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Velemos, porque no sabemos el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir

Velemos, porque no sabemos el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir

El llamado de Cristo a velar es una de las exhortaciones más solemnes y urgentes del Evangelio. No es una invitación al miedo, sino a la vigilancia espiritual, a una vida consciente y preparada. Estas palabras, dichas al final de la parábola de las diez vírgenes, resumen la actitud que todo creyente debe mantener mientras espera el regreso del Señor: una fe encendida, un corazón atento y una vida en obediencia.

Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.

Mateo 25:13

En Mateo 25, Jesús compara el reino de los cielos con diez vírgenes que esperaban la llegada del esposo. Cinco eran prudentes y llevaron aceite en sus lámparas; las otras cinco fueron insensatas y no llevaron consigo lo necesario. Cuando el esposo tardó, todas cabecearon y se durmieron, pero a medianoche se oyó el clamor: “¡Aquí viene el esposo, salid a recibirle!”

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Las prudentes estaban preparadas; sus lámparas ardían. Las insensatas, en cambio, se hallaron sin aceite y quedaron fuera cuando se cerró la puerta. La lección es clara: no basta con conocer al esposo, hay que estar listos para su llegada. La preparación espiritual no puede improvisarse.

Velar implica mantener la fe viva, el amor constante y la esperanza firme. No se trata de mirar el cielo con temor, sino de caminar en obediencia cotidiana, sabiendo que cada día puede ser el último antes del encuentro con Cristo. El creyente que vela no vive descuidado ni indiferente, sino con la certeza de que su vida pertenece al Señor.

Jesús no reveló la fecha de su regreso precisamente para que Su pueblo no cayera en la rutina espiritual. Si supiéramos el día y la hora, muchos se prepararían solo al final. Pero al mantenerlo oculto, el Señor nos llama a estar siempre preparados, como quien aguarda con gozo a un ser amado.

El aceite que llevaban las vírgenes prudentes representa la presencia y la obra del Espíritu Santo en el creyente. No se trata de un rito ni de una emoción momentánea, sino de una comunión viva con Dios que se alimenta cada día mediante la oración, la Palabra y la santidad.

Muchos comienzan con entusiasmo su caminar cristiano, pero se enfrían con el tiempo. Las preocupaciones del mundo, los placeres temporales o el simple cansancio apagan la lámpara. Por eso Jesús advierte: “Velad.” Mantener el aceite encendido requiere disciplina espiritual, vigilancia del corazón y dependencia del Espíritu.

El mensaje de Mateo 25:13 no pretende que el creyente viva encerrado esperando el fin, sino que trabaje con diligencia mientras llega el día. El que vela no se queda quieto; sirve, ama, predica, perdona y crece. El Señor busca una iglesia activa, que proclame Su Evangelio y extienda Su reino, no una iglesia adormecida por la comodidad.

Velar también significa examinarse. ¿Cómo está mi lámpara? ¿Sigue ardiendo o se está apagando? El creyente prudente no confía en su pasado espiritual, sino que renueva cada día su comunión con Dios. Vive preparado, no por temor al juicio, sino por amor a Aquel que prometió volver.

El esposo viene. No sabemos cuándo, pero sabemos que vendrá. Y cuando Su voz resuene como trompeta, solo aquellos que hayan velado con sus lámparas encendidas podrán entrar en el gozo eterno.

Por eso, hoy es tiempo de despertar, de avivar la fe y de llenar nuestras lámparas con el aceite del Espíritu. No esperemos a que se oiga el clamor de medianoche; preparemos el corazón ahora.

“Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora.” Que estas palabras no sean una advertencia olvidada, sino un llamado a vivir cada día con los ojos puestos en Cristo, esperando con gozo Su gloriosa venida.

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