Dios libra de la aflicción

Después de haberles sacado de Egipto, el Señor mostró Su poder y fidelidad al liberar a Su pueblo de la esclavitud del Faraón. Sin embargo, una vez en libertad, muchos de ellos se rebelaron contra las leyes divinas, olvidando al Dios que los había rescatado con mano poderosa. Esa desobediencia trajo consecuencias dolorosas: la generación que había visto los milagros en Egipto tuvo que vagar por el desierto durante años, enfrentando angustia y confusión, sin poder entrar en la tierra prometida. Este relato no solo es parte de la historia de Israel, sino una enseñanza viva para todo creyente que decide apartarse del camino del Señor.

El versículo que meditaremos en este artículo describe con claridad el estado de desesperación del pueblo cuando estaba perdido en el desierto por su desobediencia. Vagaban sin rumbo, sin poder encontrar el camino hacia la promesa de Dios. Su rebeldía los llevó a un punto donde solo quedaba una opción: clamar al Creador. La misericordia divina no se hizo esperar, pues aun cuando el hombre se aleja, el Señor está dispuesto a escuchar el clamor del corazón arrepentido. En medio del desierto de la angustia, Dios se manifestó como guía, refugio y libertador.

El salmista en el Salmo 107 recuerda este episodio para mostrarnos que, incluso cuando el pueblo merecía castigo, Dios tuvo compasión de ellos. Su gracia no depende de nuestra perfección, sino de Su amor eterno. Aun cuando el pueblo se había extraviado, Dios decidió mostrarles el camino y librarlos de su aflicción. Así también actúa el Señor hoy con nosotros: cuando caminamos sin dirección, Él nos ofrece una salida, cuando caemos en la desesperanza, Él nos da consuelo, y cuando el pecado nos aprisiona, Él nos ofrece perdón y libertad. Su misericordia es más grande que nuestras faltas, pero requiere de nosotros un corazón dispuesto a obedecer y volver a Él.

El pueblo de Israel experimentó ese proceso de dolor por su duro corazón. En lugar de confiar en la promesa, dudaron, se quejaron y desobedecieron. Y aunque Dios les había dado un líder como Moisés para guiarlos hacia una tierra de paz y abundancia, prefirieron seguir sus propios pensamientos. Esa rebelión les costó caro. Sin embargo, cuando finalmente reconocieron su error y clamaron al Señor, Él los guió, los alimentó y los fortaleció. El desierto dejó de ser castigo y se convirtió en escuela de fe, donde aprendieron que solo Dios puede transformar la angustia en esperanza.

Querido lector, este pasaje es también una llamada personal. Dios quiere librarte de tus aflicciones, pero requiere que dejes atrás el orgullo y la autosuficiencia. Muchos hoy siguen vagando por desiertos espirituales porque no han querido rendir su corazón a Cristo. Pero el Señor está cerca, esperando tu clamor. Él no desprecia al corazón contrito y humillado. Si decides hoy obedecer Su voz y confiar en Él, verás cómo la aflicción se convierte en victoria y cómo la angustia se transforma en paz.

Así como el pueblo clamó y fue libertado, tú también puedes ser liberado de aquello que te oprime. Dios no ha cambiado: sigue siendo el mismo que abre caminos en el desierto, que convierte la prueba en bendición y que escucha al que se arrepiente. Si hoy estás enfrentando angustia o desobediencia, recuerda que solo hay un paso entre el desierto y la restauración: clamar al Señor con fe. Él te escuchará, te perdonará y te mostrará el camino. Obedece Su voz y deja que Su presencia te guíe hacia la tierra prometida de Su paz y salvación.

El perverso no conoce la vergüenza
Soberbia, arrogancia, boca perversa: Aborrecidos por Dios