En el capítulo 4 de la primera carta de Juan, el apóstol comienza hablando sobre la importancia de que el cristiano no debe creer en todo espíritu, sino que debe estar atento a estas advertencias. Sabemos bien que todo espíritu que confiesa que Jesús vino en carne es de Dios y permanece en Su amor.
En este capítulo, hablaremos sobre cuál es la clave para permanecer en Dios. ¿Por qué permanecer en Dios? Porque cuando el hombre tiene amor, tiene a Dios, y esto le permitirá identificar los engaños del enemigo. Juan nos enseña la mejor forma de permanecer en Dios y de que Él permanezca en nosotros.
A continuación, veremos lo que dice 1 Juan 4:15, donde se nos muestra la clave para permanecer en Dios:
Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
1 Juan 4:15
Juan luchaba constantemente contra doctrinas que anunciaban un evangelio diferente y profetas engañadores. Para contrarrestar esto, es necesario permanecer en el amor de Dios, porque si Su amor está en nosotros, entonces Dios permanecerá en nosotros.
Su amor nos hace permanecer en el Señor, tal como dice Juan. Él nos ha dado su Espíritu, y Su Espíritu testifica que somos de Dios porque reconocemos y caminamos bajo Sus mandatos.
Amados, les invitamos a que cada día podamos permanecer en el amor del Señor, porque de esta manera, Dios permanecerá en nosotros y Su Espíritu no nos dejará solos. Por lo tanto, es bueno que permanezcamos en Su amor, el cual viene de Dios.
El apóstol Juan enfatiza que el amor verdadero no nace de un simple sentimiento humano, sino de una relación profunda con Dios. Permanecer en Él significa estar firmes en la fe, en la obediencia y en la comunión con el Espíritu Santo. Cuando el creyente guarda la Palabra y vive conforme a ella, demuestra que su corazón está lleno del amor divino. Este amor no es cambiante ni egoísta, sino constante, puro y lleno de gracia.
Además, permanecer en Dios implica rechazar todo aquello que nos aleja de Su presencia. Vivimos en tiempos donde abundan falsas enseñanzas y muchos son seducidos por doctrinas que parecen buenas, pero carecen de verdad. Por eso Juan advierte que debemos probar los espíritus, discernir con sabiduría y no dejarnos arrastrar por el error. Solo quien permanece en Dios puede resistir los engaños del enemigo y mantenerse firme en medio de la confusión espiritual.
El amor de Dios nos guarda de caer. Cuando el creyente entiende que todo lo que es y tiene proviene del Señor, aprende a depender completamente de Él. De esta manera, su fe no se debilita, sino que crece día a día. Permanecer en Dios es un acto de rendición constante, donde reconocemos que sin Él nada podemos hacer. Jesús mismo dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto”. Es ese fruto del amor el que demuestra nuestra verdadera comunión con Dios.
También es importante recordar que permanecer en Dios no significa no tener pruebas o dificultades. Juan escribe en un contexto donde los cristianos enfrentaban persecución y confusión doctrinal, pero les anima a no perder la fe. La clave está en mantener una relación constante de oración, lectura de la Palabra y amor hacia los demás. Así demostramos que el Espíritu Santo habita en nosotros, porque quien ama a su hermano permanece en la luz.
Por eso, querido lector, si deseas que Dios permanezca en ti, permite que Su amor llene cada área de tu vida. No basta con decir que creemos, sino que debemos vivir conforme a esa confesión. Confesar que Jesús es el Hijo de Dios no es solo una declaración de palabras, sino una expresión de fe viva, activa y transformadora. El amor que proviene del Padre nos guía a actuar con misericordia, paciencia y humildad, características de aquellos que verdaderamente han conocido a Dios.
Finalmente, este pasaje nos recuerda que permanecer en Dios es un llamado diario. Cada día debemos renovar nuestra entrega, pedir que Su Espíritu nos dirija y mantenernos firmes en Su verdad. Si caminamos en amor, en fe y en obediencia, Dios permanecerá en nosotros y Su presencia será evidente. Que nuestras vidas reflejen la luz de Cristo y que Su amor sea el sello que identifique a cada uno de nosotros como hijos de Dios.

