdaderamente, aunque «nacido fuera de tiempo».

Y, por último, Pablo demostró que él era un verdadero ciudadano de la Nueva Jerusalén porque se volvió, de entre todos los hombres, el más celoso por Cristo, celoso por el Evangelio, celoso por ganar almas. Él procuraba hacer todo lo que podía para revertir el mal que había obrado en los días de su impiedad, y trabajar con ambas manos y con todo su corazón para establecer y extender el reino que una vez trató de eliminar.

¡Oh, Dios, por Tu gran misericordia, haz que otro Pablo nazca en esta casa de oración esta noche! Tú puedes hacerlo. ¿No atraerás a Ti, por el poder del Eterno Espíritu, a algún indómito, amenazante, fanfarrón y blasfemo aborrecedor de Cristo, y ponerlo a los amados pies del Crucificado e inducirlo a que mire hacia arriba y viva? Oren por esto, amado pueblo de Dios. Oren por esto esta noche, ahora mismo y también cuando lleguen a sus hogares; y entonces tendremos una razón especial para recordar este 29 de Febrero.

Posiblemente, alguien, que esté predicando desde este mismo púlpito el Evangelio de Jesucristo en días venideros, les diga: «¿recuerdan el 29 de Febrero de 1880? ¿Recuerdan el texto: ‘Uno nacido fuera de tiempo’? Yo confío que algunos de ustedes estarán aquí para oírlo decir: «yo lo recuerdo mejor que cualquiera de ustedes, pues ¡esa fue la noche en que nací para Dios, gloria sea a Su santo nombre!» Ahora oren por ello de todo corazón, por nuestro Señor Jesucristo. Amén

Nota del traductor:

El señor Spurgeon hace referencia aquí a dos notables evangelistas que estudiaron en el Colegio del Pastor, hoy Spurgeon’s College, y que formaban parte de la Sociedad de Evangelistas vinculada al Colegio. Ambos predicaron el Evangelio con mucho celo y bajo su ministerio ocurrieron muchas conversiones. W. Y. Fullerton además escribió una espléndida biografía del señor Spurgeon, titulada: Charles H. Spurgeon, el predicador más popular de Londres. Está llena de interés por el conocimiento personal que tenía del predicador.