¿Habéis ayunado para mí?

Muy buena pregunta la que hace el profeta Zacarías al pueblo de su época. Sin embargo, no debemos pasar por alto que este es un llamado a todos los pueblos del mundo: si vamos a hacer un sacrificio para el Señor, debe ser con un corazón sincero y con una adoración genuina delante de Dios.

En este pasaje, los sacerdotes tenían el compromiso de guiar al pueblo por el camino correcto, dando buenas instrucciones para que el pueblo estuviera sometido y cumpliendo con los estatutos del Señor. Por eso vemos esta pregunta, porque el profeta observaba que el pueblo no era sincero en los sacrificios que ofrecía al Señor.

El Señor les habla con claridad acerca de ese ayuno que habían realizado, y que no era sincero ni de corazón. Es decir, que todo ese tiempo en que ofrecieron ese sacrificio no fue agradable para Dios.

Todo lo que hagas —ya sean ayunos u otros sacrificios— hazlo bien, mostrando obediencia y buena voluntad delante del Señor. Entonces, Dios se agradará de tu buena conducta.

El profeta Zacarías, inspirado por el Espíritu de Dios, no solo estaba corrigiendo una costumbre religiosa vacía, sino que estaba despertando al pueblo para que comprendiera que el verdadero sacrificio no es externo, sino interno. Muchos de ellos creían que con cumplir un rito ya habían satisfecho la voluntad del Señor, pero olvidaban que lo más importante era la obediencia, la justicia y el amor al prójimo.

El Señor nunca ha estado interesado en la apariencia ni en la repetición mecánica de rituales. Lo que Él desea es que Su pueblo viva con integridad, que haya pureza en sus intenciones y que cada obra realizada tenga como fundamento el amor y la gratitud. Por eso, Zacarías los invita a reflexionar profundamente sobre el propósito de sus ayunos y sacrificios: ¿era para Dios o para ellos mismos?

Esta enseñanza sigue siendo muy vigente en nuestra época. A menudo, las personas pueden caer en el error de hacer cosas buenas solo para ser vistas o reconocidas por otros. Pero cuando el corazón no está alineado con la voluntad de Dios, incluso las buenas acciones pierden su valor espiritual. Jesús mismo reprendió esta actitud siglos después, cuando dijo: “Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí”.

Por eso, el llamado de Zacarías es también un llamado a nosotros hoy: examinar nuestras intenciones y asegurarnos de que todo lo que hacemos para el Señor sea producto de una fe viva y de una relación sincera con Él. El ayuno, la oración y las ofrendas deben ser expresiones de humildad y devoción, no medios de orgullo o apariencia.

Ayunar para el Señor significa apartar un tiempo para humillarnos delante de Él, buscando Su rostro con sinceridad, reconociendo nuestras faltas y pidiendo Su dirección. Cuando esto ocurre, el ayuno se convierte en un acto poderoso de transformación espiritual, que nos acerca más a Dios y nos permite escuchar Su voz con claridad.

El Señor mira más allá de las palabras o los actos externos; Él examina el corazón. Por eso, si deseamos agradarle verdaderamente, debemos ofrecerle una vida de obediencia, servicio y fidelidad, no solo momentos religiosos sin contenido real. Como dice la Escritura: “La obediencia vale más que los sacrificios”.

Que cada sacrificio que hagamos, ya sea en oración, servicio o adoración, sea con sinceridad y amor. Que nuestras acciones reflejen un corazón agradecido y dispuesto a hacer la voluntad de Dios en todo momento. Así como Zacarías exhortó al pueblo en su tiempo, hoy el Señor nos llama a vivir una fe auténtica, lejos de la apariencia, y llena de verdad y justicia.

No temas
Cercano está de mí el que me salva