Si fuéramos sabios, queridos amigos, encontraríamos miles de cosas en el mundo que nos recordaran a nuestro bendito Señor. Es bueno formar el hábito de relacionar las cosas que vemos, con Él, «A quien amáis sin haberle visto.» Si hiciéramos eso, no habría ni una hora en el día en la que no fuéramos conducidos a pensar en Él, y difícilmente cualquier cosa que viéramos en nuestro negocio, o en la calle, o en el campo, o en nuestro hogar, no sería el medio de traernos Su recuerdo.
Cuando nos levantamos por la mañana, ¿no sería bueno recordar cómo se levantaba Él muy temprano, de madrugada, para tener tiempo para orar en privado? Tenía un día de ardua labor por delante, y necesitaba fortaleza para completarla; y la adquiría, no por medio de un sueño más prolongado, sino robándole tiempo al sueño para acercarse en oración al Padre fortalecedor.
De igual manera, cuando la mañana llega a su fin, y llegamos al mediodía, si estamos acalorados y cansados y el sol nos quema, haríamos bien en pensar en nuestro texto, «Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta.»
Cuando el reloj da las tres de la tarde, los cristianos no deberían olvidar que fue aproximadamente a esa hora que Él entregó el espíritu, y murió. Cuando llega la caída de la tarde, y nos disponemos a ir a nuestras confortables camas, o a nuestro duro jergón, cualquiera que sea el caso, ¿no sería dulce que recordáramos a quien dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza»?
El mundo entero puede constituir un sistema de ayudas para nuestra memoria, si fuésemos lo suficientemente sabios para usarlo de esa manera. Las estrellas hablan de Él a todos aquellos que tienen oídos para oír. El sol mañanero lo revela, e incluso el sol poniente no está desprovisto de instrucción en lo concerniente a Él. Como Dios, que está en todas partes, así están las huellas del Unigénito. Ha puesto lo material en tal conexión con Su naturaleza espiritual y divina, que ha dejado Su marca sobre todo lo material, y en Su templo de la creación, todo nos habla de Su gloria.
Nuestra segunda observación es esta: ¡cuán verdaderamente humano era el Señor Jesucristo! Hoy en día no necesitamos insistir mucho en ello, pues eso ya no se niega tan a menudo. Tenemos que combatir por Su Deidad, pero es infrecuente hacerlo por Su humanidad. Aunque no nos beneficia en nada que así sea. Ustedes saben que hubo algunas personas en épocas posteriores a los días de Juan, que negaban que Cristo hubiese asumido un cuerpo real; ellos creían que existía como un fantasma. No me voy a adentrar en los detalles de la forma filosófica en que lo exponían; pero su principal ataque era en contra de la humanidad del Hijo de Dios.
Ahora, los tiempos han cambiado, y los hombres reconocen que existió, y admiten Su humanidad; ay, la admiten tanto ahora, que niegan que hubiese sido otra cosa que un hombre. Debemos luchar contra esa doctrina tres veces maldita mientras vivamos; pero no debemos olvidar cuán verdaderamente humano era Jesús.
Cuán verdaderamente humano se revela cuando el sol quemante lo golpea, y el sudor corre por todo Su cuerpo, y está completamente cansado; y, estando cansado, debe hacer lo mismo que hacemos cuando estamos agotados y exhaustos, es decir, necesita sentarse. Y el sol calienta tanto que le da sed; está abrasado de calor, y hay agua en el pozo, pero no tiene nada con qué sacarla, así que debe sentarse al calor, y aguantar la sed.
Ustedes recordarán, queridos amigos, cómo sentía hambre. No olvidarán nunca cómo «Jesús lloró». Todos ustedes saben cómo sufrió, y cómo murió al final. Atesoren en su mente y en su corazón el hecho cierto que Cristo era con toda certeza y verdad un hombre; y aunque la Deidad estaba unida a Su humanidad de la manera más misteriosa, no por ello era menos completa e intensamente hombre. Aunque era perfecta y supremamente Dios, Su Deidad no le suprimió Su susceptibilidad a sufrir y cansarse.
Parecería algo más bien singular, y digno de considerarse, que nos dé la impresión de que nuestro Señor estaba más cansado que Sus discípulos, pues ellos se habían ido a la ciudad para comprar alimento; yo supongo que podría haber ido con ellos si no hubiese estado más fatigado que ellos. Estaba bastante exhausto, y completamente cansado; y por ello, mientras los discípulos se fueron a Sicar para comprar provisiones, Él se sentó junto al pozo. Yo supongo que muy probablemente la razón fue esta: Él tenía un cansancio mental combinado con Su fatiga corporal; y cuando esas dos cosas coinciden, hacen que el hombre se sienta realmente agotado.
Yo sé que hay algunos que se imaginan que pensar en otros compañeros y cuidarlos, predicar y enseñar, no representa mucho trabajo. Pues bien, mis queridos amigos, es posible proseguir laborando mayor tiempo con su brazo que con su cerebro; y estoy hablando basado en la experiencia, cuando digo que una reflexión concienzuda, y una gran ansiedad por hacer el bien, conllevan mucho desgaste para toda la constitución de un ser humano.
Y si la vida de un hombre es consumida de dos maneras a la vez: por la fatiga corporal y también por la fatiga mental, entonces verán que tal hombre necesariamente será el primero en aflojar su ritmo. Los discípulos no tenían otra cosa que hacer sino seguir implícitamente según su Señor los guiara. Él tenía que ser el Líder, y sobre un líder recae toda la tensión y el esfuerzo violento de la responsabilidad y del cuidado. Nadie sabe cuáles eran los cuidados que agitaban el grandioso corazón de Cristo.
Ciertamente, en un sentido, no descansaba nunca. Estaba pensando constantemente, no únicamente acerca de los doce, sino en todos los que estaban con Él; y no únicamente en ellos, sino que era como lo dijo en Su grandiosa oración intercesora, «Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.» Todos los creyentes tenían una participación en Su pensamientos de amor aun entonces, pues estaba involucrado en una misión que consistía, nada menos, en la salvación de un número incontable que será Suyo en el día de Su venida.
Su mente y Su corazón estaban siempre trabajando. Ese ocupado cerebro Suyo nunca estaba en reposo, así que no me sorprende que, aunque los discípulos fueran a la ciudad a comprar de comer, su Señor no pudiera ir, sino que necesitaba sentarse junto al pozo. «Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo»: esto es, en una condición enteramente exhausta, se sentó como si no pudiera proseguir, y como si no pudiera hacer nada más, y fue allí donde la mujer samaritana lo encontró. ¡Todo esto demuestra cuán perfectamente humano era nuestro Señor!
Quiero que ustedes, mientras comentamos ese hecho, admiren el gran dominio propio del que se revistió nuestro Divino Maestro para soportar el cansancio; porque, aunque era hombre, y podría haber estado cansado, les he recordado que también era Dios, y por tanto, habría podido refrescarse si hubiese sido lo propio que hiciera. Pero de acuerdo al orden divino de cosas, no habría sido lo apropiado.
Cuando el Señor estuvo en el desierto cuarenta días, tuvo hambre. ¿Por qué no convirtió las piedras en pan? Ciertamente habría podido hacerlo; pero hacerlo estaba evidentemente fuera de lugar para quien había venido para ser un siervo, y para sufrir como hombre; el demonio lo tentó para que lo hiciera, lo que nos demuestra que habría sido incorrecto que Cristo lo hiciera. Pero sólo piensen que si ustedes y yo tuviéramos hambre y pudiésemos convertir las piedras en pan, ¿no lo haríamos? Si estuviéramos cansados, y pudiéramos darnos inmediatamente el descanso requerido, ¿acaso no lo haríamos?
¡Vamos, me parece que el agua habría estado feliz de saltar fuera del pozo para refrescar los labios de quien la había creado! Ese pozo habría sido honrado al derramar súbitamente todo su refresco líquido para que Él bebiera y quedara satisfecho; pero Jesús no obró nunca un milagro meramente para Su propio consuelo. Él sentía que Su poder milagroso debía ser usado en beneficio de otros, y en Su grandiosa obra; pero en cuanto a Él, Su humanidad debía soportar su propia debilidad, debía aguantar sus propias pruebas; así que detiene Su mano para no satisfacer Sus propias necesidades.
¡Oh, nunca imaginé cuán fuerte era Cristo hasta que vi cuando Su amor detenía a Su Deidad! Esa omnipotencia que restringe a la omnipotencia, no puede ser algo más que omnipotencia, y sin embargo, en un sentido debe serlo; el amor de Cristo restringe a la omnipotencia de Cristo. Él pudo haber superado todas las debilidades de la condición humana; pero no debía hacerlo si había de ser perfectamente hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, y, por tanto, no lo hace.
Soporta el agotamiento, soporta la privación de comodidades, soporta, de hecho, la propia maldición del trabajo que nuestro padre Adán nos trajo, es decir, que con el sudor de nuestra frente debíamos comer nuestro pan, y lo soporta con una magnanimidad de condescendencia que no puede ser imitada. Está más allá de nuestra concepción, e infinitamente más allá de que nos aventuremos a seguirle; únicamente podemos admirar y adorar. ¡Te adoramos, oh Hijo de Dios, que por nuestros pecados te dignaras estar cansado, y sentarte así junto al pozo!
Otro pensamiento que quiero compartir con ustedes es este: contemplen la maravillosa identificación del Señor Jesucristo con nosotros. Cuando han ido en un viaje muy largo, y les duelen los pies, y están cansados y agotados, ya no pueden dar un paso más. Ahora, Cristo, en los días de Su carne, era semejante a nosotros. Él sabe lo que implica toda esa pesadez y calor de los pies, esas ampollas en las plantas de los pies, esa distensión de los tendones, ese cansancio de cada músculo; y la próxima vez que vayan en una larga caminata, y tengan que sentarse porque están muy cansados, reflexionen en lo siguiente, «el que está sentado a la diestra de Dios recuerda cuando sintió como yo, y se identifica conmigo en mi presente agotamiento.»
O supongan otro caso diferente, que su trabajo sea muy duro, y yo sé que me estoy dirigiendo a muchos que ganan su pan con agotadores esfuerzos y trabajos, y cuando llega la hora al fin (¡ay!, ¡ay!, ¡cuán a menudo es muy tarde!) de cerrar el taller, o cuando su trabajo ha concluido, y están totalmente agotados; entonces se arrastran con dificultad a su cama, pues se sienten demasiado cansados. A menudo les ocurre eso, y cada vez con mayor frecuencia, ahora que se están volviendo viejos, y que los años se están reflejando en su estructura corporal que una vez fue fornida.
Bien, la próxima vez que se sienten, digan: «Jesús, mi Señor, Tú conoces todo esto, y puedes tener piedad de Tu pobre siervo, y ayudarme y consolarme al enfrentarme a esta situación.»
¿No recuerdan la historia de los soldados de Alejandro? Cuando caminaban largas marchas forzadas, ninguno de ellos se cansaba porque, aunque Alejandro tenía un caballo, no lo montaba nunca. Él decía: «no, Alejandro no montará su caballo mientras un soldado tenga que caminar.» Así que marchaba al lado de ellos, y en una ocasión, cuando le llevaron una copa de agua al rey, dijo: «hay un soldado que aparenta estar más desfallecido que yo; dénsela a él»; y cada hombre se sentía fuerte gracias a esa identificación.
Ahora, ustedes que trabajan arduamente, piensen en el Rey eterno, inmortal, invisible, el Príncipe de los reyes de la tierra, y lean nuevamente el texto para su consuelo: «Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo.»
Hay otros que realizan trabajos pesados además de las personas descritas. Hay obreros santos que, yo creo, deben tomar un trago de agua de este pozo. Tú procuras hablar a nombre de Cristo, recorres tu vecindario y haces visitas, y estás muy celoso de llevar a los pecadores a Jesús; y algunas veces sientes como si ya no pudieses hacer nada más. No has tenido éxito, tal vez, y estás desilusionado y desanimado. Bien, cuando te encuentres así, debes decirte: «Mi Señor sabe todo acerca de su siervo: ‘Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo.'»
O, tal vez, tu cansancio provenga del sufrimiento; el dolor es muy agudo, y aunque tengas un pequeño descanso, te parece como si en toda la noche no hubieras dormido. Caes en un pequeño sopor, y cuando te despiertas de nuevo en la mañana, te sientes más cansado que cuando te fuiste a dormir, y te dices a veces: «estoy agotado y exhausto; ¿no acabarán nunca estos dolores? ¿No habrá liberación de esta cadena? ¿Debo arrastrarla conmigo?» Pero cuando te recuestas en la almohada, ¡oh!, tan exhausto, -y algunos de nosotros conocemos este agotamiento, pues muchas veces hemos sentido como si ni siquiera pudiéramos respirar, ni levantar un solo dedo-, recuerden que «Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo.»
¡Oh, la profunda identificación de Cristo con nosotros! Él conoce nuestro cansancio, no solamente por haberlo oído, y visto, sino por haberlo sentido. Acude a Él sin miedo, con una confianza semejante a la de un niño, porque quien ha sido en todos los puntos como somos nosotros, y quien fue cercado por la debilidad, puede socorrernos en todos los tiempos de agotamiento; y tengan la seguridad de que, si acudimos a Él, nos dará descanso.
Sólo ahora estoy adentrándome en mi sermón; todas estas observaciones que he hecho son únicamente preliminares, pero el propio sermón será breve.
Primero, queridos amigos, si cuento aquí con algún pecador cansado que ansíe encontrar descanso, quiero que su conciencia dibuje un cuadro; y una vez que su conciencia lo haya pintado, quiero que su fe venga y lo estudie; y cuando lo haya hecho, quiero que su gratitud y su amor retiren ese cuadro, y pinten otro.
I. Primero, entonces, quiero que cada conciencia aquí presente que esté despierta, pero que no haya sido pacificada por la sangre de Cristo, PINTE UN CUADRO; y ese cuadro es el retrato de un Salvador cansado, un Salvador cansado por ti, agotado por ti; cansado, no por Su viaje, sino cansado por tu pecado.
«¿Puede suceder eso?», preguntará alguien. Sí, el Señor ha dicho en Isaías: «Me fatigaste con tus maldades». Tú has fatigado a Cristo por hacer el mal, y por hacerlo una y otra vez, y por pecar contra la conciencia y contra la luz. Tú estás fatigando a mi Señor, a mi amante Señor. En el Libro de Amós Él dice: «He aquí, yo estoy oprimido debajo de vosotros como está oprimida una carreta llena de gavillas.» (Amós 2: 13, Biblia de las Américas). Ustedes saben cómo amontonan las gavillas unas sobre otras hasta que la carreta cruje y el eje está a punto de quebrarse; ¿tratan a mi Señor como una vieja carreta, y siguen cargando pecados, gavilla tras gavilla, hasta que no pueda soportarlo más? Él dice que así sucede con algunos de ustedes; y yo quiero que pinten el cuadro de un Cristo cansado, fatigado por sus pecados.
Tal vez, en el caso de algunos de ustedes, Cristo esté cansado de su religión. «¿Cansado de nuestra religión?», pregunta alguno. Cuando llegues a casa, ¿puedes leer el primer capítulo del Libro de Isaías, y verás allí cómo declara Dios mismo estar cansado del formalismo vacío del pueblo? «No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas.»
Eran un cansancio para Él; y, si oran, pero no oran sinceramente, mi Señor se cansará de oír su remedo de oración. Si acuden a los sacramentos, o asisten a la adoración pública, y piensan que eso los salvará, mi Señor se cansará de ustedes; pues todo eso es una impostura. Hay una corteza, pero no hay un núcleo. Lo escarnecen con un solemne sonido expresado por una lengua irreflexiva. Ustedes se sientan como se sienta Su pueblo, pero sus mentes están muy lejos recorriendo las montañas de la vanidad. Escuchan, participan en el himno, y escuchan la oración; pero no hay verdadera adoración, alabanza, o plegaria.
Les digo, señores, que mi Señor se está cansando de ustedes, se está disgustando y cansando de su religión. ¡Qué cuadro! ¡Cristo cansado del pecado, y fatigado por la religión muerta!
Me temo que puedo decir también que hay algunos aquí presentes de quienes Cristo está cansado debido a promesas quebrantadas. Cuando estaban enfermos, decían: «nos arrepentiremos si el Señor nos concede la vida.» Hicieron votos, cuando se encontraban en peligro, que se volverían a Él si los libraba; pero nada de eso ha sucedido.
Mi querido amigo, estás aquí indeciso todavía. Hace doce meses, no habrías creído que pasaría otro año, para encontrarte todavía donde estás. Las ruedas del tiempo están girando velozmente como las flamas del rayo, pero no logras ningún avance de ningún tipo; por el contrario, me temo que vas para atrás; mi Señor se está cansando de tus excusas y de tus dilaciones. «Me has mentido», dice el Señor; y no siempre va a soportar este tratamiento de parte tuya.
En relación a algunos individuos, mi Señor se está cansando por resistir a Su Espíritu. Recuerden que Dios dijo de algunos que se rebelaron y vejaron a Su Santo Espíritu: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre.» No siempre será sometido a la indignidad de contender con los hombres que le resisten, como lo hicieron sus padres. Cuando surgen santos pensamientos, ustedes los apagan; y han hecho esto, ¡oh, durante tanto tiempo!
¿Cuántos años ha sido este el caso con algunos de ustedes? Si algunas personas que conozco fueran provocadas sólo por cinco minutos, ardería su ira; si soportaran ser insultados durante media hora, lo considerarían un milagro. Yo conozco a algunos cuya regla es «una palabra merece un golpe»; y, a menudo, el golpe llega más rápido que la palabra; ¡pero sólo piensen en alguien que ha vivido para provocar a Dios por cinco años, diez años, veinte años, treinta años, cuarenta años! ¿Prosigo contando?
Yo creo que hay algunos que han superado a los israelitas en el desierto, pues aquellos provocaron a Dios cuarenta años, pero estas personas lo han provocado cincuenta, sesenta, o incluso setenta años. ¡Mi Señor está cansado! ¡Mi Señor está cansado! Ustedes recuerdan que cuando se cansó de los israelitas, alzó Su mano al cielo, y juró que no entrarían en Su reposo.
¿Cuál fue el pecado que los dejó fuera? «Y vemos», -dice el apóstol- «que no pudieron entrar a causa de incredulidad.» Cristo no será siempre contradicho, ni aceptará que Sus promesas sean falseadas, ni que Sus dulces invitaciones sean despreciadas. Se está cansando y hastiando mucho de ustedes; y me temo que dirá un día: «Ea, tomaré satisfacción de mis enemigos.» Agradezcan que no lo haya dicho todavía, y vuélvanse a Él con verdadero arrepentimiento y fe. Pero allí está el cuadro, y para mí es un cuadro muy lastimero ver a Jesús sentado junto al pozo de vida eterna, cansado por causa de los hombres que vino a bendecir.
II. Ahora quiero que ESTUDIEN ESE CUADRO de Cristo cansado.
Mírenlo muy atentamente, no meramente con los ojos de su conciencia, sino con los ojos de la fe; y si no tienen ninguna, voy a procurar prestarles la mía. Por unos cuantos minutos debo creer por ustedes, con la esperanza de que lo que les diga, y que yo sé que es verdad, lo crean, siendo capacitados para hacerlo por Dios el Espíritu Santo, para que ustedes puedan ver espiritualmente por ustedes mismos.
Sí, puedo ver a Jesucristo, muy cansado, sentado junto al pozo; permítanme mirarle durante un rato. Me gusta el cuadro, y me reconforta conforme lo miro; pues, aunque está muy cansado, a pesar de ello percibo que Él está esperando. Se sienta junto al pozo, pues hay una mujer que viene, -una pobre mujer caída-, y Él está esperando para bendecirla. Ella debía estar aquí temprano por la mañana, y ya son las doce del día; el sol ha llegado a su cenit, y brilla con un máximo de calor. La mujer estará pronto allí; Jesús está muy cansado, pero todavía espera.
Pecador, esa es exactamente la actitud de mi Señor hacia ti. Tú dices que no puedes verlo; es porque no tienes los ojos de la fe, pero yo puedo verlo. Yo recuerdo que cuando le vi por primera vez, había estado esperándome por largo tiempo. Esperaba para derramar Su gracia; como Él no tiene ninguna prisa, le concede tiempo al pecador, aunque el pecador derroche ese tiempo en sus perversiones; pero el propio Cristo pasa ese tiempo en paciente espera.
Debo ver el cuadro otra vez. Conforme miro, puedo ver que no sólo espera, sino que está vigilante. Puedo ver que está volviendo Su mirada hacia las puertas de la ciudad. «Ella saldrá pronto,» -se dice-; «tiene que venir aquí, y sé que vendrá.» No está contemplando el paisaje; eso no es lo principal para Él ahora; está esperando a esta pobre alma que viene.
¡Oh, mi querido amigo, aunque hayas fatigado a Cristo, Él todavía está esperándote y está pendiente de ti! Hay muchas almas elegidas que mi Señor está atisbando por allá en el primer balcón, o en aquellos asientos casi junto al techo, o aquí en la planta baja, y Jesús está esperándolas y vigilándolas.
Ahora debo mirar otra vez, pues mi Señor, aunque está muy cansado, al final ha vislumbrado a la persona por la que espera y vigila. Aquí viene; y ahora percibo cuán deseoso está. Su corazón parece latir más rápidamente, Su mirada está más brillante de lo usual, y no se siente ni la mitad de cansado de lo que se sentía. Tal vez habrán visto a algún desfallecido y cansado cazador que súbitamente cobra fuerzas cuando, por fin, atisba sobre el risco al ante que ha venido a buscar; o habrán visto al pescador que está cansadamente en el arroyo, sosteniendo su caña, y listo para irse a casa en busca de su muy necesitado alimento, pero, de pronto, el salmón comienza a tirar de su cuerda, y, ahora, ¡cuán fuerte se ha vuelto! Estará dedicado a esa tarea durante una hora, y no querrá ni comer ni beber. Su ser entero está en la pesca.
Lo mismo sucedía con mi bendito Señor. Esa mujer se aproximaba, y Cristo estaba «totalmente concentrado», como decimos. Estaba listo para hablar la palabra justa, -una palabra oportuna para una persona cansada- hablar la palabra de admonición, o de consuelo, o de invitación; y Él está «totalmente concentrado» en este momento.
Pensé, al estar aquí esta noche ante ustedes, «vengo constantemente al Tabernáculo para hablar a esta gran muchedumbre», y algo parecía decirme: «deberías estar contento de contar con esa oportunidad.» Me dije, «sí, estoy contento; y voy a predicarles de Cristo lo mejor que pueda en tanto que mi lengua se mueva, pues es un delicioso privilegio que se me permita comentarles a los hombres acerca del amor perdonador de mi Señor.» Pero, ¡oh, si Él estuviera aquí presente físicamente, lo haría mucho mejor que cualquiera de nosotros, pues Su corazón está mucho más lleno de amor de lo que lo están nuestros pobres corazones!
Él estaba junto al pozo, esperando, y vigilando, y dispuesto; y aunque estaba muy cansado, cuando la mujer se le acercó, y creyó en Su mensaje, la salvó inmediatamente. Un Cristo cansado es la receta para salvar a un pecador cansado. Aunque estaba cansado, salvó a esa gran pecadora; y ahora, exaltado en los altos cielos, aunque lo hayan cansado con sus pecados, Él borrará esos pecados incluso en este mismo instante si ponen su confianza en Él; y aun con Su mano cansada limpiará sus transgresiones.
De hecho, está tan cansado de sus pecados que los quitará, para que tanto Él como ustedes también, no se sientan cansados nunca más por sus pecados. Está tan cansado de sus descarríos que les pondrá un término, y los recibirá en Su corazón para que no se descarríen más.
Este cuadro se veía muy triste cuando lo vi a la distancia y cuando ustedes lo vieron con los ojos de su conciencia; pero, ¡oh!, si se pusieran los anteojos de la fe, y lo contemplaran como me he empeñado en describirlo, el cuadro se torna muy hermoso.
«Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo,» esperando, y vigilando, y estando plenamente dispuesto, y siendo capaz de salvar, ay, de salvar de tal manera a la mujer, que la convirtió en el instrumento de salvación de otros.
Y, ahora, tal vez, los salvará a ustedes que lo han cansado, y hará que comiencen a llevar a otros hasta Él. No me sorprendería si así fuera; me sorprendería que no sucediera, pues lo hemos buscado de Sus manos, y esperamos recibirlo.
III. Ahora quiero ALTERAR EL CUADRO SOBRE EL LIENZO.
Supongo que no cuento con ningún artista aquí que pueda ayudarme con su pincel. Quiero suprimir una parte e incluir otra, pues el nuevo cuadro ha de ser un retrato del cansado Salvador, sentado junto al pozo, y reconfortado por el propio pecador que había propiciado Su cansancio.
Señor pintor, debemos pintar a una mujer en el cuadro. Allí está, y el Maestro le está diciendo: «Dame de beber.» ¿Y ella lo hizo? Ella no sumergió su cubeta de agua en el pozo; pero, ¿le dio algo de beber? Sí, eso hizo; estoy seguro que ella lo reconfortó aun más de lo que lo hubiera hecho con un trago de agua, porque, cuando los discípulos regresaron con su Maestro, Él les dijo: «Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis»; así que evidentemente había sido reanimado; ¿y cómo se logró esto? Pues bien, ¡por esa mujer! ¿Qué le había dado ella que lo reanimó tanto?
Bien, primero, ella le hizo varias preguntas. Comenzó haciéndole una serie de preguntas, y el Señor Jesucristo siempre se anima cuando se encuentra con personas inquisidoras. Basta con que quieras saber todo lo posible acerca de Cristo, y eso será una especie de refrigerio para Él, pues la mayoría de los hombres pasan indiferentes junto a Él, de tal manera que tiene que decir:
¿No os conmueve que Jesús tuviera que morir?»
Yo estoy seguro que mi Señor se agradará si algunos de ustedes comienzan a preguntar, como lo hizo la mujer, «¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo?» o, «¿De dónde, pues, tienes el agua viva?» No me importa que tu pregunta sea insensata, porque eso únicamente demuestra el estado mental en que te encuentras; y Cristo puede curar la insensatez y darte sabiduría.
Lee cuidadosamente el Nuevo Testamento; ponte de rodillas, y di: «Señor, enséñame el significado de este pasaje.» De esta forma reconfortarás el corazón de mi Señor, y espero verte muy pronto entre los salvos.
Además, esta mujer reanimó el corazón del Salvador con la oración, pues, después que le hubo hecho preguntas, oró a su pobre manera: «Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.» Probablemente no se dio cuenta de lo que decía; pero, en la medida que entendió algo, quiso pedirle a Jesús que le diera lo que Él tenía para dar.
¡Querido corazón, que el Señor te ayude a comenzar a orar ahora mismo! El espíritu del Señor será maravillosamente reconfortado por tus súplicas. Dará un trago profundo de agua fresca del pozo cuando oiga tu voz en oración. «Llevad con vosotros palabras de súplica,» -dice el profeta Oseas- «y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien.»
Si hay alguna pobre alma en este Tabernáculo, que esté lejos por allá cerca del fondo, que no pueda ver, y tal vez casi ni oír, que sea movida a orar: «Dios, sé propicio a mí, pecador», esa petición tocará el corazón del Hijo de Dios; y aun en el trono de los más altos cielos, Él será refrescado, pues siempre lo es cuando oye a un pecador que ora.
Pero, además, esta mujer no solamente oró, sino que confesó su pecado. La confesión no fue muy explícita, pero reconoció que los cargos que el Señor le imputaba eran verdaderos. «Señor,» -le dijo ella- «me parece que tú eres profeta»; y a los hombres de la ciudad les dijo: «Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho.» Una confesión sincera a Dios, al tiempo que es buena para tu alma, es también buena para el alma de Cristo; se reconforta con eso.
Lo mejor de todo es que esta mujer creyó en Jesús. Cuando dijo que era el Cristo, ella aceptó Su declaración como verdadera; y, por ello, dijo a los hombres de la ciudad: «¿No será éste el Cristo?» ¡Oh mi Señor, Tú verás de nuevo el fruto de la aflicción de Tu alma, y quedarás satisfecho una vez más, cuando algún pecador te recibe!
¿Acaso no se regocija una madre cuando, después de sus dolores, fija su mirada sobre su primogénito? Ese es exactamente el cuadro del Señor Jesucristo que pintó Isaías: «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.»
¡Oh, pensar que ustedes y yo podamos dar satisfacción al corazón de Cristo por toda la angustia que soportó cuando derramó Su alma hasta la muerte! Esa no es una metáfora mía; es un símbolo de las Escrituras; yo sólo les he dado lo que el Espíritu Santo mismo ha dicho; y, oh, queridos amigos, yo oro para que algunos de ustedes puedan, de esta manera, gratificar, satisfacer, refrescar, vigorizar, deleitar y glorificar al Cristo que aún ahora, aunque reina en lo alto, no ha olvidado nunca que una vez se sentó junto al pozo, y tuvo sed; y al tiempo que sintió esa sed, salvó a la pecadora samaritana, y se vio satisfecho al hacerlo. ¡Que Dios les bendiga, y que los lleve al Salvador, por causa de Su nombre! Amén.