Honrad a todos

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La primera carta del apóstol Pedro fue escrita en un contexto histórico difícil, durante el dominio del Imperio Romano. En ese tiempo, los cristianos eran una minoría mal vista por la sociedad y muchas veces perseguidos por causa de su fe. No existía democracia ni libertad religiosa, y los seguidores de Cristo enfrentaban constantes abusos de parte de las autoridades. Sin embargo, en medio de este ambiente hostil, Pedro enseña una lección de obediencia, respeto y sabiduría espiritual. Reconoce que toda autoridad humana ha sido establecida por Dios y exhorta a los creyentes a vivir en paz, honrando las leyes del gobierno mientras permanezcan fieles a los mandamientos del Señor. Esta enseñanza continúa siendo relevante hoy, recordándonos que la verdadera libertad se encuentra en Cristo, incluso bajo gobiernos injustos o imperfectos.

En esa época, muchos judíos celosos rechazaban toda forma de gobierno humano, afirmando que solo Dios debía ser su rey. Estos grupos se resistían a pagar impuestos al César y fomentaban rebeliones contra Roma, lo que aumentaba las tensiones entre las autoridades y los creyentes. Pedro, por el contrario, llama a los cristianos a no participar en esas revueltas, sino a vivir en obediencia y paz, mostrando un testimonio ejemplar ante el mundo. La intención del apóstol no era justificar las injusticias del poder político, sino enseñar que un corazón transformado por el evangelio puede obedecer las leyes humanas sin comprometer su fidelidad al Señor. Así, los cristianos eran exhortados a cumplir sus deberes civiles, pagando impuestos, respetando las normas y actuando con integridad, reflejando en todo el carácter de Cristo.

Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey.

1 Pedro 2:17

Estas breves palabras encierran un poderoso mensaje. Pedro establece una jerarquía moral: primero el temor reverente a Dios, luego el amor fraternal entre creyentes, y finalmente el respeto hacia todos, incluyendo las autoridades civiles. Honrar al rey no significa idolatrar a los gobernantes ni obedecer órdenes que contradigan la voluntad divina. Significa reconocer su posición y actuar con cortesía y respeto, mientras mantenemos nuestra lealtad suprema al Señor. Cuando Pedro escribió esto, el emperador romano era un hombre cruel y hostil hacia los cristianos, lo que hace aún más significativa su exhortación. Su consejo refleja la sabiduría de Cristo, quien enseñó a dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Cumplir las leyes humanas es una forma de testimonio cristiano. El creyente que respeta las normas y actúa con rectitud glorifica al Señor ante los ojos del mundo. Sin embargo, Pedro también deja claro que la obediencia tiene límites: si una ley contradice los principios de la fe, debemos mantenernos firmes en nuestra fidelidad a Dios. En tales casos, como dijeron los apóstoles ante el concilio, “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29). La sumisión cristiana no es ciega, sino guiada por la conciencia y por el temor del Señor.

El mandato de honrar a todos incluye a las personas de toda clase social, raza o posición. El cristiano debe ser ejemplo de humildad, respeto y amabilidad. Amar a los hermanos significa fomentar la unidad dentro del cuerpo de Cristo, apoyándose unos a otros en las pruebas y trabajando juntos por el bien común. Temer a Dios es reconocer Su soberanía sobre todas las cosas, viviendo con reverencia y obediencia a Su palabra. Y honrar al rey significa comportarse con respeto hacia las autoridades establecidas, aun cuando no sean perfectas. Cada una de estas virtudes construye un carácter piadoso que refleja el Reino de Dios en medio del mundo.

Como seguidores de Cristo, tenemos la responsabilidad de ser luz en medio de la oscuridad. Nuestra conducta debe hablar más fuerte que nuestras palabras. Si somos obedientes, respetuosos y justos, las personas verán en nosotros el reflejo del evangelio. De esta manera, ganaremos el respeto de quienes nos rodean y glorificaremos al Señor. Recordemos que las autoridades también serán juzgadas por Dios y que Su justicia prevalecerá sobre toda injusticia. No nos corresponde vengarnos ni rebelarnos, sino mantener una actitud digna y confiada, sabiendo que el verdadero Rey de reyes gobierna sobre todo.

En resumen, Pedro nos enseña a vivir equilibradamente entre el mundo terrenal y el celestial: a obedecer las leyes humanas mientras servimos con fidelidad al Reino de Dios. La obediencia civil es una muestra de nuestra sabiduría espiritual y de nuestra confianza en la soberanía del Señor. Que podamos, como Pedro exhorta, honrar a todos, amar a los hermanos, temer a Dios y honrar al rey, sabiendo que al hacerlo, damos testimonio de que Cristo reina en nuestros corazones. Amén.

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Si siete veces al día pecare contra ti y se arrepiente, perdónale
No entrará ninguna cosa inmunda en la Nueva Jerusalén