Es evidente que el amor de Dios abarca todo lo que está dentro y fuera, es por eso que ese amor se puede reflejar de una manera sobrenatural, fuerte, compasivo, respetable y compresivo. Este es el amor de Dios para las personas.
Creó al hombre y la mujer, para que creasen familias y tuvieran amor el uno por el otro, tratando el hombre a la mujer como a vaso frágil, y la mujer tratando a su esposo como cabeza del hogar respetándolo en todo, amándolo y honrándolo.
Es por eso que también antes de nosotros amar una persona, uno debe amarse a sí mismo primero para después amar a su prójimo. Ese amor uno debe sentirlo primero, ya que uno está bajo el mandato del Señor, andando en Sus caminos en obediencia a Él.
Sabemos bien que todo hombre que se somete a Dios puede portar cosas buenas, tiene buena conducta, y por esta razón su esposa siempre será bendecida y respetada por su esposo. Él la amará hasta que la muerte los haya separado.
Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.
Efesios 5:28
El amor de un hombre hacia su mujer no debe ser un amor cualquiera, debe ser un amor profundo y fuerte, por eso en el versículo anterior dice que «los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos».
¿Por qué dice «como a sus propios cuerpos»?. Pues nadie en su sano juicio quiere hacerle daño a su cuerpo, al contrario, uno desea lo mejor para sí mismo y se cuida, de la misma manera, los maridos deben amar a sus esposas y cuidarlas como si fueran ellos mismos.
Hombres, amen a sus mujeres, respétenlas, ámenlas, porque esta fue la compañera que Dios te entregó.