El versículo que veremos en este artículo pertenece al Salmo 119, uno de los más extensos y profundos de toda la Biblia, donde el salmista David expresa su amor por la ley del Señor y su dependencia total de ella. En este pasaje, encontramos una súplica sincera de un hombre que, en medio de la persecución, encuentra refugio, consuelo y esperanza en los mandamientos divinos. David comprendía que la verdadera fortaleza no se hallaba en el poder humano ni en la venganza, sino en la fidelidad a la palabra de Dios. Por eso, aun siendo perseguido sin causa, no dejaba de confiar en el Señor y clamaba por Su ayuda.
El salmista reconoce la pureza y perfección de la ley de Dios, y declara con certeza que “todos tus mandamientos son verdad”. Esta afirmación no es solo una declaración teológica, sino una convicción que sostenía su vida en medio de la adversidad. En un mundo lleno de engaño, falsedad e injusticia, David se aferra a la única fuente de verdad absoluta: la palabra de Dios. Aunque sus enemigos mentían y tramaban su caída, él sabía que el Señor estaba de su lado. Su fe no dependía de las circunstancias, sino de la fidelidad del Dios eterno que cumple lo que promete. Esa misma confianza es la que debemos cultivar en nuestras vidas diarias.
Todos tus mandamientos son verdad;
Sin causa me persiguen; ayúdame.Salmos 119:86
En la vida cristiana, la palabra de Dios es nuestro ancla en tiempos de tormenta. Cuando el enemigo nos persigue, cuando las dificultades nos rodean, o cuando sentimos que la injusticia prevalece, debemos recordar que los mandamientos del Señor no cambian. Ellos son firmes, eternos y verdaderos. A través de ellos encontramos dirección, sabiduría y paz. Tal como dice el mismo salmo en el versículo 105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. La palabra ilumina nuestras decisiones y nos ayuda a mantenernos firmes, incluso cuando todo parece oscuro.
El salmista comprendía que en la obediencia a los mandamientos había protección y seguridad. Quien vive conforme a la palabra de Dios, aunque sea perseguido o incomprendido, nunca estará solo. Dios mismo se levanta para defender a sus hijos fieles. En cada súplica de David encontramos una mezcla de dolor y esperanza, de debilidad humana y fortaleza espiritual. Esta tensión refleja la realidad de todos los creyentes: somos vulnerables, pero tenemos un Dios todopoderoso que promete ayudarnos. No hay clamor sincero que Él ignore, ni lágrima que Él no vea.
Es importante reflexionar en la pregunta que el texto plantea: ¿Le pedimos ayuda al Señor cuando la necesitamos? Con frecuencia, el ser humano busca primero soluciones humanas y, cuando todo falla, acude a Dios como último recurso. Pero el salmista nos muestra que la ayuda verdadera proviene de Él. Por eso, debemos desarrollar una vida de oración constante, en la que aprendamos a depender de Dios en todo momento, no solo cuando estamos en peligro o necesidad. Él desea que le busquemos cada día, confiando en Su fidelidad y entregándole nuestras cargas.
Nuestros pensamientos y corazones deben estar siempre centrados en Su verdad. Cuando la palabra de Dios ocupa el primer lugar en nuestra mente, el miedo y la desesperación pierden fuerza. La verdad de Dios no solo nos enseña, sino que también nos transforma y fortalece. Nos recuerda que, aunque el mundo sea injusto, Dios siempre será justo. Aunque se levanten enemigos sin causa, el Señor es nuestro defensor. Él conoce nuestra integridad y recompensa a quienes permanecen firmes en Su camino. En cada prueba, Su palabra nos sostiene y nos da esperanza.
Querido lector, si hoy te sientes perseguido, incomprendido o agotado, recuerda las palabras de este salmo. Dios escucha tus súplicas. Su verdad no cambia, y Su ayuda siempre llega a tiempo. No dejes que la angustia te haga dudar. Al igual que David, levanta tu voz y di con fe: “Todos tus mandamientos son verdad; sin causa me persiguen; ayúdame.” El Señor responderá, te fortalecerá y te mostrará que Su palabra es más poderosa que cualquier adversidad. Confía en Él, porque Su ayuda nunca falla y Su amor permanece para siempre. Amén.