El Libro que Habla

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charles spurgeon 4

Es una circunstancia muy feliz cuando el mandamiento de nuestro padre y la ley de nuestra madre, son también el mandamiento de Dios y la ley del Señor. Felices son aquellos que cuentan con la doble fuerza que los induzca al bien: los lazos de la naturaleza y las cuerdas de la gracia. Pecan gravemente los que transgreden tanto contra un padre en la tierra así como contra el grandioso Padre del cielo. Quienes desprecian las tiernas obligaciones de su condición de hijos, y los requerimientos de su propia conciencia y de Dios, exhiben gran virulencia y violencia en su pecado. Salomón, en el pasaje que tenemos delante de nosotros, habla evidentemente de quienes encuentran que la ley de sus padres y la ley de Dios son lo mismo, y les amonesta a atar la ley de Dios en su corazón, y a enlazarla a su cuellos; con esto quiere decir: aceptación interior y abierta profesión. La ley de Dios debe ser tan amada por nosotros, que debemos atarla al órgano más vital de nuestro ser, y bordarla en nuestro corazón. El hombre puede olvidar o perder lo que trae en sus manos, y lo que lleva sobre su persona puede serle arrebatado, pero lo que está atado a su corazón permanecerá allí mientras dure su vida.

Debemos amar la palabra de Dios de todo nuestro corazón, y de toda nuestra mente, y de toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas; debemos abrazarla con toda la fuerza de nuestra naturaleza; nuestros más cálidos afectos deben entrelazarse con ella. Cuando el sabio también nos recomienda que la enlacemos a nuestro cuello, nos enseña que no debemos avergonzarnos nunca de ella. Nuestra mejilla no debe sonrojarse cuando nos llaman cristianos; cuando nos encontremos en medio de un grupo, debemos hablar sin vacilaciones lo concerniente a las cosas de Dios. Debemos tomar valientemente la cruz de Cristo; debemos declarar con alegría que respetamos los testimonios divinos. Debemos considerar la verdadera religión como nuestro más distinguido ornamento: y así como los magistrados lucen sus cadenas de oro, y se consideran privilegiados de poder hacerlo, enlacemos a nuestro cuello los mandamientos y el Evangelio del Señor nuestro Dios.

Para que seamos persuadidos a obedecer, Salomón nos proporciona tres convincentes razones. Nos dice que la ley de Dios, que entiendo como todas las Escrituras, y, en especial, el Evangelio de Jesucristo, será un guía para nosotros: «Te guiará cuando andes.» Será un guardián para nosotros: «Cuando duermas», cuando estás indefenso y desprevenido, «te guardará.» Y será también un fiel compañero para nosotros: «Hablará contigo cuando despiertes.» Cualquiera de estos tres argumentos bastaría, en verdad, para conducirnos a buscar un trato más cercano con la sagrada palabra.

Todos nosotros necesitamos un guía, pues «no es del hombre que camina el ordenar sus pasos.» Abandonados a nosotros mismos, muy pronto destacaríamos en la insensatez. Hay dilemas en la vida cuando un guía es más valioso que un lingote de oro. La palabra de Dios, como un infalible director de la vida humana, debe ser consultada por nosotros y nos guiará por una senda segura.

La segunda razón es igualmente poderosa: la palabra de Dios se convierte en el guardián de nuestros días; el que la oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal. Habrá momentos de descuido; habrá tiempos, inevitables debido a nuestra imperfección, en los que, a menos que nos proteja algún otro poder, caeríamos inevitablemente en las manos del enemigo. Bienaventurado aquel que tiene la ley de Dios tan grabada en su corazón, y la lleva alrededor de su cuello como una armadura impenetrable, porque es invulnerable, porque es guardado en todo momento por el poder de Dios a través de la fe para salvación.

Pero ahora prefiero ceñirme a la tercera razón para amar la palabra de Dios. Y esa razón es que se vuelve nuestra dulce compañera: «Hablará contigo cuando despiertes.» La ley inspirada de Dios, que David, en el Salmo ciento diecinueve llama los testimonios de Dios, los preceptos, los estatutos y palabras semejantes, es la amiga del justo. El Evangelio de Jesús, el Cumplidor de la ley, es su esencia y su médula y es también el especial solaz de los creyentes. De todo el volumen sagrado se puede afirmar: «Hablará contigo cuando despiertes.» Yo descubro cuatro o cinco pensamientos en esta expresión, y sobre ellos hablaremos.

I. Percibimos aquí que LA PALABRA ESTÁ VIVA. ¿De qué otra manera podría decirse: «Hablará contigo»? Un libro muerto no podría hablar, ni un libro mudo podría conversar.

Entonces, claramente se trata de un libro que vive y habla: «La palabra de Dios que vive y permanece para siempre.» ¡Cuántos de nosotros hemos comprobado que esto es ciertamente verdadero! Una gran proporción de los libros humanos han muerto desde hace mucho tiempo, e incluso se han consumido como las momias egipcias. El simple transcurrir de los años les ha quitado su valor; su enseñanza ha sido refutada, y no tienen vida para nosotros. Sepúltenlos en sus bibliotecas públicas, si quieren, pero, en adelante, no agitarán el pulso ni calentarán el corazón del hombre. Pero este libro tres veces bendito, aunque ha vivido entre nosotros todos estos cientos de años, es inmortal, y su vigor no se marchita: el rocío de su juventud aún permanece en él; su mensaje cae como la lluvia fresca del cielo; sus verdades son fuentes desbordantes que proveen consuelo renovado. Jamás algún libro habló como este libro; su voz, como la voz de Dios, es poderosa y llena de majestad.

¿Cuál es la causa de que la palabra de Dios esté viva? ¿No es, en primer lugar, porque es verdad pura? El error es muerte, la verdad es vida. No importa qué tan bien cimentado esté un error, gracias a la filosofía, o por la fuerza de las armas, o por la corriente del pensamiento humano. Viene el día en que arderá como un horno, y todo la falsedad será como hojarasca delante del fuego. El diente del tiempo devora todas las mentiras. Las falsedades son cortadas pronto, y se secan como la hierba verde. La verdad no muere nunca, y se remonta a orígenes inmortales. Encendida en la fuente de la luz, su llama no puede ser apagada. Si fuera asediada por la persecución durante un tiempo, arderá renovadamente para tomar represalias de sus adversarios. Muchos venerados sistemas de error se pudren ahora en la muerte del pasado en medio de las tumbas de los olvidados; pero la verdad que está en Jesús no conoce el sepulcro, y no teme al funeral; vive, y tiene que vivir mientras el Eterno llena Su trono.

La palabra de Dios vive, porque es la expresión de un Dios inmutable que existe por Sí mismo. Dios no dice hoy lo que no quiso decir ayer, ni borrará mañana lo que registra hoy. Cuando leo una promesa expresada hace miles de años, es tan fresca como si hubiese brotado hoy de los labios eternos. En realidad no hay fechas para las promesas Divinas; no son de interpretación privada, ni deben ser monopolizadas por alguna generación en especial. Repito, la palabra eterna sale hoy de los labios del Todopoderoso como cuando la habló a Moisés, o a Elías, o la expresó por lengua de Isaías o Jeremías. La palabra es siempre segura, inmutable y llena de poder. Nunca se vuelve anticuada. La Escritura siempre bulle con buenos temas, es un surtidor eterno, un Niágara espiritual de gracia, que siempre está cayendo, salpicando y fluyendo; nunca está estancada, nunca es salobre o contaminada, sino que siempre es clara, transparente, fresca y refrescante; así, por eso, vive siempre.

La palabra vive, además, porque alberga al corazón vivo de Cristo. El corazón de Cristo es la más viva de todas las existencias. Una vez fue traspasado con una lanza, pero hoy vive, y desea vivamente a los pecadores, y es tan tierno y compasivo como lo era en los días de la carne del Redentor. Jesús, el Amigo del Pecador, camina en las avenidas de la Escritura, como una vez recorrió las llanuras y las colinas de Palestina: todavía pueden verle, si tienen abiertos sus ojos, en las antiguas profecías; pueden contemplarlo con mayor claridad en los devotos evangelistas; Él abre y pone al descubierto para ustedes, lo más íntimo de Su alma en las Epístolas, y les hace oír las pisadas de Su cercano advenimiento en los símbolos del Apocalipsis. El Cristo viviente está en el libro; pueden contemplar Su rostro casi en cada página; y, por consiguiente, es un libro que habla. El Cristo del monte de las bienaventuranzas habla todavía en ese libro; el Dios que dijo: «Sea la luz,» expresa desde sus páginas el mismo divino fiat (hágase); la verdad incorruptible, que saturó cada línea y cada una de sus sílabas cuando fue escrito al principio, permanece allí en la plenitud de su fuerza, y lo preserva del dedo de la putrefacción. «La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre.»

Además de todo esto, el Espíritu Santo tiene un vínculo especial con la palabra de Dios. Yo sé que Él obra en los ministerios de todos Sus siervos a quienes les ha ordenado predicar; pero, principalmente, he observado que la obra del Espíritu de Dios en los corazones de los hombres está más vinculada con los propios textos que citamos, que con nuestras explicaciones sobre ellos. «Pueden estar seguros de esto,» dice un escritor profundamente espiritual, «lo que salva las almas es la palabra de Dios, y no el comentario del hombre.» Dios en verdad salva almas por nuestros comentarios, pero efectivamente la mayoría de las conversiones han sido realizadas por la agencia de un texto de la Escritura. Es la palabra de Dios la que es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos. Tiene que haber vida en ella, pues por ella los hombres nacen de nuevo. En cuanto a los creyentes, el Espíritu Santo hace arder a menudo la palabra mientras la están estudiando. Las letras que estaban delante de nosotros eran en un tiempo como simples letras, pero el Espíritu Santo súbitamente vino sobre ellas, y hablaron en lenguas. El capítulo es modesto como la zarza de Horeb, pero el Espíritu desciende sobre él y he aquí, arde con esplendor celestial, y Dios se aparece en las palabras, de tal forma que nos sentimos como Moisés cuando quitó su calzado de sus pies, porque el lugar en que estaba, tierra santa era. Es verdad que la mayoría de los lectores no entiende esto, y considera a la Biblia como un libro común; pero si no lo entienden, al menos les pido que acepten la verdad de nuestra aseveración, cuando declaramos que cientos de veces, hemos sentido con certeza la presencia de Dios en la página de la Escritura, de la misma manera que Elías la sintió cuando oyó que el Señor hablaba en un silbo apacible y delicado. La Biblia a menudo se nos ha manifestado como un templo de Dios, y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba y cuyas faldas llenaban el templo. Hemos sido constreñidos a clamar en adoración, con los serafines: «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos.»

Los judíos colocan como frontispicio de su gran Biblia, el texto: «Ciertamente Dios está en este lugar; no es otra cosa que casa de Dios, puerta del cielo.» Y dicen bien. Es, en verdad, un templo espiritual, una casa santísima, cubierta de piedras preciosas para ornamento, y recubierta de oro puro por dentro y por fuera, teniendo por su principal gloria la presencia del Señor, tan gloriosamente revelada, que, a menudo, no pueden los sacerdotes estar allí para ministrar por causa de la gloria del Señor que llena la casa. Dios el Espíritu Santo vivifica la letra con Su presencia, y entonces es ciertamente para nosotros una palabra viva.

Y ahora, queridos hermanos, si estas cosas son así, y nuestra experiencia las certifica, tengamos mucho cuidado de no jugar con un libro que está tan imbuido de vida. Si les preguntáramos si son estudiantes habituales de la Santa Escritura, ¿no recordarían hoy, muchos de ustedes, sus fallas? Yo creo que ustedes son sus lectores; pero, ¿son escudriñadores? Pues la promesa no es para los que leen simplemente, sino para quienes se deleitan en la ley del Señor, y de día y de noche meditan en ella. ¿Estás sentado a los pies de Jesús, con Su palabra como tu libro de texto? Si no es así, recuerda, aunque puedas ser salvo, te hace falta mucha de la bendición, que de otra manera podrías disfrutar. ¿Te has estado rebelando? Refresca tu alma meditando en los estatutos divinos, y dirás con David: «Tu dicho me ha vivificado.» ¿Estás desfallecido y cansado? Ve y habla con este libro vivo: te devolverá tu energía, y levantarás alas como las águilas.

Pero, ¿eres totalmente inconverso? Entonces, no te puedo dirigir a la lectura de la Biblia como tu camino de salvación, ni hablarte como si hubiese algún mérito en ello; sin embargo, quiero exhortar a los inconversos a que tengan gran reverencia por la Escritura, un conocimiento íntimo de su contenido, y hagan una frecuente lectura cuidadosa de sus páginas, pues ha ocurrido diez mil veces que mientras los hombres han estado estudiando la palabra de vida, les ha traído la vida. «La exposición de tus palabras alumbra.» Como Eliseo y el hijo muerto, la palabra se ha extendido sobre ellos, y sus almas muertas han sido revividas. Uno de los lugares más probables para encontrar a Cristo es en el huerto de las Escrituras, pues Él se deleita caminando allí. Como en los tiempos antiguos, los ciegos solían sentarse a la orilla del camino mendigando, de tal forma que, si pasaba Jesús, podían clamar a Él, así les pido que se sienten a la orilla del camino de las Santas Escrituras. Oigan las promesas, escuchen sus palabras llenas de gracia; son las huellas del Salvador; y, cuando las oigan, que sean conducidos a clamar: «¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» Acudan a los ministerios que prediquen más la palabra de Dios. No seleccionen esos que están llenos de un lenguaje elegante, y que los deslumbran con expresiones que son más bien ornamentales que edificantes. Únanse a un ministerio que esté lleno de la propia palabra de Dios, y, sobre todo, aprendan la propia palabra de Dios. Léanla con un deseo de entender su significado, y estoy persuadido que, haciéndolo así, muchos de ustedes que ahora están alejados de Dios serán acercados a Él, y serán conducidos a una fe salvadora en Jesús, pues «La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.» «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.»

II. Si el texto dice: «Hablará contigo cuando despiertes,» entonces es muy claro que LA PALABRA ES PERSONAL. «Hablará contigo.» No está escrito, «hablará al aire, y tú oirás su voz,» sino, «Hablará contigo

Ustedes saben exactamente qué significa esa expresión. No estoy hablando con nadie en particular el día de hoy; ustedes son muchísimos, y yo soy sólo uno; pero cuando vayan camino a casa, cada uno hablará con su compañero: entonces se trata de una verdadera conversación, cuando un hombre habla con otro hombre. Ahora, la palabra de Dios tiene el hábito condescendiente de hablar a los hombres, hablándoles personalmente; y, por esto, quiero recomendarles que amen la palabra de Dios. ¡Oh, que la estimen como algo muy precioso por esta razón!

«Hablará contigo,» es decir, la palabra de Dios habla acerca de los hombres, y acerca de los hombres modernos; habla de nosotros, y de estos últimos días, tan precisamente, como si hubiese aparecido esta última semana. Algunos se acercan a la palabra de Dios con la idea que encontrarán información histórica acerca de épocas antiguas, y la encontrarán, pero ese no es el propósito de la palabra. Otros buscan hechos sobre la geología, y se han hecho grandes intentos para que la geología convenza a la Escritura, o la Escritura convenza a la geología. Debemos estar convencidos siempre que la verdad nunca se contradice; pero, como nadie sabe nada todavía acerca de la geología, pues su teoría es un sueño y una pura imaginación, vamos a esperar hasta que los filósofos arreglen sus propios asuntos privados, confiando que cuando encuentren la verdad, será muy consistente con lo que Dios ha revelado. De cualquier manera, podemos dejar ese tema. Las principales enseñanzas de la Santa Escritura son acerca de los hombres, acerca del Paraíso de la humanidad no caída, acerca de la caída, la degeneración de la raza, y el instrumento de su redención. El libro habla de víctimas y sacrificios, de sacerdotes y abluciones, y así nos señala el plan divino por el cual el hombre puede ser levantado de la caída y reconciliado con Dios. Lean la Escritura de principio a fin, y encontrarán que su grandioso tema es relativo a la raza en cuanto sus más importantes intereses, y lo que concierne a la raza, no como judíos o como gentiles, sino como hombres; no como bárbaros, o escitas, o griegos, o esclavos, o libres, sino como hombres; y quien no escucha la palabra hablándole acerca de cosas que le conciernen íntimamente, tanto a él como a sus semejantes, no lee la palabra de Dios correctamente. Es un libro que habla, que habla personalmente, pues no trata con temas de la luna, ni del planeta Júpiter, ni de épocas remotas, ni dice mucho de los períodos venideros, sino que trata con nosotros, con el quehacer de hoy; cómo puede ser perdonado hoy el pecado, y cómo pueden ser conducidas de inmediato a una unión con Cristo.

Además, este libro es tan personal, que habla a los hombres en cualquier estado y condición delante de Dios. Cómo habla a los pecadores: habla, digo, pues lo expresa así: «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.» Tiene muchas tiernas reconvenciones para los pecadores. Condesciende a su condición y a su posición. Si ellos no se inclinan ante Dios, hace que la eterna misericordia se incline, por decirlo así, a ellos. Habla de banquetes de manjares suculentos, de gruesos tuétanos; y el libro, conforme habla, razona con el hambre de los hombres, y los invita a comer y quedar satisfechos. Habla de vestidos tejidos en el telar de la sabiduría y del amor infinitos, y de esta manera habla a la desnudez del hombre, y le implora que se vista de la justicia divina. No hay pecador, de ninguna condición, que se atreva a decir que no hay nada en la palabra de Dios que se adecue a su caso. Si has sido un perseguidor, la historia de Saúl te habla: si has derramado mucha sangre inocente, Manasés hablará contigo; si has sido una ramera, o un ladrón, tiene pasajes especiales para tratar contigo. Independientemente de la condición en la que se encuentre un pecador, hay siempre una palabra que responde con precisión a su necesidad.

Y ciertamente, cuando nos convertimos en hijos de Dios, el libro habla con nosotros maravillosamente. En la familia del cielo, es el libro propio del hijo. Tan pronto conocemos a nuestro Padre, este amado libro llega de inmediato como una carta de amor procedente del lejano país, autografiado por nuestro propio Padre, y perfumado con el amor de nuestro Padre. Si crecemos en gracia, o si nos rebelamos, en cualquier caso, la Escritura todavía habla con nosotros. Cualquiera que sea nuestra posición delante del Dios eterno, el libro parece haber sido escrito a propósito para responder a esa condición. Les habla tal como son, no únicamente como deben ser, o como otros han sido, sino habla con ustedes, con ustedes personalmente, acerca de su condición actual.

¿No han notado nunca cuán personal es el libro en cuanto a todos sus estados mentales, en referencia a la tristeza o al gozo? Hubo un tiempo para algunos de nosotros en el que nos encontrábamos tristes y terriblemente deprimidos, y entonces el libro de Job se lamentó con la misma nota dolorosa. He recurrido a las Lamentaciones de Jeremías y he pensado que yo podría haber escrito justo lo que Jeremías escribió. Se aflige con nosotros cuando nos lamentamos. Por otro lado, cuando el alma se eleva a las altísimas montañas, a la cumbre de Amana y del Líbano, cuando contemplamos visiones de gloria, y vemos a nuestro Amado cara a cara, he aquí, la palabra está a nuestro lado, y en el deleitoso lenguaje de los Salmos, o en las todavía más dulces expresiones del Cantar de Salomón, nos dice todo lo que está en nuestro corazón, y nos habla como algo vivo que ha estado en los abismos, y ha subido a las alturas, que ha conocido los anonadamientos de la aflicción y se ha regocijado en los triunfos del deleite. La palabra de Dios es para mí, mi propio libro: no tengo ninguna duda, hermano, que es lo mismo para ti. No podría haber un Biblia que me fuera más adecuada: pareciera escrita especialmente para mí. Amada hermana, estoy seguro que has querido decir a menudo, cuando pones tu dedo en una promesa: «Ah, esa promesa es mía; aunque no haya otra alma cuyos ojos llorosos puedan regar esa página y decir: ‘es mía’, sin embargo yo, una pobre alma afligida, puedo decirlo.» Oh, sí, el libro es muy personal, pues toca todos los detalles de nuestro caso, independientemente de cuál sea ese caso.

Y, cuán fiel es siempre. Nunca encontrarán que la palabra de Dios quiera negarles lo que es provechoso para ustedes. Como Natán clama: «Tú eres aquel hombre.» No permite nunca que nuestros pecados queden sin censura, ni que nuestras rebeliones pasen desapercibidas hasta convertirse en pecados públicos. Nos da un aviso oportuno; clama a nosotros tan pronto como comenzamos a desviarnos, «Despiértate, tú que duermes,» «Velad y orad,» «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón,» y miles de palabras de advertencia que dirige personalmente a cada uno de nosotros.

Ahora quisiera sugerir, antes de dejar este punto, que es muy saludable que nos examinemos a nosotros mismos. ¿La palabra de Dios le habla a mi alma de esta manera? Entonces es una crasa insensatez perder, por generalizaciones, ese tesoro precioso que sólo puede ser alcanzado cuando se experimenta personalmente. ¿Qué dices, tú, querido lector? ¿Lees el libro para ti mismo, y te habla ese libro a ti? ¿Te ha condenado alguna vez, y has temblado delante de la palabra de Dios? ¿Te ha señalado alguna vez a Cristo, y has mirado a Jesús, el Salvador encarnado? ¿Sella ahora el libro, con el testimonio del Espíritu, el testimonio de tu propio espíritu, de que eres hijo de Dios? ¿Tienes el hábito de acudir al libro para conocer tu propia condición, para ver tu propia cara como en un espejo? ¿Es tu medicina familiar? ¿Es la prueba y el indicador que te hace saber tu condición espiritual? Oh, no trates al libro de otra manera que esta, pues si lo haces así, y lo conviertes en tu amigo personal, bienaventurado eres, pues Dios morará con el hombre que se estremece ante Su palabra; pero, si lo tratas como el libro de cualquier otra persona y no tu propio libro, entonces, ten cuidado de no ser contado con los impíos que desprecian los estatutos de Dios.

III. Aprendemos del texto que LA SANTA ESCRITURA ES MUY FAMILIAR. «Hablará contigo cuando despiertes.»

Hablar significa comunión, compañerismo, familiaridad. No dice, «te predicará.» Muchas personas tienen en alta estima al libro, pero lo miran como si se tratara de algún maestro muy encumbrado que les habla desde un alto tribunal, mientras ellos se encuentran muy abajo. No voy a condenar por completo esa reverencia, pero sería mucho mejor que comprendieran la familiaridad de la palabra de Dios; no nos predica tanto, como nos habla. No es: «Te dará una conferencia cuando despiertes,» o, «te increpará;» no, no, «hablará contigo.» Nos sentamos a sus pies, o más bien a los pies de Jesús, en la palabra, y desciende a nosotros; nos es familiar, como un hombre habla con su amigo.

Y aquí, permítanme recordarles la deliciosa familiaridad de Escritura a este respecto, que habla el lenguaje de los hombres. Si Dios nos hubiese escrito un libro en Su propio lenguaje, no habríamos podido comprenderlo, o lo poco que hubiésemos comprendido nos habría alarmado tanto, que suplicaríamos que esas palabras no nos fueran habladas más; pero el Señor, en Su palabra, a menudo usa un lenguaje que, aunque es infaliblemente verdadero en su significado, no es según el conocimiento de Dios, sino adaptado al hombre. Quiero decir esto, que la palabra usa símiles y analogías de los cuales podemos decir que hablan humanamente, y no de acuerdo a la verdad absoluta como Dios mismo la ve. Así como los hombres, cuando conversan con bebés, usan sus expresiones balbucientes, así lo hace la palabra condescendiente. No está escrita en la lengua celestial, sino en el patois (jerga) de este país bajo, inclinándose a los hombres de baja condición. Nos alimenta con trozos adecuados a nuestra capacidad, «nos mantiene del pan necesario.»

Habla del brazo de Dios, de Su mano, de Su dedo, de Sus alas, e incluso de Sus plumas. Ahora, todas estas son descripciones familiares, para adecuarse a nuestras capacidades infantiles; pues el Infinito no debe ser concebido como si esas similitudes fueran hechos literales. Es un sorprendente ejemplo de amor, que exprese esas cosas de tal manera que nos ayuden a captar las sublimes verdades. Demos gracias al Señor de la palabra por esto.

Cuán tiernamente la Escritura desciende a la simplicidad. Supongan que todo el sagrado volumen hubiese sido como el libro del profeta Ezequiel. Entonces su utilidad habría sido poca para la generalidad de la humanidad. Imaginen que todo el volumen hubiese sido tan misterioso como el Libro de Apocalipsis: tendríamos la obligación de estudiarlo, pero si su beneficio hubiera dependido de nuestra comprensión de él, habríamos fracasado en alcanzarlo. Pero, cuán simples son los Evangelios, cuán claras estas palabras: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo;» cuán deliciosamente sencillas son esas parábolas de la moneda perdida, de la oveja perdida, y del hijo pródigo. Dondequiera que las palabras tocan puntos vitales, son tan brillante como un rayo de luz. Hay misterios, y doctrinas profundas, y abismos donde Leviatán puede nadar; pero, con todo aquello que tiene que ver de inmediato con lo relativo a la eternidad, es tan clara, que el bebé en la gracia puede vadear sus arroyos refrescantes. En la narrativa del Evangelio, el caminante, aunque sea insensato, no puede extraviarse. Es plática familiar; es la grandiosa mente de Dios traída a nuestra pequeñez, para que pueda alzarnos.

Cuán familiar es el libro también (hablo ahora en cuanto a mis propios sentimientos), en todo lo que nos concierne. Habla acerca de mi carne, y de mis corrupciones, y de mis pecados, como sólo alguien que me conoce podría hacerlo. Habla de mis pruebas de la manera más sabia: muchas de ellas las conoce a fondo. Habla acerca de mis dificultades; algunos se burlarían de ellas y se reirían, pero este libro simpatiza con ellas, conoce mis temblores, y mis temores, y mis dudas, y toda la tormenta que ruge en el pequeño mundo de mi naturaleza. El libro ha ido a través de toda mi experiencia; de alguna manera u otra lo planea todo, y habla conmigo como si se tratase de un compañero peregrino. Me habla de cosas prácticas, y no me reprende, ni me mira hacia abajo desde una terrible altura de severa perfección, como si fuese un ángel, y no pudiera simpatizar con los hombre caídos; pero, como el Señor al que revela, el libro es sensible a nuestras debilidades, como si hubiese sido tentado en todos los puntos en que yo soy tentado. ¿No se han sorprendido a menudo, ante las expresiones humanas de la divina palabra?: truena como Dios y sin embargo llora como el hombre. Parece imposible que algo sea demasiado pequeño para que no lo perciba la palabra de Dios, o demasiado amargo, o incluso demasiado pecaminoso para que ese libro lo pasara por alto. Toca a la humanidad en todos los puntos. En todas partes es un conocido familiar, personal, y pareciera preguntarse: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?»

Y ¡cuán a menudo el libro ha respondido los interrogantes! En tiempos difíciles me ha sorprendido ver cuán sencillo es el oráculo. Le han preguntado a sus amigos, y no pudieron darles un consejo; pero se han puesto de rodillas, y Dios se los ha dado. Se han cuestionado, se han confundido, y han tratado de dilucidar el problema, y, ¡he aquí!, en el capítulo que leyeron en la oración de la mañana, o en un pasaje de la Escritura que estaba abierto delante de ustedes, recibieron dirección. ¿No hemos visto un texto, por decirlo así, cuando bate sus alas, y vuela desde la palabra como un serafín, y toca nuestros labios con un carbón vivo del altar? Estaba acostado como un ángel que dormitaba en medio de una era de especias aromáticas de la palabra sagrada, pero recibió una misión divina, y trajo consolación e instrucción a su corazón.

La palabra de Dios, entonces, habla con nosotros en el sentido que nos conoce bien. ¿Entendemos esto? Voy a concluir con este punto con otra palabra de aplicación. ¿Quién, entonces, que encuentre que la palabra de Dios es una amiga tan amada y querida, la menospreciaría o la descuidaría? Si alguno de ustedes la ha despreciado, ¿qué le podría decir? Si se tratara de un libro pesado, escrito por todos lados con maldiciones y lamentos, y cada una de sus letras destellara con declaraciones de venganza, podría ver alguna razón para no leerlo; pero, oh preciosa, invaluable compañera, amada amiga de todas mis tristezas, haciendo mi cama en mi enfermedad, la luz de mis oscuridad, y el gozo de mi alma, ¿cómo podría olvidarte, cómo podría abandonarte? He oído de alguien que dijo que el polvo sobre la Biblia de algunos hombres era tan abundante y tan antiguo, que podrías escribir «Condenación» sobre ella. Me temo que así sucede con algunos de ustedes.

El señor Rogers, de Dedham, en una ocasión, después de predicar acerca del valor de la Biblia la tomó del frente del púlpito, y, colocándola detrás de él, describió a Dios como diciéndoles: «tú no lees el libro: no te importa; te lo voy a quitar, ya no te fastidiará más.» Y luego describió el dolor de los corazones de los sabios cuando descubrieron que la bendita revelación había sido retirada de los hombres; y cómo asediaban el trono de gracia, día y noche, para pedir que les fuera regresada. Estoy seguro que habló la verdad. Aunque la descuidamos mucho, debemos valorarla más allá de todo precio, pues, si fuese quitada de nosotros, habríamos perdido nuestro más tierno consolador en la hora de necesidad. ¡Que Dios nos conceda amar más las Escrituras!

IV. En cuarto lugar, y brevemente, nuestro texto muestra evidentemente que LA PALABRA RESPONDE. «Hablará contigo cuando despiertes.» No se trata de un monólogo.

Hablar con un hombre no consiste en un monólogo. Hablar con un hombre requiere de una conversación que reciba respuesta de parte del interlocutor. Ambos tienen algo que decir cuando sostienen una conversación. Es un diálogo al que contribuye cada una de las partes, Ahora, la Escritura es un maravilloso libro de conversación; habla, y hace hablar a los hombres. Siempre está lista a respondernos.

Supongan que se acercan a las Escrituras en una cierta condición de vida espiritual: habrán notado, pienso, que la palabra responde a esa condición. Si están a ciegas y afligidos, parecería que la palabra se ha entregado a la angustia, de tal forma que puede lamentar con ustedes. Cuando se encuentran en el muladar, allí está sentada la Escritura, con polvo y cenizas sobre su cabeza, llorando al lado de ustedes, sin reconvenir como los consoladores molestos de Job.

Pero supongan que se acercan al libro con ojos brillantes de gozo, entonces la oirán reír; cantará y les tocará como con salterio y arpa, tocará con címbalos de júbilo. Entren en su buena tierra en un feliz estado, y saldrán con alegría, y serán vueltos con paz; los montes y los collados levantarán canción delante de ustedes, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. Así como es reflejado el rostro en el agua, así un hombre ve su propia imagen en el arroyo vivo de la verdad revelada.

Si vienen a la Santa Escritura con crecimiento en la gracia, y con aspiraciones por logros todavía más elevados, el libro crece con ustedes, crece sobre ustedes. Siempre está por encima de ustedes, y clama con alegría: «¡Más alto todavía: Excelsior!» Muchos libros de mi biblioteca están ahora detrás de mí y por debajo de mí; los leí hace años, con considerable placer; los he releído, después de algún tiempo, con desilusión; no volveré a leerlos nunca, pues no me sirven de nada. Fueron buenos a su manera alguna vez, y también lo fueron los vestidos que usé cuando tenía diez años; pero ya no me sirven, y sé más de lo que estos libros enseñan, y yo sé dónde están sus fallas. Pero nadie supera a la Escritura; el libro se ensancha y se profundiza con los años. Es cierto que realmente no puede crecer, pues es perfecto; pero lo hace en cuanto a nuestro entendimiento. Entre más profundo caven en la Escritura, más encontrarán que es un gran abismo de verdad. El principiante aprende cuatro o cinco puntos de ortodoxia, y dice: «entiendo el Evangelio, he comprendido toda la Biblia.» Pasa un poco de tiempo, y cuando su alma crece y conoce más a Cristo, confesará: «Amplio sobremanera es tu mandamiento.»

Hay una cosa acerca de la palabra de Dios que muestra su sensibilidad para con nosotros, y es que cuando tú le revelas tu corazón, ella te revela su corazón. Si, al leer la palabra, dicen: «Oh, bendita palabra, tú eres en verdad hecha realidad en mi experiencia; penetra más en mi corazón. Renuncio a mis prejuicios, yo me ofrezco, como la cera, para ser estampado con tu sello,» cuando hagan eso, y abran su corazón a la Escritura, la Escritura abrirá su corazón a ustedes; pues tiene secretos que no cuenta al lector casual, tiene cosas preciosas procedentes de las colinas eternas que sólo pueden ser descubiertas por mineros que saben cómo excavar y abrir los lugares secretos, y penetrar en los grandes filones de las riquezas eternas.

Ríndanse a la Biblia y la Biblia se rendirá a ustedes. Sean francos con ella, y honestos con su alma, y la Escritura sacará su llave de oro, y abrirá una puerta tras otra, y desplegará ante su mirada de asombro, lingotes de plata que no podrías pesar, y montones de oro que no podrías medir. Feliz el hombre que al hablar con la Biblia, le revela todo su corazón, y aprende el secreto del Señor que permanece con los que le temen.

Y ahora, también, si aman la Biblia y expresan su amor por ella, ¡la Biblia los amará! Su sabiduría dice: «Yo amo a los que me aman.» Abracen la palabra de Dios, y la palabra de Dios los abrazará de inmediato. Cuando valoran hasta su misma letra, entonces les sonríe llena de gracia, les saluda con muchos saludos de bienvenida, y los trata como huéspedes distinguidos. Siempre lamento estar en malos términos con la Biblia, pues revela que debo estar en malos términos con Dios. Siempre que mi credo no encuadra con la palabra de Dios, pienso que es tiempo de moldear mi credo de otra forma. En cuanto a las palabras de Dios, no deben ser tocadas por martillo ni por hacha. ¡Oh, la obra de cincelar, y de cortar y de martillar que encontramos en ciertos comentarios para hacer que la Biblia de Dios sea ortodoxa y sistemática! ¡Cuánto mejor sería dejarla tranquila! La palabra es correcta y nosotros estamos equivocados en aquellos puntos en los que no estamos de acuerdo con ella. Las enseñanzas de la palabra de Dios son infalibles, y deben ser reverenciadas como tales. Ahora, cuando la aman tan bien que no quieren tocar ni siquiera una sola línea de ella, y la valoran tanto que estarían dispuestos a morir en defensa de una de sus verdades, entonces, como es amada por ustedes, ustedes serán amados por ella, y los asirá y se abrirá a ustedes como no lo hace con el mundo.

Queridos hermanos y hermanas, debo abandonar este punto, pero será con esta observación: «¿le hablan a Dios? ¿Habla Dios con ustedes? ¿Se eleva su corazón al cielo, y desciende Su palabra fresca desde el cielo hasta sus almas? Si no es así, no conocen la experiencia del hijo vivo de Dios, y yo oro sinceramente para que la conozcan. Que sean conducidos el día de hoy a ver a Cristo Jesús en la palabra, a ver a un Salvador crucificado allí, y a poner su confianza en Él, y entonces, a partir de este día, la palabra hará eco a sus corazones: responderá a sus emociones.

V. Por último, LA ESCRITURA ES INFLUYENTE. Eso deduzco del hecho que Salomón dice: «Hablará contigo cuando despiertes;» y continúa haciendo la observación que guardará al hombre de la mala mujer, y de otros pecados que prosigue a mencionar. Cuando la palabra de Dios habla con nosotros, tiene influencia en nosotros.

Toda plática tiene una mayor o menor influencia. Yo creo que se hace más labor en este mundo mediante una plática buena o mala que por medio de la predicación; en verdad, el predicador predica mejor cuando habla; no hay oratoria en el mundo que iguale a la simple conversación: es el modelo de elocuencia; y toda la acción y la verbosidad de los retóricos son pura basura. La manera más eficiente de predicar es simplemente hablar; es que el hombre permita que su corazón corra a sus labios y fluya a los corazones de otros hombres. Ahora, este libro, cuando habla con nosotros, tiene influencia en nosotros y lo hace de muchas maneras.

Mitiga nuestros dolores y nos alienta. Muchos guerreros han estado a punto de escabullirse de la batalla de Dios, pero la palabra ha puesto su mano en ellos, y ha dicho: «Mantente firme, no desmayes, ten buen ánimo, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.» Hemos leído acerca de valerosos santos, pero desconocemos cuán a menudo habrían sido redomados cobardes, sólo que vino la buena palabra y los fortaleció, y regresaron para ser más fuertes que leones y más veloces que águilas.

Al tiempo que el libro consuela y alegra, tiene un maravilloso poder de elevar. ¿Nunca han sentido que inyecta fresca sangre de vida en ustedes? Han pensado: «¿Cómo puedo continuar viviendo a este ritmo de muerte que he vivido? Debo ganar algo más noble.» Lean esa parte de la palabra que habla de las agonías de su Señor, y sentirán:

«Por el amor que tengo por Su nombre,
Lo que era para mí ganancia, estimo como pérdida
Mi antiguo orgullo llamo mi vergüenza,
Y clavo mi gloria a Su cruz.»

Lean de las glorias del cielo que son reveladas por este libro, y sentirán que pueden correr la carrera con velocidad revolucionada, porque una corona muy brillante destella delante de sus ojos. Nada puede levantar tanto a un hombre por encima de las rastreras consideraciones de la ganancia carnal o del aplauso humano, que tener su alma saturada con el espíritu de la verdad. Eleva pero asimismo alegra.

Luego, también, cuán a menudo advierte y reprime. Yo me habría echado a la mano derecha o torcido a la mano izquierda si la ley del Señor no hubiera dicho: «Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.»

La plática consagrada de este libro santifica y moldea la mente a imagen de Cristo. No pueden esperar crecer en gracia si no leen las Escrituras. Si no están familiarizados con la palabra, no pueden esperar ser hechos semejantes a Él, que la habló. Nuestra experiencia es, por decirlo así, la rueda del alfarero sobre la que giramos; y la mano de Dios está en las Escrituras para moldearnos según el diseño y la imagen que Él quiere darnos. Oh, pasen mucho tiempo con la santa palabra de Dios, y serán santos. Pasen mucho tiempo con las necias novelas del día, y las insensatas bagatelas de la hora, y degenerarán en insulsos malgastadores de su tiempo; pero pasen mucho tiempo con la sólida enseñanza de la palabra de Dios, y se convertirán en hombres y mujeres sólidos y sustanciales: beban las palabras, aliméntense con ellas, y producirán en ustedes una semejanza de Cristo, ante la cual se asombrará el mundo.

Por último, permitan que la palabra les hable, y los confirmará y los establecerá. Oímos de vez en cuando de apóstatas del Evangelio. Deben haber sido poco enseñados conforme a la verdad que está en Jesús. Un gran clamor brota, cada vez y cuando, acerca de que estamos siendo pervertidos por Roma. Un buen hombre me aseguró el otro día, muy alarmado, que toda Inglaterra se estaba pasando al Papado. Yo le dije que desconocía qué clase de Dios adoraba él, pero mi Dios era sustancialmente más grande que el demonio, y no tenía la intención que el diablo hiciera lo que quisiera, y que a mí no preocupaba tanto el Papa de Roma como los Ritualistas de casa. Pero, fíjense, hay algo de verdad en estos temores. Habrá un pasar de un error a otro, a menos que haya en la iglesia cristiana una lectura más honesta, diligente, y general de la Santa Escritura. Si yo afirmara que la mayoría de los miembros de las iglesias no leen sus Biblias, ¿los estaría calumniando? El día domingo escuchan la lectura de un capítulo, y tal vez leen un pasaje a la hora de la oración familiar, pero un gran número nunca lee la Biblia en privado. Toman su religión de la revista mensual, y la aceptan de los labios del ministro.

Oh, que regresara el espíritu de Berea, para que escudriñen las Escrituras para ver si estas cosas son así. Me gustaría ver un rimero gigantesco de todos los libros, buenos y malos que hayan sido escritos jamás, libros de oración y de sermones, e himnarios, y todos, humeando como la antigua Sodoma, si la lectura de esos libros los mantuviera alejados de la lectura de la Biblia; pues una tonelada de peso de literatura humana no es digna de una onza de la Escritura; un sola gota de la tintura de la palabra de Dios es mejor que un océano lleno de nuestros comentarios y sermones y similares. Debemos vivir de la palabra, la simple, pura, infalible palabra de Dios, si vamos a convertirnos en fuertes contra el error, y tenaces en la verdad. Hermanos, que sean establecidos en la fe, arraigados, cimentados, edificados; pero yo sé que no podrán serlo a menos que escudriñen las Escrituras continuamente.

Se acerca el tiempo cuando todos nos quedaremos dormidos en la muerte. Oh, cuán bienaventurado será encontrar, cuando despertemos, que la palabra de Dios hablará con nosotros entonces, y recordará su antigua amistad. Entonces la promesa que amamos antes será cumplida; las encantadoras intimaciones de un futuro bienaventurado serán realizadas, y el rostro de Cristo, que vimos como a través de un espejo, será descubierto, y resplandecerá sobre nosotros como el sol en su fuerza. Que el Señor nos conceda amar la palabra, y alimentarnos de ella, y para el Señor sea la gloria eternamente. Amén y Amén.

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 119: 161-179; Proverbios 6: 1-23.