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Él guarda los pies de sus santos

Él guarda los pies de sus santos, Mas los impíos perecen en tinieblas; Porque nadie será fuerte por su propia fuerza.

En el tiempo de la oración de Ana, Israel no tenía un rey mortal, tenía al Rey de reyes y Señor de señores, pero el pueblo quería tener un rey de carne y hueso como las demás naciones que lo rodeaba. La oración de Ana es un agradecimiento al Señor, porque sabía que pronto la justicia de Dios llegaría y que, con Su poder, humillaría a aquellos que actuaban según sus propias fuerzas.

En aquel contexto, el pueblo de Israel se encontraba en una etapa de transición espiritual. Era una nación que había sido guiada por los jueces, pero que ahora deseaba un sistema monárquico. No obstante, Dios seguía siendo su verdadero soberano, y Ana, con un corazón lleno de fe, reconocía esa autoridad suprema. Su oración no fue solo una expresión de gratitud por haber recibido un hijo, sino una profunda declaración de confianza en el poder del Altísimo que gobierna sobre todo y todos.

En el libro de 1 Samuel, Ana deja en claro que Dios guarda los pies de Sus santos, pero los impíos serán humillados y perecerán en tinieblas.

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Esta afirmación revela una verdad eterna: aquellos que permanecen bajo la protección divina no serán avergonzados, mientras que los que caminan en soberbia y autosuficiencia terminarán cayendo. Ana entendió que el poder humano es limitado y pasajero, pero el poder de Dios es eterno y perfecto. Por eso, su oración trasciende las circunstancias personales y se convierte en una declaración profética sobre la justicia divina que vendría sobre Israel.

Veamos más adelante las palabras de una mujer que confiaba plenamente en el poder del Señor, sabiendo que, sin importar lo que los hombres hicieran, Dios traería juicio por el comportamiento de ellos.

Él guarda los pies de sus santos, Mas los impíos perecen en tinieblas; Porque nadie será fuerte por su propia fuerza.

1 Samuel 2:9

Aunque se menciona al hombre que actúa con sus propias fuerzas, este no deja de lado su mente maliciosa, su mala actitud y su corazón desviado. Por eso, Ana indica que Dios exaltará al débil, porque Él está en control de sus vidas.

En otras palabras, la fortaleza humana no es suficiente cuando se trata de enfrentar los designios del cielo. Los poderosos de este mundo pueden tener influencia, dinero o dominio, pero si no caminan conforme a la voluntad de Dios, su caída será inevitable. Ana nos enseña que la verdadera fuerza se encuentra en la dependencia del Señor, no en la autosuficiencia. Cuando aprendemos a depender de Él, entonces experimentamos el verdadero poder que sostiene, transforma y da victoria.

Hermanos en Cristo, debemos creer que Dios usa Su poder para arreglar las cosas, pero no basta con solo creer que Él tiene poder, más bien, debemos confiar en que lo usará para Su gloria y justicia.

Esa confianza es una fe activa, una fe que no se limita a palabras o emociones pasajeras, sino que se traduce en una vida rendida ante la voluntad divina. Ana no solo oró, también actuó con obediencia, entregando a su hijo Samuel al servicio del templo, demostrando así que su fe iba más allá de una simple petición. Ella sabía que Dios se glorificaría en cada paso de su vida y en el cumplimiento de Su palabra.

No dudemos del poder de nuestro Dios, que humilla a los altivos delante de Él y exalta al justo y al santo. Este es nuestro Dios: confiemos en que Él nos levantará en nuestros momentos de debilidad.

Así como Ana vio cumplida la promesa del Señor, nosotros también podemos descansar en la certeza de que Dios no olvida a Sus hijos. En los momentos de aflicción, cuando parece que las tinieblas cubren nuestro camino, recordemos que Él guarda nuestros pasos y nos fortalece. Que nuestra oración sea constante, y que nuestra confianza en Su poder sea inquebrantable, porque el Dios que obró en los días de Ana sigue siendo el mismo hoy, guiando, restaurando y dando victoria a Su pueblo.

Llamarán y Él no responderá, por no haber escogido Su temor
¿Crees que Dios se va a quedar de brazos cruzados? ¡Estás equivocado!
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