Por qué el Evangelio está Encubierto

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En este versículo y en el siguiente tenemos una descripción muy breve pero muy completa de lo que todo ministro del evangelio debe predicar. En primer lugar, debe predicar el evangelio. No debe predicar sobre metafísica, ni sobre política, ni sobre simple moralidad, ni predicar simplemente doctrinas como tales. Debe de predicar el evangelio, que quiere decir buena nueva, algo nuevo, y algo bueno, tan bueno que nada lo puede igualar. Son las buenas noticias de misericordia para el culpable, las benditas nuevas de que Dios baja al hombre para que el hombre pueda subir a Dios, las nuevas de bienvenida de la expiación hecha por la culpa humana. Es tan nueva como buena; llega como una extraña novedad para el oído atento. La mitología nunca lo soñó, el intelecto humano nunca lo hubiera podido inventar, ni siquiera el intelecto de los ángeles podría diseñar un plan

«Tan justo para Dios, tan seguro para el hombre.»

La ocupación del ministro cristiano es predicar estas buenas nuevas, hacer del conocimiento de los pecadores la buena noticia de que hay un Salvador, mostrar a los culpables a Cristo, y decir constantemente a cada pecador: «Cree en el Señor Jesús y serás salvo.» A mí no me importa cuánta es la cultura o la elocuencia del ministro; aunque pueda hablar con la lengua de los hombres y de los ángeles, si no predica a Cristo, y exhorta a los pecadores a confiar en Él, ha equivocado su misión, y se ha desviado del gran objetivo para el cual fue enviado.

Este evangelio es llamado en el texto «nuestro evangelio.» Por esta expresión entiendo que el ministro debe aceptarlo él mismo en primer lugar, antes de presentarlo a otros. Yo debo ver a Jesús como mi Salvador personal, para poder proclamar a los demás, «Miradlo a él y sed salvos, todos los confines de la tierra.» Debo ser capaz de decir:

«Vine a Jesús, y bebí
de ese manantial que da vida;»

y entonces, y sólo entonces, debo exclamar: «Oh, todos los sedientos, ¡venid a las aguas!.» ¡Cuán miserable e infeliz es el que predica a otros un evangelio que no comparte! Pone la mesa, e invita a otros para que vengan al banquete, mientras él se muere de hambre. Es como un médico atacado por la plaga que conoce el remedio para la enfermedad, ve que otros se curan por medio de él, y sin embargo se muere con el remedio en su mano. Ay de mí, de todos los destinos más espantosos en el otro mundo, así como más incómodos en esta vida presente, seguramente que es el destino del hombre que predica a otros lo que él mismo no ha experimentado nunca en su alma.

Bien podía llamarlo Pablo «nuestro evangelio», porque lo había salvado a él, el primero de los pecadores, convirtiéndolo en un amado apóstol de Jesucristo. Él bien podía llamarlo «nuestro evangelio», porque lo había sostenido firme en tiempos de persecución, y en medio de todos los peligros a los que había estado expuesto, y por el que finalmente ofrendó su vida como sacrificio; también debe ser «nuestro evangelio», «para tenerlo y guardarlo,» o de lo contrario, no podemos predicarlo con ningún poder.

En el versículo que sigue a nuestro texto, se dice algo más de este evangelio; se le llama «el evangelio glorioso.» Había algo en él que despertaba y encendía los pensamientos más nobles en el apóstol. Pablo no se vanagloriaba. «Lejos esté de mí el gloriarme,» decía; pero había una excepción, «sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.» No se presentaba como un mero apologista del evangelio, ni decía «Puedo defenderlo contra todos, y sostener que es razonable;» se gloriaba en él como la verdad suprema y más elevada, más sabio que toda la sabiduría de los Estoicos, y más lleno de alegría que todos los placeres de los Epicúreos.

Se gloriaba en ese evangelio que trae perdón total y gratuito al penitente, ese evangelio que toma a los más viles y más bajos de los hombres y los hace príncipes en la corte del Rey de reyes, ese evangelio que llega a los hombres que viven en la pobreza, en la esclavitud, en la degradación de la superstición, en la idolatría, y en el crimen, y los saca del pozo horrible y del lodo y pone sus pies sobre la Roca de la eternidad, los lava, los viste, pone una cántico nuevo en sus bocas, los protege para que no caigan, y por último los lleva donde verán el rostro de Dios, y morarán para siempre en su presencia. Es ciertamente un evangelio glorioso el que puede hacer todo esto; pero, ¡ay! la mayor parte de los hombres se comporta como el gallo que escarba en la basura, que cuando encontró una perla, dijo que hubiera preferido hallar un grano de cebada; piensan más en su maíz y en su vino, en sus fiestas y su alegría, que en las cosas inefablemente gloriosas del reino de los cielos. ¡Oh, que tuvieran la suficiente sabiduría para percibir las glorias de este glorioso evangelio!

Pablo más adelante lo llama «el evangelio de la gloria de Cristo.» Y bien que podía hacerlo porque todo él trata de Cristo de principio a fin. Denme un predicador verdadero del evangelio de la gloria de Cristo, y yo gustosamente lo escucharé. Me gustaría que fuera un ministro educado de ser posible, porque no hay necesidad de que mi oído sea torturado con errores de gramática. Pero no me preocupo tanto por eso sino por el otro tema. Preferiría escuchar el evangelio de Cristo predicado con errores gramaticales que escuchar la mejor filosofía, expuesta en las frases más ordenadas, pero que hace a un lado al evangelio de Cristo.

Cuando se pone la mesa para la cena, es bueno tener un mantel limpio de damasco, y la vajilla de porcelana, los vasos de cristal cortado y la cuchillería adecuada y en sus lugares apropiados; pero si no hay comida en los platos, todas esas cosas son una mera burla para los hambrientos que están esperando ser alimentados. Con mucho más gusto iría a una mesa desnuda, y comer en un plato de madera algo para calmar mi apetito, que ir a una mesa bien puesta en la que no hubiera nada que comer.

Sí, a quien debemos predicar es a Cristo, a Cristo, a Cristo; y si lo hacemos a un lado, hacemos a un lado al alma misma del evangelio. Los sermones sin Cristo causan regocijo en el infierno. Los predicadores sin Cristo, los maestros de catecismo de los domingos sin Cristo, los líderes sin Cristo, los que distribuyen folletos sin Cristo, ¿qué hacen todos ellos? Simplemente ponen a trabajar al molino sin poner maíz en su tolva, todo su esfuerzo es inútil. Si ustedes hacen a un lado a Cristo, simplemente están dando golpes al aire, o van a la guerra sin ninguna arma con la que puedan golpear al enemigo.

Querido amigo, si no eres convertido, déjame hacer una pausa durante unos instantes, para recordarte que éste no es un evangelio del yo, ni un evangelio de obras, ni un evangelio de bautismo, ni un evangelio de sacerdotes, ni un evangelio de ministros, sino que es el «evangelio de la gloria de Cristo.» Olvida a quienes lo predican si quieres, pero, ¡oh! no olvides al Salvador sangrante y agonizante, a quien se te pide que veas. Tu esperanza debe estar en Él, y sólo en Él. A Él con afecto te dirigimos, y le rogamos al Espíritu Santo que cierre tus ojos para todo lo que no sea Él a quien Dios ha establecido para ser propiciación por el pecado.

«Hay vida cuando se mira al Crucificado;
Hay vida en este momento para ti;
Entonces mira pecador, míralo a Él y sé salvo,
A Él que fue clavado en el madero.»No son tus lágrimas de arrepentimiento ni tus oraciones,
Sino la sangre la que expía por el alma:
En Él, que la derramó por ti, cree de inmediato y
Pon sobre Él tu carga de iniquidades.»Por sus azotes somos sanados: ¿qué más querrías?
Y Él se ha hecho nuestra justicia:
Te invita a ponerte el mejor traje del cielo:
¡Oh, ¿cómo podrías estar mejor ataviado?

«No dudes en darle tu bienvenida, Dios ha declarado
que no queda más por hacer;
Que a su tiempo una vez apareció en el mundo;
Y completó el trabajo que inició.»

Con esta introducción más bien larga, llego a los tres puntos sobre los que voy a hablar brevemente, aunque muy solemnemente, porque creo que tiene que ver con muchos de ustedes. Así que, primero, pregunto, ¿porqué está este evangelio encubierto para alguna gente? Segundo, ¿cuál es el estado de aquellos para quienes está encubierto? Y tercero, ¿qué se debe temer en lo que concierne a ellos en el futuro?

I. Primero, ¿PORQUÉ ESTÁ ENCUBIERTO ESTE EVANGELIO PARA ALGUNAS PERSONAS?

Es evidente que hay algunas personas en el mundo que no entienden el evangelio, y me atrevo a decir que el evangelio nunca es entendido hasta que es recibido. Podría pensarse que los hombres podrían muy rápidamente entender algo tan simple como «Crean y vivan.» Sin embargo los que hemos sido convertidos debemos confesar que no entendimos el evangelio hasta que lo recibimos. Estoy seguro de que nunca entendí el plan de salvación hasta que creí en el Señor Jesucristo; y cuando creí, todo el tema me pareció tan simple que me pregunté por qué no lo había entendido antes. Ustedes observan que el apóstol declara que no fue su culpa que el evangelio estuviera encubierto para algunas personas; y aunque no nos podríamos comparar con ningún apóstol, tenemos tan claro este punto del lenguaje sencillo como cualquier apóstol de los que han vivido. Si «nuestro evangelio» está encubierto para cualquiera de nuestros oyentes, no es por el lenguaje fino que utilizamos. Nos parece que hay quienes, al predicar el evangelio, caen en una oratoria tan elocuente que su evangelio está encubierto para los que lo oyen, pero éste no es un pecado del que se nos pueda acusar. Utilizamos lo que Whitefield llamó «lenguaje del mercado.» Usamos mucho más las palabras sencillas que las complicadas. Si tuviéramos que encontrar al evangelio a través de los tipos y símbolos de la ley, podríamos tener dificultad en entenderlo; pero el evangelio que tenemos que predicar es éste simplemente, «Cree en el Señor Jesús y serás salvo.» «Confía en Él que sufre como Sustituto en tu lugar, y serás salvo.»

¿Puede haber algo más sencillo que eso? Tratamos de utilizar las más sencillas comparaciones de manera de presentar la verdad para que pueda ser comprendida por el más débil de nuestros oyentes; es un asunto de conciencia, como a la vista de Dios, hablar a los hombres muy sencillamente de manera que cada uno, después que haya oído el mensaje, se vea obligado a admitir que se le ha entregado muy sencillamente. ¿Cómo es pues, que ustedes no lo entienden?

Ciertamente, no es porque encubramos al evangelio en una larga lista de ceremonias. Nunca les hemos dicho a ustedes, «ustedes deben de ser bautizados en su infancia, deben tener padrinos que prometen todo tipo de cosas en su nombre; y luego, cuando crezcan deben ser confirmados y deben asumir la responsabilidad ustedes mismos.» Oh, no; nunca hemos hablado así; los dirigimos a la Biblia divinamente inspirada, y les decimos que todo lo que necesitan saber está sencillamente registrado allí; los dirigimos a la Palabra Eterna que se encarnó y les decimos, con todo el énfasis de que somos capaces,

«Nadie sino Jesús puede hacer bien
a los pecadores sin otra salida.»

Les rogamos que no confíen en las formas y en las ceremonias sino que busquen sólo a Jesucristo y a Él crucificado, de manera que no puede ser por falta de sencillez que el evangelio no es entendido.

Y, otra vez, no puede ser por ninguna oscuridad en el evangelio mismo. Me atrevo a decir que no hay proposición en el mundo más sencilla que la que el evangelio nos presenta. La fórmula, «Dos por dos es cuatro» es tan sencilla que la mente de un niño puede entenderla; y el grado de inteligencia que puede comprender eso, hasta donde concierne al intelecto, es suficiente para comprender la declaración de Pablo, «Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.» O la declaración de Juan: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna.» Confiar en Jesucristo hasta donde ello es un acto intelectual, es un asunto que no requiere la más pequeña educación; no hay necesidad de sentarse, y hacer cálculos. Aquí está Jesucristo tomando el lugar del pecador, y Dios castiga la culpa del pecador en Cristo en lugar de castigar al pecador. Todo lo que se le pide al pecador es que confíe que Cristo lo salva; y, tan pronto como hace eso, él es salvo. ¿Qué podría ser más sencillo que eso? Yo concedo que, en la manera como se predica el evangelio algunas veces, hay oscuridad, pero no hay oscuridad en el evangelio mismo. Bien pues, si así es, y es así, ¿porqué es que el evangelio está encubierto para algunas personas? La respuesta es, que «el dios de esta edad presente ha cegado el entendimiento de los incrédulos.» Veamos cómo es esto.

Primero que todo, el evangelio está encubierto para algunos hombres debido a que nunca han sentido que el pecado sea un mal. Dicen, «¿por qué nos hablas acerca del castigo del pecado? ¿por qué nos dices que Dios castigó a su propio Hijo en lugar de los pecadores? Creemos en la paternidad universal de Dios, así que no necesitamos de ninguna doctrina de sustitución.» Ustedes creen que es poca cosa ofender al Dios Altísimo, pero Él cree que eso es una cosa muy grave. Ustedes consideran que el pecado es algo sin importancia, que escasamente vale la pena pensar en él; pero Dios lo considera como una cosa terriblemente pecaminosa, y mala y maldita que Él no perdonará de ninguna manera excepto en aquellos que confían en su Hijo, el Sustituto y Salvador divinamente designado. Si se dieran cuenta de lo que es el pecado, pronto entenderían el evangelio. Si el Espíritu Santo les enseñara que el pecado es la cosa más mortal y más condenable que puedan concebir, de inmediato entenderían la gloria del evangelio que les muestra cómo pueden ser librados de su maldición, de su castigo, y de su poder por medio de la misericordia de Dios al dar a su Hijo unigénito para morir en lugar de ustedes.

Tú amas el pecado, eso es un hecho, y supones que el pecado no es más ofensivo a Dios de lo que es para ti. Infeliz de ti, estás fascinado por la serpiente que ha llenado tus venas con el veneno que arderá en ti para siempre, a menos que mires por la fe a Él que fue colgado en la cruz igual que Moisés elevó a la serpiente de bronce en el desierto para que todos los que la miraran pudieran vivir. Quiera Dios darte gracia para que veas al pecado como Él realmente lo ve, pues entonces te darás cuenta de tu necesidad de un Salvador, y prestarás atención al evangelio que te invita a creer en Él para que puedas ser salvo.

Otra razón por la que los hombres no entienden el evangelio es que no se entienden a sí mismos. Algunos de los aquí presentes hoy piensan que se pueden salvar a sí mismos. Sé cuales son los pensamientos de ustedes; para este efecto son: si se comportan lo mejor posible, si dicen sus oraciones, si asisten a la iglesia o a la capilla, si dan limosnas a los pobres, entonces se irán al cielo. No han aprendido todavía que todo lo que hacen está manchado con la lepra del pecado, y por tanto no puede ser aceptable para Dios. Sus mejores obras son malas pues las hacen pensando que pueden ser salvos por medio de ellas; el egoísmo, por tanto, está en el fondo de ellas. No están sirviendo a Dios mediante esas buenas obras, en todo momento están tratando de servirse a ustedes mismos. Si se conocieran mejor, sabrían que todas esas obras no son sino sólo pecado hasta que el Espíritu Santo los conduce a conocer su necesidad de Cristo como el verdadero Salvador que necesitan. Si no estoy en la miseria, no tengo necesidad de los regalos de la caridad; y si ustedes no saben cuán necesitados son espiritualmente, nunca solicitarán la ayuda de Cristo. Pero al menos por una vez, dejen que las necesidades reales de su alma los miren fijamente al rostro, de manera que se den cuenta que son: «miserables, y desventurados, y pobres, y ciegos, y desnudos.» Entonces el sencillo mensaje del evangelio: «Cree en el Señor Jesús y serás salvo» será tan bienvenido en el alma de ustedes que casi saltará fuera del cuerpo para agarrarlo.

Otra razón más de por qué los hombres no entienden el evangelio es porque su voluntad no está sometida. «Queremos saber,» dicen, «porqué son tan estrictos los requerimientos del evangelio.» ¡Oh, señores, ese no es el lenguaje adecuado que pueden usar para con su Dios! El mensaje para ustedes es: «Si no os volvéis y os hacéis como los niños, jamás entraréis en el reino de los cielos.» Ese espíritu fanfarrón, que dice, «¿Por qué es éste el único camino de salvación? ¿Porqué se nos impone este precepto? ¿Quién es Jehovah para que yo escuche su voz? Ese espíritu ha sido la eterna ruina de muchos. No hay probabilidad de que llegues a entender el evangelio mientras pienses así. Desciende, hombre, desciende, no hay bendición para ti mientras te coloques tan alto. ¡Que el Señor te dé a conocer las corrupciones y abominaciones que habitan en tu corazón para que, en la presencia del Dios tres veces santo, te rebajes en tu propia opinión y adoptes una conducta más humilde! Pero mientras tu voluntad malvada te diga, «No haré lo que Dios requiere,» no hay ninguna esperanza de que seas capaz de entender el evangelio.

Hay algunos que no pueden entender el evangelio porque interfiere con sus intereses mundanos. Si sacas una moneda de tu bolsillo, y cubres con ella la palabra «Dios» en tu Biblia, por supuesto que ya no puedes ver esa palabra. Hay una gran cantidad de hombres que nunca pueden ver nada que no sea dinero, dinero, y dinero; no ven más allá de sus libros de contabilidad; nunca se elevan a nada que sea divino y sagrado; no tienen más espiritualidad que un montón de cerdos ante su comida. Dicen que no pueden entender el evangelio; pero ¿cómo pueden entenderlo cuando su entendimiento ha sido roído completamente por la úlcera de su oro?

Hay muchos aquí que no me conocen, pero quisiera hacer esta pregunta a cualquiera de los que no entienden el evangelio: ¿No hay acaso en tu corazón un deseo de no entenderlo? ¿No es un hecho muy triste que muchos de ustedes no comprenden a los predicadores del evangelio porque no se quieren molestar en comprenderlos? Tienen un incómodo presentimiento de que la verdad del evangelio y sus placeres no van de acuerdo.

Ustedes son como los hombres que van por el camino de la bancarrota, pero que no se atreven a examinar sus libros para ver cuál es su estado; y sin embargo, ¿conocieron alguna vez a alguno que recuperara su posición rehusando mirar a sus dificultades cara a cara? ¿No es el plan más sensato conocer lo peor de su situación, y conocerlo de inmediato? He conocido a algunos que no querían entender el evangelio porque estaban involucrados en negocios que no soportarían un escrutinio. Hay otros que son impedidos de entenderlo debido a los pecados que los dominan. Si el Señor Jesucristo concediera perdones, y permitiera que los hombres conservaran sus pecados, ¡que multitud de discípulos de esa clase tendría! Pero Él dice que, aunque el pecado nos sea tan querido como nuestro brazo derecho, debe ser cortado; y aunque sea tan precioso como nuestro ojo derecho debe de ser arrancado; sin embargo muchos no estarán de acuerdo con estas condiciones, y por tanto el evangelio está encubierto para ellos.

II. Ahora debo intentar contestar brevemente la segunda pregunta: ¿CUÁL ES EL ESTADO DE AQUELLOS PARA LOS QUE EL EVANGELIO ESTÁ ENCUBIERTO?

Pablo dice que están perdidos: «Pero aun si nuestro evangelio está encubierto, entre los que se pierden está encubierto.» Pero, Pablo, ¿no eres demasiado poco caritativo al decir que los hombres están perdidos? Los predicadores de hoy les dicen que todos ellos por fin llegarán al cielo. Ah, amados, los apóstoles no sabían de esta «caridad» sensiblera moderna. Decían como su Maestro les dijo «Pero el que no cree será condenado.» Nuestro Señor Jesucristo sabía que no había alternativa entre creer y estar perdido. ¿Pero en que sentido están perdidos aquellos para quienes el evangelio está encubierto?

Bien, primero, están perdidos para la iglesia. Puedes aportar para los fondos de la iglesia, puedes asistir a los servicios de la iglesia, hasta puedes ser un ardiente admirador del predicador, y encontrar una cierta medida de interés al escuchar sus sermones; pero si el evangelio está encubierto todavía para ti, si no lo entiendes, y no crees en el Cristo de quien habla, estás perdido para la iglesia de la cual muchos a tu alrededor son miembros; y si permaneces como eres, estarás perdido para la única gran Iglesia de los primogénitos, y nunca formarás parte de la asamblea general de los redimidos alrededor del trono de Dios arriba.

Es una cosa terrible para cualquiera, estar perdido; yo no sé si hay una palabra más horrible en nuestro idioma que esa palabra: «perdido.» ¿Recuerdas, amigo mío, cuando llegaste del trabajo a tu hogar una noche y tu esposa salió a tu encuentro con la triste noticia de que tu pequeña hijita estaba perdida, cómo corriste de una estación de policía a otra, y tu pobre esposa perturbada iba de una calle a otra buscando alguna noticia de tu niña perdida? Fue su desdicha estar perdida en ese sentido, pero tengo la esperanza de que nunca tengas una niña perdida en el sentido de que sea por su culpa, cuando la madre noche tras noche busque en las calles frías algunas huellas de su pobre hija perdida.

Ah pecador tú estás perdido para Dios en ese sentido. Te has alejado de Aquel que te hizo, has despreciado el amor que Él te ha prodigado, has olvidado todo el cuidado que Él ha tenido por ti. Estoy completamente seguro que no eres feliz mientras estás así perdido, ¿cómo podrías ser feliz? No estás tranquilo, estás como un barco a la deriva en medio de una tormenta, y sin un timón que lo guíe ni un ancla que lo detenga, y a menos que el Señor se interponga con misericordia para salvarte, estarás perdido para siempre.

¡Qué misericordia es, pecador, que todavía no estés «perdido» en el sentido pleno de ese término, como pronto lo estarás si no te arrepientes del pecado y te vuelves al Señor! Pero es una cosa terrible estar perdido aún ahora; y si no eres salvo, estás perdido; debes ser o lo uno o lo otro, no puedes ser salvo parcialmente y perdido parcialmente.

Yo les pediría a cada uno de ustedes hoy que hagan lo que le pedí a mi congregación que hiciera el otro día; ustedes o están perdidos o son salvos; así que ustedes deciden cuál palabra se aplica al caso particular de ustedes. ¿Pueden escribirla en una hoja y firmarla? Yo recuerdo que, en esa ocasión previa cuando hice esta petición, hubo un hermano que después de explorar con sinceridad su corazón, sintió que estaba perdido, así que él escribió esa palabra, y firmó su nombre al pie. Cuando lo hubo hecho y vio la palabra «Perdido» escrita con su propia mano, y con su firma, sintió que podría ser traída como evidencia contra él en el último gran día, y se quebrantó su corazón que nunca antes se había quebrantado, y vino como un verdadero penitente a los pies del Salvador. Y antes que esa noche pasara pudo escribir él mismo: «Salvo» de manera tan cierta, como antes había reconocido que estaba perdido.

Yo ruego porque la experiencia de este hermano pueda ser repetida por muchos de ustedes hoy. No duden en analizar atentamente su propio caso; si ustedes son salvos no es difícil que ustedes mismos lo sepan; y si no son salvos, es bueno que lo sepan de inmediato. Si piensan que son salvos cuando no lo son, su ruina será más terrible porque no tuvieron el valor de encontrar la verdad. Si hay alguna duda acerca de este asunto, que se aclare de una vez. Vayan a Jesucristo en este preciso instante, confiesen su pecado a Él y confíen en que su preciosa sangre los lavará completamente. Entonces ya no estarán más perdidos, sino que serán salvos en el Señor con una salvación eterna.

III. Ahora, para terminar, déjenme responder en unas cuantas frases a la tercera pregunta: ¿QUÉ SE DEBE DE TEMER EN LO CONCERNIENTE A AQUELLOS PARA LOS QUE EL EVANGELIO ESTÁ ENCUBIERTO?

Es de temer que, además de su ceguera natural una segunda venda haya sido puesta sobre sus ojos por «el dios de este mundo.» Esta es una expresión muy notable, «el dios de este mundo.» ¿Este mundo, pues, realmente adora al demonio? Hay personas que adoran al demonio en ciertas tierras lejanas, y levantamos nuestras manos con horror, y decimos, «¡Qué gente tan terriblemente mala!» Sin embargo en nuestra tierra también hay muchos adoradores del demonio.

El amante del placer, ¿qué es sino un adorador del demonio? Es al demonio vestido con sus mejores galas a quien adoran algunas personas, pero es el demonio. Algunos adoran al demonio de pezuñas de oro, pero es el mismo demonio de todos modos. Si yo me perdiera, me daría lo mismo que estuviera perdido en una mina de oro o en una de carbón. Si fuera a romperme el cuello contra un bloque de oro, sería igual que me lo fuera a romper contra un bloque de piedra. De manera que, si ustedes están perdidos, encontrarán muy poco consuelo pensando que están perdidos de una manera más respetable que otros.

Cuando «el dios de este mundo» llega a un hombre que por naturaleza ya está ciego, él busca «redoblar su seguridad» vendando sus ojos tan cuidadosamente que la luz del evangelio estará aún más completamente encubierta. Si tal hombre asiste a un lugar de adoración, el demonio lo convence de que no es un pecador, de manera que no se siente aludido por las advertencias y exhortaciones del predicador. Otro dice, «No pretendo preocuparme por estas cosas, mi única meta es triunfar en el mundo.» Sí, simplemente así, «el dios de este mundo» ha cegado sus ojos.

Tan efectivamente ha cegado Satanás al hombre que no puede ver su propia depravación. Oh alma: ¿de qué te sirve ganar todo el mundo, y perderte para siempre? ¿De qué sirve que mueras sobre una cama mullida, para despertarte entre los perdidos que están en el infierno? ¡Que Dios nos dé a todos la gracia de ver a estos dos mundos bajo su propia luz! Si el otro mundo es algo sin importancia, juega con él. Si este mundo lo es todo, que sea todo para ti.

Puesto que tú tienes un espíritu inmortal, piensa bien dónde va a pasar la eternidad ese espíritu tuyo. Puesto que todos pecaron y no alcanzaron la gloria de Dios, entonces tú eres un pecador, y tú necesitas salvación, entonces, te lo ruego, confía en Él, que sólo Él puede salvar al culpable, «porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos,» sino el nombre de Jesús; y Él es capaz de salvar plenamente a todos los que vienen a Dios por medio de Él.

Acabo de decir que les suplico que confíen en Él, y eso hago; sin embargo, este es más un asunto de ustedes que mío. El predicador del evangelio debe tomar en serio su trabajo, pero una vez que él ha entregado fielmente su mensaje, la responsabilidad se transfiere a sus oyentes. Vive Dios, que no llevaré la responsabilidad de ustedes sobre mí; ante nuestro propio Maestro debemos sostenernos o caer; pero, como tu amigo, como uno que devotamente desea que no te pierdas, te suplico que busques en Dios la gracia para deshacerte de las escamas de tus ojos de manera que puedas ver el pecado, y la salvación, y todo lo demás tal como son a Sus ojos, y puedas mirar a Jesús, y encontrar la vida eterna en Él.

Jóvenes, algunos de ustedes tal vez van a la Universidad de Oxford o de Cambridge. Bien, estudien duro, sean estudiantes sobresalientes si pueden; pero junto con todo el conocimiento que puedan adquirir, obtengan un entendimiento claro de las cosas eternas y busquen la sabiduría que viene de arriba. Cuando reciban los títulos que el conocimiento terrenal les proporcionará, ¡también lleven el título más elevado que Dios les dé como hijos del reino, hijos de Dios por la fe en Jesucristo!

Siéntense a los pies de los teólogos y los filósofos si quieren, pero siéntense también a los pies de Jesús, y aprendan de Él, y así tendrán el honor y la gloria que duran para siempre. Busquen el honor que viene de Dios, que sólo se puede encontrar cuando se cree en Jesús y se busca agradarlo en todas las cosas. Mi tiempo se ha terminado, y el tiempo de ustedes para el arrepentimiento y la fe casi se ha terminado. Que las realidades de la eternidad se graben profundamente en todos nosotros, y que estemos preparados, cuando la muerte nos llame a presentarnos ante Dios, a demostrar que el evangelio no estuvo encubierto para nosotros, y no estemos entre «aquellos que están perdidos.» ¡Qué Dios nos salve, por su gracia, por medio de Jesús! Amén.