Juan escribió a los creyentes: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios.» Es digno de notarse que todas las epístolas fueron escritas así. No son cartas dirigidas a todo el mundo, sino que son cartas dirigidas a aquellos que son llamados a ser santos. Cuando algunos de ustedes abren sus Biblias, deberían llenarse de espanto al pensar cómo una parte de ella no está dirigida a ustedes. Pueden leerla, y el Espíritu Santo de Dios podría bendecirla para ustedes por Su gracia, pero no está destinada a ustedes. Están leyendo la carta de otra persona: demos gracias a Dios que les sea permitido leerla, pero deben anhelar ser contados entre aquellos a quienes está dirigida.
Demos más gracias a Dios todavía si cualquier parte de ella es usada por el Espíritu Santo para su salvación. El hecho de que el Espíritu Santo hable a las iglesias y a los creyentes en Cristo, debería impulsarlos a doblar sus rodillas y clamar a Dios para que los ponga entre los hijos, para que este Libro se convierta en su propio Libro de principio a fin, y para que puedan leer sus preciosas promesas como hechas para ustedes. Este solemne pensamiento podría no haber impactado antes a algunos de ustedes: debe impresionarlos ahora.
No nos sorprende que ciertas personas no acojan las epístolas, pues no fueron escritas para ellas. ¿Por qué habrían de meditar sobre palabras que están dirigidas a hombres de otra condición diferente a la suya? Sin embargo, esto no nos sorprende pues sabíamos que así sería.
Allí tienes un testamento, y comienzas a leerlo; pero no lo encuentras interesante: está lleno de palabras y términos que no te tomas el trabajo de entender, pues no guardan ninguna relación contigo; pero si al leer ese testamento, te encontraras alguna cláusula en la que te dejan una propiedad, te garantizo que la naturaleza de todo el documento habría cambiado para ti. Estarías ansioso ahora por entender los términos, y asegurarte de las cláusulas, y desearías incluso memorizar cada palabra de la cláusula que se refiere a ti.
Oh queridos amigos, que pudieran leer el Testamento de nuestro Señor Jesucristo como un testamento de amor para ustedes, y entonces lo valorarían por sobre todos los escritos de los sabios.
Esto me conduce a hacer el segundo comentario: como estas cosas están escritas para los creyentes, los creyentes han de conocerlas especialmente, y han de escudriñar su significado y su propósito. Juan dice: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios.»
Les suplico que no descuiden la lectura de lo que el Espíritu Santo ha tenido el cuidado de escribirles. No es simplemente Juan el que escribe. Juan es inspirado por el Señor, y estas cosas fueron escritas para ustedes por el Espíritu de Dios. Hagan caso verdaderamente a cada una de las palabras enviadas por Dios como Su propia epístola para sus corazones. Valoren las Escrituras. Lutero dijo que «no querría estar en el paraíso, aunque pudiese, sin la Palabra del Señor; pero con la Palabra habría podido vivir en el infierno mismo.»
Las Escrituras son todo para el cristiano: su alimento y su bebida. El santo puede decir: «¡Oh, cuánto amo yo tu ley!» Si no pudiéramos decir eso, algo estaría mal en nosotros. Si hubiéramos perdido nuestro gusto por la Santa Escritura, estaríamos fuera de condición y necesitaríamos orar pidiendo salud espiritual.
Todo esto es el pórtico de mi sermón. Adentrémonos ahora más plenamente en nuestro tema, advirtiendo, primero, que Juan escribió con un propósito especial; y luego procederemos a aseverar, en segundo lugar, que hemos de perseguir con ahínco este propósito.
I. Primero, JUAN ESCRIBIÓ CON UN PROPÓSITO ESPECIAL. Los hombres no escriben bien si no tienen algún propósito cuando escriben. Sentarse con tinta y papel enfrente de uno, y un determinado espacio por llenar, asegurará una escritura muy pobre.
Juan sabía lo que quería. Su propósito y su objetivo estaban muy claros en su mente, y él nos comunica en qué consistían. De acuerdo al texto, el amado apóstol tenía un claro propósito que se ramificaba en tres segmentos:
Para comenzar, Juan escribió para que pudiéramos gozar de la plena certeza de nuestra salvación. «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.»
Muchos de los que creen en el nombre de Jesús no están seguros de tener vida eterna; únicamente esperan tenerla. Ocasionalmente tienen certeza, pero el gozo no es permanente. Se parecen a un ministro de quien he oído que dijo que se sentía seguro de su salvación «cuando el viento provenía del este.» Es algo terrible estar sujeto a las circunstancias como muchos lo están. Lo que es válido cuando el viento sopla del benigno sur o del vivificante oeste es igualmente cierto cuando el viento no es propicio ni para el hombre ni para la bestia.
Dios no quería que nuestra seguridad cambiara con el barómetro, ni que siguiera a la veleta. Juan dice: «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.» Quería que estuviéramos seguros que somos partícipes de la nueva vida, y quelo supiéramos al grado de cosechar el fruto de oro de tal conocimiento y ser llenados de gozo y paz por medio de la fe.
Les hablo afectuosamente a los débiles que no pueden decir que saben que han creído. No les hablo para su condenación sino para su consolación. La plena certeza no es esencial para la salvación, pero es esencial para la satisfacción. Que pudieran alcanzarla y que pudieran alcanzarla de inmediato; por lo menos no se quedaran satisfechos nunca de vivir sin ella. Pueden tener la plena certidumbre. Pueden tenerla sin necesidad de revelaciones personales: es obrada en nosotros por la Palabra de Dios. Estas cosas son escritas para que puedan alcanzarla; y podemos estar seguros que los medios usados por el Espíritu son los requeridos para el efecto que Él desea lograr.
Bajo la guía del Espíritu de Dios, Juan escribió de manera tal como para alcanzar su propósito al escribir. ¿Qué, entonces, ha escrito Juan con el propósito de hacernos saber que tenemos vida eterna? Recorran su epístola completa y verán que toda ella insta en esa dirección; pero nosotros no contamos con el tiempo, al momento presente, para otra cosa que dar un vistazo a este capítulo.
Juan comienza así: «Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios.» ¿Creen ustedes que Jesús es el ungido de Dios? ¿Es el ungido para ustedes? ¿Es Él ungido como su profeta, sacerdote y rey? ¿Se han compenetrado de Su ungimiento como para poner su confianza en Él? ¿Reciben a Jesús como designado por Dios para que sea el Mediador, la Propiciación por el pecado y el Salvador de los hombres? Si es así, ustedes son nacidos de Dios.
«¿Cómo puedo saber esto?» Hermanos, nuestra evidencia es el testimonio del propio Dios según está registrado aquí. No necesitamos ningún otro testimonio. Supongan que un ángel fuera a decirles que son nacidos de Dios. ¿Acaso sería ese un testimonio más confiable que la Escritura infalible? Si creyeran que Jesús es el Cristo, son nacidos de Dios. De esta manera Juan ha declarado la verdad positivamente, para que puedan saber que tienen vida eterna. ¿Puede algo ser más claro que esto?
El amoroso espíritu de Juan le conduce a decir: «Todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.» ¿Amas a Dios? ¿Amas a Su Hijo Unigénito? Tú puedes responder ambas preguntas con certeza.
Conocí a una buena mujer cristiana que solía decir: «yo sé que yo amo a Jesús; pero mi miedo es que Él no me ame.» Su duda solía hacerme reír, pues eso no se me habría ocurrido nunca a mí. Si lo amo, yo sé que es porque Él me amó primero. El amor a Dios en nosotros es siempre la obra del amor de Dios por nosotros. Jesús nos amó, y se entregó por nosotros, y por tanto nosotros lo amamos en reciprocidad. El amor a Jesús es un efecto que demuestra la existencia de su causa. ¿Amas a Jesús? ¿Sientes un deleite en Él? ¿Es Su nombre como música para tu oído, y como miel para tu boca? ¿Te gusta escuchar que sea ensalzado?
¡Ah, queridos amigos! Yo sé que para muchos de ustedes un sermón lleno de Su amado nombre es como un banquete real; y si no está Cristo en un sermón, es vacío, y vano e insustancial para ustedes. ¿Acaso no es así? Si en verdad amaran al que engendró y al que ha sido engendrado por Él, entonces esta es una de las cosas que está escrita «para que sepáis que tenéis vida eterna.»
Juan prosigue a suministrar otra evidencia: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.» ¿Amas a Dios? ¿Y amas a Sus hijos? Escuchen otra palabra del mismo apóstol: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos.» Esa parecería ser una evidencia muy insignificante; pero yo puedo garantizarles que ha sido con frecuencia un gran consuelo para mi alma. Yo sé que amo a los hermanos; yo puedo decirle a mi Señor:
Que desdeñaría alimentar?»
Yo de buen grado alentaría y consolaría al más pequeño de Su pueblo. Bien, entonces, si yo amo a los hermanos, yo amo al Hermano Mayor. Si amo a los bebés, amo al Padre; y sé que he pasado de muerte a vida. Hermanos, reciba cada uno esta evidencia en toda su fuerza. Es concluyente: Juan ha dicho: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos»; y él no habría hablado tan positivamente si no hubiese sido exactamente así.
Hermanos, nunca se contenten con consuelos sentimentales; pongan sus pies con firmeza sobre la roca de la realidad y de la verdad. La verdadera seguridad cristiana no es asunto de conjeturas, sino de precisión matemática. Es susceptible de una demostración lógica y no se trata de ninguna rapsodia o de una ficción poética.
El Espíritu Santo nos dice que si amamos a los hermanos, hemos pasado de muerte a vida. Ustedes pueden saber si aman a sus hermanos, como tales, por amor de su Señor, y en razón del amor de la verdad que está en ellos; y si en verdad pueden decir que los aman así, entonces pueden saber que tienen vida eterna.
Nuestro apóstol nos da esta evidencia adicional: «Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.» La obediencia es la gran prueba del amor. Si ustedes viven conforme a su propia voluntad y no le rinden ningún tributo a Dios, no son Suyos en absoluto. Si no consideran al Señor Jesús como su Señor, y no consideran nunca las exigencias de Dios, y no desean nunca ser obedientes a Su voluntad, no están en posesión de la vida eterna.
Si desean ser obedientes, y demuestran ese deseo mediante sus acciones, entonces tienen la vida divina en ustedes. ¿Cuál es el tenor de su vida: la obediencia o la desobediencia? Por el fruto pueden poner a prueba la raíz y la savia.
Pero noten que esta obediencia ha de ser alegre y voluntaria. Sin duda algunas personas obedecen a regañadientes y por un tiempo los mandamientos de Dios. No les gustan, aunque se inclinan ante ellos. Se incomodan y se quejan debido a las restricciones de la piedad, y esto comprueba que son hipócritas. Lo que deseas hacer ya lo estás haciendo en la práctica delante de Dios. Si existiese tal cosa como la santidad forzada en un hombre, eso sería impiedad.
Oh, lector, pudiera ser que no puedas caer en una cierta línea de pecado; pero si pudieras, lo harías: tus deseos muestran lo que eres realmente.
He oído acerca de personas llamadas cristianas que participan en diversiones pecaminosas, solamente, según dicen, para disfrutar de un poco de placer. ¡Ah, bien, podemos ver dónde te encuentras! Donde esté tu placer, allí está tu corazón. Si tú disfrutas de los placeres del mundo, eres del mundo, y conjuntamente con el mundo serás condenado. Si los mandamientos de Dios son gravosos para ti, entonces eres un rebelde de corazón.
Los súbditos leales se deleitan en la ley del rey. «Sus mandamientos no son gravosos.» Le comenté a una mujer que vino para unirse a la iglesia el otro día: «yo supongo que no eres perfecta», y la réplica fue: «no, señor, aunque desearía serlo.» Yo pregunté: «y, ¿suponiendo que lo fueras?» «Oh, entonces» -dijo ella- «eso sería el cielo para mí.»
También lo sería para mí. Nos deleitamos en la ley de Dios según el hombre interior. ¡Oh, que pudiéramos obedecer perfectamente en pensamiento y palabra y obra! Esta es nuestra visión del cielo. Así cantamos al respecto:
Sin pecar jamás, jamás;
Allí de los ríos de Su gracia
Beberemos deleites sin fin.»
Escasamente pediríamos ser librados de la aflicción si pudiéramos ser librados del pecado. Soportaríamos cualquier carga alegremente si pudiéramos vivir sin la más mínima falta de omisión o de comisión. Cuando estemos sin mancha también estaremos sin aflicción. Sus mandamientos no son gravosos, sino que son caminos deleitosos y veredas de paz para nosotros.
¿Sienten que aman los caminos de Dios, que desean la santidad, y la siguen gozosamente? Entonces, queridos amigos, ustedes tienen vida eterna, y estas son las evidencias ciertas de ello. La obediencia, la santidad, el deleite en Dios no llegan nunca al corazón humano excepto cuando provienen de una mano celestial. Doquiera que se encuentran demuestran que el Señor ha implantado vida eterna, pues son cosas demasiado preciosas para enterrarlas en un alma muerta.
Juan procede luego a mencionar a tres testigos. Ahora, queridos lectores, ¿saben algo ustedes acerca de estos tres testigos? «Y tres son los que dan testimonio en la tierra, el Espíritu, el agua y la sangre: y estos tres concuerdan.» ¿Conocen ustedes «el Espíritu»? ¿Les ha dado vida el Espíritu de Dios, los ha cambiado, los ha iluminado, los ha santificado? ¿Mora el Espíritu de Dios en ustedes? ¿Sienten Sus sagrados impulsos? ¿Está la esencia de la nueva vida dentro de ustedes? Si así fuera, ustedes están vivos para Dios.
A continuación, ¿conocen «el agua», el poder purificador de la muerte de Cristo? ¿Acaso el Señor crucificado crucifica sus pecados? ¿Les es aplicada el agua para quitar el poder del pecado? ¿Tienen ahora el anhelo de una perfecta santidad en el temor de Dios? Esto prueba que ustedes tienen vida eterna.
¿Conocen también «la sangre»? Esta es una época perversa, en la que los hombres tienen en poca opinión a la sangre preciosa. Mi corazón ha estado muy cerca de ser quebrantado, y mi propia carne ha sido debilitada, cuando he considerado las cosas horribles que han dicho últimamente acerca de la preciosa sangre, hombres que son llamados ministros cristianos. «En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía.»
Queridos amigos, ¿conocen el poder de la sangre para quitar el pecado, el poder de la sangre para hablar paz a la conciencia, el poder de la sangre para permitir el acceso al trono de gracia? ¿Conocen el poder vivificador, restaurador y alentador de la sangre preciosa de Cristo que es expresado en la Cena del Señor por el fruto de la vid? Entonces en boca de estos tres testigos quedará plenamente establecido el hecho que ustedes tienen vida eterna.
Si el Espíritu de Dios está en ustedes, Él es la prenda de su herencia eterna. Si el agua los ha lavado, entonces ustedes son del Señor. Jesús le dijo a Pedro: «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.» Mas ustedes ya han sido lavados, y por tanto del Señor son. Si la sangre preciosa los ha limpiado de la culpa del pecado, saben que también los ha comprado de la muerte, y es para ustedes la garantía de vida eterna. Yo ruego para que ustedes puedan gozar a partir de este momento la luz combinada de estas tres lámparas de Dios: «el Espíritu, el agua y la sangre», y así tengan plena certidumbre de fe.
Quisiera notar una cosa más. Lean el versículo nueve: el apóstol pone nuestra fe y certidumbre sobre la base que recibimos «el testimonio de Dios.» Si yo creo que soy salvo debido a esto, eso, y aquello, puedo estar equivocado: la única base sólida es «el testimonio de Dios.» El corazón íntimo de la fe cristiana es que le tomemos la palabra a Dios; y debemos aceptar esa palabra, no debido a las probabilidades de sus enunciados, ni debido a la evidencia confirmatoria de la ciencia y de la filosofía, sino simple y únicamente debido a que el Señor la ha hablado.
Muchos cristianos profesantes se quedan tristemente cortos en este punto. Se atreven a juzgar a la Palabra en vez de inclinarse delante de ella. No se sientan a los pies del Maestro, sino que se convierten ellos mismos en doctores. Yo le doy gracias a Dios porque yo creo todo lo que Dios ha dicho, ya sea que pueda ser capaz de ver sus razones o no. Para mí, el hecho que la boca del Señor lo ha hablado está en el lugar de todo argumento, ya sea a favor o en contra.
Si Jehová lo dice así, así es. ¿Aceptas tú el testimonio de Dios? Si no lo aceptas, lo has hecho mentiroso, y la verdad no está en ti; pero si has recibido «el testimonio de Dios», entonces este es Su testimonio, que «Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.» Repito, si tu fe se apoya en la sabiduría de los hombres, y está basada en el talento de un predicador, te fallará; pero si se apoya en la Palabra segura del Señor permanecerá para siempre, y esto es para ti una señal especial que tienes vida eterna.
He dicho lo suficiente acerca de este tema; ¡oh, que Dios lo bendiga para ustedes! Que seamos capacitados, a partir de lo que Juan ha escrito, a concluir más allá de toda duda que tenemos la vida de Dios dentro de nuestras almas.
Además, Juan escribió para que sepamos que nuestra vida espiritual es eterna. Por favor, fíjense en esto, pues hay algunos hijos de Dios que no han aprendido todavía esta consoladora lección. La vida de Dios en el alma no es pasajera, sino permanente; no es temporal, sino eterna. Algunos piensan que la vida de Dios en el alma del creyente puede extinguirse; pero entonces, ¿cómo podría ser eterna? Si muriera no sería vida eterna. Si es vida eterna no puede morir.
Yo sé que los modernos engañadores niegan que eterna quiera decir eterna, pero ustedes y yo no hemos aprendido su forma de suprimir los significados de las palabras que el Espíritu Santo usa. Nosotros creemos que «eterna» quiere decir sin fin, y que no puede haber término para la vida eterna. Yo confío que si tengo vida eterna, viviré eternamente.
Hermanos, el Señor quiere que sepamos que tenemos vida eterna. Aprendan, entonces, la doctrina de la eternidad de la vida recibida en el nuevo nacimiento. Tiene que ser vida eterna, porque es «la vida de Dios.» Somos nacidos de nuevo por el Espíritu de Dios mediante una simiente viva e incorruptible, que vive y permanece para siempre. Se dice que nosotros «hemos sido hechos participantes de la naturaleza divina.» De cierto, esto significa entre otras cosas, que recibimos una vida que no muere; pues la inmortalidad es esencial a la vida de Dios. Su nombre es «YO SOY EL QUE SOY.» Él tiene vida en Sí mismo, y el Hijo tiene vida en Sí mismo, y de esta vida somos receptores nosotros.
Este fue Su propósito en lo concerniente a Su Hijo: que diera vida eterna a todos los que el Padre le dio. Si es la vida de Dios la que se encuentra en el creyente, -y en verdad lo es, porque Él nos ha engendrado de nuevo- entonces esa vida ha de ser eterna. Como hijos de Dios participamos de Su vida, y como herederos de Dios, heredamos Su eternidad. «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.»
Amados, nuestro Señor Jesucristo llama a la vida de Su pueblo: vida eterna. ¡Cuán a menudo cito este texto! Pareciera que lo tengo en la punta de mi lengua: «Yo doy a mis ovejas vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.» Y también «Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» No se trata de una vida temporal, de una vida que en un determinado período debe envejecer y morir, sino de una vida eterna. «Será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.» Esta es la vida de Cristo en el alma. «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.» «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.» «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.» Si nuestra vida es la vida de Cristo, no moriremos mientras Cristo no muera. Si nuestra vida está escondida en Él, nunca será descubierta y destruida mientras Cristo mismo no sea destruido. Apoyémonos en esto.
Observen además cómo lo ha expresado nuestro Señor: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis.» Entonces, en tanto que Jesús viva, Su pueblo debe vivir, pues el argumento será siempre el mismo: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis.» Somos uno con Cristo de tal manera que mientras viva la cabeza, los miembros no pueden morir. Somos uno con Cristo de tal manera que el reto es lanzado, «¿Quién nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor?» Se agrega una lista de cosas que podrían suponerse capaces de separarnos, pero se nos informa que no pueden hacerlo, pues «Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.»
Entonces, ¿no queda claro que somos vivificados con una vida tan celestial y divina que no podríamos morir nunca? Juan nos dice en este mismo capítulo: «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado.» No regresa a su viejo pecado, no cae otra vez bajo el dominio del pecado; pues «Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.»
Amados, los exhorto a que se aferren sólida y firmemente a esta bendita doctrina de la perseverancia de los santos. ¡Cuán sinceramente anhelo «que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios»! Desechen su doctrina de estar hoy vivos en Cristo y muertos mañana. ¡Esa es una pobre doctrina miserable! Aférrense a la salvación eterna a través del pacto eterno cumplido por el amor eterno para vida eterna; pues el Espíritu de Dios ha escrito estas cosas para ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.
Además, de conformidad al texto de la Versión Autorizada, aunque no de acuerdo a la Versión Revisada, Juan deseaba el incremento y la confirmación de su fe. Él dice: «Para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.» Juan le escribía a aquellos que creían, para que pudieran creer en un sentido más enfático. Puesto que nuestro Salvador ha venido no únicamente para que tengamos vida, sino para que la tengamos más abundantemente, así escribe Juan, para que teniendo fe, podamos tener más.
¡Vamos, amados, escuchen esto un momento! ¡Ustedes tienen la leche de la fe, pero Dios quiere que posean la mejor certidumbre! Él quiere aumentar su fe. Que puedan creer más extensivamente. Tal vez no crean toda la verdad, porque no la han percibido. Había miembros en la iglesia de Corinto que no habían creído en la resurrección de los muertos, y había gálatas que tenían la vista nublada en cuanto a la justificación por la fe.
Muchos cristianos son limitados en cuanto al alcance de su fe, debido a ignorancia en cuanto a la mente del Señor. Al igual que ciertas tribus de Israel, han conquistado sólo un limitado territorio, aunque toda la tierra sea de ellos, desde Dan hasta Beerseba. Juan quiere que ampliemos nuestras vallas, y que incrementemos el coto de nuestra fe. Hemos de creer todo lo que Dios ha revelado, pues cada verdad es preciosa y útil en la práctica. Tal vez tu creencia doctrinal haya sido pobre y poco densa. ¡Oh, que el Señor convirtiera el agua en vino! Muchos de ustedes se alimentan con leche, y sin embargo sus años los califican para alimentarse de carne. ¿Por qué habrían de mantener una dieta de bebés? Ustedes que creen son exhortados a «entrar, y salir, y hallar pastos»; recorran por todas partes la revelación entera de Dios.
Sería muy bueno para ustedes que su fe aumentara en intensidad. ¡Oh, que creyeran más plenamente aquello en lo que creen! Nosotros necesitamos un discernimiento más profundo y una convicción más firme. Ninguno de nosotros cree todavía ni la mitad de lo que debería. Muchos de ustedes sólo examinan superficialmente los pozos de la verdad. Bienaventurada es el ala que roza la superficie del río de la vida; pero infinitamente más bienaventurado es sumergirse en sus profundidades. Este es el deseo de Juan para con ustedes, que crean con todo su corazón, y alma y fuerza.
Quiere que crean más constantemente, de tal forma que puedan decir: «Pronto está mi corazón, oh Dios, mi corazón está dispuesto; cantaré, y trovaré salmos.» No sucede siempre lo mismo con nosotros. Algunas veces somos pusilánimes. Jugamos el papel de un hombre hoy, y el de un ratón al siguiente día. Señor, ten misericordia de nosotros: somos un pueblo inconsistente, voluble como el viento.
El Señor quiere que permanezcamos siempre en Él, con una confianza sólida e inconmovible, arraigados y edificados en Él. Él quiere que confiemos valerosamente. Muchos pueden creer de un modo pequeño en cosas pequeñas. ¡Oh, que tuviésemos una confianza ilimitada en el Dios infinito! Tenemos necesidad de una fe atrevida: una fe para hacer y para atreverse. Con frecuencia vemos la manera de obrar que tiene el poder, pero no contamos con la fe que corresponda a ese poder.
¡Vean a Pedro andando sobre el mar! Yo no aconsejo a ninguno de ustedes que lo pruebe, ni tampoco el Señor aconsejó a Pedro que lo hiciera: sería lo suficientemente bueno para nosotros que camináramos rectamente sobre la tierra. Pero cuando Pedro hubo dado unos cuantos pasos sobre el mar, debía haber sabido que su Señor habría podido ayudarle todo el resto del camino; pero, ¡ay!, su fe faltó, y comenzó a hundirse. Pedro podría haber caminado toda la distancia hasta Jesús si sólo hubiese permanecido creyendo.
Lo mismo sucede con nosotros: nuestra fe es lo suficientemente buena por un momento, pero carece de poder para permanecer. ¡Oh, que Dios nos conceda creer, de tal forma que no sólo podamos tropezar contra una ola o dos, sino que andemos sobre el agua hasta el fin! Si el Señor se los ordenara, podrían ir en medio del fuego sin ser quemados, en medio de las aguas y no ahogarse. ¡Que el Señor obre en nosotros una fe audaz, intrépida y conquistadora!
Necesitamos también que nuestra fe sea aumentada en el sentido de que se vuelva más práctica. Algunas personas tienen una nueva fe primorosa, tan bonita como un reluciente hurgón en la sala de recibo, y tan inservible. Necesitamos una fe cotidiana, no para mirarla sino para usarla.
Hermanos y hermanas, necesitamos fe para la cocina y para la despensa, así como para la sala y el invernáculo. Necesitamos fe para el taller, así como fe para la reunión de oración. Necesitamos fe en cuanto a las cosas comunes de la vida y las cosas difíciles de soportar de la muerte. Podríamos arreglárnoslas con menos colorete si tuviésemos más poder. Necesitamos menos maquillaje y más veracidad. Que Dios les conceda creer en el nombre del Hijo de Dios con una fe firme y de sentido común, que comprobará ser usable y lavable y practicable a lo largo de toda la vida.
Necesitamos creer más alegremente. ¡Oh que situación tan bendita se da cuando alcanzan el reposo y el gozo de la fe! Si creyésemos realmente en la promesa de Dios, y descansásemos en el cierto cumplimiento de ella por parte del Señor, podríamos ser tan felices como los ángeles.
Yo noto muy temprano en la mañana cómo empiezan a cantar los pájaros: antes de que el sol se levante o incluso antes de que los primeros tintes grisáceos de la luz matutina sean visibles, los pequeños pájaros cantores están despiertos y cantando.
Con demasiada frecuencia nosotros rehusamos cantar antes de que el sol esté en lo alto y el mediodía se aproxime. ¡Qué vergüenza! ¿No confiaremos nunca en nuestro Dios? ¿No le alabaremos nunca por los favores que habrán de venir? ¡Oh, que poseyéramos una fe que cantara a lo largo de la noche y a lo largo del invierno! La fe que puede vivir sobre una promesa es la fe de los elegidos de Dios. Nunca gozarán del cielo aquí abajo mientras no crean sin titubeos. Que el Señor les otorgue esa fe.
II. De esta manera he cubierto mi primer encabezado, y he consumido casi todo mi tiempo. Ahora hemos de proceder a poner una pica en Flandes, como solían decir los antiguos soldados. Ahora debemos hacerles entender nuestra enseñanza.
HEMOS DE PERSEGUIR CON AHÍNCO EL PROPÓSITO QUE JUAN TENÍA EN SU MENTE. Si él quería que supiéramos que tenemos vida eterna, hermanos y hermanas, debemos procurar saberlo. La Palabra de Dios fue escrita con este propósito; usémosla para su fin propuesto. Todas estas Escrituras fueron escritas para que «creamos que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengamos vida en su nombre.»
Este Libro ha sido escrito para ustedes que creen, para que puedan saber que creen. ¿Tolerarán que sus Biblias sean un fracaso para ustedes? ¿Habrían de vivir en un cuestionamiento y duda perpetuos? Si así fuera, el Libro ha fallado en su objetivo en cuanto a ustedes. La Biblia es enviada para que puedan tener plena certidumbre de su posesión de vida eterna; por tanto, no sueñen que sería presuntuoso de parte suya aspirar a esa certidumbre. Nuestra conciencia nos dice que hemos de buscar la plena certidumbre de la salvación.
No sería correcto en nuestro caso que fuéramos hijos de Dios y no conociéramos a nuestro propio Padre. ¿Cómo podríamos ponernos de rodillas y decir: «Padre nuestro que estás en los cielos,» cuando no sabemos si es nuestro Padre o no? ¿Acaso una vida de duda no tendería a ser una vida de falsedad? ¿Acaso no podríamos estar usando un lenguaje que no fuera real para nuestras conciencias? ¿Podrían cantar himnos de alegría que tuvieran el temor que no fuesen reales para ustedes? ¿Se podrían unir en la adoración cuando su corazón no sabe que Dios sea su Dios? Mientras el espíritu de adopción no les permita clamar: «¡Abba, Padre!», ¿dónde está su amor a Dios? ¿Pueden acaso descansar? ¿Se atreverían a descansar, en tanto que siguiera siendo una pregunta si son salvos o no? ¿Podrían ir a cenar a casa y disfrutar sus alimentos mientras hubiera una duda en cuanto a la vida eterna de su alma?
¡Oh, no sean tan temerarios como para correr riesgos en cuanto a ese asunto! Les ruego que tengan certeza para la eternidad. Si dejan algo a la incertidumbre, que sea algo concerniente a su cuerpo o a sus propiedades, pero no a su alma. La conciencia les pide que busquen saber si tienen vida eterna, pues sin este conocimiento sería imposible llevar a cabo muchos deberes.
Muchas Escrituras que no puedo citar esta mañana, los exhortan a este deber. ¿No se les pide que procuren hacer firme su vocación y elección? ¿Acaso no se les exhorta mil veces para que se regocijen en el Señor, y para que den gracias continuamente? Pero, ¿cómo podrían regocijarse cuando son acosados por oscuras sospechas de que, tal vez, después de todo, no tienen la vida de Dios? Ustedes deberán resolver esta pregunta pues de lo contrario no podrían descansar en el Señor, ni esperarlo pacientemente. Vamos, hermanos y hermanas, les suplico, ya que quieren seguir la Escritura y obedecer los preceptos del Señor, que obtengan la certidumbre sin la cual no podrían obedecerlos.
Escuchen, para concluir, este conglomerado de razones por las que cada creyente ha de buscar saber si tiene vida eterna. Aquí las tienen. La certidumbre de su salvación les traerá «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento.» Si ustedes saben que son salvos, podrían estar sumidos en la pobreza, o en la enfermedad, o bajo calumnias, y a pesar de ello sentirse perfectamente contentos.
La plena certidumbre es el diamante Kohinoor entre las joyas con las que el Esposo celestial adorna a Su esposa. La certidumbre es una montaña de aromas, una tierra que destila leche y miel. Ser el seguro poseedor de la vida eterna es encontrar un paraíso debajo de las estrellas, donde las montañas y las colinas rompen a cantar delante de ustedes.
La plena certidumbre se derramará algunas veces en cataratas de deleite. La paz fluye como un río, y aquí y allá salta en cascadas de gozo extático. Hay estaciones en las que la planta de la paz está en flor, y entonces derrama un perfume como de mirra y casia. ¡Oh, la bienaventuranza del hombre que sabe que tiene vida eterna!
Algunas veces cuando nos encontramos solos en nuestro aposento, cuando hemos estado gozando de esta certidumbre, nos hemos reído a carcajadas, pues no podíamos evitarlo. Si alguien se hubiera preguntado por qué un hombre se estaba riendo a solas, habríamos podido explicarle que no era nada ridículo que nos hubiera sucedido, sino que nuestra boca estaba rebosante de carcajadas porque el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, por las cuales estamos muy contentos.
La religión que no pone bocadillos exquisitos sobre la mesa es un ama de llaves mezquina. No me sorprende que algunas personas renuncien a su famélica religión: difícilmente vale la pena guardarla. El hijo de Dios que sabe que tiene vida eterna va a la escuela, pero tiene muchos días de fiesta; y anticipa aquel día cuando vaya a casa y vea el rostro de su Amado por siempre.
Hermanos, la plena certidumbre nos dará el pleno efecto del Evangelio. El Evangelio debe hacernos santos; y eso hará cuando estemos en su plena posesión. El Evangelio debe hacernos apartados del mundo, el Evangelio debe hacernos llevar una vida celestial aquí abajo; y eso hará si damos profundos tragos de él; pero si sólo lo sorbemos de vez en cuando, no le daríamos ninguna oportunidad de completar su propósito en nosotros.
No se pongan a chapotear en la ribera del agua de la vida, sino que primero vadeen hasta sus rodillas, y luego apresúrense a sumergirse en las aguas para nadar hacia adentro. Tengan cuidado del contentamiento con una gracia escasa. Experimenten lo que la gracia de Dios puede hacer por ustedes si se entregan a su poder.
La plenitud de la certidumbre le da al hombre un celo agradecido por el Dios a quien ama. Esta es la gente que iría al Congo por Jesús, pues sabe que le pertenece. Estas son las personas que entregarían su todo por Cristo, pues Cristo es de ellas. Estas son las personas que soportarían escarnio y vergüenza y tergiversación por causa de la verdad, pues saben que tienen vida eterna. Estas son las personas que continuarán predicando y enseñando, gastando y trabajando, pues de ellas es el reino de los cielos, y ellas lo saben.
Los hombres harán poco por lo que dudan, y mucho por lo que creen. Si has perdido tu escritura de propiedad, y no sabes si tu casa te pertenece o no, no vas a gastar grandes sumas en reparaciones y ampliaciones. Cuando sabes que el cielo es tuyo, estás ansioso de prepararte para él. La plena certidumbre suministra el combustible para alimentar su celo.
Esto también crea y sustenta la paciencia. Cuando sabemos que tenemos vida eterna, no nos inquietamos por las pruebas de esta vida pasajera. Podría señalar a algunos hermanos que están aquí esta mañana, y podría mencionar hermanas que están en sus hogares, que me sorprenden por su resistencia al dolor y a la enfermedad. Esto sé tocante a ellos: que nunca tienen una duda acerca de su interés en Cristo; y por esta causa son capaces de rendirse a esas amadas manos que fueron traspasadas por ellos. Ellos saben que son del Señor, y por tanto dicen: «Haga lo que bien le pareciere.»
Un niñito ciego se encontraba en los brazos de su padre, y un extraño entró a la habitación y se lo arrebató a su padre. Sin embargo, él no lloró ni se quejó. Su padre le preguntó: «Juanito, ¿tienes miedo? Tú no conoces a la persona con la que estás.» «No, papá,» -respondió- «no sé quién sea, pero tú sí.»
Cuando el dolor nos da una angustiosa dentellada, y no sabemos si vamos a vivir o a morir, cuando somos llamados a padecer una peligrosa operación, y pasar a la inconciencia, entonces podemos decir: «no sé dónde estoy, pero mi Padre sí sabe, y yo lo dejo todo en Sus manos.» La seguridad nos hace fuertes para sufrir.
Esto, queridos amigos, les dará una firmeza constante en su confesión de la verdad divina. A ustedes que no saben si son salvos o no, yo espero que el Señor los guarde de renegar de la fe; pero aquellos que tienen un firme asidero, estos son los hombres que no la abandonarán nunca.
Un criticón que viajaba en un ómnibus le dijo a un cristiano un día: «Hombre, después de todo tú no tienes dónde apoyarte. Yo te puedo demostrar que tus Escrituras no son auténticas.» El humilde cristiano replicó: «señor, yo no soy un hombre instruido, y no puedo responder a sus preguntas; pero yo creo en el Señor Jesucristo, y he experimentado tal cambio de carácter, y siento tanto gozo y paz por mi fe, que yo desearía que también usted conociera a mi Salvador.»
La respuesta que recibió fue muy inesperada: el incrédulo dijo: «ese fue un comentario que no me esperaba. No puedo responder a eso.» Precisamente de eso se trata: dejarlos sin habla. Cuando sabemos lo que la gracia ha obrado en nosotros, y conocemos ciertamente el poder sustentador de esa gracia, no pueden vencernos.
El hombre que posee plena certidumbre desconcierta al propio diablo. Satanás es lo suficientemente astuto, pero los que tienen el conocimiento y están persuadidos, son pájaros que no pueden ser prendidos por las trampas del infierno. Cuando tú sabes que tu Señor es poderoso para guardar tu depósito para aquel día, entonces eres tan firme como una roca. Que Dios te conceda eso.
Amados hermanos, este es el tipo de cosas que les permitirá dar un testimonio eficaz en favor de su Señor. Es inútil pararse y predicar cosas que podrían o no podrían ser ciertas. Se me acusa de ser un terrible dogmatizante, y yo no estoy ansioso por excusarme. Cuando un hombre no está muy seguro de algo, se vuelve muy liberal: cualquiera puede ser liberal con el dinero que no puede reclamar como suyo. El hombre de la escuela liberal afirma: «no estoy seguro, y no creo que tú estés seguro, pues en verdad nada es seguro.»
¿Es aceptable para ti ese cimiento arenoso? Yo prefiero la roca. Las cosas que les he hablado desde mi juventud son aquellas que he probado y comprobado, y para mí contienen una absoluta certeza, confirmada por mi experiencia personal. He comprobado estas cosas: me han salvado y no puedo ponerlas en duda. Yo sería un hombre perdido si las cosas que les he predicado no fuesen verdaderas; y me dará gusto sostener el punto en el día del Juicio.
Yo no predico con irresolución, pues no vivo con irresolución. Sé que lo que les he dicho es verdad; ¿por qué habría de hablar como si no estuviese seguro? Si quieren hacer que su propio testimonio sea eficaz en una época como esta, tienen que tener algo que decir de lo que estén seguros; y mientras no estén seguros de ello, yo les aconsejaría que no hablaran. No necesitamos más cuestionamientos; el mercado está sobresaturado. No necesitamos más dudas, honestas o deshonestas; el aire está oscurecido por estas horribles y negras dudas.
Hermanos, si saben que tienen vida eterna, entonces están preparados para vivir e igualmente preparados para morir. ¡Con cuánta frecuencia estoy junto al lecho de nuestros hermanos agonizantes! Cada vez y cuando me digo a mí mismo: «seguramente me encontraré con un corazón desfallecido. Seguramente me voy topar con algún hijo de Dios que está muriendo en la oscuridad.» Pero no me he encontrado con nadie así.
Hermanos, un hijo de Dios podría morir en la oscuridad. Alguien le dijo al anciano señor Dodd, ese viejo y singular puritano: «¡Qué triste que nuestro hermano haya tenido que morir en tinieblas! ¿Dudas de su seguridad?» «No», -respondió el viejo señor Dodd- «no dudo más de lo que dudo de la seguridad de aquel que dijo, cuando estaba muriendo: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'»
La plena certidumbre, tal como lo hemos dicho, no es parte de la esencia de la salvación. Sin embargo, les ruego que noten esto, que a todo lo largo de todos estos años, en cada caso, cuando he ido a visitar a cualquiera de nuestros hermanos y hermanos a la hora de su muerte, siempre los he visto partiendo con una esperanza cierta y segura de ver el rostro de su Señor en gloria. Me ha maravillado que esto haya sido sin excepción, y me glorío en ello. A menudo me han dicho: «nos hemos alimentado con tan buen alimento que somos muy fuertes en el Señor.» ¡Que Dios nos conceda que ustedes puedan tener esta certidumbre, todos ustedes! ¡Que los pecadores comiencen a creer en Jesús, y que los santos crean más firmemente, por Cristo nuestro Señor! Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: 1 Juan 5.