La esclavitud que existía entre los antiguos israelitas era algo muy diferente a la esclavitud que ha deshonrado a la humanidad en los tiempos modernos. También debe recordarse que Moisés no instituyó ningún tipo de esclavitud. Las leyes relacionadas con la esclavitud fueron hechas con el propósito de reglamentarla, cercarla dentro de límites muy estrechos, con el objetivo final de ponerle un fin. Era como la ley del divorcio-Moisés es el autor de esa ley, pero él sabía que la gente estaba tan metida en la tradición del divorcio que no podía prohibirse. Y por lo tanto, como nos dice Jesús, Moisés, por la dureza de sus corazones les permitió que se divorciaran de sus mujeres. Y así puedo decir que debido a la dureza de sus corazones les permitió también que mantuvieran a personas en servidumbre. Pero hizo leyes muy estrictas que hacían muy leve la esclavitud.
Una de las regulaciones tendientes a reprimir la esclavitud, entre muchas otras, era que si un esclavo huía de su amo, era contrario a la ley que alguien ayudara para regresarlo de nuevo a su amo. Y con una ley como esa pueden ver claramente que nadie tenía que permanecer en la esclavitud, puesto que podía huir si quería. No le correspondía a nadie-no, era pecado que alguien lo obligara a regresar. Ahora, si un hombre se puede ir cuando quiera, su esclavitud es una cosa muy distinta de esa maldición que todavía prevalece en muchas partes del mundo. Pero el caso era así, y a veces, algunas personas que eran insolventes, que no podían pagar, eran obligadas por ley a prestar sus servicios a sus acreedores por un cierto número de años, siempre limitado a seis, como pueden ver en este caso.
El hombre que cometiera un robo recibía una multa equivalente a siete veces la cantidad robada, en vez de cargar al país con el gasto de una prisión. Y si no tenía dinero para pagar era puesto bajo esclavitud hasta que pudiera comprar de nuevo su libertad-una institución muy defendible, pienso yo-que contenía una buena medida de severa justicia. A veces una persona en extrema pobreza podía vender sus servicios durante los seis años prescritos en este versículo, a alguna persona rica que estaba obligada a darle casa, vestido y alimento. Esto es muy parecido al sistema que todavía existe en algunas partes de nuestro país (Inglaterra, siglo 19), donde se contratan los servicios de una persona durante un año, dándole alimentación y algún salario en efectivo.
Bien, la ley establece aquí que si un hombre se vendía a sí mismo, o era vendido a causa de su insolvencia a un amo, al final de seis años podía irse libre. Tenía entera libertad de abandonar la casa de su amo e ir adonde le diera la gana. Pero da la impresión que la esclavitud era de carácter tan leve y, ciertamente, era de tal beneficio para la persona esclavizada, que con frecuencia los hombres rehusaban la libertad. Preferían continuar como estaban, sirviendo a sus amos. Ahora, como no era tan deseable que ésta fuera la norma y si fuera permitido los amos opresores presionarían al esclavo para que rehusara su libertad, la ley fue establecida de tal manera que en esos casos el asunto debía ser tratado ante los jueces.
Y ante ellos el hombre debía decir con toda claridad-debía decirlo de manera clara y precisa, de tal forma que no existiera ninguna duda al respecto, que era realmente su deseo no aceptar su libertad, sino que quería permanecer en la condición que estaba. Y después de haber comunicado su deseo y manifestar que su motivo era su amor hacia su amo-y su amor a sus hijos y a la esposa que había conseguido en su servicio-su oreja era abierta contra la puerta de la casa. La ceremonia tenía por objeto poner ciertos obstáculos en el camino, para darle la oportunidad de pensarlo bien y decir: «No, no me voy a someter a eso,» y así podría irse libre, como correspondía.
Pero si aceptaba someterse a esa dolorosa ceremonia, y si declaraba ante los jueces que era un acto de su voluntad, entonces permanecería como sirviente del amo que eligió, durante el resto de su vida. Vamos a usar esto como un tipo-y vamos a extraer una enseñanza con la bendición de Dios. La primera aplicación es ésta. Los hombres, por naturaleza, son esclavos del pecado. Algunos son esclavos del alcohol, otros de la lujuria, otros de la avaricia, otros de la pereza-pero generalmente hay momentos en las vidas de los hombres en los que tienen la oportunidad de escaparse. Se darán cambios providenciales que los alejarán de sus antiguos compañeros, teniendo así una pequeña esperanza de libertad, o vendrán tiempos de enfermedad que los alejarán de la tentación y les darán la oportunidad de recapacitar.
Sobre todo, habrá ocasiones cuando la conciencia es puesta a trabajar por la predicación fiel de la Palabra y cuando el hombre vuelve en sí y pregunta a su espíritu de esta manera:–«¿Qué será? He sido un esclavo del diablo, pero he aquí una oportunidad de ser libre. ¿Abandonaré este pecado? ¿Oraré a Dios para que me dé Gracia Divina para liberarme y convertirme en un hombre nuevo-o no?» Esa ocasión le puede venir a algún pecador ahora. Te suplico, querido amigo, que no lo veas con ligereza, porque estas ocasiones no siempre se presentan. Y si vienen pero son rechazadas con toda intención, puede ser que nunca más se te presenten. Si tienes la determinación de ser esclavo de tus pasiones, entonces con toda certidumbre tus pasiones te van a esclavizar. Si estás contento de ser un esclavo de la copa, entonces vas a descubrir que la copa te ligará con sus fascinaciones de manera tan firme como un cautivo atado con cadenas de bronce.
Si quieres ser esclavo de la incredulidad y de los placeres de la carne, descubrirás que te van a atar con bandas de acero y te van a sujetar para siempre. Hay momentos en que los hombres pueden irse libres. La puerta de su prisión no está cerrada con llave por el momento. «¡Por poco me persuades a ser cristiano!» clamó Agripa. Félix tiembla y decide escuchar más acerca de este asunto. Muchos otros en la misma condición no han encontrado la libertad-porque ellos han preferido de manera deliberada permanecer como estaban-y el resultado ha sido que el pecado ha horadado sus orejas y a partir de ese día escasamente los ha atormentado su conciencia.
Han pecado con impunidad. La escalera que desciende al infierno se inclina más rápidamente y ellos se precipitan hacia allá con creciente velocidad. ¿Acaso no los he visto con estos ojos que tenían esperanza de cosas mejores? El espíritu maligno salió de ellos y los dejó por un tiempo-y oh, si la Gracia Divina hubiera venido y ocupado la casa, ¡ese espíritu maligno nunca hubiera regresado! Pero le hicieron señas al espíritu maligno para que regresara y vino con otros siete demonios peores que él-y ¡el fin de ellos, que alguna vez fueron personas con esperanza, ha sido peor que el principio! Esclavo del pecado ¿quieres ser liberado? ¡Tus seis años han concluido hoy! ¿Quieres ser liberado? ¡El Espíritu de Dios te va ayudar a romper todas las cadenas! ¡El Redentor romperá tus ataduras! ¿Estás listo para la libertad?
¿Acaso tu corazón elige deliberadamente vivir bajo la esclavitud de Satanás? Si es así, escúchame bien. La lezna de la costumbre puede horadar tu oreja y entonces estarás más allá de toda esperanza de reforma-víctima de ti mismo, esclavo de tus pecados, idolatrando tu propia panza-vil sirviente de tus propias pasiones. «Quien quiera ser libre, él mismo debe romper las cadenas,» dice el dicho popular. Pero yo lo voy a mejorar-quien quiera ser libre debe clamar a Cristo para romper las cadenas. Pero si no quiere que sean rotas y acaricia sus ataduras, entonces ¡sobre su cabeza será su propia sangre! Hombre cristiano, la lección para ti es ésta-puesto que los sirvientes de Satanás aman tanto a su amo, ¿cuánto debes amar tú a tu Amo? Y puesto que ellos se apegan a su servicio, a pesar de que trae tanta miseria a sus casas, enfermedades a sus cuerpos, dolores de cabeza, ojos enrojecidos y pobreza a sus bolsillos, oh, ¿se te puede ocurrir alguna vez dejar a tu Señor bueno y bendito, cuyo yugo es fácil y su carga ligera? Si siguen a Satanás hasta el infierno, tú seguramente puedes decir-
Lo seguiré donde Él vaya.»
Ellos son sirvientes voluntarios de Satanás. ¡Sé tú, con mayor ardor, siervo voluntario de Cristo!
Nuestro texto nos proporciona una segunda enseñanza. En el Salmo 41, en su versículo sexto, van a encontrar la expresión utilizada por el Señor, o por David que en profecía personificaba a nuestro Señor: «tú has abierto mi oído,» o «tú has perforado mi oído.» Con toda probabilidad es Jesucristo quien habla aquí, refiriéndose a Sí mismo como el voluntario Siervo de Dios a favor nuestro para siempre. Meditemos en esa idea por un momento. Hace miles de años, mucho antes que las cosas que se ven hubieran comenzado a existir, Jesús había hecho un pacto con su Padre, que Él se convertiría en el Siervo de siervos por causa nuestra. A través de los tiempos nunca se retractó de ese pacto. Aunque el Salvador sabía que el precio del perdón era Susangre, su compasión no disminuyó en ningún momento, pues Su oreja había sido horadada.
Se había convertido por causa nuestra, en el siervo de Dios de toda la vida. Él amó a Su esposa, la Iglesia. Él amó a Sus queridos hijos, Sus hijos que vio de antemano cuando miró a través de las futuras generaciones, y no quiso su libertad. Nuestra insolvencia nos había convertido en esclavos y Cristo se convirtió en Siervo en lugar nuestro. Cuando vino al pesebre de Belén, era para que su oreja fuera horadada, con toda certeza, pues Pablo cita como una expresión paralela: «pero me preparaste un cuerpo.» Estaba encadenado al servicio de Dios cuando fue encontrado en la forma de hombre, «haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!» Cuando se acercó a las aguas del Bautismo en el Jordán y dijo: «porque así nos conviene cumplir toda justicia,» entonces fue como si Jesús se presentara ante los jueces diciendo con toda claridad que amaba a su Señor, a quien estaba obligado a servir, y también dijo que amaba a su esposa la Iglesia y que amaba a sus pequeños. Por causa de todos ellos sería un Siervo para siempre.
Cuando estuvo frente a frente con Satanás en el desierto, el supremamente maligno le ofreció todos los reinos de este mundo, y ¿por qué no los aceptó? Por que Él prefirió la Cruz a la corona, pues su oreja había sido horadada. Años más tarde el pueblo, en la cúspide de Su popularidad, le ofreció una corona, pero Él se escondió de ese pueblo. ¿Por qué? Por que Él vino a sufrir, no a reinar. Su oreja había sido horadada para la obra de redención y Él tenía como único motivo, llevar a cabo esa redención. En el huerto, cuando el sudor sangriento corría por su rostro y dijo estas palabras: «Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa,» ¿por qué no apartó de Sí esa copa? Si hubiera querido hubiera ordenado a doce legiones de ángeles que vinieran en su rescate. ¿Por qué no convocó a esa guardia celestial?
¿No fue acaso porque se había sometido completamente al servicio de nuestra salvación? Ante Sus jueces podría haberse salvado a Sí mismo. ¿Por qué no lo hizo? Cuando se encontraba frente a Pilatos, una palabra Suya hubiera roto el encanto de la profecía. Pero ¿por qué enmudece como una oveja delante de sus esquiladores? ¿Por qué entregó sus espaldas a los que lo golpeaban, y sus mejillas a los que le arrancaban la barba? ¿Por qué condescendió a morir y a derramar verdaderamente toda la sangre de su corazón, sobre la Cruz? Todo eso fue debido a que había tomado nuestro lugar, y tenía que completar su obra. Su oreja fue horadada y ni podía ni quería abandonar a su muy amada Iglesia:
A través de las profundidades todas del dolor y la miseria
Y aun sobre la Cruz me atreveré
A llevar los tormentos de la muerte.»
No aceptaría ninguna liberación aunque muy bien pudo haberlo hecho. «A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar.»
Ahora, ¡escuchen esto, ustedes creyentes! Si Jesús no quiso liberarse de su bendito compromiso, ¿quisieran alguna vez liberarse ustedes del servicio de Su amor? Puesto que Él continuó siempre adelante hasta que dijo: «¡Consumado es!» ¿no les inspirará Su amor, por el Espíritu Santo de Dios, a seguir siempre adelante hasta que puedan decir: «He acabado la carrera; he guardado la fe»? ¿Puedes ir hacia atrás cuando Jesús va delante de ti? ¿Puedes pensar en la retirada? Cuando ves a tu Señor clavado en el patíbulo del Calvario, derramando su sangre hasta la muerte para después yacer en la fría tumba por culpa tuya, ¿puedes contemplar la deserción y la apostasía con cualquier otro sentimiento que el aborrecimiento? ¿No dirás: «Que mi oreja sea horadada para Su servicio, de la misma manera que su oído fue abierto por mí»?
Que estas observaciones sirvan de introducción para nuestro sermón. Aunque trataré de hacerlo breve, tiene que ver con nosotros de manera directa. Hermanos y hermanas en Cristo, creo que hablo en nombre de todos los que aman a Jesús, cuando digo: hoy deseamos entrar al servicio perpetuo de Cristo. Con el objeto de guiarlos a renovar su dedicación voy a hablar acerca de nuestra elección de servicio perpetuo y nuestras razones para hacer esa elección. Y después los voy a llamar y voy a tratar de horadar sus orejas con unas leznas muy afiladas, que ya tengo listas para ese propósito.
I. En primer lugar, vamos a hablar de nuestra ELECCIÓN DE SERVICIO PERPETUO.
La primera cosa es que tenemos el poder de irnos libres si queremos. Es ta es una noche memorable para mí. Perdonen que hable de mí mismo, pero no puedo evitarlo. Esta noche cumplo exactamente veinticuatro años de haberme revestido del Señor Jesucristo en público en el Bautismo, declarándome como Su siervo. Y ahora, el día de hoy le he servido cuatro veces seis años y creo que Él me dice: «Puedes irte libre si quieres.» De hecho Él le dice lo mismo a cada uno de ustedes: «Puedes irte libre si quieres. No te voy a obligar que me sirvas a la fuerza.»
Hay muchos lugares a los que puedes ir: está el mundo, la carne y el demonio. Puedes tener como señor a cualquiera de los tres que elijas. Jesús no te retendrá en contra de tu voluntad. Hermanos y hermanas, ¿quieren liberarse del yugo de Jesús? Yo sólo puedo hablar por mí mismo y ustedes pueden decir: «amén», por ustedes mismos si así lo desean, pero nada más. ¡»Bendito sea su nombre,» no deseo nunca ser libre de Su amado yugo! Prefiero decir:
Diariamente debo recordarlo!
Que esa Gracia, Señor, como cadena,
Ate mi deseoso corazón a Ti.»
Hablaré de Él según pueda: ¡deseo servirle no otros veinticuatro años, sino veinticuatro millones de años! Sí, y por toda la eternidad, pues Su yugo es fácil, y ligera su carga.» Se dice en la Epístola a los Hebreos: «Pues si de veras se acordaran de la tierra de donde salieron, tendrían oportunidad de regresar.» De la misma manera nosotros. ¿Pero regresaríamos a la tierra de la destrucción? ¿Volveríamos atrás, hacia la Perdición? ¿Renunciaríamos a nuestro Señor? ¡No, por la gracia de Dios, eso no puede ser! Vamos en dirección a la tierra de Canaán y a Canaán iremos. Poseemos corazones errantes, pero la Gracia Divina aún los sostiene con firmeza y nuestra oración es:
Yo pertenezco a mi Señor, y Él me pertenece a mí!
Él me atrajo y yo Le seguí,
Embelesado de obedecer la voz Divina.»
Y agregaremos las palabras:
Esa voz renovada diariamente escucharán
Hasta que nos inclinemos en la última hora de la vida,
Y bendigamos en la muerte una cadena tan querida.»
Queremos decirlo pública y claramente, y estamos preparados para asumir las consecuencias. ¿Pero en realidad lo estamos? ¡Ésa es la pregunta! Si en verdad queremos ser los esclavos de Cristo para siempre, debemos esperar encontrarnos con problemas tales que el mundo no conoce. La horadación de nuestra oreja representa un dolor muy especial, pero tenemos ambas orejas listas para la lezna. El servicio del Señor involucra pruebas especiales, pues Él mismo nos lo ha dicho: «toda rama que está llevando fruto, la limpia para que lleve más fruto.»
¿Queremos aceptar esa limpieza? ¿Qué hijo hay a quien el padre no disciplina? ¿Queremos aceptar esa disciplina? Sí, queremos decir con toda determinación: «Cualquier cosa que sea la soportaremos, siempre y cuando el Señor nos guarde y nos ayude a permanecer fieles.» ¡No nos atrevemos a abandonar Su servicio! No queremos, no podemos y nada nos puede impulsar a fugarnos de Su casa o de Su trabajo, ya que, gozándonos en la Gracia que da la perseverancia, nos aventuramos a decir: «¿Quién me apartará del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor?» ¡Soportaremos la horadación de la oreja! Tal vez nos llegará en la forma de más reproches de los hombres. Algunos de nosotros hemos tenido una buena medida de eso y hemos sido tolerablemente ultrajados hasta este momento pero nada de esto nos afecta.
¿Habrán más burlas crueles en nuestro caminar de aquí al cielo? ¡Sin duda que las habrán! ¡Vengan pues, que son bienvenidas! Mi declaración personal solemne en esta hora es:
vergüenza y reproche a mi rostro,
Daré alabanza al reproche y bienvenida a la vergüenza
Pues tengo Tu recuerdo.»
Amados míos, ¿acaso no dicen ustedes lo mismo? ¿No servirán ustedes a Cristo sin condiciones, sin importar los riesgos? ¿No lo seguirán a través del lodo y del pantano, y subiendo por el lado más desolado de la montaña y a lo largo de la zona del campo de batalla donde el combate ruge con mayor fiereza. Sí, eso haremos, si la Gracia Divina nos es dada, si el Espíritu Santo mora en nosotros. ¿No desean seguir al Cordero dondequiera que vaya? ¿Huyen del sacrificio supremo? ¿No desean permanecer fieles aunque todos abandonen a la Verdad? Sí, deseamos ser esclavos perpetuos de Cristo y sobrellevar lo que venga. Sé que hablo a nombre de todos los que aman a Cristo cuando digo que no queremos servir a Cristo un poquito. Queremos servirle mucho. ¡Y entre más nos dé trabajo, más Le amaremos!
¡Sí, y entre más nos haga soportar por Su amada causa, más nos regocijaremos, siempre que nos dé la Gracia correspondiente! Esa es una vida grandiosa que es altamente útil, o de gran sufrimiento o de mucho trabajo para Jesucristo el Salvador. ¿No sienten en lo más íntimo de sus almas que en vez de desear ser libres más bien quieren hundirse más profundamente en esta bendita esclavitud? ¿Llevar en sus cuerpos las señales del Señor Jesús y ser marcados como esclavos para siempre? ¿No es ésta la perfecta libertad que desean? Así, pues, concluimos el primer punto: nuestra elección de perpetuo servicio.
II. Ahora en segundo lugar tenemos, LAS RAZONES PARA ESO.
Un hombre debe tener una razón para una decisión de tanto peso como ésta. Hemos servido a nuestro Señor, ahora, durante veinticuatro años y no queremos cambiar, sino más bien queremos vivir con Él y morir con Él y vivir por toda la eternidad con Él. Hablamos con valentía sobre un negocio que tiene mucho peso. ¿Qué razones podemos dar para este lenguaje tan decidido? Pues bien, primero que todo, podemos dar algunas razones relacionadas con Él. El esclavo de nuestro texto que no quiso aceptar su libertad, dijo: «Yo amo a mi señor.» ¿Podemos decir lo mismo nosotros? No puedo sentirme contento simplemente con decirlo. ¡Es verdad, verdad, verdad!
Pero si empezara a hablar de cómo Lo amo, o de cómo debería amarlo, me quebrantaría por completo esta noche. Aún ahora me entrecorta la emoción. Puedo sentir amor en mi corazón, pero mi corazón está demasiado lleno para expresarse. ¡Oh, qué bendito Señor es Él! ¿Cómo no amarlo? ¡Toda mi naturaleza está llena de afecto hacia Él! ¿Quién no puede sino amarle? Mirando a sus heridas, debes amarle si has sido redimido. ¡Mira Su corazón traspasado, desde donde fluyeron el agua y la sangre para la doble cura de tu pecado! ¿Cómo podrías no amarlo? ¡Me refiero a Él que murió por ti y te compró, no con plata ni oro, sino con sus tormentos y sus sufrimientos y su sudor sangriento y su muerte! ¿Podrías abandonarlo?
Oh Salvador, que no seamos tales demonios como para dejarte, pues seríamos peores que demonios si pudiéramos apostatar de tan dulce Señor como eres Tú. Amamos a nuestro Señor, pues Él nos ha comprado y nos ha salvado de los padecimientos del infierno. ¡Y lo amamos porque nunca hubo un Señor comparable, tan bueno, tan tierno, Rey sin igual, tan inconcebiblemente amable, tan completamente glorioso! Nuestro Señor es la Perfección misma, y todo el universo no puede producir a alguien igual que Él. Ahora ya no podemos alabar a las estrellas porque hemos visto el sol. No podríamos ocuparnos de las cosas pequeñas de la tierra, pues el Señor del Cielo nos ha mirado y una mirada de sus ojos nos ha convertido en sus enamorados por los siglos de los siglos. ¿Quieren dejar el servicio de Jesús? ¡De ninguna manera! Un tal deseo no atraviesa nuestras almas.
Amados míos, estoy seguro que no tienen ningún deseo de cambiar de Señores. ¿Acaso no están plenamente complacidos con el trato que Él les da? Cuando un siervo viene de algún pueblo para tomar una ocupación en la ciudad, cuando regresa a su pueblo, sus viejos amigos lo rodean y le dicen: «Bien, Juan, ¿cómo encontraste tu trabajo? ¿Te trataba bien tu jefe? ¿El trabajo era muy duro? ¿Estaba bien alimentado y bien vestido?» Ahora, pueblo cristiano, yo no voy a hablar en nombre de ustedes, sino que ustedes hablarán por ustedes mismos a sus amigos y a sus parientes; respondan ustedes mismos las diversas preguntas. Si encuentran algún problema con Jesús, coméntenles. Díganles si alguna vez Él los ha tratado mal, y si lo ha hecho, repórtenlo a todo el mundo. No permitan que ninguno sea llevado a un mal servicio si ustedes han encontrado que es malo.
En cuanto a mí, nunca se encontró un peor esclavo, pero ¡nunca un esclavo tuvo un mejor Señor del que yo tengo! Él ha aguantado mis malas costumbres y me ha tratado como alguien de Su propia familia. He sido algunas veces como un peso muerto para Su casa pero Él nunca ha usado una palabra dura conmigo: «Mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida.» Esta noche debo hablar de Su misericordia para conmigo, aunque piensen que soy egoísta. Hace veinticuatro años yo era un joven inexperto y me metí al río en una fría mañana de Mayo para ser bautizado en el nombre de Jesús. Yo era entonces un joven tan tímido y temeroso como pueden ser los jóvenes.
¡Pero cuando salí del agua ¡el temor del hombre se había alejado de mi mente! Por primera vez esa noche oré durante la reunión de oración de la iglesia y esta lengua no ha cesado nunca de hablar de Su querido amor:
Que de sus abiertas heridas mana,
El amor redentor es mi único tema,
Y lo será hasta que me muera.»
Ahora ¡vean lo que el Señor ha hecho por mí! Si alguien me hubiera dicho entonces: «Dentro de veinticuatro años vas a predicar a una gran multitud y tendrás tantos hijos espirituales que no se pueden contar,» ¡no lo hubiera podido creer nunca! ¡Hubiera parecido imposible que una cosa así pudiera suceder! Sin embargo es así. Su diestra ha hecho cosas maravillosas por mí y mi reverente corazón Lo ensalza. ¡Gloria sea dada a Su nombre eternamente y para siempre! ¿Dejar a mi Señor? ¡Concédeme Señor que ese pensamiento vil y despreciable ni siquiera roce mi pecho! No, amado Señor, ¡yo soy Tuyo para siempre! Déjame besar tus pies y quedarme atado a Ti con nuevas ataduras de amor. Entonces, hermanos y hermanas, ¿los ha tratado el Señor muy amablemente? ¡Vengan, hablen por ustedes mismos! Ustedes pueden ponerse de pie y contar historias tan notables como la mía, y pueden terminarlas diciendo cada uno: «Amo a mi Señor. No puedo hacer otra cosa que amarlo.»
El esclavo de nuestro texto, que no quiso su libertad, declaró con toda claridad que amaba a su esposa. Por tanto hay razones relacionadas no sólo con su señor, sino también con los que están en su casa, que detienen al siervo de Jesús en feliz esclavitud. Amados míos, algunos de nosotros no podemos dejar a Jesús, no sólo por lo que Él es, sino también por algunos que están a Su servicio que son muy queridos para nosotros. ¿Cómo puedo dejar al Dios de mi madre? ¿Cómo puedo dejar al Dios de mi padre, de mi abuelo, de mi tatarabuelo? Hermanos y hermanas míos, ¿cómo puedo dejar a suDios, ser separado de todos ustedes, a quienes he amado tanto por tanto tiempo?
Esposo, tierno y amoroso, podrías dejar al Dios de tu esposa? Esposa, podrías abandonar al Dios de tus queridos hijitos que ya están en el cielo? Ellos descansan allá en el pecho de Jesús y tú esperas verlos pronto. ¿Acaso no amas a Jesús por causa de los que una vez anidaron en tu pecho? Sí, y no es solamente la relación terrenal la que nos ata así, ¡sino que amamos a todo el pueblo de Dios a causa de nuestra relación con Cristo! En verdad podemos decir de Su iglesia: «Aquí viven mis mejores amigos, mis parientes.» Algunas de las relaciones más queridas que hemos establecido han comenzado al pie de la Cruz. Nuestros mejores amigos son aquellos con quienes vamos en compañía a la Casa de Dios. En conclusión, ¡la mayoría de los amigos que algunos de nosotros tenemos aquí en la tierra los hemos ganado a través de ser uno en Jesucristo! Y queremos mantenernos firmes por la grandiosa vieja causa y el viejo Evangelio, no sólo por Cristo sino también por su pueblo:
La paz sea contigo, diré
Y por causa de Dios nuestro Señor
Siempre buscaré el bien de ustedes.»
«Porque amo a mi mujer y a mis hijos,» dice el hombre, «no puedo salir libre.» Y nosotros decimos lo mismo. Además, déjenme añadir, algunos de nosotros debemos mantenernos con Cristo porque tenemos hijos en Su familia que no podemos abandonar: hijos muy queridos que aprendieron por primera vez acerca de Cristo por nosotros. Muchas personas de esta congregación fueron llevados al Señor por nuestra enseñanza y por nuestras oraciones. No podríamos huir de ellos. ¡Las oraciones llenas de amor nos atan! En ellos, el Señor nos sostiene firmes con nuevas ataduras. Difícilmente verás que una mujer abandona a su marido, como regla, cuando hay siete u ocho niñitos en el hogar. No, y ningún hombre que haya sido fructífero espiritualmente puede dejar a Cristo. Los sellos de su ministerio ponen un nuevo sello al contrato que lo liga a su Señor. El pastor con éxito se mantendrá fiel. Debe mantenerse firme por la iglesia, y por la Cabeza de la iglesia, cuando hay hijos que le han sido engendrados por el poder del Espíritu Santo por medio de la fe en el Evangelio de Jesucristo.
También hay razones que surgen de nosotros mismos, por las que no podemos abandonar a nuestro Señor. Y la primera es esa razón que Pedro sintió de manera tan poderosa. Su Señor le preguntó: «¿Queréis acaso iros vosotros también? Pedro le respondió con otra pregunta. Dijo: «Señor, ¿a quién iremos?» Ah, cristiano, no hay otro camino para ti para ir directo al cielo, porque ¿adónde irías? ¿Adónde más podrías ir? Algunos de nosotros estamos tan plenamente identificados con Jesús y con Su Evangelio que el mundo no querría saber nada de nosotros si buscáramos su amistad. Estamos demasiado comprometidos con nuestro Señor para pensar en recibir amor y amistad de Sus enemigos. Le hemos dado al mundo demasiadas cachetadas en el rostro para que nos perdone. Hemos cruzado el Rubicón y no queda nada para nosotros sino la victoria o la muerte.
¿Dónde se podría esconder el pobre desdichado que haya llegado a ser un conocido ministro del Evangelio, si apostata? ¿Dónde podría vivir? Aunque huya a los confines del mundo, alguien recordaría su nombre y diría: «¿Cuándo apostataste?» En las más remotas regiones del globo alguien le diría en son de bula: «¿Has caído, te has salido?» ¿Adónde podremos ir, entonces? ¡Debemos apegarnos a Cristo! Es absolutamente necesario. Además, ¿por qué habríamos de irnos? Vamos, hermanos, ¿pueden hallar alguna razón para que abandonemos a Jesucristo? ¿Pueden imaginar una? Puesto que mi facultad imaginativa no es lo suficientemente fuerte, no voy a intentarlo.
Puedo ver un millón de razones para apegarnos a Él, pero ni una sola razón para dejarlo. Y ¿cuándo debe abandonarlo alguien que Le ama? ¿Abandonarlo mientras somos jóvenes? ¡Es entonces cuando Lo necesitamos para que guíe nuestra juventud! ¿Abandonarlo en nuestra edad adulta? ¡Es entonces que Lo necesitamos para que nos ayude a llevar nuestra cruz, para que no nos hundamos bajo el peso de nuestra carga diaria! ¿Abandonarlo en nuestra vejez? ¡Ah, no! ¡Es entonces que lo necesitamos para que nos dé ánimo en nuestras declinantes horas! ¿Dejarlo en la vida? ¿Cómo podríamos vivir sin Él? ¿Dejarlo en la muerte? ¿Cómo podríamos morir sin Él? No, debemos asirnos a Él. Debemos seguirlo doquiera que vaya. Estas son algunas de las razones por las que queremos ser Sus esclavos para siempre.
III. En último lugar, quiero horadar sus orejas.
¿Quieren ser esclavos de por vida? Cristianos, ¿de veras quieren eso? Vengan, siéntense y consideren el costo; si verdaderamente lo quieren, ¡entonces vengan que son bienvenidos! Allí está el estandarte. La Cruz bañada de roja sangre ondea en la cima. ¿Se alistarán de por vida ahora, conscientes de lo que hacen? El que quiera desertar puede irse a casa. Cristo no quiere hombres que vengan obligados. ¡Ustedes voluntarios! ¡Vengan acá! ¡Los queremos a ustedes y a nadie más que ustedes! El Señor no quiere que ningún esclavo deshonre Su campamento. ¡Cobardes, pueden irse! ¡Hombres indecisos, pueden irse a sus tiendas! Pero ustedes, creyentes verdaderos ¿qué dicen? ¿Se unirán a Él y a Su causa? Den un paso al frente y digan: «¡Nunca nos podríamos separar de Jesús! Nos entregamos a Él en la vida, en la muerte, en el tiempo y en la eternidad. Somos enteramente de Él y para siempre.»
Vengan pues, para que sus orejas sean horadadas. Y que primero sean horadadas con la lezna de los sufrimientos del Salvador. Ninguna historia estruja tanto el corazón de un cristiano con tanta angustia como las penas y los dolores de Cristo. Hace poco predicamos acerca de la corona de espinas y era nuestro objetivo poner ante ustedes todos los diferentes ingredientes de las penas del Salvador. Ahora, cada vez que oigan algo de Él, deben decirse a ustedes mismos: «Ah, Él está horadando mi oreja. Me está sujetando a Su Cruz. Me está marcando para Él, no puedo abandonar a mi Señor sangrante. Sus heridas me atraen. Vuelo hacia Él con renovados bríos. Cuando el mundo me quiere llevar lejos de Jesús, encuentro una fuerza central que me trae de nuevo a Su querido corazón. Debo ser de Cristo. Su sufrimiento me ha ganado. El Cordero sangrante me ha cautivado. ¡Yo soy de Él, por Su Gracia, y para siempre de Él!
Esa es una manera de horadar la oreja. A continuación, que tu oreja sea horadada por la Verdad de Dios para que tengas la determinación de oír sólo el Evangelio. El Evangelio debería de monopolizar el oído del creyente. Algunos de los que profesan la fe pueden oír cualquier cosa del mundo, si está dicha de manera bonita y siempre y cuando quien habla es un hombre «listo» (pienso que esa es la palabra). Cuando oyen a un predicador de quien pueden decir: «¡Es un hombre muy listo, muy listo!» aparentan estar perfectamente satisfechos, sin importar si la doctrina del hombre es buena o mala. ¿No es esto una tontería? ¿Qué importa que un hombre sea listo? ¡Satanás es listo! ¡Y cada gran ladrón es muy listo! No hay nada en la inteligencia que pueda ganar la aprobación de una mente espiritual.
¡Le pido a Dios que dé a cada uno de ustedes un oído que no oiga falsa doctrina! Creo que no podemos culpar a un hombre que se levanta y se sale de un lugar de adoración cuando oye que se niega la Verdad de Dios. ¡Creo que por el contrario, debemos alabarlo! Creo que en estos días abunda ese tipo de hombre de estilo suave, que nos recuerda a ciertos paisajes de dulzones tonos. Si hombre habla de manera fuerte y bonita, tendrá muchos oyentes que creerán todo lo que él diga. ¡Queridos hermanos y hermanas, tenemos que tener discernimiento o nos encontraremos ayudando y fortaleciendo al error! «Mis ovejas,» dice Cristo, «oyen Mi voz, pero al extraño jamás seguirán, porque no conocen la voz de los extraños.»
Ahora, si quieren ser de Cristo para siempre, ¡no deben permitir que su oído escuche mala doctrina! Deben cuidar mucho para que, conociendo la Verdad de Dios, se afirmen en ella y renuncien a cualquier camino falso. No permitan que su oreja se convierta en una alcantarilla común donde desemboca y entra cualquier doctrina falsa, en la esperanza que Jesucristo después pueda limpiarla. «Considerad lo que oís» es uno de los preceptos de la sabiduría infinita. Que no deje de grabarse en sus almas. Más aún, si verdaderamente se entregan a Cristo, tienen que tener su oreja horadada y obedecer los susurros del Espíritu Santo para someterse a su enseñanza y únicamente a su enseñanza. Me temo que algunos cristianos prestan oídos siempre que se trate de un predicador eminente y lo siguen por cualquier camino que él vaya, para su propia calamidad.
Lo correcto es rendirse al Espíritu de Dios. Por donde vaya la Escritura, ¡allí hay que ir! Y aun si nosotros mismos o un ángel del cielo anunciara un evangelio diferente del que está contenido en este Libro sagrado, aunque espero que no seamos maldecidos si lo hacemos por ignorancia, sin embargo, serán maldecidos si, sabiendo que está equivocado, ¡nos siguen en vez de seguir al Señor! ¡Que su oído esté abierto a las más leves advertencias del Espíritu Santo! Si todos los cristianos quisieran hacer lo que el Espíritu Santo les dice, todas las sectas y divisiones dentro de la iglesia llegarían a su fin. Desafortunadamente hay muchas personas que no quieren saber demasiado de la mente de Dios. Lo que la Biblia dice no les preocupa mucho porque, quizá, no diga las mismas cosas que el Libro de Oraciones y preferirían que sus mentes no fuesen inquietadas.
Tal vez la Biblia no confirma todas las doctrinas que su secta les enseña y, por tanto, no la leen, porque prefieren no quedarse perplejos. ¡Oh, hermanos y hermanas, que los nombres, partidos, Libros de Oraciones, catecismos y todo lo demás se vaya a la basura antes que una palabra de Jesús sea menospreciada! Rindámonos al Espíritu Santo y a la enseñanza de Su propia Palabra, ya que como esclavos de Cristo nuestra oreja ha sido horadada. Así, sus orejas han sido horadadas con tres leznas y ninguna de ellas les ha causado dolor. A muchas jovencitas les han sido abiertas sus orejas y no sé si les ha dolido o no. No creo que la operación descrita en el texto haya sido muy dolorosa para el esclavo, aunque perdían un poco de sangre, tal vez, cuando la lezna atravesaba el lóbulo de la oreja.
Les diré lo que algunos harían con sus orejas si fueran horadadas. Yo no lo haría con las mías, pero un oriental seguramente sí lo haría. ¿Qué haría? Pues ponerse un arete allí y colgarlo con algunos adornos. Cuando a un cristiano les han sido horadadas sus orejas para pertenecer a Cristo eternamente y para siempre, ¡ciertamente Dios pondrá una joya allí! Y ¿qué joyas deben colgar de la oreja de un cristiano? Pues la joya de laobediencia. ¡Practica la doctrina que tu oído ha escuchado! Después sigue el diamante del gozo. La oreja que pertenece completamente a Jesús seguramente estará adornada con la joya del Espíritu, ¡que es el gozo! Si rendimos nuestro corazón a Cristo, Él colgará de nuestra oreja muchas gemas valiosas de conocimiento. Sabremos las cosas profundas de Dios cuando tengamos la voluntad de aprenderlas.
Con la oreja horadada, nos sentaremos como niños a los pies de Jesús y aprenderemos de Él, ¡y nos pertenecerán rubíes y esmeraldas y perlas tales que son desconocidas para los mejores pescadores! Y nuestra oreja será adornada con una gema sin precio: «El se deleitará en el temor de Jehovah.» «Me despierta cada mañana; cada mañana despierta mi oído para que yo escuche, como los que son adiestrados.» También estará allí la preciosa gema de separación del mundo. La marca distintiva : «Consagrado a Jehovah» estará en la oreja del cristiano como una preciosa joya de inestimable precio. Cuando recientemente estaban a la venta las joyas del Duque de Brunswick, descubrieron que muchas de ellas no eran realmente lo que se pensaba. Él las había guardado con sumo cuidado y escasamente había tenido una hora de gozo por la gran ansiedad que le producían, ¡a pesar de que no valían nada! Si quieren rendirse a Cristo y si su oreja está horadada, estas preciosas Gracias que he mencionado serán perlas de sumo valor, de magnitud tal que los mismos ángeles envidiarían al verlos con ellas. Jovencita aquí presente, ponte estas joyas en tus orejas y nadie te culpará por usar esos benditos ornamentos. Joven, tú también, tú puedes usar aretes en tus orejas si estos son los aretes y estas son las gemas y nadie pensará que eres vanidoso o singular. ¡Que el Señor se las otorgue! Cuando se aproximen a la Mesa de la Comunión, vengan con este sentimiento: «Voy a renovar mi pacto. He sido cristiano todos estos años. Por Su Gracia amo a mi Señor más que nunca y por tanto, quiero entregarme a Él nuevamente.»
Y ahora ustedes, personas inconversas, ¿piensan que he hablado con la verdad? Si mi Señor se hubiera portado mal conmigo ¡me habría fugado hace mucho tiempo! No estaría aquí diciéndoles que es un buen Señor si así no lo fuera. Pero, puesto que Él es bueno, quisiera que ustedes dijeran: «Quisiera entrar a su servicio.» ¿De veras desean eso? Entonces querido corazón, recuerda Sus propias palabras: «Y al que a mí viene, jamás lo echaré fuera.» ¡Si ustedes quieren pertenecerle a Él, Él quiere recibirlos! Él es un Príncipe tan grande que puede mantener una compañía ilimitada de esclavos sin avergonzarse. ¡Nunca hubo un alma que necesitara a Cristo que a su vez Cristo no la necesitara! Puedes estar seguro de esto, si vas a Él, Él te incorporará al servicio de Su casa y te asignará una honorable porción cada día.
Pecador que buscas, ¡cree en Jesucristo y vive! ¡Que Dios les dé Gracia en el nombre de Cristo! Amén.