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Líbrame, porque Tu misericordia es buena

Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre; Líbrame, porque tu misericordia es buena

Cuando nos encontramos en situaciones en las que físicamente estamos débiles, nuestras fuerzas se van desgastando y, aún más, cuando vemos a nuestro enemigo avanzando, sentimos lo difícil que se va tornando nuestro camino. Sin embargo, hay algo muy bueno e importante que debemos tener en cuenta en medio de todo esto: Dios está de nuestro lado.

En este caso, hablaremos del salmista David. Él se sentía abatido y necesitaba que Dios lo librara y lo ayudara a seguir adelante en su trayectoria. Por ello, vemos la súplica que este hombre dirige a Dios en el Salmo 109, verso 21:

Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre;
Líbrame, porque tu misericordia es buena.

Salmos 109:21

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El salmista entendía que su auxilio solo podía venir de un único lugar: el Señor de los ejércitos. En su clamor, le pedía a Dios que lo favoreciera, que lo ayudara, porque sabía que el juicio de los hombres no era suficiente; David deseaba que Dios fuera su juez.

Debemos reflexionar sobre algo: cuando este tipo de situaciones llegan a nuestras vidas, debemos recordar que ser rey, como lo era David, implicaba una gran responsabilidad y un peso muy grande. Sin embargo, algo es seguro: Dios siempre ayuda a aquellos que Él ha llamado y que le obedecen, permitiéndoles vencer. Aunque veamos las súplicas del salmista, sabemos que Dios estuvo con él en todo momento.

Queridos amigos, siempre es bueno acudir al Señor en busca de auxilio. Así como el salmista iba delante de Él con clamor, nosotros también podemos hacerlo. Dios escucha nuestras oraciones, envía Su ayuda y juzga a nuestros opresores. Confiemos en Él, porque Su misericordia siempre será buena.

Cuando atravesamos momentos de debilidad, de angustia o de desánimo, muchas veces sentimos que no podremos seguir adelante. Sin embargo, al mirar el ejemplo de David, comprendemos que el secreto está en acudir al Señor. El salmista no se apoyó en sus soldados, ni en su posición como rey, sino en la gracia y la fidelidad de Dios. De la misma manera, nosotros debemos levantar nuestros ojos al cielo y reconocer que solo Él puede darnos la fortaleza que necesitamos para continuar.

El Señor no ignora nuestras lágrimas ni nuestros suspiros. Cada oración que elevamos desde un corazón sincero llega hasta Su trono. Puede que el enemigo avance, que los problemas crezcan, pero Dios sigue siendo nuestro escudo. Cuando entendemos esto, podemos descansar en Su promesa, sabiendo que Su amor nunca falla. La misericordia de Dios es más grande que nuestros temores, más fuerte que nuestros adversarios y más constante que nuestras propias fuerzas.

David, en medio de sus batallas, aprendió a esperar en Dios. En su debilidad encontró poder, y en su tristeza halló consuelo. Esa misma experiencia también está disponible para nosotros hoy. No importa cuán grande sea la lucha o cuán profundo sea el dolor, el Señor siempre tiene una salida. Su mano poderosa se extiende para levantarnos y mostrarnos que Su plan es perfecto.

Por eso, cuando sientas que las fuerzas te abandonan, recuerda las palabras del salmista y hazlas tuyas. Di con fe: “Señor, líbrame porque tu misericordia es buena”. Esa declaración no solo expresa confianza, sino también rendición. Es reconocer que, sin Dios, nada podemos hacer, pero con Él todo es posible. Que cada día podamos depender más de Su gracia y menos de nuestras propias habilidades.

Finalmente, no olvidemos que Dios es fiel para responder en el tiempo correcto. Tal vez hoy te sientas débil, pero mañana cantarás victoria. El mismo Dios que fortaleció a David también te levantará a ti. Solo confía, ora con sinceridad y mantén la esperanza firme, porque Su misericordia es eterna y Su amor no tiene fin.

Los impíos serán cortados de la tierra
El poderío de los pecadores será quebrantado
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