Cánticos en la Noche

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charles spurgeon

Eliú era un sabio, un consumado sabio, aunque no era tan sabio como el infinitamente sabio Jehová, que ve luz en medio de las nubes, y encuentra orden en la confusión; de aquí que Eliú, estando muy desconcertado al contemplar a Job en tanta aflicción, haya tratado de encontrar su causa, y muy sabiamente divisó una de las razones más probables de su infortunio, aunque no resultó ser la correcta en el caso de Job. Dijo para sí: «si los hombres son profundamente probados y afligidos, es porque, mientras piensan en sus congojas y se afligen por sus temores, no dicen: ¿Dónde está Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche?» La razón de Eliú es válida para la mayoría de los casos. La principal causa de angustia para un cristiano, la razón de las profundidades de la aflicción en la que son sumidos muchos creyentes, es simplemente esta: que por mirar a su alrededor, a mano derecha y a mano izquierda para ver cómo pueden escapar de sus problemas, olvidan mirar a los montes de donde proviene toda la ayuda verdadera; no dicen: «¿Dónde está Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche?»

Sin embargo, nosotros dejaremos esa pregunta, y haremos hincapié en las dulces palabras: «Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche.» El sol brilla de día, y los hombres salen a sus labores; pero se cansan, y llega la caída de la noche como una dulce bendición del cielo. La oscuridad corre las cortinas y cierra el paso de la luz que impediría que nuestros ojos durmieran sosegadamente, y la dulce y calmada quietud de la noche nos permite descansar en el lecho tranquilo, y olvidar allí por unas cuantas horas todos nuestros afanes. Luego aparece nuevamente el sol de la mañana, y un ángel pone su mano en la cortina, la descorre otra vez, toca nuestros párpados, y nos pide que nos levantemos y procedamos a las labores del día. La noche es una de las mayores bendiciones que disfrutan los hombres; tenemos muchas razones para agradecer a Dios por ella.

Sin embargo, la noche es, para muchos, un espacio sombrío. En la noche ronda «la pestilencia que anda en oscuridad»; amenaza «el terror nocturno»; sobreviene el miedo a los ladrones y a la cruel enfermedad, con todos esos temores que los timoratos conocen cuando no cuentan con la luz que les permita discernir los diferentes objetos. Es entonces cuando se figuran que criaturas espirituales recorren la tierra; aunque, si tuvieran el entendimiento correcto, descubrirían que es cierto que:

«Millones de criaturas espirituales recorren la tierra,
Invisibles, tanto en nuestra vigilia como en el sueño,»

y que en todo momento nos rodean de igual manera de día que de noche. La noche es tiempo de terror y alarma para la mayoría de los hombres; sin embargo, aun la noche tiene sus cánticos. ¿Nunca han estado junto al mar en la noche, y no han oído a los guijarros cantar, y a las olas entonar alabanzas a Dios? O ¿no se han levantado nunca de su cama y han abierto la ventana de su aposento, y han escuchado allí? ¿Escuchado qué? Silencio . . ., salvo un sonido que murmura de vez en cuando, que suena entonces a dulce música. Y, ¿no se han imaginado haber escuchado las arpas de oro tocando en el cielo? ¿Acaso no concibieron que las estrellas lejanas, esos ojos de Dios que les miran desde lo alto, eran también bocas de cánticos, que cada estrella cantaba la gloria de Dios, que cantaba entonando la muy merecida alabanza a su poderoso Hacedor? La noche tiene sus cánticos. No necesitamos de mucha poesía en nuestro espíritu para captar el cántico de la noche, y escuchar a los astros cuando entonan alabanzas que son claras para el corazón, aunque silenciosas para el oído. Las alabanzas al poderoso Dios, que sostiene el arco desprovisto de pilares del cielo, y hace girar en su curso a las estrellas.

El hombre, también, como el grandioso mundo en el que habita, debe tener su noche. Pues es verdad que el hombre es semejante al mundo que le rodea. Es en sí mismo un mundo pequeño. Se asemeja al mundo en casi todo; y si el mundo tiene su noche, también la tiene el hombre. Y tenemos muchas noches: noches de congoja, noches de persecución, noches de duda, noches de perplejidad, noches de aflicción, noches de ansiedad, noches de ignorancia, noches de todo tipo, que oprimen nuestros espíritus, y aterrorizan nuestras almas. Pero, bendito sea Dios, el cristiano puede decir: «Mi Dios me inspira cánticos en la noche.»

Entiendo que no es necesario que les demuestre que los cristianos también tienen sus noches; pues si son cristianos, encontrarán que ustedes las tienen, y no necesitarán ninguna demostración, pues las noches vendrán con la suficiente frecuencia. Por tanto, pasaré de inmediato al tema. Adviertan primero, en relación a los cánticos en la noche, su fuente, Dios las da; en segundo lugar, su tema; ¿sobre qué cantamos en la noche? En tercer lugar, su excelencia: son cánticos sentidos y son dulces; y en cuarto lugar, sus usos, sus beneficios para nosotros y para otros.

I. Primero, ¿QUIÉN ES EL AUTOR DE LOS CÁNTICOS EN LA NOCHE? «Dios,» dice el texto, nuestro Hacedor, inspira cánticos en la noche.»

Cualquiera puede cantar durante el día. Cuando la copa rebosa, el hombre se inspira en ella. Cuando la riqueza lo rodea en abundancia, cualquiera puede cantar para alabar a un Dios que da una generosa cosecha, o que envía a casa un bajel cargado. Es muy fácil que una arpa eolia produzca música cuando sopla el viento; lo difícil es que brote música cuando no sopla ningún viento. Es fácil cantar cuando podemos leer las notas a la luz del día; pero quien puede cantar cuando no hay ningún rayo de luz que le permita leer las notas, es un consumado cantor que canta del corazón, sin un himnario que pueda ver, pues no tiene forma de leerlo. Sólo cuenta con ese libro íntimo de su propio espíritu vivo, de donde brotan las notas de gratitud traducidas en cánticos de alabanza. Ningún hombre puede crear un cántico en la noche por sí mismo; podría intentarlo, pero descubrirá cuán difícil es.

No sería natural cantar cuando se está acongojado: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre», porque se trata de un cántico diurno. Pero Habacuc entonó un cántico divino, cuando dijo en la noche: «Aunque la higuera no florezca, . . . con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.» Pienso que a orillas del Mar Rojo, cualquiera hubiera podido componer un cántico como Moisés: «Ha echado en el mar al caballo y al jinete»; lo difícil habría sido componer un cántico antes de que el Mar Rojo hubiese sido partido, y cantarlo antes de que los ejércitos de Faraón hubiesen perecido ahogados, cuando todavía la oscuridad de la duda y del miedo pesaba sobre las huestes de Israel. Los cánticos en la noche provienen únicamente de Dios; no están en poder del hombre.

Pero, ¿qué significa el texto cuando asevera que Dios da cánticos en la noche? Nos parece encontrar dos respuestas a esa pregunta. La primera es que, usualmente, en la noche de la experiencia de un cristiano, Dios es su único cántico. Si es de día en mi corazón, puedo entonar cánticos tocantes a mis gracias, cánticos tocantes a mis dulces experiencias, cánticos tocantes a mis deberes, cánticos tocantes a mis labores; pero tan pronto como llega la noche, mis gracias parecen marchitarse; mis evidencias, aunque están aquí, parecen escondidas; no me resta nada a qué cantar excepto a mi Dios. Es extraño que, cuando Dios da a Sus hijos misericordias, estos entregan más su corazón a las misericordias que a su Dador. Pero cuando llega la noche, y barre con todas las misericordias, entonces cada uno de ellos dice de inmediato: «ahora, mi Dios, no tengo nada de qué cantar excepto de Ti; debo acudir a Ti, y sólo a Ti. Una vez tuve cisternas; estaban llenas de agua; bebí de ellas entonces; pero ahora los arroyos creados están secos, dulce Señor, no sorbo de ningún arroyo excepto de Ti, no bebo de ninguna fuente, excepto de Ti.»

Ay, hijo de Dios, tú sabes lo que digo; o si no lo entiendes aún, ¡lo harás muy pronto! Es en la noche que cantamos de Dios, y sólo de Dios. Cada cuerda está afinada, y cada poder tiene el tributo de un cántico mientras alabamos a Dios, y a nadie más. Hacemos sacrificios para nosotros durante el día; en la noche hacemos sacrificios sólo a Dios. Podemos entonarnos a nosotros elevadas alabanzas, cuando todo es gozo; pero no podemos cantar alabanzas a nadie más, excepto a nuestro Dios, cuando las circunstancias son contrarias, cuando las providencias parecen adversas. Sólo Dios puede inspirarnos cánticos en la noche.

Además, no sólo inspira Dios el cántico en la noche, por ser Él el único tema sobre el que podemos cantar entonces, sino porque Él es el único que inspira cánticos en la noche. Si me trajeran a un pobre, melancólico y afligido hijo de Dios, yo buscaría recordarle promesas preciosas, y susurrarle palabras de consuelo, pero no me escucharía; sería como una cobra sorda que no oye la voz de su encantador, sin importar con qué destreza la quiera encantar. Podría enviar a esa persona a visitar a todos los teólogos consoladores, y a todos los santos Barnabases que hayan predicado jamás, y lograrían muy pocos progresos con ella; no serían capaces de provocar ningún cántico en ella, sin importar lo que hicieran. Está bebiendo ajenjo y hiel; dice: «Oh Señor, yo como ceniza a manera de pan, y mi bebida mezclo con lágrimas»; y no importa cuánto intenten consolarlo, sólo podrían arrancarle una o dos notas lastimeras de fúnebre resignación; no evocarían ningún salmo de alabanza, ningún aleluya, ningún soneto de alegría. Pero si Dios visita a Su hijo en la noche, no importa lo que le susurre al oído cuando está en su lecho, verán brillar sus ojos en las horas de la noche. ¿Acaso no le oyen decir:

«Es el Paraíso si Tú estás aquí;
Si Tú te vas, es el infierno»?

Yo no habría podido darle ánimos: es Dios quien lo ha hecho; pues Dios «da cánticos en la noche». Es maravilloso, hermanos, cómo una dulce palabra de Dios inspira muchos cánticos para los cristianos. Una palabra de Dios es como un lingote de oro, y el cristiano es el batidor del oro, y puede martillar esa promesa durante semanas enteras. Yo puedo testimoniar que he vivido en una promesa durante muchas semanas, y no he necesitado ninguna otra. Simplemente tenía que martillar la promesa hasta convertirla en una lámina de oro, y revestir mi existencia entera con su gozo. El cristiano recibe de Dios la inspiración para sus cánticos; Dios le da la inspiración, y le enseña cómo cantar: «Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche.»

Por esto, entonces, pobre cristiano, no necesitas bombear tu pobre corazón para alegrarlo. Acude a tu Hacedor, y pídele un cántico en la noche, pues tú eres un pobre pozo seco. Has oído decir que cuando la bomba está seca, primero debes echar agua en ella, y entonces subirá el agua. De esta manera, cristiano, cuando estés seco, acude a tu Dios y pídele que derrame un poco de gozo en ti, y luego obtendrás mayor gozo de tu propio corazón. No acudas a este consolador, o a aquel otro, pues descubrirás que son como «los amigos de Job» después de todo; pero acude por sobre todo a tu Hacedor, pues Él es el grandioso Compositor de cánticos y el Maestro de música. Él es quien puede enseñarte a cantar.

II. De esta manera hemos dado la debida consideración al primer punto; ahora proseguimos al segundo. ¿CUÁL ES EL TEMA GENERALMENTE CONTENIDO EN UN CÁNTICO EN LA NOCHE? ¿Sobre qué cantamos?

Pues, yo creo que cuando cantamos de noche, hay tres temas sobre los que cantamos. Podemos cantar acerca del día que ya pasó, o acerca de la noche misma, o, además, acerca del mañana venidero. Todos esos son temas muy dulces cuando Dios, nuestro Hacedor, nos inspira cánticos en la noche. En medio de la noche, el método más usual es que los cristianos canten acerca del día que pasó. El hombre dice: «ahora es de noche, pero puedo recordar cuando era de día. No hay ni luna ni estrellas en este momento; pero yo recuerdo cuando vi al sol. No tengo evidencias ahora; pero hubo un tiempo cuando yo podía decir: ‘yo sé que mi Redentor vive.’ En este momento tengo mis dudas y temores; pero no hace mucho yo podía decir con toda seguridad: ‘sé que Él derramó Su sangre por mí.’ Podré estar en tinieblas ahora; pero yo sé que las promesas eran dulces; sé que gocé de tiempos bienaventurados en Su casa. Estoy muy seguro de ello. Solía gozarme en los caminos del Señor; y aunque ahora mi senda está cubierta de espinas, sé que se trata de la calzada del Rey. En un tiempo era un camino placentero, y lo será otra vez. ‘Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo.'»

Cristiano, tal vez el mejor cántico que puedas cantar, para que te dé ánimos en la noche, es el cántico de ayer por la mañana. Recuerda que no siempre estuviste en medio de la noche; la noche es algo nuevo para ti. Una vez poseías un corazón gozoso y un espíritu vivaz; una vez tu ojo estaba lleno de fuego; una vez tu pie fue ligero; una vez pudiste cantar de puro gozo y éxtasis del corazón. Bien, entonces, recuerda que Dios que te hizo cantar ayer, no te ha dejado solo en la noche. Él no es un Dios diurno que desconoce a Sus hijos en la oscuridad, sino que te ama ahora igual que te ha amado siempre; aunque te ha dejado por un instante, es para probarte, para conducirte a confiar más en Él, y para que le ames y le sirvas más. Permíteme hablarte de algunas cosas dulces a partir de la cuales un cristiano puede componer un cántico, cuando en él es de noche.

Si fuéramos a cantar de las cosas de ayer, comencemos con lo que Dios hizo con nosotros en tiempos pasados. Mis queridos hermanos, encontrarán que es un tema dulce para cánticos, a veces, comenzar a cantar del amor que elige y de las misericordias del pacto. Cuando tú mismo estés abatido, es bueno que cantes del Manantial de misericordia, de ese bendito decreto por el que fuiste ordenado para vida eterna, y de ese glorioso Hombre que tomó a Su cargo tu redención; de ese solemne pacto firmado, y sellado, y ratificado, ordenado en todas las cosas; de ese amor eterno que, antes de que las escarchadas montañas fueran engendradas, o antes que las añosas colinas salieran de su infancia, te eligió a ti, te amó firmemente, te amó invariablemente, te amó profundamente, te amó eternamente.

Yo te digo, creyente, que si pudieras retroceder a los años de la eternidad, si pudieras correr al punto de aquel período antes de que las eternas colinas hubiesen sido formadas, o las fuentes del gran abismo hubiesen sido excavadas, y si pudieras ver a tu Dios inscribiendo tu nombre en Su Libro eterno: si pudieras leer en Su amante corazón, pensamientos eternos de amor hacia ti, encontrarías que es un medio encantador para inspirarte canciones en la noche. No hay cánticos como esos que provienen del amor que elige, no hay sonetos como los dictados por las meditaciones sobre la misericordia que selecciona.

Piensa, cristiano, en el pacto eterno, y encontrarás un cántico en la noche. Pero si no tienes una voz afinada para una nota tan alta como esa, permíteme sugerirte algunas otras misericordias sobre las que puedes cantar; son las misericordias que tú has experimentado. ¡Cómo, hombre!, ¿no puedes cantar un poco acerca de esa hora bendita cuando Jesús te encontró, cuando eras un ciego esclavo que estaba jugando con la muerte, y Él te vio y te dijo: «Ven, pobre esclavo, ven Conmigo»? ¿No puedes cantar de ese arrobador momento cuando rompió tus grillos, cuando arrojó tus cadenas al suelo, y te dijo: «Yo soy el Liberador; he venido a romper tus cadenas, y a ponerte en libertad»? Aunque ahora estás muy decaído, ¿acaso puedes olvidar aquella feliz mañana cuando, en la casa de Dios, tu voz se escuchó fuerte cuando alababas, casi como la voz de un serafín, pues podías cantar: «¡he sido perdonado! He sido perdonado; soy un monumento a la gracia, un pecador salvado por la sangre»? Regresa, hombre; canta acerca de aquel momento, y entonces tendrás un cántico en la noche.

O, por si casi lo has olvidado, entonces seguramente tendrás algún acontecimiento importante a lo largo del camino de tu vida que todavía no esté demasiado lleno de moho, en el que puedas leer alguna feliz inscripción de la misericordia de Dios hacia ti. ¡Cómo! ¿nunca has tenido una enfermedad como la que estás sufriendo ahora, y acaso no te levantó Él de aquella enfermedad? ¿Nunca fuiste pobre antes, sin que Él hubiera cubierto tus necesidades? ¿Nunca estuviste en estrechez antes, y acaso Él no te liberó? ¡Vamos, hombre! Te suplico, bucea en el río de tu experiencia y saca unos cuantos juncos, y teje con ellos una arquilla de juncos en la que tu fe infantil pueda flotar con seguridad sobre la corriente. Te pido que no olvides lo que Dios ha hecho por ti. ¡Cómo! ¿Que has enterrado tu diario? Te suplico, amigo, que hojees el libro de tus recuerdos. ¿Acaso no divisas un hermoso monte de Mizar? ¿Acaso no puedes pensar en una bendita hora cuando el Señor se encontró contigo en Hermón? ¿Nunca has estado en la Montañas Deleitosas? ¿Nunca has sido librado del foso de los leones? ¿Nunca has escapado de las fauces del león, o de las garras del oso? ¡Es mas, amigo, yo sé que has sido librado! Regresa, entonces, un poco, a las misericordias del pasado; y aunque está oscuro ahora, enciende las lámparas del ayer, y relumbrarán en medio de la oscuridad, y descubrirás que Dios te ha dado un cántico en la noche.

«¡Ay!» -dirá alguno- «pero tú sabes que cuando estamos en la oscuridad, no podemos ver las misericordias que Dios nos ha dado. Está muy bien que nos hables así, pero no podemos aferrarnos a esas palabras.» Recuerdo a un viejo cristiano práctico, que hablaba acerca de los grandes pilares de nuestra fe; él era un marinero, y estábamos en aquel momento a bordo de un barco, y había una gran cantidad de postes en la costa, a los cuales se amarraban los barcos, usualmente arrojando un cable sobre ellos. Después que le había referido muchas promesas, me dijo: «sé que son buenas promesas, pero no puedo acercarme lo suficiente a la costa para arrojar mi cable en ellas; ese es el problema.» Ahora, ocurre a menudo que las pasadas clemencias y misericordias de Dios constituirían excelentes postes seguros a los cuales asirse, pero no tenemos la fe suficiente para arrojar nuestro cable en ellas, de tal forma que somos arrastrados por la corriente de la incredulidad, porque no podemos detenernos a nosotros mismos por el recuerdo de nuestras previas misericordias.

Sin embargo, les daré algo sobre lo cual ustedes podrán arrojar su cable. Si Dios no ha sido nunca amable con ustedes, una cosa pueden saber con certeza: que Él ha sido amable con otros. Vamos, ahora; si te encuentras en medio de tan gran estrechez, de seguro ha habido otros que han sufrido mayores estrecheces. ¡Qué!, ¿estás más abatido que el pobre Jonás cuando cayó al fondo de las montañas? ¿Estás peor que tu Maestro cuando no tenía dónde recostar Su cabeza? ¡Qué!, ¿concibes que tú eres el peor de los peores? Mira a Job allá, rascándose con un tiesto, sentado en medio de ceniza. ¿Estás tan abatido como él? Sin embargo, Job se levantó y fue más rico que antes; y Jonás salió de las profundidades, y predicó la Palabra; y nuestro Salvador Jesús se ha remontado a Su trono. ¡Oh, cristiano, sólo piensa en lo que Dios ha hecho por otros! Si no puedes recordar que haya hecho algo por ti, entonces recuerda, te lo suplico, cuál es Su norma usual, y no juzgues duramente a mi Dios.

Ustedes recordarán que cuando Ben-adad fue vencido y huyó, sus siervos le dijeron: «He aquí, hemos oído de los reyes de la casa de Israel, que son reyes clementes; pongamos, pues, ahora cilicio en nuestros lomos, y sogas en nuestros cuellos, y salgamos al rey de Israel, a ver si por ventura te salva la vida. Ciñeron, pues, sus lomos con cilicio, y sogas a sus cuellos, y vinieron al rey de Israel y le dijeron: Tu siervo Ben-adad dice: Te ruego que viva mi alma.» ¿Qué respondió el rey? «Si él vive aún, mi hermano es.» Y, de verdad, pobre alma, si nunca has tenido a un Dios clemente, sin embargo, otros lo han tenido; el Rey de reyes es misericordioso; anda y pruébalo. Si alguna vez estás tan abatido en tus aflicciones, alza tus ojos a los montes, de donde viene tu socorro. Otros han recibido ayuda de allí, y también puedes hacerlo tú. Arriba podrían levantarse cientos de hijos de Dios, y mostrarnos su manos llenas de consuelos y mercedes; y podrían decir: «El Señor nos dio esto sin dinero y sin precio; y, ¿por qué no habría de darte también a ti, viendo que tú también eres el hijo del Rey?

De esta manera, cristiano, tú puedes obtener un cántico en la noche de otras personas, si no puedes inspirarte para un cántico. Que nunca te dé vergüenza de tomar una hoja del libro de experiencias de otra persona. Si no puedes encontrar una buena hoja en tu propio libro, arranca alguna hoja del libro de alguien más; si no tienes motivo de estar agradecido a Dios en la oscuridad, o no puedes encontrar ninguna causa para estarlo en tu propia experiencia, acude a alguien más, y si puedes hacerlo, tañe el arpa de la alabanza a Dios en la oscuridad, y como el ruiseñor, canta Su alabanza cuando todo el mundo se haya retirado a descansar; canta en la noche acerca de las clemencias de ayer.

Pero yo creo, amados, que no hay nunca una noche tan oscura sobre la que no haya algo que cantar, incluso en lo concerniente a la noche; pues estoy seguro que hay algo acerca de lo que podemos cantar, aunque la noche sea muy oscura, y es, «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.» Si no podemos cantar en voz muy alta, podemos sin embargo cantar con un acorde un poco más bajo, algo semejante a esto, «No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.»

«¡Oh! -dirá alguno- «no sé de dónde obtendré mi comida mañana; soy un pobre desventurado.» Tal vez lo seas, mi querido amigo; pero no eres tan pobre como merecerías serlo. No te sientas profundamente ofendido por lo que te digo; si te ofendieras, no serías un hijo de Dios; pues el hijo de Dios reconoce que no tiene derecho ni siquiera a la más ínfima de las misericordias de Dios; sabemos que nos llegan exclusivamente a través del canal de la gracia. Mientras esté fuera del infierno, no tengo ningún derecho a rezongar; y, si estuviera en el infierno, no tendría ningún derecho a quejarme, pues sentiría, una vez convicto de pecado, que ninguna criatura mereció jamás ir allí más que yo. No tenemos razón de murmurar; podemos alzar nuestras manos, y decir: «¡noche, tú eres oscura pero pudiste haber sido más oscura! Yo soy pobre, pero si no hubiera podido ser más pobre, habría podido estar enfermo. Yo soy pobre y estoy enfermo, sin embargo todavía me quedan amigos; mi porción es muy mala, pero habría podido ser peor.» Por tanto, cristiano, siempre tendrás un motivo sobre el cual cantar, «¡Señor, te doy gracias porque no todo es oscuridad!»

Además, no importa cuán negra sea la noche, siempre hay una estrella o la luna. Difícilmente hay una noche que no tenga al menos una o dos lamparitas ardiendo en el cielo, e independientemente de cuán oscuro sea, creo que podrás encontrar algún pequeño consuelo, algún pequeño gozo, alguna pequeña merced disponible, y alguna pequeña promesa que conforte tu espíritu. Las estrellas no se han apagado, ¿no es cierto? No; si no puedes verlas, allí están; pero me parece que una o dos deben estar brillando sobre ti, por tanto entona para Dios un cántico en la noche. Si sólo tienes una estrella, bendice a Dios por ella, y tal vez Él las convierta en dos; y si sólo tienes dos estrellas, bendice a Dios doblemente por las dos estrellas, y talvez Él las convierta en cuatro. Entonces, intenta comprobar si no puedes encontrar un cántico en la noche.

Pero, amados, hay algo más sobre lo cual podemos cantar todavía más dulcemente. Podemos cantar acerca del día venidero. A menudo me doy ánimos con el pensamiento de la venida del Señor. Tal vez predicamos ahora con escaso éxito; «Los reinos del mundo» todavía no «han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo.» Estamos laborando pero no vemos el fruto de nuestra labor. Bien, ¿entonces qué? No siempre laboraremos en vano, o gastaremos nuestras fuerzas en balde. Llegará el día cuando cada ministro de Cristo hable con unción, cuando todos los siervos de Dios prediquen con poder, cuando los colosales sistemas del paganismo sean derribados de sus pedestales, y los engaños gigantescos y poderosos sean esparcidos a los vientos. Sea entonces el clamor: «¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!» Yo espero ese día; yo vuelvo mis ojos al resplandeciente horizonte de la segunda venida de Cristo. Mi ávida expectación es que nazca pronto el bendito Sol de justicia trayendo en Sus alas salvación, para que los oprimidos reciban justicia, para que el despotismo sea erradicado, para que la libertad sea establecida, para que la paz sea duradera, y que la gloriosa libertad de los hijos de Dios sea esparcida a través de todo el mundo conocido. ¡Cristiano! Si es de noche para ti, piensa en mañana; alegra tu corazón con el pensamiento de la venida de tu Señor. Sé paciente, pues tú sabes Quién ha dicho: «Ha aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra.»

Un pensamiento adicional sobre ese punto. Hay otro dulce mañana acerca del cual esperamos cantar en la noche. Pronto, amados, ustedes y yo, estaremos en nuestros lechos de muerte, y no nos faltará en ese momento un cántico en la noche: y yo no sé dónde obtendríamos ese cántico, si no lo obtuviéramos del mañana. Arrodillado recientemente junto al lecho de un santa moribunda, dije: «bien, hermana, el Señor ha sido precioso contigo; puedes regocijarte en Sus misericordias del pacto, y en Sus pasadas clemencias.» Ella extendió su mano, y dijo: «¡ah, señor! No hable de ellas ahora; yo necesito al Salvador del pecador, ahora más que nunca; yo no necesito al Salvador de un santo, es todavía al Salvador del pecador al que yo necesito, pues todavía soy pecadora.» Descubrí que no podía consolarla con el pasado; así que le recordé de las calles de oro, de las puertas de perla, de los muros de jaspe, de las arpas de oro, de los cánticos de bienaventuranza, y entonces sus ojos brillaron; dijo: «sí, pronto estaré allí; veré todo eso muy pronto»; y, luego, parecía tan gozosa…

¡Ah, creyente, siempre puedes darte ánimos con ese pensamiento! Tu cabeza podrá estar coronada con tribulaciones espinosas, pero llevará la corona estrellada dentro de poco; tu mano podrá estar llena de afanes, pero pronto sostendrá un arpa, una arpa llena de música. Tus vestidos podrán estar empolvados ahora; pero serán blancos muy pronto. Espera un poco más. ¡Ah, amado, cuán despreciables parecerán nuestras pruebas y nuestras tribulaciones cuando les echemos una vistazo hacia atrás! Mirándolas como algo que sucederá, parecen inmensas; pero cuando lleguemos al cielo, no representarán nada para nosotros; hablaremos los unos con los otros acerca de ellas, y tendremos más temas de qué hablar de conformidad a lo que hayamos sufrido aquí abajo. Prosigamos, entonces; y si la noche es de un negro profundo, recuerden que no hay noche que no tenga su mañana; y esa mañana vendrá en seguida. Cuando los pecadores estén perdidos en la oscuridad, nosotros alzaremos nuestros ojos en la luz eterna. De seguro no necesito reflexionar más al respecto de esto. Hay suficiente material para cánticos en la noche en el pasado, en el presente y en el futuro.

III. Y ahora quiero decirles, muy brevemente, CUÁLES SON LAS EXCELENCIAS DE LOS CÁNTICOS EN LA NOCHE, POR SOBRE TODOS LOS OTROS CÁNTICOS.

En primer lugar, cuando oigan a un hombre cantando un cántico en la noche (quiero decir, en la noche de la aflicción), pueden estar muy seguros que es un sentido cántico. Muchos de ustedes cantan de todo corazón ahora; me pregunto si podrían cantar tan fuerte si hubiese una hoguera o dos en Smithfield para todos los que se atrevieran a hacerlo. Si ustedes cantaran bajo dolor y castigo, eso mostraría que su corazón está en su cántico. En verdad todos podemos cantar muy bien cuando todos los demás cantan; abrir nuestras bocas y dejar que salgan las palabras es lo más fácil del mundo; pero cuando el diablo pone su mano en nuestra boca, ¿podemos cantar entonces? ¿Podrían decir: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré»? Eso es cantar con el corazón, ese es un cántico real que brota en la noche.

Además, el cántico que cantamos en la noche será duradero. Muchos de los cánticos que escuchamos de nuestros semejantes no servirían para ser cantados dentro de algún tiempo. Ellos pueden cantar ahora cánticos de alegres tabernas; pero no los cantarán cuando les llegue la hora de la muerte. No; pero el cristiano que puede cantar en la noche, no tendrá que interrumpir su cántico; podrá continuar cantándolo para siempre. Podrá poner su pie en la corriente del Jordán, y continuar su melodía; podrá vadear el río, y continuar cantando hasta haber arribado seguro en el cielo; y cuando esté allí, no tendrá que haber una pausa en su melodía, sino que podrá continuar cantando, en un cántico más noble y más dulce, acerca del poder de salvar del Salvador.

Además, los cánticos que gorjeamos en la noche son aquellos que revelan que tenemos una fe real en Dios. Muchas personas tienen fe suficiente para confiar en Dios en lo concerniente a la providencia que consideran correcta; pero la verdadera fe puede cantar cuando sus poseedores no pueden ver, y puede asirse a Dios cuando no pueden discernirlo.

Los cánticos en la noche, también, evidencian que poseemos verdadero valor. Muchos que cantan durante el día, están en silencio en la noche, pues están temerosos de los ladrones y de los rateros; pero el cristiano que canta en la noche demuestra tener un carácter valeroso. El cristiano intrépido es el que puede cantar los sonetos de Dios en la oscuridad.

Quien puede cantar cánticos en la noche, demuestra que tiene también verdadero amor a Cristo. Simplemente alabar a Cristo cuando todos los demás le alaban, no es amar a Cristo; caminar del brazo con Él cuando lleva la corona en Su cabeza, no es hacer algo grande. Caminar con Cristo cubierto de harapos, es algo más. Creer en Cristo cuando está cubierto de oscuridad, permanecer firme y decidido junto al Salvador cuando todos los hombre hablan mal de Él, eso demuestra fe y amor verdaderos. El que entona un cántico a Cristo en la noche, canta el mejor cántico de todo el mundo, pues canta con su corazón.

IV. No voy a detenerme más en las excelencias de los cánticos nocturnos, sino que simplemente, en último lugar, les MOSTRARÉ SU UTILIDAD.

Bien, amados, es muy útil cantar en la noche de nuestras tribulaciones, primero, porque nos dará ánimos. Cuando algunos de ustedes eran muchachos que vivían en el campo, y tenían que cubrir ciertas distancias de noche, ¿no recuerdan cómo silbaban y cantaban para mantener su valor? Bien, lo que hacemos en el mundo natural, deberíamos hacerlo en el mundo espiritual. No hay nada como cantar para sostener nuestros espíritus. Cuando nos hemos visto en problemas, hemos pensado a menudo que estamos casi sumidos por la dificultad; así que hemos dicho: «cantemos». Hemos comenzado a cantar; y hemos comprobado la verdad de lo que dice Martín Lutero: «el diablo no puede soportar el canto; no le gusta la música.» Lo mismo sucedía en los días de Saúl; un espíritu malo le atormentaba, pero cuando David tocaba el arpa, el espíritu le dejaba. Esto es lo que sucede usualmente; y si podemos comenzar a cantar, ahuyentaremos nuestros temores. Me gusta oír a los obreros, a veces, tarareando una canción mientras trabajan; me encanta oír a un labriego en el campo, cantando conforme avanza en el surco con sus caballos. ¿Por qué no? Dices que no tienes tiempo de alabar a Dios; pero si pudieras cantar un cántico, de cierto podrías cantar un salmo, pues no te tomará más tiempo. El canto es lo mejor para limpiarnos de los malos pensamientos. Mantengan su boca llena de cánticos, y entonces a menudo conservarán su corazón rebosante de alabanzas; canten tanto como puedan, y descubrirán que es un buen método para ahuyentar sus temores.

Canten en medio de sus problemas, porque a Dios le agrada oír que su pueblo canta en la noche. En ningún otro momento le agrada tanto a Dios que Sus hijos canten, que cuando ha ocultado Su rostro de ellos, y se encuentran en plena oscuridad. «¡Ah!» -dice Dios- «esa es la verdadera fe que les conduce a cantar alabanzas cuando Yo no me aparezco a ellos; sé que hay una fe en ellos que les lleva a alzar sus corazones, aun cuando pareciera que Yo les niego todas mis tiernas misericordias y todas mis compasiones.» Canta, entonces, cristiano, pues el canto le agrada a Dios. Leemos que los ángeles en el cielo están dedicados a cantar; ocúpense ustedes de la misma manera, pues de ninguna mejor manera pueden complacer al Poderoso de Israel, que se inclina desde Su elevado trono para observarnos a nosotros, pobres criaturas débiles del día.

Canten otra vez por otra razón; porque alegrará a sus compañeros. Si cualquiera de ellos se encuentra en el valle y en la oscuridad con ustedes, servirá de gran ayuda para consolarlos. Juan Bunyan nos informa que, conforme Cristiano avanzaba por el valle, encontró un lugar espantoso; horribles demonios y duendes le rodeaban por todas partes, y el pobre Cristiano pensó que perecería de seguro; pero justo cuando sus dudas eran más fuertes, escuchó una dulce voz; le prestó atención y oyó a un hombre frente a él que cantaba: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno.» Ahora, ese hombre desconocía quién estaba cerca de él, pero le estaba dando ánimos sin saberlo, a un peregrino que venía detrás de él.

Cristiano, cuando tengas problemas, canta; no sabes quién pueda estar cerca de ti. ¡Canta! Tal vez conseguirás un buen compañero al hacerlo. ¡Canta! Tal vez habrá otro corazón que reciba ánimos por tu cántico. Puede ser que haya un espíritu quebrantado que sea vendado por tus sonetos. ¡Canta! Tal vez haya un pobre hermano turbado, encerrado en el Castillo de la Desesperación, quien, igual que el Rey Ricardo, oirá tu cántico dentro de los muros, y responderá a tu canto, y tú te puedas convertir en el medio de rescatarlo y liberarlo. Canta, cristiano, doquiera que vayas; procura, si puedes, lavar tu cara cada mañana en el lavabo de la alabanza. Cuando salgas de tu habitación, nunca mires al hombre mientras no hayas visto primero a tu Dios; y una vez que lo hubieres visto, procura bajar con un rostro radiante de gozo. Lleva contigo una sonrisa, pues alentarás a muchos pobres y fatigados peregrinos con ella. Y cuando ayunes, cristiano, cuando tengas un corazón adolorido, no muestres a los hombres que ayunas, sino muéstrate feliz y contento; unge tu cabeza y lava tu cara; muéstrate feliz por causa de tu hermano; esto tenderá a darle ánimos y a ayudarlo a atravesar el valle.

Mencionaré una razón adicional, y sé que será muy buena para ustedes. Cristiano, procura cantar en la noche, pues ese es uno de los mejores argumentos que hay en el mundo en favor de tu religión. Nuestros teólogos, hoy en día, pasan una gran parte del tiempo tratando de demostrar la verdad del Cristianismo para aquellos que no creen en él; me habría gustado haber visto a Pablo en ese plan. Elimas el mago le resistía; ¿cómo lo trató Pablo? Dijo: «¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?» Esa es aproximadamente toda la cortesía que tales hombres deben recibir, cuando niegan la verdad de Dios. Nosotros comenzamos con esta suposición, que la Biblia es la Palabra de Dios, pero no vamos a demostrar la Palabra de Dios. Si ustedes no creen en ella, les diremos: «adiós»; no vamos a argumentar con ustedes. La religión no es algo meramente para su intelecto, para demostrar la grandeza de su propio talento; es algo que exige su fe. Como un mensajero del cielo, yo exijo esa fe; si ustedes deciden no entregarle su fe, su condenación recaerá sobre su propia cabeza.

¡Oh, cristiano, el lugar de disputar, permíteme decirte cómo comprobar tu religión! ¡Vívela! ¡Vívela! Suministra la evidencia externa así como la interna; presenta la evidencia externa de tu propia vida. Estás enfermo; tienes un vecino que se ríe de la religión; invítalo a tu casa. Cuando él estuvo enfermo, dijo: «¡oh, llamen al doctor!» Y allí se encontraba él, irritable, encolerizado, y haciendo todo tipo de ruidos. Cuando estés enfermo, llámalo; dile que te resignas a la voluntad del Señor, que besas la vara del castigo, que tomarás la copa y la beberás, porque tu Padre te la da. No necesitas convertir esto en una jactancia, pues perdería su poder: pero hazlo porque no podrías evitar hacerlo. Tu vecino dirá: «debe haber algo en una religión como esa». Y cuando te encuentres al borde de la tumba (él se encontró allí una vez, y tú oías cómo gritaba y cuán aterrorizado estaba), dale tu mano, y dile: «¡ah!, tengo un Cristo que está conmigo ahora; tengo una religión que me hará cantar en la noche». Deja que escuche cómo puedes cantar: «Victoria, victoria, victoria», por medio de Aquel que te amó.

Les comento que podríamos predicar cincuenta mil sermones para demostrar el Evangelio, pero no podríamos probar ni la mitad tan buenamente como lo harían ustedes con cánticos en la noche. Muestren un rostro alegre, mantengan un corazón feliz, conserven un espíritu contento, guarden su ojo brillante y su corazón levantado, y demostrarán el Cristianismo de mejor manera que todos los Butlers, y que todos los sabios que han sido. Denles la «analogía» de una vida santa, y entonces les habrán demostrado la religión; aporten las «evidencias» de la piedad interna, desarrollada externamente, y aportarán la mejor prueba posible del Cristianismo. Procuren cantar cánticos en la noche; pues son tan raros que, si tú puedes cantarlos, honrarás a tu Dios, y bendecirás a tus amigos.

Todo este tiempo me he estado dirigiendo a los hijos de Dios, y ahora hay un triste giro que debe tomar este tema; sólo unas cuantas palabras, y habré concluido. Se aproxima una noche, en la que no habrá cánticos de gozo; una noche en la que se cantará un cántico cuyo tema será la miseria, al ritmo de la música del llanto y del crujir de dientes; viene una noche cuando el dolor, el dolor inexpresable será el tema de un sobrecogedor y terríficomiserere. Se aproxima una noche para la pobre alma, y a menos que se arrepienta, será una noche en la que tendrá que suspirar, y gritar, y gemir, y quejarse para siempre. Yo espero no predicar nunca un sermón en el que no me dirija a los impíos, pues, ¡oh, cuánto los amo! Blasfemo, tu boca es ahora negra por tus juramentos; y si te mueres, seguirás blasfemando por toda la eternidad, y ¡serás castigado por ello por toda la eternidad! Pero, ¡escúchame, blasfemo! ¿Te arrepientes? ¿Sientes que has pecado en contra de Dios? ¿Sientes un deseo de ser salvado? ¡Escucha esto! Tú puedes ser salvado; tú puedes ser salvado.

Tenemos a una mujer; ella ha pecado enormemente contra Dios, y se sonroja incluso ahora mientras menciono su caso; ¿te arrepientes de tu pecado? Entonces hay perdón para ti; recuerda a Quien dijo: «Vete, y no peques más». ¡Borracho! Hace muy poco tiempo andabas tambaleándote por la calle, y ahora te arrepientes; borracho, hay esperanza para ti. «Bien» -dirás- «¿qué debo hacer para ser salvo?» Déjame decirte otra vez el viejo camino de salvación; es «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.» No podemos llegar más lejos, no importa lo que hagamos; esta es la suma y sustancia del Evangelio. «El que creyere y fuere bautizado, será salvo.» Eso dijo el propio Salvador. Acaso tú preguntes: «¿qué cosa es creer?» ¿Debo repetírtelo otra vez? No puedo responderte otra cosa sino que es mirar a Cristo. ¿Ves al Salvador allí? Cuelga de la cruz; allí están Sus amadas manos, traspasadas por clavos, clavadas al madero, como si estuviesen esperando tus pisadas tardías, porque no quieres venir. ¿Ves allí su amada cabeza? Cuelga sobre Su pecho, como si quisiese inclinarse para besar a tu pobre alma. ¿Ves Su sangre, brotando de Su cabeza, de Sus manos, de Sus pies, y de Su costado? Va en pos de ti, porque sabía muy bien que tú nunca irías en pos de Él. ¡Pecador, para ser salvado, todo lo que tienes que hacer es mirar a ese Hombre! ¿Acaso no puedes hacerlo ahora? «No» -respondes- «no creo que Él me salve». Ah, mi pobre amigo, te lo suplico, inténtalo; y si no tienes éxito, cuando lo hayas intentado, yo serviré de garante por mi Señor. Aquí, tómame, átame, y yo sufriré la condenación por ti. Me aventuro a decir esto: si tú te apoyaras en Cristo, y Él te abandonara, yo estoy dispuesto a ir a medias contigo en todo tu sufrimiento y dolor; pues ¡Él no lo hará nunca; nunca, nunca, NUNCA!

«Ningún pecador fue enviado de regreso con las manos vacías,
Al venir en busca de misericordia en el nombre de Jesús.»

Te suplico, por lo tanto, que lo pruebes, y no habrás probado en vano; encontrarás que «Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios»; y tú serás salvo ahora, y salvo para siempre.

Nota del traductor: miserere: La primera palabra del Salmo 51, según la versión de la Biblia Vulgata en Latín: ‘Ten piedad’.