En esta escritura del primer libro de Juan, capítulo 5, versículo 20, se nos presenta una enseñanza profunda sobre el conocimiento de la vida eterna. El apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, revela a los creyentes que el conocimiento de Dios no es meramente intelectual, sino una experiencia viva y transformadora. Conocer a Dios es tener comunión con Él, caminar en Su luz y experimentar la plenitud de Su amor. Este conocimiento divino no se obtiene a través de filosofías humanas ni sabiduría terrenal, sino mediante la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, quien es la fuente y la manifestación de la vida eterna. Este mensaje, escrito hace siglos, sigue siendo tan actual como en los días del apóstol, porque el hombre moderno continúa necesitando esa relación genuina con su Creador.
A través de esta reflexión, comprendemos que conocer a Jesús implica mucho más que tener información sobre Él. Significa amarlo, obedecerlo y permanecer en Su palabra. El verdadero conocimiento de Cristo nos lleva a la transformación del corazón. Cuando dedicamos tiempo a Su palabra, el Espíritu Santo nos ilumina, abriendo nuestro entendimiento para conocer al que es verdadero. Cada versículo de las Escrituras es una invitación a acercarnos más a Él, a experimentar Su presencia y a vivir conforme a Su voluntad. Juan no presenta el conocimiento como un concepto abstracto, sino como una relación íntima con Jesús, quien es la personificación misma de la vida eterna.
Juan utiliza una expresión poderosa que afirma que, como hijos de Dios, la vida eterna ya mora en nosotros. Esto no es una promesa futura únicamente, sino una realidad presente para los creyentes. Al recibir a Cristo, recibimos la vida eterna porque Él mismo es esa vida. Esta verdad debería llenar de gozo y confianza a cada creyente, sabiendo que su salvación no depende de obras humanas, sino de la gracia divina. No obstante, este conocimiento también nos compromete a vivir de manera digna del llamado que hemos recibido. Si en verdad conocemos a Dios, nuestras acciones reflejarán Su carácter: amor, justicia, misericordia y santidad.
Juan advierte que el mundo entero yace bajo la influencia del maligno. Por eso, exhorta a los creyentes a permanecer firmes en la verdad. Nuestra identidad como hijos de Dios nos llama a proteger el tesoro del evangelio y a evitar las falsas enseñanzas que intentan distorsionar la verdad. En un mundo donde abundan las mentiras y las ideologías contrarias a la fe, debemos mantenernos alertas, arraigados en la Palabra. Solo así podremos resistir las tentaciones y engaños del enemigo. La fidelidad a Dios es la evidencia de que realmente lo conocemos.
El conocimiento de Dios también nos impulsa a la acción. No es un saber pasivo, sino una verdad que nos transforma y nos mueve a compartir el mensaje de la salvación. Cuando comprendemos que Jesús es el verdadero Dios y la vida eterna, nuestro corazón se llena de amor por los perdidos y de celo por Su gloria. Ser conocedores de Cristo significa vivir para Él, reflejando Su carácter en todo lo que hacemos. Cada palabra, cada decisión, cada acto debe demostrar que Cristo vive en nosotros. Juan nos recuerda que esta vida eterna no es un concepto distante, sino una realidad que comienza aquí y ahora, mientras caminamos con fe hacia la plenitud de la gloria venidera.
Por lo tanto, amados hermanos, mantengamos viva esta verdad: Jesucristo es el verdadero Dios y la vida eterna. En Él encontramos entendimiento, redención y esperanza. Que nuestro deseo diario sea conocerlo más, amarlo más y servirlo con todo el corazón. Porque cuanto más lo conocemos, más comprendemos que fuera de Él no hay vida, ni paz, ni propósito. Él es el camino, la verdad y la vida. Vivamos, pues, en ese conocimiento glorioso, perseverando en la fe, guardando Su palabra y esperando el día en que lo veremos cara a cara. Amén.