Por haber hecho obras malvadas, su clamor no fue escuchado

En Miqueas 3:4 podemos ver el el castigo de Dios contra los corruptos, contra aquellos que se desvían de la ley del Señor: El clamor de ellos no es escuchado por Dios.

Las obras malvadas que estaban haciendo los dirigentes del pueblo de Israel no agradaban al Señor, y por eso su pecado hizo que su clamor no fuera escuchado. Los sacerdotes de Israel pedían al Señor que hiciera resplandecer Su rostro sobre ellos; sin embargo, Miqueas prometió lo contrario a lo que ellos esperaban.

Una de las razones por las cuales Dios escondió Su rostro de derramar la bendición fue porque los principales del pueblo comenzaron a aborrecer lo bueno y a amar lo malo (Miqueas 3:2) y las consecuencias terribles fueron las siguientes:

El mensaje del profeta Miqueas fue un llamado urgente a la reflexión y al arrepentimiento. No solo hablaba para su generación, sino también para todos los tiempos, incluyendo el nuestro. Cuando la maldad y la corrupción se apoderan del corazón humano, las consecuencias son inevitables. La justicia de Dios no puede ser burlada, y aunque el hombre se disfrace de piedad, el Señor examina lo más profundo del corazón.

El pueblo de Israel había olvidado la esencia del temor del Señor. Los líderes religiosos, que debían ser ejemplo, se dejaron llevar por el soborno, la ganancia deshonesta y la comodidad. De esa forma, el pecado no solo contaminó a los dirigentes, sino que se extendió como un virus espiritual a toda la nación. Cuando la guía se corrompe, el pueblo pierde el rumbo y se aparta de la verdad.

El silencio de Dios ante el clamor de los malvados no era una señal de indiferencia, sino una muestra de Su justicia. Dios no puede escuchar a quien no se arrepiente. No se puede clamar al cielo mientras las manos están llenas de injusticia y opresión. La comunión con Dios exige pureza, humildad y obediencia, tres virtudes que el pueblo había perdido.

Hoy en día, vivimos en una sociedad muy parecida a la del tiempo de Miqueas. Muchos piden la bendición divina, pero continúan practicando el pecado. Se exige justicia, pero se practica el engaño; se pide prosperidad, pero se siembra corrupción. Es aquí donde este mensaje bíblico cobra una relevancia impresionante: Dios sigue mirando el corazón del hombre, y Su rostro sigue apartándose de quienes hacen lo malo deliberadamente.

El creyente que anhela la presencia de Dios debe examinar su vida con sinceridad. No basta con clamar o pronunciar palabras bonitas; es necesario un arrepentimiento genuino, un cambio real de conducta. El mismo Miqueas enseña que el Señor requiere de nosotros justicia, misericordia y humildad (Miqueas 6:8). Estas tres cualidades abren las puertas para que el rostro de Dios vuelva a resplandecer sobre Su pueblo.

Por tanto, aprendamos de la lección que nos deja este pasaje. No podemos esperar bendición si abrigamos el pecado. Busquemos la santidad, alejémonos de la hipocresía religiosa y actuemos con integridad en cada área de nuestras vidas. Cuando lo hagamos, el Señor volverá a mirar con favor a Su pueblo, escuchará su clamor y derramará Su paz sobre todos los que le temen y guardan Sus caminos.

Me libró, porque se agradó de mí
No tendrán falta de ningún bien aquellos que buscan al Señor

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