En este escrito del apóstol Pablo, podemos notar que aquellos cristianos a los que el apóstol hace referencia son de origen gentil y que ahora pertenecen a la familia de Dios gracias al sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario.
Es importante recordar que antes de la venida de Cristo, los gentiles estaban apartados de las promesas de Israel. No tenían acceso al pacto ni a las bendiciones del pueblo escogido, pero a través de Jesús, todo cambió. El muro de separación que existía entre judíos y gentiles fue derribado por la sangre del Cordero. De esta manera, Pablo les recuerda a los creyentes que ahora son una sola familia en Cristo, sin distinción alguna, unidos bajo un mismo Espíritu y una misma fe.
Es por eso que en el capítulo 2, verso 19, el autor les exhortaba sobre el hecho de que no eran extranjeros, sino más bien conciudadanos de los santos del Señor. Esta afirmación es sumamente poderosa, ya que les da identidad y propósito. Ya no eran personas sin patria espiritual ni herencia divina; ahora formaban parte del Reino de Dios, donde todos somos iguales ante Su presencia.
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,
Efesios 2:19
Esta es la gran diferencia entre aquellos que pertenecen a la familia de Dios y aquellos que no. Promesa de vida eterna, cuidado, protección, ayuda y fortalecimiento de la fe en tiempos de debilidad. Ser parte de esta familia no se trata solo de un título espiritual, sino de una realidad viva en el corazón de quienes han sido transformados por el amor de Cristo. Los hijos de Dios gozan de Su dirección y favor en medio de toda circunstancia, sabiendo que el Padre celestial vela constantemente por ellos.
Por el contrario, aquellos que no pertenecen a la familia de Dios tienen sus bases en tierras inestables; sus casas serán derribadas. Viven sin una roca firme que los sostenga cuando llegan las pruebas y dificultades. En cambio, aquel cuyo corazón está puesto en el Señor permanecerá para siempre, porque su fe está edificada sobre el fundamento sólido que es Cristo Jesús.
Hemos visto lo que Pablo dice acerca de aquellos que, antes del sacrificio de Cristo, no pertenecían a la familia de Dios, pero después de eso sus vidas cambiaron porque no tenían que someterse a tales sacrificios para obtener promesas y vida eterna. Este mensaje sigue siendo actual: hoy también somos llamados a vivir como verdaderos miembros de esta familia divina, mostrando el amor, la misericordia y la verdad del Evangelio con nuestras acciones.
Así que, hermanos, demos lo mejor de nosotros porque este sacrificio no fue en vano. Recordemos que hemos sido comprados por precio y llamados a ser luz en medio de las tinieblas. Vivamos agradecidos, fortalecidos en la fe y conscientes de que tenemos un Padre celestial que nos ama, nos guía y nos espera en la eternidad. Dios los bendiga.