Estas frases un poco extrañas fueron dichas por la madre de Lemuel a su hijo, que era probablemente Salomón. Ya antes le había dicho, «No es cosa de reyes, oh Lemuel, no es cosa de reyes beber vino; ni de los magistrados, el licor. No sea que bebiendo olviden lo que se ha decretado y perviertan el derecho de todos los afligidos.» Pero un rey tal como era Salomón debe haber tenido una bodega llena de vinos de toda clase; por eso su madre lo instaba a darlo a los enfermos y a los tristes y a los pobres que lo necesitaban más que él.
Los judíos tenían por costumbre dar una copa de una bebida fuerte, mezclada con una droga potente, para drogar a los que estaban a punto de ser ejecutados. Tal vez es este el sentido de las palabras, «Dad licor al que va a perecer.» También sabemos de personas que han estado muy débiles y enfermas, al borde de la tumba, cómo han sido aliviadas cuando se les ha dado el vino que ellas no podían comprar. Creo que éste es el sentido literal del texto, y que, si cualquier hombre fuera tan inmoral como para interpretar que con la bebida podrá olvidar su desdicha y pobreza, pronto se dará cuenta que está deplorablemente equivocado; pues si antes tenía una desdicha, después tendrá diez más; y si previamente era pobre después estará en una pobreza mayor. Aquellos que corren hacia la botella para encontrar consuelo podrían mejor correr al infierno con la esperanza de encontrar un cielo; y, en vez de ayudarlos a olvidar su pobreza, la borrachera los hunde aún más en el lodo.
Voy a usar mi texto en sentido espiritual, pues creo que tiene un sentido mucho más profundo que el que brilla en su superficie. Hay muchas personas que dudan y se desesperan, y espiritualmente «van a perecer;» y hay en la Palabra de Dios, una bodega rica en verdades reconfortantes que son mucho más consoladoras para el espíritu de lo que puede ser el vino para el cuerpo; y debemos dar este licor evangélico a aquellos de ánimo amargado, para que puedan beber y olvidar sus desdichas, y ya no recuerden más sus dudas y su desesperación.
Intento obedecer el mandato del texto y por ello voy a hablar de tres tópicos; primero, que hay un licor muy reconfortante en el evangelio; segundo, que es nuestro deber y privilegio el dar este licor a todos los que lo necesitan; y tercero, que cuando este licor del evangelio se les da, es su deber y privilegio el beberlo, y con ello olvidar su pobreza espiritual y su desdicha.
I. Así pues, HAY UN LICOR MUY RECONFORTANTE EN EL EVANGELIO. El Doctor Watts lo dice correctamente:
Es placer para nuestros oídos;
Bálsamo soberano para toda herida.
Licor para nuestros temores.»
Tomaré, primero, el caso de un verdadero creyente en Jesús dolorosamente puesto a prueba con preocupaciones y pérdidas y problemas. Voy a suponer que ustedes han venido aquí esta noche con el temor de lo que pueda suceder mañana. Tal vez tu inquietud, hermano mío, es que tu negocio no anda bien, y la pobreza te mira al rostro fijamente. Posiblemente tú, hermana mía, tienes el pesar por ese niño querido que descansa en su pequeño féretro en el silencioso cuarto del piso superior de tu hogar. O posiblemente tú, mi amigo, tienes una esposa enferma, y día tras día, ves nuevas señales e indicios de la gran pérdida que seguramente te espera. No puedo mencionar todas las causas que pueden entristecer el corazón de quienes son miembros creyentes de esta gran iglesia, pero mi Señor me ha enviado aquí con su propio licor bendito, que es más que suficiente para consolar a cada santo apesadumbrado que lee este mensaje.
Recuerda, amado hermano, que todo lo que te sucede viene siguiendo el curso de la Divina Providencia. Tu amante Padre celestial ha previsto, ha conocido de antemano y, me atrevo a decir, ha predestinado todo. La medicina que tienes que beber es muy amarga, pero el Médico infalible midió todos los ingredientes gota a gota, y luego los mezcló de manera que pudieran ser más efectivos para tu mayor bien. Nada sucede en este mundo por casualidad. Ese gran Dios que está sentado sobre el círculo de los cielos, para quien todas las cosas que ha hecho no son más que el pequeño polvo de la balanza, que hace de las nubes su carruaje, y que se transporta sobre las alas del viento, ese mismo Dios se preocupa por ti con tan especial cuidado que ha contado hasta los cabellos de tu cabeza, y ha puesto tus lágrimas en su botella. Por consiguiente puedes descansar seguro que todas esas experiencias que te causan tanta aflicción suceden de conformidad a su eterno consejo y decreto. ¿Acaso este licor divino no te hace olvidar tu pobreza, y borra tu desdicha?
Recuerda, también, que todo lo que le sucede a los creyentes ayuda para su bien presente y duradero. «Sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito.» Si hubieras podido escoger tu propia circunstancia y condición en la vida, no podrías haber hecho una elección más sabia que la que Dios ha hecho por ti.
El jardinero sabe dónde van a florecer mejor sus plantas. Algunas de ellas tal vez preferirían crecer bañadas con la luz del sol aunque, como las de la familia de los helechos, estén mejor en la sombra. Algunas de ellas preferirían estar en esa musgosa orilla, pero el jardinero las pone en suelo arenoso porque sabe que está mejor adaptado a los requerimientos de su naturaleza. Debes confiar en ello, nunca un padre terrenal estuvo tan atento a las necesidades de su hijo como el Padre celestial lo está con tus necesidades. Cuando eliges la ocupación que consideras como la más adecuada para tu hijo, puedes elegir sin querer la carrera que probará ser su ruina; pero cuando Dios planea tu futuro, tiene más cuidado en arreglarlo para ti que tú en arreglarlo para tu hijo, y como Él ve el fin desde el comienzo, el cual tú no puedes ver ni para ti ni para tu hijo, Él hace la elección en tu lugar con infalible sabiduría. No pretendas que sea de manera diferente, querido hermano o querida hermana en Cristo; no sólo estés contento con lo que tienes sino di con David, «Oh Jehovah, porción de mi herencia, y mi copa, ¡tú sustentas mi destino! Los linderos me han tocado en lugar placentero; es hermosa la heredad que me ha tocado.» Así pues bebe este licor divino y olvida tu necesidad, y ya no te acuerdes más de tu miseria.
Además, querido amigo, ¿no sabes que el Señor Jesucristo está contigo en toda tu pobreza y tu miseria? Sadrac, Mesac y Abed-nego nunca se dieron cuenta de la presencia del Hijo de Dios de manera tan maravillosa como cuando fueron arrojados vivos en el horno de fuego ardiendo de Nabucodonosor; pero Su presencia en medio de ellos fue tan manifiesta que hasta el rey pagano exclamó, «yo veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego, y no sufren ningún daño. Y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de los dioses.»
Hay muchos niños que no reciben mimos ni caricias cuando todo anda bien, pero si se enferman, parecería que todo el amor de la madre se concentrara en ese miembro de la familia; es a ti que necesitas especialmente un mensaje muy animador que dice el Señor, «Como aquel a quien su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros. En Jerusalén seréis consolados.» Fue para su antiguo pueblo que dio esa graciosa promesa, y era concerniente a ellos que se decía, «En toda la angustia de ellos, él fue angustiado; y el ángel de su Presencia los salvó. En su amor y en su compasión los redimió. Los alzó y los llevó todos los días de la antigüedad.» Es así que todavía, tierna y amorosamente, se ocupa de su pueblo atormentado y afligido, y este pensamiento debe ser como un licor que los haga olvidar su necesidad y su miseria.
Podría continuar toda la noche tratando de reconfortar a los santos que son probados, pero debo contentarme con darles tan sólo un sorbo más de este licor divino, y será este: recuerda cuán pronto terminarán estas duras experiencias. Ten presencia de ánimo, cansado peregrino; la mansión celestial donde debes descansar para siempre, está casi a la vista; y bien puedes cantar:
¡Hogar de mi alma! ¡Cuán cerca,
A veces, a mi mirada de fe que vislumbra,
Aparecen tus puertas de oro!»
Cuán rápido pasan los años, y nuestras duras experiencias y problemas también vuelan así de rápido. Amados, Pablo correctamente escribió concerniente a «Nuestra momentánea y leve tribulación;» porque, después de todo nuestras aflicciones son sólo como un sueño que nos atormenta, un pequeño sobresalto en el dormir de la vida, y luego nos despertamos para ya no dormir nunca jamás. Este mundo es, para el creyente, como una posada al lado del camino, donde hay muchas personas que constantemente vienen y se van, y hay tantos ruidos perturbadores que nadie puede descansar. Bien, no importa, tú estás deteniéndote allí por una corta noche, y luego te levantarás y te irás a tu eterno hogar, para no salir de allí nunca jamás. ¿Este licor divino no te hará olvidar tu pobreza y no borrará tu miseria?
Ahora consideraré el caso de un verdadero creyente en Jesús que tiene su alma muy abatida. Tú, amigo mío, te inclinas a decir, con Heman el ezraíta, «Oh Jehovah, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti . . . me has puesto en la honda fosa, en lugares tenebrosos, en lugares profundos . . . ¿Por qué desechas mi alma, oh Jehovah? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? Estás inclinado a pensar que ahora puedes entender ese grito de Cristo en la cruz, «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?» El Señor parece poner un oído sordo a tus súplicas, orar es una pesada carga para ti, no tienes visiones reconfortantes del rostro del Salvador, las épocas pasadas de santo gozo tan solo son recordadas por ti con el pesar de que ya no tendrás esas felices experiencias; hasta cuando miras la palabra de Dios, tu ojo parece fijarse solamente en las amenazas, y nunca advierte las muchas «preciosas y grandísimas promesas»; y tu alma «va a perecer» en la desesperación. Bien, pobre hermano mío, si alguna vez hubo un tiempo que necesitaras el vino condimentado del pacto de fidelidad de Dios y el delicioso y nutritivo néctar del eterno amor de Jesucristo es ahora. Me pregunto qué hacen los arminianos cuando son poseídos de este tipo de escalofrío espiritual, y tiemblan aterrorizados desde la cabeza hasta los pies; yo sé eso, y cuando tengo estos ataques (los tengo muy seriamente a veces) me vuelvo a aquellos textos que hablan más acerca de la gracia inmerecida y soberana, e intento obtener la médula y la grosura de ellos para alimentar mi alma hambrienta. Aquellos que espiritualmente «hacen negocios de los océanos» encuentran que nada les servirá de ayuda sino sólo los decretos eternos de Dios, los propósitos inalterables de Dios, la fidelidad infalible de Dios, la gracia de Dios que distingue y que discrimina; al menos esta es mi propia experiencia, y te exhorto, hermano o hermana que no tienes esperanza, a que des un gran trago del licor divino para que olvides tu pobreza espiritual, y no te acuerdes más de tu miseria. No es probable que conviertas las elevadas doctrinas del evangelio en algo malo, así pues, ven y aliméntate de ellas hasta que tu alma se sacie con estos bocados exquisitos de la casa de los banquetes del Señor. Acepta su invitación inmerecida, «¡Comed, oh amigos! ¡Bebed, oh amados! ¡Bebed en abundancia!»
Entre las otras cosas reconfortantes que le diría a un hermano que sufre de abatimiento en su alma estaría esta: Recuerda, hermano, si alguna vez fuiste un hijo de Dios, eres un hijo de Dios ahora. Pasas a través de muchos cambios, pero tienes un Salvador que siempre es el mismo, «¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos!» Tienes tus altibajos, cambias con cada fase de la luna; pero con el gran «Padre de las luces» «no hay cambio ni sombra de variación.» Acertadamente cantamos:
Cualquiera que sea mi estado;
Su corazón amoroso es siempre
Eternamente el mismo:
Mi alma por muchos cambios pasa,
Su amor no conoce variación.»
Nunca inició un trabajo de gracia en alguien, para luego dejarlo sin terminar. Nunca adoptó a un hijo en su familia, y luego lo echó para que pereciera. El Señor Jesucristo nunca se casó primero con una alma, y luego se divorció de ella, porque Él odia abandonar. Él nunca se apartará de ningún miembro de su cuerpo místico; si pudiera hacer una cosa tan terrible, Él mismo estaría incompleto. Así, mi hermano desesperado, te digo que, si alguna vez tuviste la luz y el amor de Dios en tu alma, no sólo eres todavía un hombre salvo, si no que el tiempo vendrá cuando sabrás que es así. Como Jonás, saldrás de las profundidades, y también con él darás toda la gloria de tu salvación al Señor.
También quiero intentar reconfortar a algunos verdaderos creyentes en Jesús que temen no ser realmente del Señor. Me da gusto que John Bunyan mencionó algunos de sus nombres en su alegoría inmortal, porque aún tenemos entre nosotros enjambres de personas que responden a la descripción de señor Temeroso, señor Mente-débil, señor Desaliento y su hija la señorita Muy-asustada, el señor Listo-para-parar, un señor Poca-fe, y eventualmente por aquí y por allá encontramos a un señor Gran-corazón, o a un señor Firme, o a un señor Valiente-para-la-verdad. Bien, queridos amigos, si están aquí esta noche, déjenme recordarles que, aunque son los pequeñitos de la familia de Dios, no son pequeños a los ojos del Señor. Los ama tanto como al más grande santo que haya vivido. Cuando el Señor le dio el mandamiento a Moisés referente al rescate por cada alma contada entre los hijos de Israel, se estableció expresamente, «Al entregar la ofrenda alzada para Jehovah a fin de hacer expiación por vuestras personas, el rico no dará más, ni el pobre dará menos del medio siclo.»
Igualmente en la expiación efectuada por el Señor Jesucristo, le costó a Él lo mismo, y no más, rescatar tanto al más pequeño de su pueblo como al más grande, y los ama por igual. Puede utilizar a algunos de ellos, como sus instrumentos, más de lo que usa a otros, pero les tiene la misma consideración a todos. Si alguna vez hace una diferencia en su trato hacia ellos, son los más débiles quienes tienen la preferencia; lleva a los corderos en su pecho, pero deja que las ovejas más fuertes lo sigan en su camino.
Tengan pues buen consuelo, débiles compañeros que pertenecen a Cristo, y también recuerden que los santos más pequeños están tan seguros como los santos más grandes. Si estamos con Cristo en el barco de su Iglesia, estamos tan seguros como todo el resto de los que están a bordo; y debemos descansar seguros que nunca pereceremos, porque si pudiéramos perecer, también Cristo perecería, y eso nunca puede suceder. El santo más grande, que haya servido a su Señor con celo apostólico o hasta con el propio sacrificio de su vida imitando a Cristo, tiene que confiar para su salvación en la sangre y la justicia de Jesucristo, y el santo más débil tiene que hacer precisamente lo mismo, y uno no es más salvo ni está más seguro que el otro. Así que señor Temeroso y señorita Muy-atemorizada, beban del licor divino y ya no tengan dudas ni estén tristes.
Creo que mi texto tiene también un mensaje especial para el pecador que tiene su corazón afligido, y su espíritu desanimado. A alguien así yo le ofrecería el licor del evangelio así: amigo mío, recuerda que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.» Esa palabra: pecadores, te incluye a ti; y si tú me preguntas, «¿Qué debo hacer para ser salvo?» respondo como hizo Pablo cuando se le hizo esa pregunta, «Cree en el Señor Jesús y serás salvo.» Así, como ustedes tienen el mandato de creer en Cristo, de descansar en Él, de confiar que Él los salva a ustedes, no puede ser presuntuoso de parte de ustedes creer que así es. Jesucristo es «grande para salvar;» Él es capaz de salvar plenamente a todo el que venga a Dios por Él. Si aquí hay un pecador que es tan malo que no pudiera yo describir su caso ante ustedes, no es tan malo para que Cristo lo salve; entonces ¿por qué desesperas, oh tú que «vas a perecer,» viendo que Dios ha dado a su Hijo amado por pecadores como tú? Tus pecados son grandes, yo sé, y gritan en voz alta pidiendo su castigo; pero en el momento en que tú te arrepientas de ellos, y confíes en la sangre de Jesús para limpiarte de ellos, serás hecho perfectamente sano. Tus pecados te serán borrados tan completamente que Dios dice que, si se buscaran, no se encontrarían; sí, no se encontrarían. Serán tan absolutamente borrados como si nunca los hubieras cometido. ¿Qué licor más reconfortante que ése puede servirse ante ti? Entonces bebe de él y olvídate de tu necesidad, y no te acuerdes más de tu miseria.
II. Puedo hablar sólo brevemente del segundo punto, el cual es, que ES NUESTRO DEBER Y PRIVILEGIO DAR ESTE LICOR A TODOS LOS QUE LO NECESITAN.
Hermanos y hermanas en Cristo, quiero que todos obedezcan el mandato del texto dando este licor del evangelio a aquellos que están con su corazón afligido y «van a perecer.» Algunos de ustedes pueden hacerlo hablándoles de su propia experiencia. Cuando se encuentren con almas que dudan y que están desanimadas, díganles cómo el Señor los liberó a ustedes del sombrío calabozo del viejo Gigante Desesperación en el Castillo de la Duda; recuérdenles de esa llave llamada Promesa que puede abrir las puertas de la prisión donde están atados con grilletes de hierro.
Se nos dice que Orígenes, mientras su fuerza se lo permitía, solía ir a las prisiones donde estaban confinados los cristianos durante la persecución de Decio, y después iba con ellos hasta el sitio de su ejecución confortándolos con las Escrituras que él había hallado que eran un gran apoyo para su propia alma; imítenlo hasta donde puedan aunque ya los cristianos no son perseguidos de muerte.
Muchos de ustedes pueden regalar este licor del evangelio visitando al enfermo y al pobre. En una iglesia tan grande como ésta, es imposible que el pastor o los ancianos visiten a todos los miembros y mucho menos que puedan visitar a todos aquellos que forman nuestra gran congregación; por eso yo los exhortaría a ustedes que hagan las visitas que puedan. Especialmente yo invitaría a aquellos que tienen la experiencia más profunda de las cosas de Dios para que encuentren al enfermo y al afligido en sus vecindarios, y los reconforten con el consuelo con el que ustedes mismos han sido reconfortados por Dios.
Entonces, muchos más de los que actualmente lo hacen podrán regalar este licor evangélico predicando en cualquier lugar y en cualquier momento que tengan la oportunidad. En una ciudad como Londres, en donde cada esquina de las calles puede proporcionar un púlpito, y cada calle puede proporcionar una congregación, no hay excusa para que el hombre que tenga sólo un talento, no lo utilice para Cristo. La buena nueva que tienes que decir, hermano mío es tan dulce que se debe repetir y repetir y repetir hasta que todo viento difunda la noticia a:
Le ruego al Señor también que avive a muchos hermanos y hermanas en medio de nosotros para que vayan a las «regiones más allá» como misioneros de la cruz, y moverlos a ustedes, que no pueden predicar, para que den de acuerdo a sus posibilidades, ya sea para la preparación de nuestros hermanos en el Colegio de Pastores, o para el soporte de aquellos que son llamados por Dios para predicar y enseñar la Palabra en tierras lejanas donde no es conocido Jesús. De esa forma, también estarán ayudando a dar el licor del evangelio a aquellos que tienen su corazón angustiado y «van a perecer.»
III. Ahora finalmente, pero brevemente, CUANDO ESTE LICOR DEL EVANGELIO SE LES DA A ESAS PERSONAS, ES SU DEBER Y PRIVILEGIO BEBERLO y olvidar su pobreza espiritual, y no recordar más su miseria.
Podemos llevar a un caballo hasta donde hay agua, pero no podemos forzarlo a beberla; y podemos llevar este licor evangélico al pecador, pero sólo el Espíritu Santo puede forzarlo dulcemente a que tome un trago grande y profundo de él. He tratado de dar este licor otra vez esta noche a todos aquellos que lo necesitan, como seguramente lo he estado haciendo desde que el Señor abrió mi boca por primera vez para hablar de Él; ¿pero qué pasa con la parte que les toca a ustedes, mis queridos lectores? Es mi deber y privilegio predicar el evangelio, pero también es el deber y el privilegio de ustedes creer en él cuando se les predica. «La fe es por el oír;» pero, ¡ay! hay muchos que oyen la Palabra y que son como aquellos de quienes el apóstol escribió que «a ellos de nada les aprovechó oír la palabra, porque no se identificaron por fe con los que la obedecieron.» Tener la medicina curativa en tu mano, y no beberla, es cometer un suicidio espiritual; te suplico, pecador, que no agregues ese crimen para coronar con él todas tus otras iniquidades; pero te ruego, en esta misma hora, que aceptes la dádiva concedida. El agua de vida está puesta ante ti; bebe y vive. El pan de vida está colocado a tu alcance, ¿por qué tu alma inmortal tendría que padecer de hambre, y perecer?
¿Temes ser un pecador tan terrible que no puedes ser salvo? Recuerda las palabras de Agur concernientes a una de las «cuatro cosas que son de las más pequeñas de la tierra,» y «son más sabias que los sabios.» Él dijo, la lagartija, que atrapas con las manos, pero está en los palacios del rey.» Puede ser que Agur hubiera visto una gran lagartija oscura en el palacio de Salomón, y que, al reflexionar en ello, se dijo así mismo, «esa fea criatura es muy sabia, porque veía venir una gran tormenta, y su hogar no hubiera sido un lugar seguro; así pues, buscando un refugio, se dio cuenta de una ventana abierta en el palacio del rey, y por ahí se metió. Ella no tenía derecho de estar allí, nadie la había invitado, pero allí estaba. «Ahora, pobre pecador, esa lagartija no estaba tan llena de veneno como estás tú lleno de pecado; se acerca una tormenta más grande que la que asustó a la lagartija, y la puerta de la misericordia de Dios está tan ciertamente abierta como estaba esa ventana en el palacio de Salomón; y tú, sí estás invitado a entrar, pero la lagartija nunca lo fue.» ¡Oh pecador, sé cuando menos tan sabio como una lagartija, y entra al palacio real de la salvación de Dios; porque, una vez que estés dentro, nunca serás sacado!
¿Todavía tienes miedo de venir a Jesús? Entonces, déjame recordarte de esa pobre mujer que vino y tocó el borde de su manto, y fue curada instantáneamente de la enfermedad que tenía desde hacía mucho tiempo. Tú recuerdas que ella estaba ceremonialmente impura, no podía estar en medio de la multitud; sin embargo estaba tan ansiosa de ser sanada que buscó su camino a través de la multitud hasta que estuvo lo suficientemente cerca de Jesús para tocar el borde de su manto sin costura, porque ella dijo, «si sólo toco su manto seré sanada.» Así hizo, y Cristo de inmediato honró su fe, y le dio la seguridad inmerecida diciéndole «vete en paz,» conservando la curación que ella había conseguido, por decirlo así, a escondidas. Oh pecador, ¿no quieres ser tan sabio como lo fue esa pobre mujer? No necesitas intentar robar la bendición, porque estás invitado a venir y tomarla abiertamente.
Jesús todavía dice, «venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.» Descanso es lo que necesitas, descanso de la mente, descanso del corazón, descanso de la conciencia; ese descanso sólo puede llegarte por la fe, «pero los que hemos creído sí entramos en el reposo.» Oh ustedes pecadores abrumados por la pobreza y por la miseria, crean en Jesús; tomen su yugo sobre ustedes, y aprendan de Él, porque así hallarán reposo sus almas; y entonces también se darán cuenta que «hay» otro reposo, uno más completo y más bendito, el eterno «guardar el día de reposo» que es la bendita herencia de toda «el pueblo de Dios.» Allí está el divino licor que se nos manda colocar al alcance de ustedes; bébanlo y olvídense de su pobreza, y no se acuerden más de su miseria. Dios los bendiga, por Cristo. Amén.