El que entiende la ciencia de la argumentación con Dios, tendrá éxito en la oración. «Hazme recordar, entremos en juicio juntamente»: es un mandamiento divino. «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta»: es una invitación sagrada. «Presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob»: es una instrucción condescendiente en cuanto a la manera de salir victorioso en la suplicación.
La argumentación es lucha: los argumentos son los apretones, los amagos, las agonías y los forcejeos con los que retenemos y vencemos al ángel de pacto. El humilde enunciado de nuestras necesidades no es algo sin valor, pero ser capaz de dar razones y argumentos del por qué Dios debe oírnos, es ofrecer una oración potente y prevaleciente.
Entre todos los argumentos que pueden ser usados en la argumentación con Dios, tal vez no haya otro más fuerte que este: «Mira al pacto». Como se dijo de la espada de Goliat, podríamos decir de este argumento: «Ninguno como él». Si contamos con la palabra de Dios para una cosa, podemos muy bien orar: «Haz como has dicho, pues así como un hombre bueno sólo necesita que se le recuerde su propia palabra para que sea inducido a guardarla, lo mismo sucede con nuestro Dios fiel; Él únicamente necesita que le hagamos recordar estas cosas, para que las haga para nosotros.» Si Él nos ha dado algo más que Su palabra, es decir, si nos ha dado Su pacto, Su solemne convenio, entonces podemos clamar a Él con la mayor presencia de espíritu: «Mira al pacto», y, luego, podemos esperar y aguardar con tranquilidad Su Salvación.
No necesito decirles, -pues confío que estén bien cimentados en esta materia- que el pacto del que se habla aquí, es el pacto de gracia. Hay un pacto que no podemos argumentar en la oración: es el pacto de obras, que es un pacto que nos destruye pues lo hemos quebrantado. Nuestro primer padre pecó, y el pacto fue quebrantado; nosotros hemos continuado en su perversidad, y ese pacto nos condena. Por el pacto de obras ninguno de nosotros puede ser justificado, puesto que todavía continuamos quebrantando nuestra porción de él, y continuamos atrayendo la ira sobre nosotros a un grado máximo.
El Señor ha hecho un nuevo pacto con el segundo Adán, nuestra cabeza federal, Jesucristo nuestro Señor; es un pacto sin condiciones, -excepto aquellas condiciones que Cristo ya ha cumplido- un pacto ordenado en todas las cosas y que será guardado, y que ahora se compone únicamente de promesas, que van en este sentido: «Y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo»; «Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos»; «Y los limpiaré de toda su maldad»; un pacto, digo, que en un tiempo contenía condiciones, todas las cuales cumplió nuestro Señor Jesús cuando terminó con la transgresión, y puso un fin al pecado, e introdujo la justicia eterna; y ahora todo el pacto está constituido de promesas, y se compone de eternos e infalibles: ‘Yo haré’ y ‘se hará’, que permanecerán siendo los mismos para siempre.
Hablaremos del texto de esta manera: ¿Qué significa el argumento que tenemos ante nosotros: «Mira al pacto»? Luego reflexionaremos un poco acerca de dónde proviene su fuerza; en tercer lugar, consideraremos cómo y cuándo podemos argumentarlo; y concluiremos notando cuáles son las inferencias prácticas de ello.
I. Comencemos por esto: ¿Qué quiere decir el argumento: «Mira al pacto»? Creemos que quiere decir esto: «Cumple Tu pacto, oh Dios:
No permitas que sea letra muerta, Tú has dicho esto y aquello; haz ahora conforme a lo que has dicho. A Ti te ha complacido hacer este pacto con Tu pueblo, confirmándolo mediante la solemne sanción de juramento y sangre. Quieras ahora guardarlo. ¿Has dicho, y no lo harás? Nosotros estamos persuadidos de Tu fidelidad; entonces permite que nuestros ojos contemplen que los compromisos del pacto sean cumplidos.»
Quiere decir, además, «Cumple todas las promesas de Tu pacto», pues, en verdad, todas las promesas están ahora en el pacto. Todas ellas son Sí y Amén en Cristo Jesús, para la gloria de Dios, por medio de nosotros; y puedo decir sin apartarme de las Escrituras, que el pacto contiene en su sagrada carta constitucional, cada palabra de gracia que ha venido del Altísimo, ya sea por la boca de profetas o de apóstoles, o por los labios del propio Jesucristo. El significado en este caso sería: «Señor, guarda Tus promesas relativas a Tu pueblo. Estamos necesitados: cumple ahora, oh Señor, Tu promesa para que no nos falte ninguna cosa buena. Aquí está otra de Tus promesas: ‘Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo’. Estamos en medio de ríos de problemas. Te pedimos que estés con nosotros ahora. Redime Tus promesas hechas a Tus siervos. No permitas que se queden en los libros como letras que se burlan de nosotros, sino demuestra que querías decir lo que en efecto escribiste y dijiste, y permítenos ver que Tú tienes el poder y la voluntad para hacer que cada jota y cada tilde de todo lo que has hablado, sean cumplidas. Pues ¿no has dicho: ‘El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán’? Oh, entonces te rogamos que mires a las promesas de Tu pacto.»
En el contexto de nuestro texto, no hay duda de que el suplicante quería decir: «Oh Señor, no permitas que nada desvíe Tus promesas.» La iglesia se encontraba entonces en un estado muy terrible. El templo había sido incendiado, y la asamblea fue quebrantada, la adoración a Dios había cesado, y los emblemas idólatras estaban incluso en el lugar santo, donde una vez brilló la gloria de Dios. El argumento es: «Oh Señor, no permitas que yo soporte tal tentación que caiga. No permitas que me sobrevenga tal aflicción que sea destruido; pues, ¿no has prometido que no nos asediará ninguna tentación sino aquella que podamos soportar, y que con la tentación habrá juntamente una salida? Mira ahora a Tu pacto, y ordena a Tu providencia de tal manera que no nos suceda nada contrario a ese acuerdo divino.»
Y quiere decir también: «Ordena todo alrededor nuestro de tal manera que el pacto sea cumplido. ¿Está abatida Tu iglesia? Levanta nuevamente hombres en su medio que prediquen el Evangelio con poder, para que sean el instrumento de su elevación. Creador de los hombres, Señor de corazones humanos, haz esto, y haz que Tu pacto que hiciste con Tu iglesia, de que nunca la abandonarás, sea cumplido. Los reyes de la tierra están en Tu mano. Todos los eventos están controlados por Ti. Tú ordenas todas las cosas, desde las ínfimas hasta las inmensas. Nada, por pequeño que sea, es demasiado pequeño para Tu propósito: nada, por grande que sea, es demasiado grande para Tu gobierno. Te pido que administres todo de tal manera que, al final, cada promesa de Tu pacto sea cumplida para todo Tu pueblo elegido.»
Yo pienso que ese es el significado del argumento: «Mira al pacto»: Guárdalo y vé que sea guardado. Cumple la promesa, e impide que Tus enemigos hagan daño a Tus hijos. Es, en verdad, un precioso argumento.
II. Y ahora veamos DE DÓNDE PROVIENE SU FUERZA. «Mira el pacto».
Su fuerza proviene, primero, de la veracidad de Dios. Si fuese un pacto que es la hechura de un hombre, nosotros esperaríamos que el hombre lo guarde; y el hombre que no guarda su pacto no goza de estima entre sus semejantes. Si un hombre ha dado su palabra, esa palabra es su obligación. Y si eso es firmado y sellado, entonces se convierte en algo más obligatorio, y el que no cumple con un pacto, es considerado como que ha perdido su carácter entre los hombres.
Dios no quiera que pensemos jamás que el Altísimo podría incumplir con Su palabra. No es posible. Él puede hacer todas las cosas, excepto esta: no puede mentir. No es posible que alguna vez no sea veraz. Él ni siquiera puede cambiar: las dádivas y el llamamiento de Dios son sin arrepentimiento. Él no puede alterar el dicho que ha salido de Sus labios.
Entonces, cuando venimos delante de Dios en oración, pidiendo una misericordia del pacto, contamos con Su veracidad que nos apoya. «Oh Dios, Tú debes hacer esto. Tú eres soberano: Tú puedes hacer lo que quieras, pero Tú te has obligado con ataduras que detienen Tu majestad; Tú lo has dicho, y no es posible que te arrepientas de Tu propia palabra.» Cuán grande ha de ser nuestra fe cuando contamos con la verdad de Dios para apoyarnos en ella. Cómo deshonramos a nuestro Dios con nuestra débil fe, pues es virtualmente una sospecha de la fidelidad de nuestro Dios del pacto.
A continuación, para apoyarnos en usar este argumento, tenemos el sagrado celo de Dios por Su honor. Él mismo nos ha dicho que Él es un Dios celoso; Su nombre es Celoso; Él tiene gran respeto a Su honor entre los hijos de los hombres. Por eso, este fue el argumento de Moisés: «¿Qué dirá el enemigo? ¿Qué harás tú a tu grande nombre?»
Ahora, si el pacto de Dios pudiera ser tomado a la ligera, y si pudiera demostrarse que Él no ha guardado la promesa que hizo a Sus criaturas, no sólo sería algo terrible para nosotros, sino que acarrearía una lastimosa deshonra sobre Su nombre; y eso no sucederá nunca. Dios es demasiado puro y santo, y Él es también demasiado honorable para retractarse alguna vez de la palabra que hubiere dado a Sus siervos.
Si yo siento que casi he perdido mi pie, todavía puedo estar seguro de que no permitirá que perezca enteramente, ya que Su honor sería manchado, pues Él ha dicho: «No perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.» Él podría entregarme a mis enemigos en razón de mis merecimientos, pues yo merezco ser destruido por ellos; pero, entonces, Su honor está comprometido en salvar al más insignificante de Su pueblo, y Él ha dicho: «Yo les doy vida eterna.» Por tanto, en razón de Su nombre, Él no permitirá que yo me convierta en presa del adversario, sino que me preservará también a mí, para el día de Su venida. He aquí un buen sostén para la fe.
La siguiente reflexión que debería fortalecernos grandemente es: el venerable carácter del pacto. Este pacto no fue una transacción de ayer: este pacto fue realizado antes de que la tierra existiera. No podemos hablar de primero y de último con Dios, pero hablando a la manera de los hombres, el pacto de gracia es el primer pensamiento de Dios. Aunque nosotros usualmente ponemos el pacto de obras como revelado primero en orden de tiempo, sin embargo, de hecho, el pacto de gracia es el más antiguo de los dos.
El pueblo de Dios no fue escogido ayer, sino desde antes de que existieran los cimientos del mundo; y el Cordero que fue inmolado para ratificar ese pacto, aunque fue inmolado hace mil ochocientos años, fue inmolado en el propósito divino desde antes de la fundación del mundo. Es un pacto muy antiguo: no hay nada tan antiguo. Dios tiene en gran estima ese pacto. No se trata de uno de esos pensamientos ligeros; no es uno de esos pensamientos que lo condujeron a crear el rocío de la mañana que se disuelve antes de que el día hubiere corrido su curso, o a formar las nubes que reflejan al sol poniente con gloria, pero que pronto pierden su esplendor; sino que, este pacto de gracia, es uno de Sus grandiosos pensamientos, sí, es Su eterno pensamiento, el pensamiento proveniente de lo más íntimo de Su alma.
Y debido a que es tan antiguo, y que para Dios es un asunto tan importante, cuando nos acercamos a Él con este argumento en nuestra boca, no debemos permitir ser aturdidos por la incredulidad, sino que podemos abrir ampliamente nuestra boca, pues seguramente será llenada. «He aquí Tu pacto, oh Dios, que Tú ordenaste desde tiempos antiguos por Tu propia y espontánea voluntad soberana, un pacto en el que Tu propio corazón es puesto al desnudo. Y Tu amor, que es Tu mismo ser, es manifestado. Oh Dios, mira al pacto, y haz conforme has dicho, y cumple Tu promesa a Tu pueblo.
Y esto no es todo. No es sino sólo el comienzo. No tendría tiempo en un sermón de mostrarles todas las razones que dan fuerza al argumento; pero aquí tenemos una. El pacto contiene un solemne endoso. La propia palabra que creó el universo es la palabra que habló el pacto. Pero, como si eso no bastara, viendo que somos incrédulos, Dios le ha agregado un juramento, y debido a que Él no puede jurar por otro mayor, ha jurado por sí mismo. Sería una blasfemia soñar que el Eterno pudiera ser un perjuro, y Él ha incorporado Su juramento a Su pacto, para que, por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, conceda un fortísimo consuelo a los herederos de la gracia.
Pero, además, ese venerable pacto, así confirmado mediante un juramento, fue sellado con sangre. Jesús murió para ratificarlo. La sangre de Su corazón roció esa Carta Magna de gracia de Dios para Su pueblo. Ahora es un pacto que Dios, el justo, debe guardar. Jesús ha cumplido nuestro lado del pacto: ha ejecutado al pie de la letra todas las exigencias de Dios para con el hombre. Nuestra Fianza y nuestro Sustituto ha guardado la ley y a la vez ha sufrido todo lo que debía sufrir Su pueblo, debido al quebrantamiento de esa ley; y, ahora, ¿acaso no será veraz el Señor, y el Padre eterno no será fiel a Su propio Hijo? ¿Cómo podría rehusarle a Su hijo el gozo que puso delante de Él y la recompensa que le prometió? «Verá linaje: Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.»
Alma mía, la fidelidad de Dios para Su pacto, no es tanto un asunto entre tú y Dios, como entre Cristo y Dios, pues ahora es así: Cristo como su representante presenta Su derecho delante del trono de la infinita justicia para la salvación de cada alma por la que derramó Su sangre, y Él debe recibir lo que ha comprado. ¡Oh, qué confianza hay aquí! Los derechos del Hijo, mezclados con el amor y la veracidad del Padre, hacen que el pacto sea ordenado en todas las cosas y guardado.
Además, recuerden que hasta ahora, -y no los detendré más tiempo con esto- nada del pacto ha fallado jamás. El Señor ha sido probado por millones de millones de Su pueblo, que se han encontrado en graves emergencias y en serias dificultades; pero nunca ha sido reportado en las puertas de Sion que la promesa se convirtiera en nada, ni tampoco nadie ha dicho que el pacto sea nulo y vacío. Pregúntenles a aquellos que les precedieron y que atravesaron aguas más profundas que ustedes. Pregúntenles a los mártires que ofrendaron sus vidas por su Señor, «¿Estuvo con ellos hasta el fin?» Las plácidas sonrisas en sus rostros, mientras soportaban la muerte más dolorosa, fueron testimonios evidentes de que Dios es veraz. Sus cánticos de gozo, sus aplausos en medio del fuego, e incluso su exultación en el potro de tormento o mientras se pudrían en un horrible calabozo, todas estas cosas han demostrado cuán fiel ha sido el Señor.
¿Y no han oído con sus propios oídos el testimonio del pueblo agonizante de Dios? Ellos se encontraban en condiciones en las que no podían ser sostenidos por la mera imaginación, ni podían ser sacados a flote por el frenesí, y, sin embargo, han sido tan felices como si el día de su muerte hubiese sido el día de su boda. La muerte es un asunto muy solemne para que un hombre se ponga a fingir en ese momento.
Pero, ¿qué dijo tu esposa en su muerte? O, ¿qué dijo tu madre que ahora está con Dios? O, ¿qué dijo tu hijo que ya había conocido el amor del Salvador? ¿Acaso no puedes recordar sus testimonios incluso ahora? Me parece que escucho a algunos de ellos, y entre las cosas de la tierra que son como los goces del cielo, pienso que este es uno de los más notables: el gozo de los santos que han partido, cuando ya oían las voces de los ángeles que revoloteaban cerca, y se han vuelto y nos han relatado en un lenguaje entrecortado, los goces que desbordaban en ellos: su visión cegada por el brillo excesivo, y sus corazones arrebatados por la bienaventuranza que los inundaba. ¡Oh, ha sido dulce ver partir a los santos!
Menciono estas cosas ahora, no simplemente para refrescar su memoria, sino para reafirmar su fe en Dios. Él ha sido veraz tantas veces y no ha sido falso nunca, y, ¿experimentaremos ahora alguna dificultad en confiar en Su pacto? No, por todos estos años en los que la fidelidad de Dios ha sido puesta a prueba, y nunca ha fallado, hemos de confiar que Él tendrá consideración de nosotros, y hemos de orar valerosamente: «Mira al pacto.» Pues, fíjense bien, como ha sido en el principio, es ahora, y será para siempre, por los siglos de los siglos. Será para el último santo como fue para el primero. El testimonio del último soldado del ejército será: «No ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios ha dicho de vosotros.»
Sólo una reflexión más aquí. Nuestro Dios nos ha enseñado a muchos de nosotros, a confiar en Su nombre. A nosotros nos costó aprender la lección, y nada sino la Omnipotencia podría habernos vuelto dispuestos a caminar por fe, y no por la vista; pero con mucha paciencia el Señor nos ha conducido al fin a no tener confianza sino en Él, y ahora dependemos de Su fidelidad y de Su verdad.
¿Es ese tu caso, hermano? Entonces, ¿qué pasa? ¿Piensas tú que Dios te ha dado esta fe para engañarte? ¿Crees tú que te ha enseñado a confiar en Su nombre, y te ha llevado tan lejos para ponerte en vergüenza? ¿Te ha dado confianza en una mentira Su Santo Espíritu? ¿Y ha obrado en ti fe de mentira? ¡Dios no lo quiera! Nuestro Dios no es un demonio que se deleitaría en la desdicha que una confianza infundada seguramente nos traería. Si tú tienes fe, Él te la dio, y el que te la dio conoce Su propio don, y lo cumplirá. Él no ha sido falso nunca, ni siquiera para la fe más débil, y si tu fe es grande, descubrirás que Él es más grande que tu fe, aun cuando tu fe esté en su máximo límite; por tanto, debes tener mucho ánimo. El hecho de que creas debe animarte a decir: «Ahora, oh Señor, he puesto mi confianza en Ti, y, ¿acaso podrías fallarme? Yo, un pobre gusano, no tengo ninguna confianza sino sólo en Tu amado nombre, y, ¿acaso me abandonarías? No tengo ningún refugio sino sólo en Tus heridas, oh Jesús, no tengo ninguna esperanza sino sólo en Tu sacrificio expiatorio, no tengo ninguna luz sino sólo Tu luz: ¿podrías Tú desecharme?»
No es posible que el Señor deseche a uno que confíe de esta manera en Él. ¿Podría alguna mujer olvidar a su bebé de pecho, como para no tener compasión del hijo de sus entrañas? ¿Puede alguien de nosotros olvidar a sus hijos cuando confían tiernamente en nosotros en los días de su debilidad? No, el Señor no es un monstruo: Él es tierno y lleno de compasión, fiel y veraz; y Jesús es un amigo que es más fiel que un hermano. El propio hecho de que nos ha dado fe en Su pacto debería ayudarnos a suplicar: «Mira al pacto».
III. Habiéndoles mostrado así, queridos amigos, el significado del argumento, y de dónde procede su fuerza, haré ahora una pausa por un minuto y comentaré CÓMO Y CUÁNDO PUEDE SER ARGUMENTADO ESE PACTO.
Primero, puede ser argumentado bajo un sentido de pecado: cuando el alma siente su culpabilidad. Permítanme leerles las palabras de nuestro apóstol, en el capítulo octavo de los Hebreos, donde está hablando de este pacto en el versículo décimo: «Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades.»
Ahora, querido lector, supón que tú estás bajo un sentido de pecado; algo ha revivido en ti un recuerdo de la culpa pasada, o podría ser que has tropezado tristemente en este preciso día, y Satanás susurra: «tú ciertamente serás destruido, pues has pecado.» Acude ahora al grandioso Padre, y abre esta página, poniendo tu dedo en ese versículo doce, y di: «Señor, Tú has establecido un pacto conmigo, en Tu infinita, ilimitada e inconcebible misericordia, viendo que yo creo en el nombre de Jesús, y ahora te suplico que mires al pacto. Tú has dicho: Seré propicio a sus injusticias: oh Dios, ten misericordia de mí. Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades: Señor, nunca más recuerdes mis pecados: olvida para siempre mi iniquidad». Esa es la manera de usar el pacto.
Pero supongan, amado hermano o hermana, que están esforzándose por dominar la corrupción interior, con un intenso deseo de que la santidad sea obrada en ustedes. Entonces, lean otra vez el pacto según lo encuentran en el capítulo treinta y uno de Jeremías. Se trata del mismo pacto, y sólo estamos leyendo otra versión del mismo. «Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón». Ahora, ustedes pueden argumentar eso y decir: «Señor, Tus mandamientos sobre piedra son santos, pero yo los olvido y los quebranto; pero, oh Dios mío, escríbelos en las tablas de carne de mi corazón. Ven ahora y hazme santo; transfórmame; escribe Tu voluntad en lo íntimo de mi alma, para cumplirla, y desde los cálidos impulsos de mi corazón, sírvete como quieres ser servido. Mira a Tu pacto y santifica a Tu siervo.»
O supongan que desean ser sostenidos bajo una fuerte tentación, para no retroceder y volver a los viejos caminos. Tomen el pacto según se encuentra en Jeremías, en el capítulo treinta y dos, en el versículo cuarenta. Fíjense en esos versículos y apréndanlos de memoria, pues podrían ser de una gran ayuda para ustedes alguno de estos días. Lean el versículo cuarenta del capítulo treinta y dos de Jeremías: «Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.» Ahora vayan y digan: «Oh Señor, casi estoy agotado, y me dicen que finalmente caeré, pero oh, mi Dios y Señor, allí está Tu palabra. Pon Tu temor en mi corazón y cumple Tu promesa que no me apartaré de Ti.» Este es el camino seguro a la perseverancia final.
Así, podría llevarles a través de las diversas necesidades del pueblo de Dios, y mostrarles que al buscar que sean remediadas pueden clamar muy justamente: «Mira al pacto». Por ejemplo, supongan que se encuentran en gran turbación de mente y necesitaran consuelo; pueden acudir a Él con esa promesa del pacto: «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo.» Acudan a Él con eso y digan: «Señor, consuela a Tu siervo.» O si nos acaeciese un problema, no en cuanto a nosotros, sino para la iglesia; cuán dulce es acudir al Señor y decir: «Tu pacto va en este sentido: ‘Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.’ Oh Señor, parecería que van a prevalecer. Interpón Tu fortaleza y salva a Tu iglesia.»
Si sucediese alguna vez que estén buscando la conversión de los impíos y deseando ver salvados a los pecadores, y el mundo pareciera muy oscuro, miren al texto nuevamente -el versículo completo-: «Mira al pacto, porque los lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia», a lo cual pueden agregar: «pero Tú has dicho que Tu gloria cubrirá la tierra, y que verá toda carne la salvación de Dios. Señor, mira a Tu pacto. Ayuda a nuestros misioneros, haz progresar a Tu Evangelio, ordena al poderoso ángel que vuele por en medio del cielo para que predique el Evangelio eterno a toda criatura. Vamos, es una gran oración misionera: «Mira al pacto.» Amados, es una espada de dos filos, que debe ser usada en todas las condiciones de contienda, y es un bálsamo santo de Galaad, que podrá sanar en cualquier condición de sufrimiento.
IV. Y ahora concluyo con esta última pregunta: ¿CUÁLES SON LAS INFERENCIAS PRÁCTICAS DE TODO ESTO? «Mira al pacto». Vamos, si le pedimos a Dios que mire al pacto, nosotros mismos hemos de mirarlo, y debemos hacerlo de esta manera:
Mirémoslo con agradecimiento. Bendigamos al Señor porque condescendió a entrar en un pacto con nosotros. ¿Qué podría ver en nosotros para darnos siquiera una promesa, y mucho más para hacer un pacto con nosotros? Bendito sea Su amado nombre, constituye el dulce tema de nuestros himnos en la tierra, y será el tema de nuestros cánticos en el cielo.
A continuación, mirémoslo con fe. Si es el pacto de Dios, no lo deshonremos. Permanece firme. ¿Por qué vacilamos ante él por causa de la incredulidad?
«Su propia obra de gracia es tan fuerte
Como la que construyó los cielos;
La voz que impulsa las estrellas
Habla todas las promesas.»
A continuación, mirémoslo con júbilo. Despertemos nuestras arpas y unámonos a David en alabanza: «No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo.» Aquí hay lo suficiente para establecer un cielo en nuestros corazones mientras estemos todavía aquí abajo: el Señor ha entrado en un pacto de gracia y paz con nosotros, y Él nos bendecirá para siempre.
Luego mirémoslo con celo. No permitan nunca que el pacto de obras sea mezclado con él. Odien esa predicación -no digo menos que eso- odien esa predicación que no discrimina entre el pacto de obras y el pacto de gracia, pues es predicación mortal y predicación condenatoria. Siempre tienen que tener una línea recta y clara aquí, entre lo que es del hombre y lo que es de Dios, pues maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo; y si ustedes han comenzado con el Espíritu bajo este pacto, no piensen en ser hechos perfectos en la carne bajo otro pacto. Sean santos bajo los preceptos del Padre celestial, pero no sean legales bajo el látigo del capataz. No regresen a la servidumbre de la ley, pues no están bajo la ley, sino bajo la gracia.
Por último, mirémoslo en la práctica. Todos han de ver que el pacto de gracia, a la vez que es su apoyo, es también su deleite. Estén preparados para hablar de él a los demás. Estén listos a mostrar que el efecto de Su gracia en ustedes es digno de Dios, puesto que tiene un efecto purificador en su vida. El que posee esta esperanza se purifica, así como Él es puro. Tengan respeto por el pacto, caminando como lo hacen los que pueden decir que Dios es para ellos un Dios, y ellos son para Él un pueblo. El pacto dice: «De todos vuestros ídolos os limpiaré». Entonces no amen a los ídolos. El pacto dice: «Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados.» Entonces sean limpios, ustedes que están bajo el pacto, y que el Señor los preserve y haga que Su pacto sea su blasón en la tierra y su cántico por siempre en el cielo. Oh, que el Señor nos lleve a los vínculos de Su pacto, y nos dé una fe simple en Su amado Hijo, pues esa es la señal de los que están bajo el pacto. Amén y Amén.
Porción de la Escritura leída antes del Sermón: Salmo 74.