«Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.» – Hebreos 2:16
Al Dios todopoderoso, que habitaba solo, le agradó manifestarse por medio de obras creadas que mostraran Su sabiduría y Su poder. Cuando comenzó el trabajo grandioso de la creación, determinó en Su mente que diseñaría una variedad de obras y que todas sus criaturas no serían de una sola forma, naturaleza, grandeza o dignidad; así Él hizo a unas, granos de polvo y a otras, montañas de estupenda magnitud; Él creó a unas, gotas y a otras, océanos; a algunas, grandes colinas y a otras valles. Aun en sus obras inanimadas el mantuvo una grandiosa variedad. Él no le dio a todas las estrellas la misma gloria, ni tampoco a todos los mundos la misma magnitud.
Él no dio la misma textura a todas las rocas, ni tampoco dio a todos los mares la misma forma o la misma extensión. A Él le agradó la obra de sus manos, que era de una infinita variedad. Cuando comenzó a crear criaturas vivientes, allí, también, estableció distinciones que debemos notar. Del gusano hasta el águila, del águila al hombre, del hombre al ángel. Tales son los pasos para crear el bien en el diseño de las cosas que son animadas. Él no hizo a todas las criaturas águilas, ni tampoco hizo a todos los seres gusanos, pero teniendo el derecho de hacer lo que quisiera con lo suyo, Él ha usado ese derecho en hacer que una de esas criaturas sea el león majestuoso, rey de la selva, y otra, la inofensiva oveja, que será devorada, sin poder resistir a su enemigo, o defenderse a sí misma. Él ha hecho a sus criaturas tal como le pareció correcto. Él ha dado a algunas velocidad en sus pies, y a otras, velocidad en sus alas. A una ha dado potencia de vista, y a otra ha dado la fuerza del músculo. Él no ha seguido ninguna regla fija en Su creación. Sino que ha hecho exactamente lo que quiso en el arreglo de las formas de los seres que Él ha animado. Así también tenemos que observar una gran diferencia en los seres racionales que Él ha creado. Él no ha hecho a todos los hombres iguales. Se diferencian grandemente; desde el hombre con el intelecto más pequeño hasta el hombre con una mente majestuosa, no es poca la distancia.
Y luego está el orden más elevado de criaturas racionales, cuya distancia en relación a los hombres no regenerados, es muy superior de lo que cualquier hombre puede ser en relación a sus semejantes. Nos referimos al orden de los ángeles. Y al hacer a los ángeles y a los hombres, Dios, otra vez ha ejercido su propio derecho de hacer lo que quiera. Hacer exactamente lo que quiera con lo suyo. Por tanto, no todos los ángeles son iguales en dignidad, y no todos los hombres tienen el mismo intelecto. Él los ha hecho diferentes.
Pero ahora queremos llamar su atención a dos ejemplos del actuar de Dios según su voluntad al hacer las obras de sus manos: el caso de los ángeles y el caso de los hombres. Los ángeles existieron primero. Dios los creó, y quiso darles un libre albedrío para hacer lo que ellos quisieran. Se les permitió elegir el bien o preferir el mal. Pero de la misma manera que lo hizo con el hombre, Él también les dio este mandato: que si ellos preferían el bien entonces su estancia en el cielo sería permanente y firme. Pero si pecaban serían castigados por su culpa, y arrojados de la presencia de su gloria y echados en las llamas de fuego.
En una hora maligna, Satanás, uno de los ángeles principales, se rebeló. Tentó a otros, y llevó por mal camino a una parte de las estrellas del cielo. Dios, en su divina venganza, castigó a esos ángeles rebeldes, los echó de sus asientos celestiales, los sacó de sus habitaciones de felicidad y gloria, y los lanzó abajo para que habitaran para siempre en el abismo del Infierno. Al resto de los ángeles Él los confirmó, llamándolos los ángeles elegidos. Él hizo que sus tronos los pudieran conservar eternamente, y les dio en herencia esas coronas que, sustentadas por Su gracia, ellos habían conservado debido a la rectitud de su santa conducta.
Después de esto quiso Dios hacer otra raza de seres, llamados hombres. Él no los hizo a todos de inmediato. Hizo a dos de ellos, Adán y Eva, y Él les dio la responsabilidad de guardar la seguridad de toda su descendencia a través de todas las generaciones. Él dijo a Adán lo mismo que les había dicho a los ángeles: «Te doy el libre albedrío, puedes obedecer o desobedecer, según tu decidas. Ahí está mi ley: tú no debes tocar ese árbol. El mandamiento no es para nada molesto. Guardar ese mandamiento no será difícil para ti, pues te he dado el libre albedrío para escoger el bien.»
Sin embargo, para la ruina del hombre sucedió que Adán rompió el Pacto de Obras; tocó el fruto prohibido, y en ese día cayó. Ah, ¡qué caída fue esa! En ese momento tú y yo y todos nosotros, caímos. Cuando el maldito pecado triunfó sobre nosotros, no hubo ni un hombre que permaneciera sin pecado. Algunos ángeles quedaron, pero ningún hombre, pues la caída de Adán fue la caída de toda nuestra raza. Después de que una porción de los ángeles había caído, Dios quiso ejecutar su condena, y hacerlo de manera rápida y definitiva. Pero cuando el hombre cayó, Dios no quiso eso.
Él había amenazado con castigarlo, pero en su infinita misericordia, seleccionó a la mayor parte de la raza humana a quien hizo objeto de su especial afecto. Para estos, Él proporcionó un precioso remedio. Para estos, El pactó la salvación, y la aseguró por la sangre de Su eterno Hijo. Estas son las personas que llamamos los elegidos. Y esos que Él ha dejado perecer, perecen por causa de sus propios pecados, muy justamente, para la alabanza de su gloriosa justicia.
Ahora, aquí ven la soberanía divina, que Dios eligió poner tanto a los hombres como a los ángeles sobre el fundamento del libre albedrío. Soberanía, en que escogió castigar a todos los ángeles caídos con una destrucción total. Soberanía, en que Él escogió suspender la ejecución de la sentencia para la raza humana, y otorgar un perdón eterno a un cierto número, que ningún hombre puede contar, seleccionados de la humanidad, que con toda certeza serán encontrados arriba a su diestra. Mi texto menciona esta gran verdad, puesto que cuando se traduce correctamente dice así: «Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.» Como este texto tiene dos traducciones, les daré los dos significados tan brevemente como pueda.
I-En primer lugar, la traducción de la versión autorizada dice:
«El no tomó para si la naturaleza de los ángeles.» Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, cuándo vino del cielo para morir, no tomó la naturaleza de los ángeles. Hubiera sido una humillación, más grande que si un serafín se hubiera convertido en una hormiga, que el Todopoderoso Hijo de Dios se hubiera vestido aun con las ropas del arcángel Gabriel. Pero su condescendencia le dictaba a Él, que si se iba a humillar, Él llegaría hasta lo más bajo. Que si se iba a convertir en una criatura, Él no se convertiría en la criatura más noble, sino en una de las más innobles de los seres racionales, es decir, un hombre.
Por lo tanto, Él no se inclinó al estado intermedio de los ángeles, sino que se rebajó a lo más bajo y se hizo un hombre. «Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham.» Notemos la sabiduría y el amor de esto, y creo que habrá algo en nosotros que nos llevará a glorificar a Dios por haber hecho esto.
En primer lugar, si Cristo hubiera asumido la naturaleza de los ángeles, Él nunca hubiera podido hacer una expiación por el hombre.
Haciendo a un lado el pensamiento de que si Él vino para salvar al hombre no hubiera sido adecuado que hubiera venido en el ropaje de los ángeles, es necesario admitir, que si hubiera hecho eso, Él no hubiera podido ver la muerte. ¿Cómo pueden morir los ángeles? Podemos suponer que su espíritu podría extinguirse, si Dios así lo quisiera. Podemos suponer la total aniquilación de todo eso a lo que sólo Dios otorga la inmortalidad. Pero como los ángeles no tienen cuerpos, no podemos suponer que puedan morir, pues la muerte es la separación del cuerpo y del alma. Por lo tanto le correspondió a Cristo tomar para Sí la forma de hombre, para que pudiera ser obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Si los ángeles hubieran estado por ahí, hubieran dicho, «¡Oh! Poderoso Señor, toma nuestras radiantes túnicas. ¡Oh! No tomes el pobre traje diario de la humanidad. Toma nuestras túnicas radiantes, todas adornadas con perlas». Y Gabriel hubiera dicho, «Ven, toma mis alas, poderoso Hacedor, y será para mi un gran honor deshacerme de ellas por Ti. He aquí toma esta corona y este manto celeste, para vestirte. Tú Hijo de Dios, ponte mis sandalias de plata en tus pies. No te conviertas en hombre, sino en ángel, si deseas humillarte.» «Pero, no,» Él hubiera dicho: «Gabriel, si me vistiera con tu vestido, no podría pelear con la muerte, no podría dormir en la tumba, no podría sufrir los dolores ni la agonía de la muerte. Por tanto, debo y quiero convertirme en un hombre.» «Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham.»
2. Si nuestro salvador se hubiese hecho ángel, debemos notar, en seguida, que Él nunca hubiera sido un ejemplo adecuado para nosotros. Yo no puedo imitar un ejemplo angélico en su totalidad. Puede ser muy bueno hasta donde lo pueda imitar, pero no puede ser mi norma en todos los puntos. Si me vas a dar algo para imitar, dame un hombre como yo. Entonces puedo intentar seguirlo. Un ángel no hubiera podido dejarnos el mismo ejemplo santo y piadoso que nuestro Salvador nos dejó. Si hubiera descendido de lo alto vestido con la túnica de uno de esos espíritus brillantes, hubiera podido ser un buen ejemplo para esos querubines brillantes que rodean su trono. Pero nosotros, pobres hombres mortales, condenados a arrastrar las cadenas de la mortalidad a lo largo de esta existencia terrenal, nos hubiéramos hecho a un lado y hubiéramos dicho «¡Ah! Eso es demasiado elevado para nosotros, no podemos alcanzarlo.»
Y por lo tanto nos hubiéramos quedado cortos. Si he de esculpir en mármol, denme una estatua de mármol para que pueda copiarla, y si este barro mortal debe ser esculpido para que se convierta en un modelo de perfección, como va a serlo por el Espíritu de Dios, entonces denme un hombre como mi ejemplo, pues hombre soy, y como hombre debo ser perfeccionado. No solamente Cristo no hubiera podido ser un Redentor, sino que tampoco hubiera podido ser nuestro Ejemplo, si hubiera tomado para Sí la naturaleza de los ángeles.
3. Dulcemente, también recordemos que si Cristo hubiera sido un ángel, Él no hubiera podido entendernos. Para poder entender a nuestros semejantes debemos ser en algo parecidos a ellos. Supongamos que un hombre es hecho de hierro, o de metal; ¿podría esta persona entender a nuestros cansados pulmones, o a nuestros huesos adoloridos? Si se le habla a este hombre de alguna enfermedad: ¿podría entenderla? Yo no lo quisiera tener por enfermero. No podría tener a ese hombre como mi médico. Él no podría sentir como yo siento. Él no me podría comprender. No, incluso nuestros semejantes no pueden entendernos a menos que hayan sufrido como nosotros.
He oído de una dama que nunca conoció la pobreza en toda su vida, y por consiguiente ella no podía comprender a los pobres. Ella oyó la queja de que el pan estaba extremadamente caro, cuando costaba catorce centavos una rebanada. «¡Ah!» dijo, «No aguanto a la gente pobre, quejándose de lo caro del pan. Si el pan es tan caro, que vivan de migajas de a centavo; siempre son lo suficientemente baratas.» Ella no conocía la pobreza y por lo tanto no podía condolerse de ellos. Ningún hombre puede sentir gran compasión por otro, a menos que haya estado de alguna manera en la misma posición, y haya soportado los mismos problemas. «Era necesario para Él, entonces, que debía ser hecho en todos los puntos como sus hermanos para que pudiera ser un confiable Sumo Sacerdote.»
«Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no puede ser tocado con el sentimiento de nuestras debilidades, pues Él fue tentado en todos los puntos como nosotros lo somos, pero sin pecado.» Pero si Él hubiera sido un ángel, ¿qué comprensión hubiera podido tener de mí? Supongamos que debo decirle a un ángel que apenas puedo resistir mis corrupciones: el ángel me miraría, y se preguntaría qué es eso que le estoy diciendo. Si le tuviera que decir que me parece que este mundo es un desierto lleno de aullidos salvajes: ¿cómo podría creerme, pues nunca ha oído un aullido? Sus oídos solamente han sido saludados por harpas de oro y dulces sinfonías corales de alabanza.
Si le tuviera que decir que me resulta difícil mantenerme en mi camino, y mantenerme cerca de mi Salvador, el ángel solamente podría decir: «no te entiendo, pues yo no soy tentado como tú. No tengo una naturaleza obstruida que reduzca mi fervor ardiente, sino que, en día sin noche, con infatigables alas, rodeo su trono regocijándome. No tengo tampoco ni el deseo ni la intención de separarme de mi gran Hacedor» Ahí ven ustedes la sabiduría del Salvador. El se haría hombre y no ángel.
4. Una vez más, Cristo se hizo hombre, y no ángel, por que Él deseaba ser uno con su querida Iglesia. Cristo fue prometido a su iglesia antes que el tiempo comenzara, y cuando vino al mundo, Él prácticamente dijo, «iré contigo mi novia, y me voy a deleitar en tu compañía. Las ropas de un ángel no eran el vestido de bodas adecuado para mí, si he de ser hueso de tus huesos y carne de tu carne. Estoy asociado a ti por una unión firme y fuerte. Yo te he llamado Mi Deleite, pues mi deleite está en ti; y he dicho, tu tierra será llamada Desposada, esto es, casada. Pues bien, si estoy casado contigo, viviré en la misma condición que tú.»
No es adecuado que el esposo viva en un palacio y que la esposa deba vivir en una cabaña. No sería adecuado que el esposo se ponga ropas espléndidas y la esposa lleve prendas baratas.» «No,» le dijo a su iglesia «si tu morases en la tierra, yo también lo haré; Si tu morases en un tabernáculo de barro, yo haré lo mismo;
«Si, dijo el Señor, con ella iré,
a través de todas las profundidades
de cuidados y de sufrimientos,
Y en la cruz aún me atreveré,
A llevar las amargas punzadas de la muerte.»
Cristo no podría ser diferente de su iglesia. Tú sabes que Él no estaría en el cielo sin ella. Por lo tanto, Él hizo ese largo, largo viaje, para redimirla y visitarla y cuando Él vino con esta buena misión, Él no aceptó que ella fuera hecha de barro y que Él no fuera hecho del mismo material. Él era la cabeza, y no era aceptable que la cabeza hubiera sido de oro, y el cuerpo de barro. Eso hubiera sido como la estatua de Nabucodonosor que debe romperse. «Pues los hijos fueron participantes de carne y sangre, El debe también tomar parte en lo mismo,» pues Él se hizo «perfecto a través del sufrimiento,» pues Él era «el capitán de nuestra salvación.» Así, una vez más, vemos su amor y su sabiduría, que «Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham.»
5. Otra vez, si Cristo no hubiera tomado para Sí mismo la naturaleza de hombre, entonces ser hombre no hubiera sido tan honorable o tan confortable como es. Considero que ser un hombre cristiano es ser la cosa más grande que Dios ha hecho. Pequeño como soy, puedo decir de mí mismo, si soy un hijo de Dios, que estoy cerca de mi Hacedor. Hay una distancia infinita, tremenda, e inmensurable, pero salvo Cristo Jesús, no hay ningún ser entre el hombre y Dios. En cuanto a un ángel, él es menos que un hombre redimido. «¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?»
Sin duda alguna, el menor sirve al mayor y el mayor no debe servir al menor. Por lo tanto, los ángeles son menos que el hombre, pues ellos nos ministran. Ser hombre es una cosa noble, pues Dios se vistió como hombre. Ser hombre es una cosa gloriosa, pues fue el vestido del Eterno. «Dios fue hecho carne y moró entre nosotros,» por lo tanto, la carne es dignificada y glorificada. Como dije, no sería tan confortable ser un hombre, si Cristo no hubiera sido un hombre. Como sé que debo morir; mi consuelo es que voy a resucitar. Pero yo no habría tenido ese consuelo si Cristo no hubiera sido un hombre, y si Él no hubiera muerto y resucitado.
¡Oh! Muerte, he visto a menudo tu prisión, y he pensado, ¿cómo puede ser que alguien escape de allí? Los muros son gruesos, y contra la puerta hay una pesada roca, está sellada con firmeza y hay vigilantes custodiándola. Oh muerte ¿dónde esta el hombre que puede romper tu sepulcro, o abrir tu puerta? Tus barras de hierro, oh muerte, no pueden ser limadas por mortales, y tus cadenas son muy pesadas para que sean rotas por lo finito. Pero me consuelo, porque hubo un hombre que rompió los lazos de la muerte. Hubo Uno que rompió las cadenas, cortó las barras de bronce, abrió las puertas, y caminó triunfante hacia el cielo.
En ese hombre veo un ejemplo de lo que yo también debo hacer, cuando el sonido de la trompeta del arcángel sobresalte mis átomos dormidos. A mí también me será fácil levantarme, pues como el Señor mi Salvador se levantó, también todos sus seguidores deben levantarse. Por lo tanto, muerte, veo que tu prisión debe ser abierta otra vez, pues ya fue abierta una vez. Veo tu gusano como una cosa muy pequeña que debe soltar a su presa, y devolver la carne de que se alimentó. Veo la piedra de tu sepulcro como piedras pequeñitas de una playa pedregosa del océano, que debo lanzar con manos ansiosas, cuando rompa los sudarios de la tumba, y suba a la inmortalidad.
Es cómodo ser hombre, porque Cristo murió y resucitó. Pero si hubiera sido un ángel, la resurrección no hubiera tenido esa grande y gloriosa prueba, ni hubiéramos estado tan contentos de ser humanos, viendo que habría muerte, pero no inmortalidad ni vida.
II. En esta forma he tratado de explicar la primera parte del tema, y ahora vamos con la segunda
La traducción literal, de acuerdo con las notas al margen es «Él ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham», por lo cual se quiere decir que, Cristo no murió para salvar a los ángeles, aunque muchos de ellos necesitaban salvación. Él murió para salvar al hombre caído. Ahora, me gusta de vez en cuando dar a los oponentes de la gran doctrina de la gracia un hueso duro de roer. A menudo me han dicho que la elección es una doctrina muy terrible, y que enseñar que Dios salva a unos y deja perecer a otros, es hacer que Dios sea injusto.
A veces he preguntado qué quieren decir con eso, y la respuesta usual que recibo es: supongan que un padre tiene un cierto número de hijos, y él pone a unos de sus hijos en una terrible prisión, y hace al resto de ellos muy felices, ¿pensaría usted que ese padre fue justo? Bueno, contesto yo, tú has supuesto un caso, y te voy a responder. Por supuesto que no; el hijo tiene un derecho sobre su padre, y el padre está obligado a reconocerle su derecho; pero quiero saber qué se propone al hacer esa pregunta. ¿Cómo se aplica eso al caso de Dios? Yo no sabía que todos los hombres eran hijos de Dios. Yo sabía que ellos eran súbditos rebeldes de Dios, pero no sabía que fueran Sus hijos.
Pensaba que no se convierten en sus hijos mientras no nazcan de nuevo, y que cuando ya son sus hijos los trata a todos por igual y los lleva a todos al cielo, y les da a todos una mansión. Y nunca escuché que Él mandara a alguno de sus hijos al infierno. Es cierto, te he oído a ti decir eso. He escuchado que dices que algunos de sus hijos caen de la gracia y por lo tanto Él los manda al infierno. Y yo te dejo resolver el problema de cómo es eso justo, pero, amigo, yo no acepto que todas las criaturas de Dios sean sus hijos.
Ahora yo tengo una pequeña pregunta para ti. ¿cómo explicas que los demonios y los ángeles caídos están todos perdidos, y sin embargo, de acuerdo con tu propia demostración, todos los hombres caídos tienen una oportunidad de ser salvos? ¿Cómo resuelves esto? «¡Oh!» dices tú, «eso es otra cuestión. No estaba considerando a los ángeles caídos.» Pero si fueras a preguntarle esto al diablo, él no te diría que es otra cuestión. Él te diría «señor, si todos los hombres son hijos de Dios, todos los demonios igualmente lo son. Estoy seguro que ellos deben estar en la misma situación que el hombre, y un ángel caído tiene tanto derecho de llamarse uno de los hijos de Dios como un hombre caído.»
Y me gustaría que le contestes al diablo acerca de ese tema bajo tu propia hipótesis. Deja que Satanás, por una sola vez te haga una pregunta: «tú dices que es injusto de parte de Dios que mande a uno de sus hijos al infierno y lleve a otro al cielo. Ahora, tú has dicho que todas las criaturas son sus hijos. Bueno, yo soy una criatura, y, por lo tanto, yo soy Su hijo. Quiero saber, amigo mío,» dice Satanás, «¿cómo te parece a ti justo que mi padre me envíe al infierno, y a ti te deje ir al cielo?» Ahora, debes aclarar esa pregunta con el diablo. Yo no la responderé por ti. Yo nunca supuse tal caso; mis puntos de vista nunca me ponen en tal dilema. Pero tú te metiste en problemas, y debes salirte de ellos como puedas.
En mi punto de vista la cuestión es suficientemente justa, tanto hombres como demonios han pecado y ambos han merecido ser condenados por sus pecados. Dios, si así quisiera, puede justamente destruirlos a todos, o salvarlos a todos, si lo puede hacer con justicia, o puede salvar a uno de ellos si así le place, y dejar perecer a los demás. Y si como Él lo ha hecho, elige salvar a un remanente, y ese remanente es de hombres, y si Él permite que todos los ángeles caídos se hundan en el infierno, todo lo que podemos responder es, que Dios es justo, y que tiene el derecho de hacer como quiera con sus criaturas.
Tú sabes que le reconoces a la reina el derecho de perdonar a un rebelde cuando ella quiera y ¿no le reconocerás ese derecho a Dios? «No,» dices tú «no a menos que Él perdone a todos.» Bueno, amigo, entonces no habría ningún derecho en eso. La reina no te lo agradecería si le pidieras que perdonara a todos. Ella diría, «no, hay instancias en las que no debo perdonar, precisamente por mi honor o por el honor de mis leyes, y, por lo tanto, no lo haré. Hay otras instancias que solo sirven para honrar mi clemencia, y que no agravian mis leyes, y, por lo tanto, perdono estas, y yo me reservo mi derecho a hacerlo.»
Ahora, ¿lo que le reconocerías a un rey o emperador, se lo negarás a Dios? Pero yo estoy aquí para reclamar Su derecho. Niégalo si quieres. Tendrías que negarlo apoyado en las escrituras, ya que éstas con autoridad declaran, que Dios es Soberano. Que Él dice: «Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.»
Ahora, vamos, si nuestro amigo nos permite, consideraremos, por un momento, este caso: cómo es que los demonios están perdidos, y algunos hombres son salvos.
1. En primer lugar, yo no pienso que esto se deba a alguna diferencia en el pecado. Cuando dos criminales son traídos ante un juez, si uno de ellos va a ser perdonado y el otro castigado, seguramente el juez dirá: » ¿Quién cometió el mayor delito? Él será quien muera, y el que cometió el delito menos grave será perdonado.» Ahora, yo no sé si Satanás cometió un delito más grave que el hombre. Yo no estoy seguro que los ángeles caídos pecaron más de lo que el hombre lo hizo. «Ah, señor,» dices tú «el pecado del hombre fue uno muy pequeño. Él solamente robó un poco de la fruta de su Señor.» Ah, pero si eso hubiera sido una cosa tan insignificante de hacer, ¡qué cosa tan insignificante hubiera sido no hacerlo! ¡Si fuera una cosa tan insignificante, cuán fácilmente él la pudiera haber evitado! Y, entonces, puesto que él lo cometió, se convirtió en el mayor pecado.
«Ah» dices, «pero Satanás era orgulloso, y los ángeles caídos fueron orgullosos.» Y ¿no estás tú inclinado de manera muy tolerable en la misma dirección, mi amigo? De cualquier modo Adán lo fue. » Pero,» tú dices: «Satanás fue rebelde.» Bueno si tú no fueras rebelde, no hablarías así. Si no te hubieras rebelado contra Dios, tú no te pondrías a negar su soberanía. «Pero,» dices, «el diablo fue un mentiroso desde el principio.» Me pregunto desde cuándo hablas con la verdad, mi amigo. Tú sabes mentir tan bien como él, y aunque no hayas desarrollado tu pecado tanto como lo han hecho los ángeles caídos, si Dios te dejara solo, y te quitara el freno, me pregunto cuál sería la diferencia entre el diablo y tú.
Yo creo que, si a los hombres se les dejara hacer todo lo que quisieran, y no hubiera gobierno sobre ellos, irían más lejos aún que Satanás. Miren a Robespierre, en Francia. Contemplen los hechos del Reino del Terror. Vuélvanse a los países sin Dios; no me atrevo a mencionar qué vicios tan abominables, qué pecados de lujuria son cometidos allí en público. Traigo a su memoria a Sodoma y a Gomorra, y les pregunto en qué se puede convertir el hombre. Y yo les respondo que estoy seguro que un hombre puede volverse tan vil como un demonio, si la misericordia restrictiva de Dios le fuera quitada. En todo caso digo que el pecado de Adán fue tan grande como el de Satanás.
«¡Ah!»dices tú, «pero Adán fue tentado a hacerlo.» Sí, esa fue una excusa. Pero también fue tentada la mayor parte de los demonios. Es cierto que Satanás no fue tentado, él lo hizo porque quiso hacerlo. Pero el tentó a los otros espíritus, y, por lo tanto, la excusa que sería válida para el hombre, también sería válida para la gran mayoría de los espíritus caídos. Y ¿por qué Dios no seleccionó entonces a un grupo de esos espíritus para salvarlos? Yo respondo que nunca podrías encontrar una razón excepto esta: «¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?» y nosotros debemos caer sobre nuestros rostros y admirar hasta quedar sin aliento, la infinita soberanía que desechó a los ángeles y salvó al hombre.
2. Pero supongamos que no hay tanta diferencia en el pecado de ellos. La siguiente pregunta es ¿a cuál de esos dos seres vale más la pena salvar? ¿Cuál es la criatura más valiosa? ¿Cuál serviría más a su Hacedor, si su Hacedor la perdonara? Y yo reto a cualquiera de ustedes a sostener que un hombre pecador es una criatura más valiosa que un ángel. Ah, si Dios hubiera buscado ganancia, hablando desde la perspectiva del hombre, sería más rentable para Él salvar a un ángel. ¿No podría el ángel perdonado servirle mejor que el hombre perdonado? Si yo sirvo a Dios, día tras día, debo descansar por la noche. Pero los ángeles sirven días sin noches en Su templo.
Mi celo puede ser muy intenso pero mi cuerpo se cansa. Pero los ángeles no conocen el cansancio. Y si soy salvo, yo seré un pobre cortesano que estará alrededor de su trono. Pero aquel brillante serafín caído, si hubiera sido perdonado, hubiera hecho una muy buena decoración para adornar los salones del Todopoderoso. Si yo fuera llevado al cielo, no tengo brillantes honores angélicos, y mi naturaleza aun ennoblecida, no sobrepasaría lo que un ángel hubiera sido si Dios lo hubiera decretado así. Pero si Satanás hubiera sido perdonado, oh ¡Qué fuerte hubiera cantado, y con qué gloria hubiera marchado a través del cielo, para alabanza y gloria de la gracia que le rescató del infierno! Por tanto, si Dios hubiera pensado en su propia ganancia, primeramente hubiera salvado a los ángeles antes que salvar al hombre.
3. Otro pensamiento. A veces la autoridad dirá: «Bien, aquí hay dos personas que van a ser ejecutadas y queremos salvar a una ¿cuál de los dos sería la persona más peligrosa si se le permite que siga siendo un enemigo?» Ahora, ¿cuál podría lastimar más a Dios, hablando como hablaría el hombre, un ángel caído o un hombre? Yo respondo que el hombre caído puede hacer muy poco daño al gobierno divino, comparado con un ángel caído. Un ángel caído es tan sutil, tan poderoso, tan veloz, tan capaz de volar en las alas del trueno, que puede hacer diez veces más daño a su Hacedor, si ciertamente su Hacedor puede ser dañado, que lo que podría hacer cualquier hombre. Así que si hubiera habido cualquier consideración de este tipo en la mente divina, Dios hubiera seleccionado a los demonios para salvarlos, ya que podrían darle mayor gloria si fueran salvados, y hacerle mayor daño si no fueran salvados.
4. Y todavía una consideración más, para mostrarles aún más cuán soberano es el deseo divino en esta materia. A lo mejor pueden decir, si alguien va ser salvado, que sea salvado quien sea menos difícil de salvar. Ahora ¿quién podría ser salvado con mayor facilidad, un ángel caído o un hombre caído? Por mi parte, no veo ninguna diferencia. Pero si hubiera alguna, me parece que una restauración no causa ni la mitad del daño que una revolución. Y haber restituido a los ángeles al lugar del que habían caído, hablando como un hombre debe hablar, no hubiera sido tan difícil como haber sacado al hombre caído fuera del lugar del que había caído y ponerlo donde los ángeles caídos una vez estuvieron.
Si Satanás hubiera entrado al cielo, hubiera sido como una restauración: un viejo rey que regresa a su antiguo trono. Pero cuando el hombre entra allí, es como un rey yendo a una nueva dinastía, un nuevo reino. Es el hombre que entra al lugar de los ángeles. Y para eso, tú sabes, debe haber gracia santificante y amor interesado en comprar. Eso pudo haber sido necesario para los ángeles caídos, pero ciertamente no más para ellos que para el hombre caído. Aquí, entonces, somos traídos de regreso a la única respuesta, que Dios salva al hombre, y no a los ángeles, solamente por que así lo decidió. Y les dice a los ángeles que han perecido, «No, pero oh, Satán, ¿quién eres tú para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?»
5. Pero tú puedes decir, Dios salvó al hombre porque tuvo compasión de él. Pero entonces ¿por qué no les tuvo lástima a los demonios? Conozco dos hombres que viven con muy poco presupuesto a la semana. Uno de ellos me da mucha lástima. Pero el otro, que no tiene una mejor situación, me da más lástima porque él alguna vez conoció tiempos mejores. El hombre, es verdad, cayó del Edén. Pero Satanás cayó del cielo, y da más lástima debido a la grandeza de su caída. Y por lo tanto, si la lástima fuera la que gobernara, Dios se hubiera decidido en favor de los ángeles caídos, y no por el hombre caído.
Pero creo que oigo que alguien susurra de nuevo «ah, pero yo no veo esa primera parte: tú dijiste, que a ti te parecía que el pecado del hombre era tan grande como el pecado de Satanás.» Bien, ruego que se me dé otra oportunidad para decir otra cosa: que independientemente de qué tan poderosamente sabio tú seas, tú tampoco conoces ninguna diferencia. ¿Pues crees tú que si los pecados fueran diferentes, el castigo sería el mismo? Ciertamente no, dices tú. El castigo debe ser el mismo para el mismo pecado. Bien pues, los demonios y los hombres deben estar en el mismo infierno, el lago de fuego que fue preparado para que el demonio y sus ángeles estén allí, y que es el lugar al que los hombres son lanzados, y por tanto te desafío a que pruebes que su pecado no es el mismo.
Creo, que si no es el mismo en grado, es el mismo en calidad, y el mismo en naturaleza. Y por lo tanto, un ángel caído y un hombre caído están en igualdad de condiciones, así que si Dios hace una diferencia, Él la hace solamente porque Él quiere hacerla, y no da cuenta a nadie de sus negocios. Este es un cuchillo que corta de raíz cualquier cosa que suene a mérito. Le quita a los que creen en el libre albedrío cualquier oportunidad de acusar a Dios de injusticia, pues ¿cómo pueden encontrar que Dios sea injusto si salva a un hombre y no a otro, cuando no se atreven a sugerir en lo más mínimo que Él es injusto al salvar a algunos hombres, y dejar que los demonios perezcan?
Ahora he acabado el tema, y debo hacer una reflexión práctica o algo así, y entonces habré terminado. Algunos pueden protestar contra esta prédica doctrinal, y saldrán y me llamarán un Antinomiano (contrario a la Ley). Yo para nada me voy a molestar acerca de eso, si los puedo hacer enojar. Pues si un hombre odia la Verdad, yo nunca me haré para atrás para no sacudir su violento enojo. Y si alguien ofende a mi Dios, entonces no importa que a su vez sea ofendido. Es mejor para él que manifieste su oposición; pues entonces, quizá, el podrá saber que está en el pecado, y se pueda arrepentir de esto ante Dios.
Pero les voy a demostrar que esto es un tema práctico. Es práctico en este sentido: que si algún hombre no se somete al derecho de Dios de hacer con él como quiera, el tiene una razón de mucho peso para dudar de su propia piedad. Ahora, no quiero decir nada rudo o intolerante, pero sí quiero decir eso otra vez. Si doctrinalmente lo niegan prefiero no llegar a ninguna conclusión, pero si en sus corazones sienten odio por esa doctrina, de que Dios tiene el derecho de salvarlos o destruirlos, me dan una muy grande causa para dudar que ustedes alguna vez hayan conocido su propia posición a los ojos de Dios. Pues estoy completamente seguro que ningún pecador humilde dudará el derecho que Dios tiene de destruirlo. Y creo que ningún hombre que siente algo de amor hacia sus semejantes, creyendo que Dios tiene el derecho de destruirlo, discutiría con Dios de alguna forma, si Él decide salvar a otro que es tan malo como él mismo.
Les digo, es su orgullo que todavía no ha sido humillado lo que da coces contra esta doctrina de la elección. Es su orgullo infernal, nacido del infierno, el que les hace odiar esta verdad. El hombre siempre la ha rechazado, y siempre lo hará. Cuando Cristo predicó esta doctrina una vez, ellos querían arrastrarlo al borde de la cima del monte, y lo hubieran arrojado de cabeza. Y siempre espero encontrar oposición si hablo con amplitud y claridad. Pero déjenme decirles con toda solemnidad que si ustedes no creen en el derecho que Dios tiene sobre ustedes, me temo que su corazón nunca ha estado bien delante de Dios.
Otra conclusión práctica. Si tú crees que esto es verdad, que Dios tiene el derecho de enviar tu alma al infierno, y que si salva a alguien más y no a ti es justo. Si crees que si Él te salva, es un acto de amor soberano que distingue, entonces muestras un espíritu que está muy cerca del Reino de los Cielos. Yo no creo que un hombre admita esta verdad a menos que haya tenido un cambio de corazón: puede admitirla en su mente, pero no sentirá que sea verdad, a menos que tenga un nuevo corazón y un espíritu correcto. No iré tan lejos como para decir que un hombre que cree en la soberanía divina es un cristiano. Eso sería estirar demasiado la verdad. Pero sí digo que si un hombre es lo suficientemente humilde, lo suficientemente manso, lo suficientemente contrito, para echarse a los pies del Salvador con esto:
«No traigo nada en mis manos»
«Yo no tengo justicia, ni demandas. Si tú me condenas, serías justo. Si tu me salvas, te lo agradeceré para siempre.»
Un hombre así tiene que haber tenido un trabajo de la gracia en su corazón para traerlo a esta conclusión. Si puedes decir eso, entonces, pobre pecador, acude a Jesús, acude a Jesús; por que Él nunca te rechazará. Permítanme contarles una historia acerca del hijo pródigo, y entonces llegaré a una conclusión. El hijo pródigo salió una mañana, y tuvo un largo, largo viaje por recorrer. Tenía frente a sí una montaña que escalar, llamada la montaña de sus propios pecados e iniquidades. Él apenas había llegado a la cima, y se estaba acercando a una torre, llamada la torre del verdadero arrepentimiento, cuando su padre, que estaba sentado en el techo de la casa, lo vio.
Y cuando lo hubo visto, corrió inmediatamente y antes de que su hijo llegara a la puerta, el padre cayó sobre su cuello y lo besó. Llevó a su hijo a su casa, y preparó un banquete. Y festejaron. Pero después de que el hijo se había sentado, el padre lo miró, y vio que su hijo no comía, y que sus lágrimas rodaban en sus mejillas. «Hijo mío,» dijo el padre «¿Por qué no comes? ¿Por qué lloras, hijo mío? Todo este banquete fue preparado para ti.» Soltándose en llanto, el hijo dijo: «¿Padre, me perdonas todo?» «Sí,» le respondió el padre, «te perdono todo. Come hijo mío. No llores.» El hijo pródigo prosiguió en su estado. El padre miró a los otros invitados, pero luego, contemplando a su hijo, vio que lloraba otra vez, y que no comía. Dijo el padre, «Hijo, ¿por qué no comes? El banquete es sólo en tu honor. ¿por qué lloras, hijo mío?» «Padre,» dijo, con las lágrimas rodando en sus mejillas otra vez, «¿Me permitirás quedarme aquí?» «Oh, sí, hijo mío,» dijo el padre, «come; no llores, tu te quedarás aquí; eres mi hijo amado.» Bien, el hijo pródigo estaba allí, y el padre miró a los otros invitados. Pero de vez en cuando volvía la mirada hacia él, y ahí estaba su hijo llorando de nuevo.
«Mi querido hijo,» le pregunta, «¿por qué lloras?» «Oh, padre,» dijo él, «¿me vas a permitir quedarme aquí? Pues si no lo haces, sé que voy a huir. ¿Padre, harás que me quede aquí?» «Si, hijo mío,» dijo el padre «eso haré.»
«Mi gracia, como una cadena unirá
ese corazón errante a mí.»
El hijo se limpió los ojos, comenzó a comer, y ya no lloró más. Allí, pobre hijo pródigo, hay algo para ti. Si vienes a Cristo, te quedarás con Él para siempre. Y por sobre todas las cosas, Él te guardará allí. Por tanto, gózate. Pues aunque Él tiene el derecho de destruirte, recuerda, Él no lo hará. Pues su corazón está lleno de amor y de compasión por ti. Solamente ven a Él, y serás salvo.