Los apóstoles dijeron esto. A veces he pensado que el mensaje de Pablo en Listra, cuando le prohibió a la multitud que lo adorara, recordándole al pueblo que él era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las de ellos, debería ser repetido a oídos de muchos cristianos modernos, pues existe una tendencia en la iglesia cristiana a colocar a los apóstoles y a otros santos eminentes, sobre una plataforma muy por encima del nivel de los humanos ordinarios. No me refiero a adorarlos, sino más bien a tenerlos en una extraordinaria estima en vez de considerarlos simplemente como modelos que imitar.
Hermanos, nuestro Señor Jesucristo quiere que sepamos que no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades. Él quiere que tengamos la certeza que Él mismo fue tentado en todo según nuestra semejanza. También quiere que sepamos con igual certeza que los doce escogidos, los líderes de Su ejército, que salieron de Él, eran hombres sujetos a pasiones semejantes a las nuestras. No debemos considerarlos como héroes inaccesibles con una especie de carácter divino, o como si estuviesen libres de nuestras debilidades y aflicciones. Ellos fueron como nosotros, y si nos han aventajado ha sido únicamente por la fortaleza divina, por una fortaleza que nosotros también podemos recibir; por la gracia que es tan inmerecida por nosotros como lo fue por ellos. Si ellos estuviesen aquí, todavía tendrían que luchar con la incredulidad, y, conscientes de su incredulidad, dirían otra vez: «Señor, auméntanos la fe.»
Los apóstoles pidieron esto, y los apóstoles lo pidieron a Jesús. Acudieron al Fuerte para tener fortaleza. Inútil es ir a cualquier otra fuente. En vano lo habrían pedido los unos a los otros. En vano hubieran buscado por el mundo entero para encontrar a un eminente santo a quien hacerle la petición. Habrían sido como aquellas vírgenes insensatas que dijeron a las prudentes: «Dadnos de vuestro aceite,» y hubieran obtenido la misma respuesta: «No, para que no nos falte a nosotras y a vosotras.» Pero fueron a los que vendían y compraron para ellos. Fueron a Cristo, el legislador, el autor y consumador de su fe, y elevando a Él sus corazones en la oración: «Señor, auméntanos la fe,» pronto recibieron una respuesta consoladora, y se fortalecieron en la fe, dando gloria a Dios.
Ahora, voy a requerir de su atención en este momento, para cinco o seis observaciones acerca de la fe como algo que crece. La primera observación es solamente esta:
I. EL TEXTO ARROJA UN POCO DE LUZ ACERCA DE LO QUE ES LA FE.
Este no es un tema enteramente oscuro; pero aun así, es uno sobre el que ha habido mucha controversia. Ustedes saben, tal vez, que en el primer ímpetu de la Reforma, la mayoría de los teólogos afirmaban que la fe salvadora era una seguridad plena, o, por lo menos, que la plena seguridad de salvación y de un interés personal en Cristo, conformaban parte de la esencia de la fe salvadora; y esto ha sido sostenido por un gran número de teólogos; y muchos cristianos todavía sostienen que creer personalmente que Cristo murió por mí, es la fe salvadora.
Ahora, nosotros creemos que esto es un error. Nosotros creemos que la plena seguridad es inapreciable. La consideramos como una joya que sobrepasa todos los valores humanos; pero consideramos que afirmar que la plena seguridad es necesaria para la salvación, es una doctrina que aflige a las ovejas débiles del rebaño. Creemos que esa seguridad es necesaria para experimentar un profundo gozo, necesaria para edificación, necesaria para utilidad; pero no creemos que sea necesaria para salvación. Nosotros creemos que hay miles que están sobre la Roca de las Edades que a veces temen no estarlo, y decenas de miles que entrarán al cielo cuya fe no fue nunca más allá de la simple confianza en Cristo, que nosotros sostenemos que es la esencia de la fe salvadora.
La persuasión de que Cristo murió por mí, viene después del ejercicio de la fe y es un resultado de esa fe. Es fe en pleno florecimiento, pero no es necesariamente la esencia de la fe en Cristo. Algunos de esos que enseñan que, creer que Cristo murió por mí, es fe, enseñan también que Cristo murió por todos los hombres. Ahora, ustedes entenderán de inmediato que ese tipo de fe, enseñada de esa manera, no es otra cosa que la creencia en un truismo muy simple: pues si Él murió por todos, entonces debe haber muerto por mí, y mi creencia que Él murió por mí puede ser, hasta donde entiendo, una simple operación intelectual que no tiene nada que ver con el corazón, y que ciertamente no requiere la ayuda del Espíritu Santo, pues cualquier persona puede creer eso, puesto que en tanto Cristo murió por todos, Él murió por mí. La fe de ese tipo es una cosa muy simple, y aunque cada cristiano debe percibir también que Cristo finalmente murió por él, sin embargo, si empieza con eso, comienza por el punto equivocado, y puede ser culpable de presunción, en vez de ejercitar la fe de los elegidos de Dios.
¿Cuál es, entonces, la esencia de la fe salvadora? La esencia es: Confianza en Cristo, dependencia, fiarse de Él. Es creer que Jesucristo es el designado Salvador del mundo; que Él es también la expiación por el pecado; y la fe salvadora es más que eso: es confiar en que la obra de Cristo te salva. En cuanto a que si Cristo murió por ti en particular o no, es algo que pronto descubrirás, pero la fe consiste en venir con las manos vacías y aceptar la plenitud de Cristo; venir desnudo, y tomar Su justicia para que sea tu gloriosa vestidura; ir, vil, a la fuente que Él ha llenado con Su sangre, para ser lavado en ella: de hecho, es eliminar toda confianza en uno mismo, y poner toda la confianza en el Señor Jesucristo.
Cualquier persona que tenga esta fe, es salva; no importa de qué otra cosa carezca, es salva; y ni la muerte ni el infierno destruirán jamás a un hombre que con una confianza simple y honesta, depende de lo que Cristo ha hecho para la salvación de los pecadores. Si tú te aferras a Cristo para que sea tu todo en todo, y si tú afirmas: «no conozco nada sino a Cristo; lo que Él ha hecho es todo mi reposo y mi gozo,» entonces cuentas con la promesa de Dios que: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna,» y tú la tienes, y tú, por lo tanto, no perecerás jamás.
Esto, entonces, es la fe salvadora, y esta es el alma verdadera, y la esencia, y la sustancia de ella. No es, en sí misma, la plena seguridad, pero la plena seguridad brota de ella. En la Confesión Helvética, se dice que la fe es «una muy firme confianza en Cristo,» lo cual es un nuevamente un pequeño error. Una muy firme confianza en Cristo es fe, y es una fe robusta; pero puede haber fe allí donde no hay «una muy firme confianza,» aunque puede ser una evidencia muy valiosa. La fe, sin embargo, a veces puede estar mezclada con incredulidad, pero allí donde exista una confianza en el Señor Jesucristo, hay evidencia de fe verdadera. Aunque esa confianza no llegue a constituir una persuasión feliz, consoladora, deliciosa, de la propia salvación personal, sin embargo es fe, fe salvadora, y salvará al alma de quien la posea. Terminemos aquí nuestra primera observación. En segundo lugar:
II. LA FE, DONDEQUIERA QUE ESTÉ, ES SUSCEPTIBLE DE CRECIMIENTO.
Los apóstoles dijeron: «Señor, auméntanos la fe.» La fe es el don de Dios, y nos es otorgada en grados. La fe no es siempre la misma en cuanto a su grado, inclusive en el momento del nuevo nacimiento. No todos los niños son igualmente fuertes cuando nacen en este mundo. No toda fe es igualmente fuerte al principio. Algunas veces, quienes son primeros al principio, después se convierten en los últimos, y a veces quienes son los últimos al principio, aventajan a los otros. Dios no nos da a todos nosotros la misma dotación de fe cuando empezamos. Algunos de nosotros somos muy delicados, muy atribulados, y encontramos muy difícil aferrarnos a la más pequeña de las promesas de Dios. Pero toda fe es de la misma naturaleza; aunque no toda es de la misma cantidad o grado, toda es de la misma calidad. Un diamante es un diamante, aunque no sea más grande que un chícharo o la cabeza de un alfiler; justamente es del mismo carácter que el diamante Kohinoor, aunque no sea tan grande. Lo mismo sucede con la fe. Fe como un grano de mostaza es igualmente la fe del elegido de Dios como si fuera una montaña. Es fe viva. Es la misma fe, aunque sea más pequeña en cantidad. No siempre recibimos la misma cantidad de fe, pero después que la hemos recibido, crece.
Esto es demostrado por la vida posterior de los propios apóstoles. Tomen a Simón Pedro como ejemplo. En un tiempo, pobre Simón, ¡en verdad, cuán digno de lástima era! Pedro se sentó para calentar sus manos junto al fuego en el palacio del sumo sacerdote, y estando sentado en ese lugar, una criada atrevida le dijo: «tú también estabas con Jesús el galileo,» y tan débil era la fe de Pedro que ¡en verdad negó a su Señor! Pero pocas semanas después de eso, el Espíritu Santo descendió sobre Simón Pedro, y ahora, el mismo hombre que se sonrojó de temor ante una criada arrogante, está ante miles de personas en las calles de Jerusalén, hablando con el mayor aplomo a favor del Evangelio del Cristo crucificado. Ahora no hay ningún temor, ningún temblor, ninguna incredulidad en Simón Pedro, pues Pentecostés había llegado, y había sido fortalecido y hecho valeroso por el Espíritu Santo. ¡Cuán maravillosamente había cambiado! Casi hubieras llegado a pensar que había dos Simón Pedro, en vez de uno. Tan maravillosamente había crecido en fe y en valor.
Además, es evidente que la fe crece, pues ha habido, y hay, miles de otras personas que, manifiestamente, han tenido más fe de la que tú o yo hayamos tenido jamás, y que sin embargo han descubierto que su fe no siempre fue fuerte. Miren a los mártires: consideren cómo iban a su muerte cantando himnos en el camino. ¡Cuántos de ellos triunfaron en el anfiteatro, cuando eran soltadas las fieras para que los destrozaran! ¡Cómo eran arrojados en húmedos y fétidos calabozos, donde permanecían hasta que les crecía moho, siendo abandonados para que murieran de hambre, y sin embargo, cómo murieron allí con gozo en sus corazones e himnos en sus labios! Esos eran hombres de fe, a quienes ni tú ni yo somos dignos de desatar la correa de su calzado: ellos eran mucho, mucho más grandes que nosotros. Y sin embargo, si le hubieran preguntado a cualquiera de ellos, les habrían respondido que no eran mejores que nosotros cuando comenzaron, pero que Dios, por Su gracia, alimentó y cultivó su fe hasta volverse lo que fue.
¿Saben ustedes lo que es este crecimiento en la fe? No podemos volvernos padres o madres que alimenten a algunos de nuestros hermanos o de nuestros oyentes, hasta que no tengamos este crecimiento en la fe. Bendigo a Dios porque yo he visto a muchos de ustedes crecer en la fe, y mi sincera oración es que cada uno pueda crecer para plena certeza de la esperanza hasta el fin, de tal manera que yo pueda decir de todos: «vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás.» Sí, hermanos, efectivamente vemos que la fe crece en otros de manera tan clara, como hemos visto crecer los arbustos y las plantas en el campo.
Además, creo que ustedes y yo estamos conscientes que nuestra propia fe ha crecido. Yo sé que la mía ha crecido. Sé que algunas veces es más débil, pues podemos retroceder; sin embargo estoy consciente que, a la vuelta de los años, mi fe es más robusta de lo que era.
Les diré de qué manera crece la fe. Algunas veces crece en intensidad. Ustedes creen en las mismas cosas, pero ahora las creen con mayor firmeza. Un niño tiene una perla en su mano. Sí, pero ahora el niño ha crecido y se ha convertido en un hombre, y tiene la misma perla, aunque ahora la sostiene de una manera muy diferente. Cuando sostenía la perla siendo un niñito, ustedes tal vez podrían habérsela arrebatado; pero ahora que es un hombre, ¡miren cómo cierra sus puños y aprisiona con fuerza su tesoro!
Lo mismo sucede con el hombre que crece en la fe. Empuña de tal manera las verdades eternas que no podrías arrebatárselas. Él ha aprendido a permanecer firme. No es sacudido por cualquier viento de doctrina. Mantiene el timón de su alma fijo en la dirección del puerto de su destino, sin importar que soplen los vientos y la tormenta brame y gima a su alrededor.
La fe también crece no solamente en intensidad sino en alcance; de tal forma que creen más de lo que antes lo hicieron. Al principio creemos en unas cuantas grandes verdades, y luego el conocimiento viene en nuestra ayuda, y en lugar de sólo tres o cuatro grandes verdades majestuosas, aprendemos diez, y conforme avanzamos más, aprendemos cien verdades. Sin embargo, a veces, nos duele confesar que conforme nuestra fe crece en alcance, disminuye en intensidad, lo que resulta en una ganancia muy pobre. Pero si creemos más y creemos todo con la misma intensidad que lo hicimos al principio, entonces nuestra fe está creciendo verdaderamente, y estamos avanzando de una forma sumamente saludable y feliz.
La fe verdaderamente crece: sabemos que crece en esos dos aspectos mencionados, pues algunos de nosotros hemos estado conscientes de ese crecimiento. Amados, sería algo muy extraño si la fe no creciera. Fue un gran milagro cuando Josué hizo que el sol se detuviera, porque ese día el sol fue la única cosa en todo el mundo que se quedó quieta. Todo lo demás se estaba moviendo. Es parte de la ley de Dios que cada estrella gire: que no haya nada inerte. Aun el propio sol grandioso gira, y sigue constantemente su poderoso curso. Aquel día el sol fue lo único que se detuvo, y por tanto fue un verdadero milagro. Ahora, si la fe no creciera, sería lo único en el cristiano que estaría quieto sin crecimiento, pues todo lo demás en el hombre, ciertamente crece.
Además, ¿acaso Cristo no nos enseña esto, cuando habla primero de hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga? En otro momento se nos dice que somos niños, que pensamos como niños, y hablamos como niños; pero que cuando nos convirtamos en hombres, dejaremos lo que era de niño. En otros lugares algo se dice acerca de los hijitos, y luego acerca de los jóvenes y luego acerca de los padres. No voy a mencionar todos los ejemplos (son demasiado numerosos), en los que, tanto por medio de metáforas como por medio de lenguaje directo, somos enseñados por la palabra de Dios que todo en el cristiano crece, y por tanto su fe, que es como su diestra, también debe crecer. La fe, entonces, es susceptible de crecimiento. Y ahora, en tercer lugar:
III. EL CRECIMIENTO EN LA FE ES MUY DESEABLE.
Dije muy al principio que la fe, aunque sea mínima, es salvadora, pero naturalmente no es deseable que sólo tengamos la fe mínima. Es sumamente deseable que recibamos la mayor fe posible.
El crecimiento en la fe es deseable, y lo es, en primer lugar, porque la incredulidad es un pecado muy grande, y donde hay una fe mínima, allí está acechando la incredulidad, y por consiguiente, el pecado, y ningún cristiano verdadero quisiera quedarse tranquilo si está pecando diariamente. No es posible que seamos débiles en la fe y no caigamos en transgresión. La fe débil puede traernos una bendición, pero la debilidad en la fe es un mal: y contentarse con la debilidad en la fe sin esforzarse por superarla, únicamente será un deliberado incremento de culpa.
Hermanos y hermanas, no creo que nosotros apreciemos de manera correcta, qué cosa tan mala y amarga es nuestra incredulidad. Nos preguntamos si hay realmente algún otro pecado que dé una puñalada tan directa a la verdad y a la veracidad de Dios, como éste lo hace. Nos preguntamos si hay un pecado que nos ensucie más o que deshonre más a Dios. Hermanos, diariamente debemos aspirar a la más elevada fe para poder desterrar la incredulidad, y así seamos librados de constante pecado.
El crecimiento en la fe también es necesario para nuestra santificación. Es por fe que el pecado es sometido, y todas nuestras gracias crecen. A menos que la fe sea robusta, no podemos esperar lograr progresos hacia la perfección. La santificación es diaria e incesante. Es obrada en nuestros pensamientos y en nuestros corazones por el Espíritu Santo; pero la fe en la sangre preciosa es el grandioso instrumento que Él usa para esa santificación.
Vencemos el pecado por medio de la sangre del Cordero aplicada a nosotros con el hisopo de la fe, día con día. Hermanos, si descuidan su fe, pronto descubrirán que, sin importar cuánto se esfuercen, sus esfuerzos serán totalmente vanos para avanzar en otras gracias. Fe, fe, fe; este es el tanque, y si no está lo suficientemente lleno, la tubería pronto se secará.
Además, el crecimiento en la fe es necesario para consuelo nuestro. La Pequeña Fe va al cielo, pero sus pies están doloridos por el camino. Entra al reino, pero es como un barco que cuando hace agua, tiene que arrojar su preciosa carga al mar y con dificultad llega a puerto y casi zozobra en la boca de la bahía. Pequeña Fe se tropieza con una pajita, pero Gran Fe está llena de consuelo. Su mente está saturada de recuerdos gratos de misericordias pasadas, y sus ojos destellan con las tiernas anticipaciones de las misericordias venideras, y así Gran Fe goza de un cielo aquí abajo, y se encamina a cantar los himnos de la gloria entonando algunos de ellos por el camino. Denme una robusta fe en Dios, y no necesito pedir ninguna otra cosa, pues la fe vigorosa convertirá la pobreza en riqueza, la debilidad en fortaleza, las profundas aflicciones en gozos perdurables, y las dificultades monstruosas en triunfos maravillosos. Reciban más fe, y tendrán abundancia de consuelos. Todos son días y noches festivos; un alma que posee una fe imbatible en las promesas del Dios bendito, goza de una feliz Navidad durante todo el año.
La fe robusta es también muy necesaria para nuestro servicio útil. Si nos dirigimos con timidez a nuestro trabajo, conociendo escasamente nuestro propio interés en Cristo, podemos recibir una bendición, pero no es probable que sea una gran bendición. Pero cuando sabemos en quién hemos creído, y hemos gustado y experimentado que la buena Palabra de Dios es ciertamente nuestra, entonces lo que hablemos vendrá con gracia y poder; y habrá más probabilidades de que tengamos éxito cuando trabajamos con fe, bajo la variada unción del Espíritu Santo, que cuando trabajamos con dudas. En verdad, la fe recibe bendición. Yo me pregunto si nuestra predicación rociada de incredulidad es de algún servicio; pero si predicamos creyendo que las almas serán salvas, entonces serán salvas. Si predicamos confiando en la promesa de Dios que Su Palabra no regresará a Él vacía, no regresará vacía, sino que habrá fruto para el sembrador, de acuerdo a la garantía que nos da nuestro Dios fiel.
Hermanos, no puedo hablarles ahora extensamente sobre un tópico tan importante, pero lo dejo con ustedes, teniendo la certeza que no podrán nunca pensar demasiado acerca de él.
Es deseable que su fe crezca en grado sumo, sobre todas las cosas. Búsquenla, se los ruego, y que el Señor les conceda fe de conformidad a Su plenitud de misericordia. Pero ahora reflexionemos en la verdad llena de gozo que:
IV. EL CRECIMIENTO EN LA FE ES OBTENIBLE.
Los apóstoles no habrían pedido el crecimiento, no se les hubiera permitido que lo pidieran, si no hubiera sido posible que lo recibieran. Ciertamente lo pidieron, en verdad lo recibieron, y por tanto, tú y yo podemos pedirlo y recibirlo. Ellos nos exhortan a obtenerlo; por lo menos, lo hacen de manera práctica por medio de su ejemplo: por tanto, nosotros podemos obtenerlo.
Es siempre algo muy triste y grandemente deprimente para el crecimiento cristiano cuando ves con el ojo de tu mente a grandes y eminentes cristianos y concluyes que están muy por encima de lo que tú puedas llegar a ser jamás. Hermanos y hermanas, permítanme suplicarles que, cuando lean acerca de un hombre del calibre del doctor Payson, no digan: «¡Es un hombre de una mente tan espiritual! ¡Nunca seré como él!» Tú serás como él por la gracia de Dios. Joven que estás a punto de entrar en el ministerio, cuando leas la vida de Whitfield, no permitas que el maligno te diga: «tú no puedes ser tan devoto y tan seráfico en tu entrega como él lo fue.» ¿Por qué no? Allí donde Whitfield no alcanzó la perfección, tú no la alcanzarás con él, y ciertamente no la alcanzarás; pero, ¿por qué no ser como él? El mismo Señor que lo hizo a él también te ha puesto a ti sobre la rueda. El mismo Espíritu que lo mantuvo ferviente y fiel, ha prometido habitar en ti. ¿Por qué no podrían obtenerse los mismos resultados? Yo sé que ustedes a veces admiran a aquellos que son más avanzados en la vida divina que ustedes. Ustedes que se han unido recientemente a la iglesia cristiana, ustedes los envidian, pero no creen poder alcanzar jamás su nivel.
¡Ah!, amados, que su oración sea poder alcanzar a los mejores en la iglesia. Siéntanse menos que ellos. Pero, si es la voluntad del Señor, estén en realidad más llenos que cualquiera de ellos de la gracia de Dios, y de amor, y de toda cosa buena. Tengan aspiraciones, hermanos míos; no desesperen, sino aspiren, por la gloria de Dios, a demostrarle a este mundo impío que el cristianismo no ha perdido su vigor; que es todavía posible que seamos tan sencillos y tan heroicos como lo fueron los apóstoles. Aspiren a tener lo que ellos obtuvieron. Pidan el crecimiento en la fe, como ellos lo pidieron, y cuando lo tengan, no se contenten solamente con crecer, y no piensen que no pueden ser tan llenos de fe como ellos lo fueron.
Yo sé que el enemigo les dirá que ustedes ocupan una posición en la que no pueden ser tan llenos de gracia. Díganle al enemigo que él es un mentiroso desde el principio. Puede ser que estén en una posición en la que no sean ampliamente útiles; ustedes podrán estar donde no son llamados ni se espera que hagan muchas de las obras que otros desempeñan. Pero los círculos son admirados y alabados, no por su gran tamaño, sino por su redondez. Así que Dios los honrará, no de conformidad al tamaño de su esfera, sino de acuerdo a la integridad con la que la llenemos, haciéndolo como para el Señor, lo que Él requiera de nosotros, de acuerdo a Su temor y por medio de Su gracia.
Una niñera que tiene a su cargo dos o tres niños, que les enseña la dulce historia del amor de Cristo, y que busca traer sus corazones a Jesús, puede ser más fiel de lo que yo soy, que tengo una gran congregación que me escucha continuamente. Ella puede cumplir con toda su responsabilidad: para mi será difícil cumplir con toda la mía. Tú, que tienes un pequeño taller, y tienes que trabajar mucho para sobrevivir con lo que tienes, y con una gran familia que educar en el temor de Dios, puedes recibir más honor del Señor al fin, que muchos cuyos nombres son proclamados por el mundo.
No se trata de dónde estás, sino de quién eres, y no se trata de cómo eres visto, sino de cómo vives a los ojos de Dios. Eso es lo que importa. ¡Ah!, queridos amigos, es posible entonces que en la esfera en la que te desenvuelves, sobresalgas en la fe tanto como Pablo lo hizo predicando en Atenas, o Pedro ante la multitud en Jerusalén, ante partos, medos y elamitas. No permitan que nada los detenga. Crean que no se les enseñaría a orar: «Señor, auméntanos la fe,» si Dios no iba a responder la oración, y crean que Él la responderá, y que les dará la fe más elevada que jamás tuvo algún hombre: inclusive tú; de tal forma que en el lecho de la enfermedad, o en medio de la pobreza, tú puedas ser un ejemplo tan ilustre de fe, como el creyente mejor conocido que haya adornado jamás los anales de la iglesia. Pero debemos proseguir. Puesto que este crecimiento en la gracia es obtenible, así, a continuación:
V. HAY UN MEDIO ADECUADO DE OBTENERLA.
Si me permiten darles un consejo, el primer medio que destacaría para lograr un crecimiento en la fe es el mismo que los apóstoles adoptaron, es decir,la oración. Ellos dijeron: «Señor: Auméntanos la fe.» Oren mucho para que su fe pueda crecer. ¡Oh!, me temo que en estos inicuos tiempos, en los que estamos tan ocupados con miles de afanes, somos demasiado deficientes ante el propiciatorio, y esto explica el hecho de que haya tanta religión superficial entre nosotros.
Si quieres aprender a creer en las promesas de Dios, lleva esas promesas a Dios, y contémplalas a la luz de Su rostro. Úsalas ante el propiciatorio como argumento, con solemne seriedad, sin titubeos, hasta que tengas una seguridad confortable que Dios será para ti lo que Él ha dicho que será. Hagamos más oración, y habrá más fe.
Junto con eso, escudriñen más la Palabra. Entre más estemos familiarizados con el Libro inspirado de Dios, habrá mayor probabilidad que lo creamos. Si yo quiero creer una historia actual, fortaleceré mejor mi creencia en su verdad, escuchando su repetición continuamente. Cuando comienzo a examinar una doctrina y veo que la doctrina es clara, entonces no puedo evitar creer en ella. Ahora, acércate a la Palabra de Dios, pura y sin adulteración, y conforme la leas, se convertirá en su propio testigo. La gloria que «da brillo a cada página sagrada, majestuosa como el sol,» relumbrará ante tus ojos, y luego te sorprenderás de que pudiste dudar alguna vez de ella. Y déjame decirte que muchas promesas que has pasado por alto antes, o que consideraste poco dignas de tu atención, brillarán con esplendor y deleitarán tus ojos y extasiarán tu espíritu.
¡Oh, cuán muerta está la Palabra de Dios en un tiempo, en relación a lo que está en otro! Sin la ayuda del Espíritu Santo la leerás en la oscuridad, y será para ti como Cristo a los ojos del mundo no regenerado: «no hay parecer en él, ni hermosura.» Pero en otros momentos, cuando Dios brilla sobre ella, encontrarás que es médula y grosura para tu alma, y te sorprenderás por haberla dejado de escudriñar, tan deleitable será para tu alma.
Escudriñen mucho la Palabra. Busquen inquirir los hechos y las doctrinas del Evangelio. Hay muy pocos tratados teológicos publicados en estos días. Ustedes no leen teología: eso no les importa. Pero yo sé lo que leen: novelas publicadas en tres volúmenes, y en especial relatos religiosos que vienen en las revistas. Desearía que fuéramos liberados de esas historias religiosas. Prefiero las historias profanas, pues cuando son claramente profanas, la gente no leerá esa basura, pero cuando estas historias tienen el sabor de un condimento de piedad, las leen crédulamente, y llenan su cabeza con esa insensatez disparatada que leen, y en lugar de mejorar por lo que leen, más bien empeoran. Yo quisiera que se sentaran y estudiaran algo del buen material antiguo que sus abuelas solían leer. Algunos de esos ancianos o viejecillas solían sentarse, y, cuando se ponían sus lentes, leían de principio a fin algunos tratados sobre las doctrinas del Evangelio. Esas eran las grandes damas de antaño, que, cuando el ministro no predicaba sana doctrina, pronto le hacían saber que no querían oír fábulas infundadas. Sólo querían recibir la verdad del buen Evangelio; y sus esposos eran del mismo tipo, y ellos leían y escudriñaban por su cuenta.
En estos días, yo creo que en verdad basta que un hombre tenga labia para que pueda predicar casi lo que quiera. Hay cientos de nuestros oyentes que hoy quieren ser seguidores de un calvinista, o incluso, de un hipercalvinista, y mañana quieren ir para escuchar a un arminiano, y cualquier cosa puede ser muy buena debido al aderezo y a las ramitas y a las flores colocadas alrededor del plato. Que Dios nos libre de una religión así, y nos haga conocer la verdad cuando la busquemos.
Queridos amigos, escudriñen la verdad en la Palabra de Dios, y busquen tener una firme comprensión y un profundo conocimiento de ella. Sería muy conveniente que por lo menos la mitad de los cristianos en Inglaterra aprendieran el Catecismo de la Asamblea. Podrían adquirir un mundo de conocimientos al estudiar ese compendio. Pero conocer la verdad mediante la Palabra, es todavía un medio más provechoso de aumentar nuestra fe.
Permítanme decir también que la fe crece frecuentemente por la comunión con los santos. Ustedes que son más jóvenes podrán recibir ayuda al hablar con los hermanos más maduros y avanzados en la vida cristiana. ¡Ay!, los lechos de enfermo de quienes son probados y afligidos, constituyen a menudo una escuela en la que los jóvenes discípulos pueden aprender lecciones de fe. De esta manera pueden ser enriquecidos con perlas y gemas que no pueden ser compradas en ningún otro mercado. Y los santos que sufren, hombres y mujeres que han estado en el horno y tienen un olor a quemado en ellos, que se han vuelto como plata purificada siete veces, que pueden dar testimonio de la ayuda recibida en sus días de pobreza, y de la profunda gracia que sostiene en épocas de aguda angustia corporal y mental, ellos pueden enriquecerlos grandemente, y, a través de lo que ellos les aporten, su fe crecerá.
Y su fe crecerá también, sin duda, cuando Dios los trate a ustedes como los ha tratado a ellos, pues, después de todo, la experiencia de otras personas no tiene ni la mitad del valor que nuestra propia experiencia. Es cuando nos encontramos en caso de apuro, cuando comenzamos a transitar en medio del fuego, que volamos al Dios Eterno, gozándonos porque «El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos.» Pidan el uso santificado de la aflicción; oren también por el uso santificado de la prosperidad, y de esta manera, por todos los medios providenciales, su fe crecerá.
Sin embargo, recuerden que el único medio real de crecimiento en la fe es por el poder del Espíritu Santo. Como dije al principio de este mensaje, el crecimiento de Pedro en la fe le vino en Pentecostés. Y lo mismo ocurrió con los demás del grupo de los doce; se volvieron hombres nuevos porque el poder del Espíritu descansó sobre ellos. Amados, si tenemos más del poder del Espíritu de Dios, más ejercicio de Su poder en nosotros, nuestra fe crecerá.
La fe, entonces, es algo que crece; debemos desear que nuestra fe crezca; puede crecer, y les he mencionado algunos de los medios por los cuales puede crecer. Y ahora dedicaremos dos o tres minutos a:
VI. LAS FORMAS EN QUE USTEDES PUEDEN ESTORBAR SU CRECIMIENTO.
Digo únicamente dos o tres minutos, aunque podría ser un tema muy extenso. Ustedes pueden obstaculizar muy fácilmente su crecimiento en la fe. Pueden hacerlo descuidando la fe; dejando que su Biblia se empolve; abandonando un ministerio que es edificante; menospreciando al Espíritu Santo. Pueden hacerlo al no ejercitar lo que ya tienen. Ustedes no pueden perder su fe, si es verdadera fe, pero pueden perder mucho de su poder comparativo por causa de una mente mundana, entregándose a la avaricia; olvidando congregarse, como acostumbran algunos; cayendo en pecado; entremetiéndose con la carne; gratificando a la vanidad; por cualquier cosa que contriste al Espíritu Santo.
También su fe se puede debilitar, si habitan lejos del sol. Los habitantes de las regiones de nieve y hielo pronto se enfrían, y lo mismo nos puede suceder a nosotros si vivimos lejos de Dios y del Sol de Justicia. De la misma manera que un hombre se debilita si no come, así al abstenerse del alimento espiritual y del nutrimento del alma, nuestra fe pronto decaerá. Como una sequía pertinaz pronto hace que las flores inclinen sus cabezas, así si hubiera una sequía de influencia divina en ustedes, muy pronto su fe comenzaría a marchitarse.
Sin embargo, viviendo cerca de Dios, y simplemente recurriendo a Él para todo, su fe crecería hasta convertirse en la plena seguridad de fe, y, como Abraham, ustedes estarían «fortalecidos en fe, dando gloria a Dios.» Y aquí voy a concluir diciéndoles que sea uno de los firmes objetivos de nuestra vida, que siendo salvos, podamos:
VII. BUSCAR EL MÁS ALTO GRADO DE GRACIA OBTENIBLE.
He escuchado acerca de una buena mujer, una viuda, que se encontraba en medio de un grave problema cuando la visitó su pastor; pero en una segunda visita, su pastor se dio cuenta que ella estaba muy feliz. «¿Qué ocurrió?» preguntó el pastor; «¿qué te ha puesto tan alegre?» Ella respondió: «he estado leyendo esa preciosa palabra, ‘tu marido es tu Hacedor.'» «Y, ¿cómo te ha consolado eso?» dijo él. «Bien,» respondió ella, «cuando mi esposo vivía, siempre tuve lo suficiente con sus ingresos, y ahora que mi Hacedor es mi esposo, trataré de vivir de conformidad a su ingreso; y ¡oh, qué tarea tengo frente a mí si debo vivir de conformidad a los ingresos de Dios, que no conocen fronteras ni límites, y que nunca se acaban! ¡Si yo pudiera recibir de Él el máximo alcance de sus ingresos, cuán ricamente podría vivir!»
Ahora, adoptemos la política de esa buena mujer, y tratemos de vivir de conformidad al ingreso de nuestro bendito esposo, el Señor Jesucristo. Entonces nuestra fe crecerá en grado sumo, y también nuestro amor y todas nuestras gracias.
Pero me temo que hay algunos lectores que no tienen fe, que nunca han confiado en Cristo. Entonces, queridos amigos, es nuestro solemne deber recordarles, antes de que nos despidamos, que sin fe es imposible agradar a Dios. Han venido aquí esta noche, y me alegra que lo hayan hecho, y vienen a menudo, y yo me regocijo. Ustedes son honestos, sobrios, morales, amigables. Todo eso está muy bien, pero ustedes quisieran agradar a Dios, ¿no es cierto? Bien, pero sin fe es imposible que Lo agraden. Pueden hacer lo que quieran, pero sin fe es imposible agradar a Dios. Dios no aceptará nunca nada de nosotros, a menos que lo vea acompañado de la sangre de Su Hijo. Si no van a Cristo, de nada sirve ir al Padre, pues «nadie viene al Padre,» dice Cristo, «sino por mí.»
¿Qué? ¿Te has olvidado de confiar en Jesús? ¿Acaso has pensado que cualquier otra cosa te serviría? ¿Acaso has intentando tus imaginadas buenas obras, tus oraciones, tus sentimientos? Ahora, queridos amigos, recuerden lo que hizo el apóstol Pablo. Él anduvo dando vueltas durante muchos años para establecer su propia justicia, pero tan pronto confió en Cristo, dijo: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.»
Ahora, te diré. Tú podrás ser, talvez, un miembro de la iglesia establecida, y te sientes muy contento cuando piensas que has llevado una vida muy ordenada. O puedes ser un disidente, y sentirte orgulloso al pensar que eres un inconforme consistente. Ahora, si alguna vez te conviertes, estas cosas que son ganancia para ti ahora, las contarás como menos que nada. Tú también las estimarás como pérdida, comparadas con Cristo. Sí, y tus oraciones, y tu arrepentimiento, y tus aportaciones para obras de caridad, y lo que hayas hecho: esto, y eso y lo otro, considerarás todo eso como menos que nada y tomarás a Cristo para que sea todo para ti.
«¿Qué estás haciendo ahora?» le dijo un viejo teólogo a un hermano que se estaba muriendo. Él respondió: «estoy haciendo ahora lo que he hecho muchas veces anteriormente, cuando gozaba de salud: estoy tomando todas mis buenas obras, y todas mis malas obras, (verdaderamente son tan parecidas que a duras penas puedo distinguirlas), y las estoy atando todas en un manojo, y las estoy arrojando por encima de la borda tan rápido como pueda, y sólo me estoy asiendo a Cristo con todo mi corazón y con toda mi alma.» Esta es la única forma de seguridad. Nadie sino sólo Jesús. Nada que pertenezca a ustedes, ninguna moneda de bronce, sino sólo Cristo, Cristo, Cristo, Cristo arriba y abajo, al comienzo y al fin; primero, último, y en medio. No tienen que tener nada sino al Señor Jesucristo, y confíen en Él, y si esta noche confías en Él, entonces, querido amigo, ¡todos tus pecados te son perdonados!
Les digo en el nombre de Cristo, lo mismo que Cristo le dijo al pobre leproso agradecido: «Tu fe te ha salvado, vé en paz.» Aunque tu vida pasada haya sido muy vil, y hayas venido aquí sin Dios, y sin esperanza, sin embargo, si ahora crees en Jesucristo y confías únicamente en Él, ninguno de tus pecados será mencionado en tu contra nunca más para siempre. «Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados.»
Que la fe les sea dada en este día, y luego otro día, y teniendo fe, ustedes puedan orar: «Señor: Auméntanos la fe.» Pero esa no es la oración de ustedes hoy. Den gracias si poseen aunque sea sólo un poco de fe. Pero ustedes que tienen la fe, oren hoy y oren siempre: «Señor: Auméntanos la fe.»