El libro de Isaías, en su capítulo 1, versículo 16, presenta un llamado urgente del profeta al pueblo de Israel para que se vuelva al Señor, abandone sus prácticas de maldad e impiedad y purifique su corazón, pues estaban obrando mal delante de los ojos de Dios.
El pueblo debía practicar siempre buenas obras ante el Señor, sobre todo con los más vulnerables; era imprescindible que cesaran en su maldad, porque, si no se apartaban, recibirían el justo juicio divino.
Este clamor era ineludible, pues nada escapa al Señor. Recordemos que Dios levantó al profeta para corregir a Su pueblo cuando se desviaba de su camino. Leamos Isaías 1:16:
Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;
Isaías 1:16
Hoy también podemos aplicar este mandato: muchos poderosos oprimen al justo, y Dios nos exhorta a abandonar toda maldad y a purificar verdaderamente nuestros corazones.
Para que nuestras obras sean aceptas ante el Señor, debemos obedecer lo que enseña este versículo: lavar y limpiar nuestra mente y nuestro corazón, presentándonos en santidad ante Dios.
Si alguien se siente perdido, con el corazón y la mente contaminados, ha llegado el momento de purificarse y erradicar todo mal interior. De no hacerlo, el juicio de Dios caerá sobre él; en cambio, si atiende este llamado, recibirá el bien que el Señor promete.