La soberbia del hombre alcanza un nivel tan alto que Dios, en Su justicia, permite el quebrantamiento en sus vidas. El corazón soberbio rechaza la sabiduría del Señor, y por ello, el hombre sufre quebrantamiento.
La soberbia pone al hombre en contra de Dios, llevándolo a actuar según sus propios pensamientos y a caminar en caminos de maldad, rechazando así los estatutos y la voluntad divina del Señor.
En el capítulo 16 del libro de Proverbios, vemos que la soberbia del hombre o de la mujer es abominación delante del Señor:
Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu.
Proverbios 16:18
Si la soberbia es abominación ante Dios, entonces es por ello que Él permite el quebrantamiento del hombre de mala conducta, rechazando de él todo mal camino. Debemos recordar que la soberbia se opone a la sabiduría, y al hacerlo, rechaza la voluntad de Dios, poniendo el corazón en contra del Señor de los ejércitos.
El hombre soberbio ignora la sabiduría y la obra de Dios, actuando según su propio entendimiento. Sin embargo, olvida que la soberbia que hay en su corazón pronto traerá juicio y quebrantamiento sobre su vida.
Hombre o mujer sabia, no dispongas tu corazón a la soberbia. Y si acaso has caído en ella, humíllate delante de Dios y ora para que Él te ayude y puedas ser librado del quebrantamiento que viene sobre el soberbio.
Cuando un corazón se llena de soberbia, pierde la capacidad de escuchar el consejo. Cree que todo lo sabe y que no necesita la corrección divina. Sin embargo, la Palabra de Dios enseña que el principio de la sabiduría es el temor de Jehová, y el que se aleja de ese temor se expone al peligro de su propia arrogancia. La soberbia nubla el juicio, endurece el corazón y levanta un muro que impide que la gracia del Señor fluya con libertad.
Podemos recordar el ejemplo del rey Nabucodonosor, quien se ensoberbeció por su grandeza y poder, y el Señor lo humilló hasta hacerlo vivir como una bestia del campo. Fue necesario que perdiera su gloria para reconocer que el Altísimo gobierna sobre el reino de los hombres. Así también, muchos hoy son humillados para entender que el poder, el conocimiento y las riquezas no son nada sin Dios.
La soberbia no solo destruye la relación del hombre con Dios, sino también con los demás. Un corazón altivo genera conflictos, separa amistades, y siembra discordia en los hogares. Por eso, las Escrituras dicen que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. La humildad es una puerta abierta para recibir bendiciones, mientras que la soberbia cierra el acceso a ellas.
Debemos aprender a reconocer nuestras faltas y depender del Señor en todo momento. Cada vez que sintamos orgullo o vanagloria, recordemos que todo lo que tenemos proviene de Dios. El orgullo destruye lentamente, pero la humildad edifica. No es malo tener logros o habilidades, lo peligroso es creer que son fruto exclusivo de nuestra propia fuerza y no del favor divino.
Por eso, el sabio consejo es mantener un corazón enseñable, dispuesto a ser corregido por la Palabra de Dios. Cuando nos humillamos bajo Su poderosa mano, Él nos exalta a su debido tiempo. La humildad no es debilidad, es reconocer que sin Dios nada podemos hacer. Que cada uno de nosotros procure vivir en mansedumbre y reverencia, sabiendo que el Señor mira de lejos al altivo, pero habita con el humilde de espíritu.
Que el quebrantamiento no sea resultado de la soberbia, sino una oportunidad de renovación espiritual. Si el orgullo te ha llevado lejos de Dios, hoy es el momento de volver. El Señor siempre está dispuesto a perdonar y restaurar al corazón que se humilla delante de Él. Recuerda: la altivez de espíritu precede la caída, pero la humildad abre el camino hacia la vida eterna y la paz del alma.