Era muy conveniente que el asiento de David quedara vacío, pues Saúl buscaba matarlo y no se podía quedar con seguridad en la presencia de un enemigo que en dos ocasiones anteriores le había arrojado una lanza para «enclavar a David con la lanza en la pared.» El instinto de conservación es una ley de la naturaleza que estamos obligados a cumplir. Nadie debería exponerse innecesariamente a una muerte inesperada. Sería bueno que muchos asientos quedaran vacíos por esta razón, pues hay lugares sumamente peligrosos para el alma, de los que los hombres deberían levantarse y alejarse de inmediato. Nadie debería permanecer en donde Satanás se sienta a la cabecera de la mesa. Hay un asiento del escarnecedor del cual dijo el Salmista: que Dios nos conceda que quienes lo han ocupado puedan abandonarlo con trémula prisa. Está el banquillo del borracho, y la silla del presuntuoso, y el escaño del holgazán, y de todos ellos sería sabio apartarse.
Que la gracia de Dios obre un cambio de tal naturaleza en todos los que han frecuentado las reuniones de los frívolos y las congregaciones de los perversos, de tal manera que no sean vistos nunca más allí, sino que más bien sean echados de menos por sus viejos compañeros, que preguntarán: «¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?» La jabalina de la tentación destruye rápido el carácter, el porvenir, y la vida misma, y quien se expone a ella, colocándose donde el archienemigo encuentra selectas oportunidades para imponer su voluntad letal, es culpable de la más vil necedad.
En este momento voy a utilizar el asiento vacío de David para otro propósito muy diferente. Primero haré la observación que en sus congregaciones hay ahora ASIENTOS VACÍOS POR LA MUERTE. Antes de abandonar las costas de Inglaterra por espacio de dos días, recibí la infausta nueva que dos personas de la membresía de mi iglesia fueron llamadas al hogar en un mismo día. De una hermana, la esposa de un diácono muy devoto y bienamado, tenemos que decir: su lugar queda vacío; y de un hermano, amigo de ella y mío, debe emplearse la misma expresión. Ahora apresuramos nuestras condolencias para el afligido esposo y también para la viuda, en cuyos corazones hay lugares tristemente vacíos, y en cuyos hogares habrá un asiento vacío y un lecho vacío, que provocarán ríos de llanto cada vez que los miren. Es nuestra firme esperanza y nuestra sólida convicción que, en estos casos, la pérdida de la casa de Dios abajo, es la ganancia de la casa de Dios arriba: ellos ocupan otros lugares mejores, e incluso aquellos que más los amaban, y los extrañan más, no desearían que fueran llamados de regreso. Jesús quiere que los Suyos estén con Él donde Él está, y no podemos negar que Él tiene un derecho de tenerlos. ¿Acaso sus ojos no ven al Rey en Su hermosura? ¿Los privaríamos de esa visión? Que el pensamiento de la bienaventuranza de los que han partido, brinde solaz a los deudos, y que el Espíritu Santo proporcione consuelos divinos en abundancia en la hora del luto doloroso.
Nuestros lugares también se quedarán pronto vacíos, y seremos echados de menos de nuestro acostumbrado reclinatorio en la casa de oración; que los lugares que acaban de ser desocupados, sirvan para recordarnos esto, y traigan silenciosamente a nuestra memoria el precepto, «También vosotros estad preparados.» Usen bien sus asientos para oír el Evangelio, para reunirse a la mesa de la comunión y para asistir a la reunión de oración, mientras tengan todavía la oportunidad, pues el tiempo es corto, y se tendrán que rendir cuentas. Amen a las personas que aún permanecen con ustedes, y háganles todo el bien posible, pues sus asientos no los retendrán para siempre. Alienten a los ancianos, consuelen a los afligidos y ayuden a los pobres, pues muy pronto estarán fuera de su alcance, y cuando los busquen, se les dirá que el asiento de David quedó vacío.
Permítanme recordarles también que en medio de sus congregaciones hay ASIENTOS VACIOS POR ENFERMEDAD, durante un tiempo. No olviden un lugar, el más conspicuo, que estaría vacío si no fuera llenado por ministros dispuestos que suplen nuestra falta de servicio. La providencia que vacía ese lugar es tan sabia y buena que, aunque no podemos entender sus propósitos, sabemos que obrará para bien y para la gloria de Dios. Quisiera pedir que, las veces que esté ausente, cuente con el interés renovado de sus oraciones, pues las oraciones son la riqueza de un ministro, y la porción de un pastor.
Muchos otros miembros de la familia de Dios están también enfermos y detenidos en casa. Ellos suspiran al recordar los días felices cuando andaban en amistad en la casa de Dios, y participaban en las fiestas solemnes en Sion; pero para ellos no existen más los truenos de nuestros gritos unidos de alabanza, ni el Amén profundo de nuestras formas de oración, y envidian hasta las golondrinas que construyen sus nidos en los aleros del santuario. Muchos de nosotros contamos con enfermos en nuestras propias familias, y Dios no quiera que dejemos de identificarnos con ellos en sus privaciones. Sin embargo la salud continua y prolongada puede secar las fuentes de la compasión y conducir al olvido de las aflicciones de los demás. Por lo tanto, no es una superfluidad que les recordemos a los sanos, que hay otras personas mucho menos favorecidas, para quienes uno de los más agudos dolores es que sus asientos en el lugar de adoración pública, estén vacíos. Oremos para que alguna porción les llegue hasta sus hogares, de acuerdo a la antigua ley de David, «Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual.» Tratemos de convertir esta regla de combate en una realidad, llevando a casa, a los prisioneros del Señor, la mayor porción del sermón que podamos. Jacob no bajó al principio a Egipto, pues era un anciano achacoso, pero sin embargo sus hijos le llevaron alimento. Al compartir las verdades con los enfermos y con quienes guardan cama, las verdades que hemos oído, nuestras propias memorias son refrescadas. Estamos atados a los que tienen ataduras, y sufrimos con los que sufren, y por tanto, si somos miembros vivos del cuerpo místico de nuestro Señor, es para nosotros un asunto de interés personal que el asiento de David quede vacío.
En cualquier congregación bien ordenada, hay ASIENTOS VACÍOS POR CAUSA DEL SANTO SERVICIO. Muchos cristianos profesantes piensan que toda su obligación religiosa principia y termina con su asistencia a los medios de la gracia: ninguna misión aldeana recibe su ministerio, ninguna asilo para niños pobres goza de su presencia, ningún cruce de calles escucha su voz, pero su reclinatorio está lleno de una constancia encomiable. No condenamos a los tales, mas les mostramos una senda más excelente: conocemos a buen número de hermanos y hermanas que vienen a alguno de los servicios del día domingo para recibir el alimento espiritual, y luego pasan el resto del día en activa labor para su Señor. No son tan imprudentes como para desatender su propia viña, descuidando su edificación personal, pero cuando han provisto adecuadamente para su edificación, oyen el llamado de su Señor y van a la gran cosecha y usan la fortaleza que su alimento espiritual les ha provisto. En este sentido ellos reciben un mayor beneficio que si siempre estuvieran «alimentándose», pues el santo ejercicio ayuda a su digestión mental, y asimilan de manera completa su sagrado alimento. En adición a eso, asestan un golpe al egoísmo espiritual que nos tienta a gozar de las fiestas religiosas y a quedarnos quietos confortablemente, mientras los pecadores perecen a nuestro alrededor. Hay muchos cristianos cuyo asientos deberían quedar vacíos durante una parte del día del Señor: tienen una excelente condición física y son muy dotados, y no deberían comer grosuras y beber vino dulce todo el día, sino que deberían enviar porciones a los que no tienen nada preparado.
Cuando el gran rey hizo una fiesta de bodas para su hijo, envió a sus siervos por los caminos y por los vallados para forzar a los errantes a entrar. ¿Dejó sin comer a esos siervos? Por supuesto que no. Sin embargo, no se contentó con invitarlos a la mesa y dejar que los que estaban fuera se quedaran sin comer y desfallecieran. Sus siervos descubrieron que su alimento y su bebida era hacer la voluntad de Aquel que los envió, y completar su obra. De la misma manera, los creyentes recibirán edificación mientras están buscando el bien de otros: como las golondrinas que comen en pleno vuelo, ellos encontrarán el alimento celestial mientras vuelan en los caminos de su servicio. El Espíritu Santo se deleita en dar más «aceite para el alumbrado» a quienes brillan diligentemente en medio de la oscuridad.
Sin embargo, permítanme introducir una advertencia aquí: he conocido a algunos creyentes jóvenes que han carecido de prudencia, y han llevado demasiado lejos algo bueno. Antes de haber entendido bien se han vuelto ávidos de enseñar, y para hacerlo han cesado en su aprendizaje: los múltiples compromisos no les han dejado tiempo para su propia instrucción, y han abandonado un ministerio de edificación para entrar en una obra para la cual no estaban preparados. La sabiduría es provechosa para dirigir. La mayoría de los cristianos necesitan ocupar sus asientos durante una porción del domingo, para oír la palabra de Dios, y muy pocos pueden afrontar pasar el día entero buscando el bien de los demás. Nos duele descubrir que algunas personas están ausentes de la mesa del Señor durante meses, debido a sus celosas ocupaciones. Esto equivale a presentar un deber a Dios manchado con la sangre de otro. Es un deber positivo de cada discípulo obedecer el mandato del Señor: «Haced esto en memoria de mí»; y todos aquellos esfuerzos que requieran que descuidemos el precepto divino, deben ser abandonados. A menudo debemos mostrar Su muerte hasta que Él regrese. La enseñanza en la escuelas, la predicación callejera, la visita a los enfermos, y las otras actividades no pueden ser consideradas como un sustituto que nos autorice a dejar de oír la Palabra, o dejar de conmemorar la muerte del Redentor. Debemos tener tiempo para sentarnos a los pies del Maestro con María, o pronto, como Marta, estaremos preocupados. Sin embargo, a pesar de esta palabra de advertencia, con frecuencia me agrada oír que «el asiento de David quedó vacío.»
Es de temerse que con demasiada facilidad encontremos que los ASIENTOS ESTÁN VACÍOS SIN NINGUNA RAZÓN VÁLIDA. Muchos ministros en igual número de congregaciones están acongojados por la irregular asistencia de sus oyentes. Un poco de lluvia, una ligera indisposición, o alguna otra excusa frívola mantiene a muchos en su casa. Si un nuevo predicador llega al vecindario, las piedras rodantes ruedan en esa dirección durante un tiempo, ocasionando un doloroso desaliento para su pastor. Este mal de una irregular asistencia, se manifiesta mayormente en los servicios de los días de semana: en esas ocasiones el asiento de David queda muy frecuentemente vacío. No, no el de David, pues David escogería antes estar a la puerta de la casa de su Dios: queremos decir el asiento de Dídimo, que no estaba con los apóstoles cuando Jesús llegó; de Demas, que amó este mundo malvado; y de muchos que oyen pero que no son a su vez hacedores de la palabra. Los que se reúnen para orar, son vergonzosamente pocos en muchas congregaciones. Yo no tengo ningún motivo para quejarme de esto como una falta en medio de mi propio amado pueblo, al menos en alguna medida que pudiera ser alarmante. Sin embargo, no puedo cerrar mis ojos al hecho de que hay algunos miembros de la iglesia que tendrían que hacer que sus memorias recorrieran un largo trecho para que pudieran recordar en qué consiste una reunión de oración. Poco se enteran de lo que han perdido por causa de su descuido.
Ah, amigo mío, ¿acaso me estoy refiriendo a ti? ¿Está vacío el asiento de David? Entonces enmienda tus caminos y ocúpalo. De todos los tiempos de refrigerio para el alma, me ha parecido con frecuencia que los mejores son los servicios de los días de semana por la noche. Como un oasis en el desierto, estos períodos de quietud en medio de los afanes de la semana, lucen un verdor que les es peculiar. Vengan y comprueben que su experiencia coincide con la mía. Creo que descubrirán que es bueno estar allí. Se dice que los niños deben ser alimentados como los polluelos: «poco pero con frecuencia»; para mí, los servicios frecuentes, vigorosos, tanto los domingos como en días de semana, son de mayor refrigerio, que oír dos o tres sermones largos en un solo día de la semana. De todas maneras es bueno que guardemos la fiesta con nuestros hermanos y no provoquemos que pregunten: «¿Por qué no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?»
Debo tomarme la libertad de ser muy personal con quienes asisten usualmente al Tabernáculo. Queridos amigos, no permitan que sus asientos se queden vacíos durante mi ausencia. Me afligiré más allá de toda medida, si oigo que su participación en las reuniones está decayendo. Seleccionamos a los mejores predicadores que podemos conseguir para que les prediquen, y por eso espero que no verán ninguna necesidad de abandonar su lugar usual. Si lo hacen, reflejará muy poco crédito para el ministerio de su pastor, pues se pondrá de manifiesto que ustedes son bebés en la gracia, y que dependen de un hombre para edificación. «Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas»; y si ustedes son hombres que están en Cristo Jesús extraerán algún bien de todos ellos, y no dirán: «nuestro propio Cefas desafilado, está lejos, y no podríamos oír a nadie más.»
Les ruego que sean consistentes en su asistencia durante mi ausencia, para que quienes les predican no se desalienten, ni nosotros tampoco. Sobre todo, continúen con las reuniones de oración. Nelson dijo: «Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber,» y en este momento, que es de emergencia para la historia de nuestra iglesia, yo diría: la iglesia espera que cada miembro continúe asistiendo a todas las reuniones, y participe en las obras y en las ofrendas, con una energía indeclinable, y especialmente que participen en las reuniones de oración. Que de ninguna manera se diga de alguno de ustedes: «El asiento de David quedó vacío.»
Gracia, misericordia y paz sean con todos ustedes en Cristo Jesús. Amén.