En esta súplica del salmista David hacia Dios, que era directa y sencilla, el salmista pide ayuda a Dios porque sus enemigos lo estaban atacando y eran muchos los que se sumaban. Sin embargo, este hombre lo hacía bajo la misericordia del Señor y no según su propio criterio.
Para David, era muy importante que los impíos supieran que su ayuda venía del Señor y que con Dios como omnipotente y poderoso, nada podía afectarlo. Su confianza no estaba en la espada ni en los hombres, sino en el Dios todopoderoso que tiene el control de todas las cosas. Este ejemplo nos recuerda que, ante las adversidades, el creyente debe mirar al cielo y reconocer que su socorro viene del Señor que hizo los cielos y la tierra.
Claramente podemos ver que la ayuda del Señor viene para aquellos que le sirven, ya que Él acude a ellos y los protege con Su misericordia y poder, como ha sido el caso del salmista cuando ha necesitado la ayuda de Dios. David sabía que el Señor no abandona a los suyos, y por eso acudía en oración, con humildad y reverencia, sabiendo que el Todopoderoso escucharía su clamor en el momento oportuno.
Ayúdame, Jehová Dios mío; Sálvame conforme a tu misericordia.
Salmos 109:26
Es bueno que siempre pidamos a Dios conforme a Su misericordia. Dios puede salvarnos de las manos enemigas; Él es nuestro refugio y nuestra salvación, porque solo a Él podemos acudir para ser rescatados. Sin embargo, los impíos, por más que vean el rescate de Dios, no lo aceptarán porque sus corazones están puestos únicamente en hacer maldad. Ellos serán castigados. David comprendía que no debía pagar mal por mal, sino confiar en la justicia divina, porque el juicio de Dios es perfecto y no hay nada oculto ante Sus ojos.
En la vida diaria también enfrentamos batallas similares. No siempre son enemigos físicos, sino problemas, enfermedades o dificultades que buscan robarnos la paz. Pero cuando aprendemos a depender del Señor, comprendemos que nuestra fuerza no viene de nosotros mismos, sino de Aquel que sostiene todas las cosas con Su palabra. Así como David clamó en medio de la angustia, nosotros también podemos clamar y confiar en que Dios actuará a favor de quienes esperan en Él.
La misericordia del Señor es una de las razones más grandes por las cuales podemos tener esperanza. No merecemos Su favor, pero Él lo otorga por amor. Cuando oramos como lo hacía David, reconociendo nuestras debilidades, el Señor responde, no por nuestra justicia, sino por la Suya. Es en esos momentos de sinceridad y humildad cuando la presencia de Dios se manifiesta de forma poderosa, trayendo consuelo, fortaleza y paz al corazón afligido.
Queridos hermanos en la fe en el Señor, si están enfrentando problemas o se levantan contra ustedes para derribarlos, acudan ante el Señor en súplica y pídanle que tenga misericordia de sus enemigos. Solo nuestro Dios puede rescatarnos y darnos salvación, porque en Él podemos estar seguros. No hay situación tan difícil que Él no pueda revertir ni batalla tan grande que Él no pueda ganar. Su amor y poder son eternos, y quienes confían en Él jamás serán avergonzados.
Que este pasaje nos inspire a mantener la fe firme y a recordar siempre que, así como David encontró ayuda en el Señor, nosotros también la encontraremos. El mismo Dios que libró al salmista de sus adversarios está dispuesto a obrar en nuestras vidas hoy. Acerquémonos a Él con un corazón sincero, confiando plenamente en Su misericordia, y veremos Su mano poderosa obrando a nuestro favor.

