Isaías, profeta del Señor, nos muestra la adoración que realizaban los serafines delante del Dios todopoderoso. Frente a Él, no era suficiente decir «santo» una sola vez, sino que debían hacerlo todas las veces que fuese necesario.
La santidad de Dios es intrínseca a Su ser y a Sus acciones; Su poder se extiende sobre todas las cosas, y Su dominio abarca todos los reinos de la tierra, ya que la tierra está llena de su gloria. Su amor es santo, y todo lo que le rodea comparte esa santidad.
Los serafines que rodeaban el trono del Señor, al tener una perspectiva más clara que Isaías, adoraban incesantemente. Es evidente que frente a esta poderosa gloria, estamos ciegos.
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Isaías 6:3
Que Su poder y gloria se extiendan por toda la tierra, desde un extremo a otro. Aquellos ángeles, con gran solemnidad en sus voces, adoraban al Señor, y todo cambiaba, ya que la santidad del Señor se difundía por todos lados. Así vemos la expresión del profeta Isaías.
Entonces, ¿podemos nosotros cantar o adorar al Señor con todas nuestras fuerzas? ¿Acaso estos ángeles tienen más motivos para agradecer y alabar al Dios todopoderoso que nosotros? Sí, verdaderamente, debemos agradecer por lo que Él ha hecho por nosotros, incluso al contemplar nuestra maldad, pues murió por nosotros en la cruz.
Pueblo, tribu y nación, tierra, mar y cielos, canten y adoren al Señor, porque la tierra está llena de toda Su gloria. Adoremos al que vive por los siglos de los siglos.