El pueblo del Señor cometió muchos errores en cada etapa de su historia. Muchas veces rechazaban la sabiduría del Señor, y al hacerlo tomaban decisiones incorrectas, lo que los llevaba a sufrir las repercusiones de sus actos.
La consecuencia de rechazar la sabiduría divina era que Dios no les respondía cuando lo llamaban. Cuando lo buscaban de mañana, no lo hallaban, porque no eran temerosos de Dios y habían despreciado el cuidado que Él les ofrecía.
Por esta razón, el hombre sabio advierte sobre las consecuencias de rechazar la sabiduría, y esta no es una advertencia solo para el pueblo de aquella época, sino que también hoy en día muchos desprecian la poderosa sabiduría que proviene de nuestro Dios.
La sabiduría de Dios se manifiesta en Su Palabra, la cual ilumina los senderos del creyente. Cuando una persona decide apartarse de esa luz, inevitablemente tropieza con la oscuridad de su propio orgullo. Es allí cuando las palabras del proverbista cobran sentido: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Solo aquel que teme al Señor y reconoce Su autoridad podrá experimentar una vida guiada por Su consejo y llena de propósito.
El llamado de Dios no ha cambiado. Él sigue invitando a Su pueblo a volver sus oídos hacia la sabiduría. No se trata de un conocimiento pasajero o humano, sino de una sabiduría que transforma el corazón, que enseña a amar la justicia, a rechazar el mal y a actuar con prudencia en cada decisión. En tiempos donde abunda la información pero escasea la verdadera comprensión espiritual, la voz de Dios sigue diciendo: “Ven, oye mis palabras y vive”.
Aquellos cuyos corazones están apartados del Señor sufrirán y serán castigados, como sucedía en la antigüedad. Por eso, es importante atender este buen consejo de Salomón: no te desvíes ni ignores su sabiduría y temor, porque tu cuidado y bendición vienen del Señor. Quien camina bajo la dirección divina no se extravía, porque Dios mismo le muestra el camino correcto y lo libra de la ruina.
En conclusión, cada vez que el hombre rechaza la sabiduría de Dios, se cierra las puertas de la bendición. Pero cuando la acepta con humildad, su vida se llena de paz, discernimiento y fortaleza. Recordemos que la sabiduría del cielo no solo nos enseña a vivir bien, sino también a agradar al Señor en todo. Sigamos, pues, buscando esa sabiduría que viene de lo alto, y no la cambiemos jamás por los consejos engañosos del mundo.