El corazón engañoso y perverso

Cualquier decisión en nuestras vidas debe estar basada en la sabiduría de nuestro Dios, pues cuando confiamos en nuestro propio corazón, es posible que cometamos muchos errores delante de Él.

El profeta Jeremías nos da razones para tener cuidado con las inclinaciones y la dirección que toma el corazón. El pueblo de Judá se había descarriado y había desviado su corazón.

Siguieron su corazón sin pensar que se estaban apartando de las sendas del Señor. Sus corazones eran perversos y cambiaban según lo que les dictaba su propia voluntad. Pero estas son las palabras que el profeta les dice en Jeremías 17:9:

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?

Jeremías 17:9

¿Por qué era engañoso su corazón? Porque se habían apartado del Señor para seguir su propio camino. Solo Dios conoce el corazón y sus caminos.

No olvidemos que solo Dios nos conoce y escudriña nuestras mentes; Él prueba nuestros corazones para dar a cada quien según su camino.

Amado hermano en Cristo, es importante que tengamos presente la necesidad de cuidar cada paso que damos. Pidamos a Dios que nos dé sabiduría y guarde nuestro corazón y nuestra mente. Debemos ser conscientes de que solo nuestro Dios conoce nuestro corazón, y por eso debemos pedirle que nuestro corazón no se corrompa ni se vuelva engañoso.

El corazón humano puede ser un campo de batalla entre el bien y el mal. Por eso, debemos examinar constantemente nuestras intenciones y pensamientos a la luz de la Palabra de Dios. A veces creemos que nuestras decisiones son correctas, pero cuando no consultamos al Señor, podemos terminar caminando hacia la dirección equivocada. El corazón, sin la guía divina, tiende a justificar lo que Dios condena y a aceptar lo que el mundo aprueba.

Por esta razón, el sabio Salomón también nos exhorta en el libro de Proverbios a cuidar nuestro corazón por encima de todas las cosas, porque de él mana la vida. Es decir, de lo que hay dentro de nuestro corazón dependen nuestras palabras, acciones y pensamientos. Si nuestro corazón está lleno de orgullo, resentimiento o codicia, eso mismo será lo que proyectaremos al mundo. Pero si lo llenamos del amor de Cristo, entonces reflejaremos Su carácter y Su gracia.

Cuando Jeremías pronunció estas palabras, el pueblo de Judá confiaba en su fuerza, en sus alianzas y en sus propios juicios. Habían olvidado que el corazón humano, separado de Dios, puede llevarnos a la ruina espiritual. Este mensaje sigue siendo actual, pues muchos hoy también ponen su confianza en las emociones, en los deseos personales o en las filosofías humanas, en lugar de en la dirección del Espíritu Santo.

Es necesario permitir que el Espíritu de Dios sea quien dirija nuestros pensamientos. Él es quien transforma el corazón endurecido y lo convierte en uno sensible a la voz de Dios. Cuando le pedimos al Señor que purifique nuestro interior, empezamos a ver los frutos de una vida guiada por la verdad y no por el engaño. Solo así podremos discernir entre lo correcto y lo incorrecto, entre la voluntad de Dios y la del hombre.

Por eso, cada día debemos presentarnos delante del Señor en oración, pidiendo: “Señor, examina mi corazón, limpia mis pensamientos y dame sabiduría para tomar decisiones que te agraden”. Esa oración sencilla pero sincera puede evitar muchos tropiezos. Recordemos que el corazón natural del hombre es inconstante, pero cuando se somete a Dios, puede ser renovado por Su gracia.

En conclusión, no debemos confiar ciegamente en nuestras emociones o impulsos. El corazón puede engañarnos, pero Dios nunca lo hará. Su Palabra es la brújula que orienta nuestras decisiones, Su Espíritu es quien nos guía, y Su amor es el que guarda nuestro corazón de la corrupción del mundo. Si ponemos nuestras vidas en Sus manos, Él nos conducirá por caminos rectos y seguros, y nuestro corazón permanecerá firme en la verdad.

Cuando me siente en tinieblas, el Señor será mi luz
Aunque caí, me levantaré