En la predicación de Jesús, al enseñar las buenas nuevas de salvación, se encontraba con diferentes tipos de personas; algunos recibían el mensaje, pero otros lo confrontaban y no aceptaban el sermón que daba.
Por eso, vemos en el libro de Mateo, capítulo 22, en sus versos 37 al 40, cómo Jesús les responde a los fariseos y saduceos acerca del gran mandamiento, ya que ellos le preguntaron cuál era el gran mandamiento de la ley. Jesús les respondió y puso en su lugar a los fariseos y saduceos:
37 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
38 Este es el primero y grande mandamiento.
39 Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
40 De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
Mateo 22:37-40
Después de haber presentado el primer mandamiento, que debía ser cumplido por todos, Jesús les habló del segundo mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», porque de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.
Es interesante cómo Jesús les habla acerca de algo que ellos ya sabían, y esto porque querían saber si en verdad Él venía de Dios. Estos fariseos y saduceos no practicaban estos mandamientos, y es por eso que también vemos que Jesús les exhorta a que los cumplan.
Hermanos, debemos amar a nuestro Dios con todo nuestro corazón, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esta gran enseñanza debemos cumplirla.
Este pasaje es una de las declaraciones más poderosas que Jesús hizo durante su ministerio, porque resume toda la esencia del evangelio: el amor. En una época en la que muchos se enfocaban más en los ritos, las apariencias y las tradiciones, Jesús llevó la conversación al centro de la verdadera fe: el amor sincero hacia Dios y hacia los demás. Amar a Dios con todo el corazón significa tener una entrega total, una vida centrada en Él, y una disposición a obedecerle aun cuando el mundo no lo entienda.
El primer mandamiento nos llama a amar a Dios con todo el corazón, lo cual implica que nuestro amor por Él debe ser superior a cualquier otro. Este amor nos impulsa a servirle, a rendirle adoración, y a buscar Su presencia cada día. No se trata de una emoción pasajera, sino de una decisión constante de reconocer que todo lo que somos y tenemos proviene de Él.
Por otra parte, el segundo mandamiento —amar al prójimo como a nosotros mismos— nos enseña a valorar a los demás, a tener compasión, a perdonar y a ayudar al necesitado. Este mandamiento refleja la relación horizontal que complementa la vertical con Dios. Jesús no separó uno del otro, sino que mostró que ambos son inseparables: quien ama verdaderamente a Dios, también debe amar a su prójimo.
Hoy más que nunca, esta enseñanza sigue siendo actual. Vivimos en un mundo donde el egoísmo, la indiferencia y el odio muchas veces dominan las relaciones humanas. Sin embargo, los hijos de Dios están llamados a ser diferentes, a mostrar amor aun hacia aquellos que los ofenden o piensan distinto. Este amor no depende de lo que los demás hagan, sino de lo que Dios ha hecho en nuestros corazones.
Cuando ponemos en práctica estos dos mandamientos, toda la ley de Dios cobra sentido. No hay mandamiento que no se cumpla si amamos verdaderamente. Amar a Dios nos lleva a evitar el pecado, y amar al prójimo nos impulsa a vivir en paz, justicia y misericordia. Así lo enseñó Jesús, y así debemos vivir nosotros cada día.
Pidamos al Señor que nos ayude a tener ese amor sincero y obediente, para que nuestra fe no sea de palabras, sino de hechos. Que en todo momento busquemos amar como Él nos amó, recordando que “de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”.