En los primeros cinco siglos del cristianismo, la Iglesia enfrentó intensas controversias doctrinales en torno a la Trinidad y la deidad de Cristo. Un claro ejemplo es el arrianismo, herejía que afirmaba que el Hijo (Jesucristo) fue creado por el Padre y que, por lo tanto, hubo un tiempo en el que no existía. Junto a esta, surgieron otros errores teológicos como el docetismo —que negaba la verdadera humanidad de Cristo— y el adopcionismo, que sostenía que Jesús fue un hombre adoptado por Dios en algún momento de su vida terrenal.
A pesar de estos ataques, la Iglesia fiel ha defendido desde sus orígenes la verdad revelada de la plena deidad de Cristo. Si afirmamos que la Biblia es la Palabra infalible e inerrante de Dios, no podemos negar esta realidad central de la fe cristiana. Por ello, a continuación presentamos pasajes bíblicos que proclaman, de manera inequívoca, a Cristo como verdadero Dios y Señor.
1 – Mateo 1:23
He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros.
Aproximadamente setecientos años antes de Cristo, el profeta Isaías anunció esta profecía: «Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isaías 7:14). En el hebreo original, Emanuel (ʿimmānû ʾēl) significa: «Dios con nosotros» o «Con nosotros está Dios».
Este pasaje es uno de los que señalan claramente la deidad de Cristo. Sin embargo, es importante aclarar que no se trata de una deidad que comenzó con su nacimiento virginal —como afirmaban algunos herejes de los primeros siglos—, sino de una deidad eterna, sin principio ni fin. Recordemos las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Juan 8:58).
2 – Isaías 43:10
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.
Este pasaje fue citado por Padres de la Iglesia como Justino Mártir, Ireneo de Lyon y Atanasio, especialmente en el contexto de la controversia contra el arrianismo, como prueba de que Jesús es verdaderamente Dios. Ireneo de Lyon lo interpretó de manera profunda, reconociendo en él las dos naturalezas de Cristo: humana y divina. Él escribió:
«El profeta Isaías proclamó su nacimiento como hombre, diciendo: “Un niño nos es nacido, un hijo nos es dado”. Y también declaró su naturaleza divina llamándolo “Dios Fuerte” y “Padre Eterno”. No es posible llamar así a un mero hombre».
En efecto, si Jesús fuese únicamente un hombre y no Dios, ¿por qué entonces las Escrituras, una y otra vez —como vemos ahora al citar estos versículos—, le atribuyen los mismos títulos, atributos y prerrogativas que corresponden exclusivamente a Dios Padre?
3 – Isaías 43:10
Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí.
¡Gloria a Dios por todo lo que Isaías profetizó acerca de Jesús! En este pasaje quiero que observemos una expresión clave que Dios pronuncia: «Yo mismo soy». Son las mismas palabras que Jesús utilizó en Juan 8:58: «Antes que Abraham fuese, yo soy».
Otro aspecto fundamental es que Dios Padre declara que antes de Él no fue formado dios alguno, ni lo será después. Por lo tanto, resulta insostenible afirmar que Jesús recibió su divinidad al nacer o que fue un dios creado. Tal teoría contradice de forma directa y absoluta este pasaje de las Escrituras.
4 – Juan 1:3
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
Todas las cosas no solo fueron hechas por medio de Cristo, sino que Él participó de manera activa en la creación. Así lo afirman Juan 1:3, Colosenses 1:16 y Hebreos 1:2–3. Recordemos lo que dice Génesis: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1:26). Ese “hagamos” ha sido interpretado por la Iglesia como una referencia a la pluralidad de personas en la Deidad (Elohim), lo que armoniza con la revelación del Nuevo Testamento sobre la Trinidad.
Atanasio, en su lucha contra el arrianismo, utilizó este pasaje diciendo: “Si Él es el que hace todas las cosas, entonces no es hecho; y si no es hecho, es eterno como el Padre” (Contra los arrianos, Discurso II, 22).
5 – Juan 1:1,14
1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios
14 Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
¿A qué “principio” se refiere Juan en el verso 1? Este pasaje alude a dos realidades: primero, a la presencia de Jesús en el momento mismo de la creación descrito en Génesis; y segundo, a su naturaleza eterna, sin principio ni fin, tal como lo revela el libro de Apocalipsis. La clave está en las palabras: «En el principio era el Verbo (Palabra), y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». No dice que era un dios, sino que era Dios.
El verso 14 es, sin duda, uno de mis pasajes favoritos de toda la Escritura. Aquí, Juan reafirma que el Verbo —que es Dios— asumió también una naturaleza humana. Lo declara de manera contundente: «Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros». Es decir, el eterno Hijo de Dios se encarnó, entrando en nuestra historia para vivir entre los hombres.
6 – Juan 5:17-18
17 Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.
18 Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.
Jesús dijo: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo». ¿Acaso no vemos aquí a Jesús colocándose en un plano de igualdad con el Padre? En el pensamiento judío, el único que tenía derecho a obrar incluso en sábado era Dios mismo. Y aquí está la clave: si Jesús es verdaderamente Dios, ¿por qué, si su Padre trabaja, Él habría de descansar?
Los judíos entendieron perfectamente el significado de sus palabras. Por eso el texto afirma que procuraban matarlo, «porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios». En otras palabras, comprendieron que sus palabras estaban cargadas de una afirmación directa de divinidad, aunque se negaron a aceptarla.
7 – Juan 5:23
para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.
Una vez más vemos a Jesús compartiendo con el Padre el mismo atributo de recibir gloria. Si Jesús no es Dios, ¿cómo podría recibir la misma honra que recibe el Padre? Y vamos aún más allá: si Jesús no fuese verdaderamente Dios, ¿cómo es posible que quien no honra al Hijo tampoco honre al Padre? Este pasaje constituye, sin lugar a dudas, una base sólida para demostrar la deidad de Cristo con la Biblia en mano. Crisóstomo, en su Homilía 39 sobre Juan, comentó:
Cristo no solo iguala su obra con la del Padre, sino también el honor. Si esto fuera falso, sería la más grande blasfemia; pero como es verdadero, es la más alta confesión de su divinidad.
8 – Juan 8:58
Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
En este pasaje, Jesús utiliza el mismo título divino que Dios Padre emplea en Éxodo 3:14: YHWH. Lo sorprendente no es solo que afirmara su existencia previa a Abraham —lo que ya indicaría su preexistencia—, sino que, al decir «Yo soy», Jesús estaba declarando su eternidad y adoptando un título exclusivo de la divinidad.
Martín Lutero describió este versículo como un martillo contra quienes niegan la deidad de Cristo. Además, señaló que, al usar ese «Yo soy», Jesús se coloca en el mismo plano que Dios Padre cuando este se reveló a Moisés en la zarza ardiente.
9 – Juan 10:30-33
30 Yo y el Padre uno somos.
31 Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.
32 Jesús les respondió: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
33 Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
El verso 30 es de suma importancia, pues no solo afirma la divinidad de Cristo, sino que también refuta otra falsa doctrina conocida como modalismo, sabelianismo o unicitarismo, la cual sostiene que Jesús y el Padre son exactamente la misma persona. El texto no enseña eso; declara: «Yo y el Padre uno somos».
Como bien ha dicho un predicador: El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es el Padre. Son uno en esencia divina, pero distintos en persona. Esta es la verdad que la Biblia revela: un solo Dios en tres personas eternas, iguales en gloria, poder y majestad.
10 – Juan 14:9-11
9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras.
11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
¿Está Jesús diciendo aquí que Él es el Padre? No, eso sería caer nuevamente en el error del modalismo. Lo que Jesús está afirmando es que Él es la imagen misma del Padre, que la revelación perfecta del Padre se encuentra en Él. Hebreos 1:3 lo confirma claramente:
el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,
De manera que, Jesús no es un simple mensajero o un agente que fue vestido de divinidad. La Biblia nos enseña que comparte los mismos atributos, gloria y honra que el Dios Padre.
Conclusión
Este tema es de suma importancia, pues, como hemos visto, en los primeros siglos de la Iglesia muchos intentaron negar o distorsionar la deidad de Cristo, cayendo en herejías que afirmaban que Él no existía desde la eternidad, que era un dios creado, entre otras falsedades.
En numerosos concilios celebrados en aquella época, estas doctrinas erróneas fueron identificadas y refutadas con firmeza. La Iglesia, apoyada en el testimonio claro y suficiente de las Escrituras, proclamó con autoridad que Jesucristo es verdadero Dios, eterno, consustancial con el Padre y digno de la misma gloria y adoración.