El Salmo 106 comienza de la misma manera que terminó el 105, con alabanza y glorificación al Señor por Su gran bondad y misericordia, diciendo ¡aleluya! por los muchos dones y obras poderosas que Dios ha hecho con Su pueblo.
Este salmo alaba la gran misericordia de Dios para con un pueblo rebelde e ingrato, como lo fue el pueblo de Israel en muchas ocasiones. Hay un sentido de súplica en esta frase, se puede decir que es como si el salmista estuviera desesperado por obtener una mayor gratitud de sí mismo y del pueblo del Señor.
Claramente podemos ver que el salmista, a pesar de los errores del pueblo, pide misericordia a Dios por Israel y le dice ¡aleluya! alaben la misericordia de Dios.
Aleluya. Alabad a Jehová, porque él es bueno; Porque para siempre es su misericordia.
Salmos 106:1
El capítulo 105 también muestra la exaltación hacia Dios por Sus maravillosas obras sobre Su pueblo, porque Sus misericordias rodean a Su pueblo y lo libra de todo opresor.
Y es evidente que cuando estaban en Egipto pecaron contra Dios, y frente al Mar Rojo, no se acordaron de la multitud de Sus misericordias, pero aun así Dios los perdonó y siguió librándolos de sus enemigos.
Así que, hay mucho por lo cual agradecer al Señor. ¡Aleluya! Él nos ayuda y nos abre camino para seguir adelante. Nuestro Dios es poderoso y Su bondad y misericordia son grandes, Su amor es sobre todas las cosas.
Este salmo también nos invita a reflexionar sobre la paciencia de Dios frente a nuestras fallas. Al igual que el pueblo de Israel, muchas veces olvidamos los milagros y la provisión que Él ha hecho en nuestras vidas. Sin embargo, la misericordia divina permanece, y Dios vuelve a extender Su mano para levantarnos del error. Esta verdad nos enseña que, aunque seamos infieles, Él permanece fiel, porque Su naturaleza es amor y compasión.
Cada palabra de este salmo es una invitación a reconocer que no hay nada más grande que la bondad de Dios. Nos recuerda que alabar al Señor no solo es una expresión de gratitud, sino también un acto de obediencia. Cuando levantamos nuestra voz y decimos “¡aleluya!”, reconocemos que nuestra vida depende completamente de Su misericordia. Esa alabanza sincera transforma el corazón y nos acerca al propósito divino.
El salmista, consciente del pecado y la rebeldía del pueblo, no deja de interceder. Él entiende que la misericordia de Dios no tiene límite. Esta actitud debe inspirarnos a orar no solo por nosotros mismos, sino también por los demás, por nuestra familia y por nuestra nación. Así como el salmista clamó por Israel, también nosotros podemos clamar por los que se han apartado, sabiendo que el Señor oye y responde con amor.
Recordar las obras del Señor debe ser parte constante de nuestra vida espiritual. Cada día deberíamos meditar en cómo Su gracia nos ha sostenido. Desde la creación hasta los días actuales, Su fidelidad nunca ha cambiado. En los momentos de angustia o duda, este salmo nos anima a volver la mirada al cielo y confiar en que Dios no olvida a Su pueblo, aunque este se aparte por un tiempo.
Por eso, cuando el salmista dice “Alabad a Jehová, porque Él es bueno”, nos está invitando a no perder la esperanza. Aunque los problemas se multipliquen y la ingratitud del mundo crezca, el amor de Dios permanece. No hay circunstancia ni adversidad que pueda apagar Su misericordia. Él sigue siendo el mismo Dios que liberó a Israel, el mismo que hoy nos sostiene, nos perdona y nos da nuevas oportunidades para servirle.
En conclusión, el Salmo 106 es una poderosa exhortación a la gratitud y al reconocimiento constante del amor divino. Nos recuerda que, aunque el ser humano falle, Dios siempre está dispuesto a perdonar y restaurar. Nuestra respuesta debe ser una vida de alabanza, obediencia y adoración. Que cada día podamos decir con convicción: “¡Aleluya! Porque para siempre es Su misericordia”.

