Debido al comportamiento de los sacerdotes, escribas y fariseos, quienes se negaban rotundamente a creer que Jesús era el Hijo de Dios y el Enviado del Padre con una misión celestial, el Señor pronunció unas palabras que dejaron marcada la historia: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo”. Esta declaración no fue una simple acusación, sino una exposición directa de la condición espiritual de aquellos líderes religiosos. Aunque aparentaban piedad y conocimiento de la ley, sus corazones estaban llenos de orgullo, hipocresía y rebelión. Pretendían representar a Dios, pero en realidad estaban oponiéndose a Su obra y rechazando al mismo Mesías que habían esperado durante siglos.
Estos hombres se jactaban diciendo: “Nosotros somos hijos de Dios y descendientes de Abraham”. Sin embargo, Jesús les respondió con firmeza, aclarando que si verdaderamente fueran hijos de Abraham, imitarían sus obras, su fe y su obediencia. Abraham creyó en las promesas de Dios y le fue contado por justicia; pero ellos, en cambio, deseaban matar al Hijo de Dios. Su comportamiento revelaba su verdadera filiación espiritual. Jesús les explicó que su rechazo a la verdad era evidencia de que no conocían a Dios, sino que estaban siguiendo los deseos de otro padre, el diablo, quien desde el principio ha sido enemigo de la verdad.
Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.
Juan 8:44
El diablo ha sido homicida desde el principio, causando la caída de la humanidad mediante la mentira. Engañó a Eva en el huerto, y desde entonces ha estado tentando al hombre para apartarlo de la verdad. Todo aquel que practica las obras del mundo —como el homicidio, la fornicación, el adulterio, la idolatría o la mentira— demuestra estar bajo el dominio de las tinieblas. Estas obras no provienen de Dios, sino del enemigo. Por eso, el creyente debe examinar su vida constantemente, para no caer en las trampas del maligno. No podemos servir a dos señores: o servimos a Dios en santidad, o nos rendimos ante el pecado y sus consecuencias.
El homicida, el borracho, el mentiroso, el orgulloso y todo aquel que camina según los caminos del mal, ofende al Creador. El apóstol Juan, en su primera carta, dice que “el que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio” (1 Juan 3:8). Pero también añade una gloriosa promesa: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Cristo vino precisamente a libertarnos del engaño, a abrir nuestros ojos espirituales y a darnos una nueva identidad: la de hijos de Dios por medio de la fe en Él.
Por eso, la verdadera pregunta que debemos hacernos hoy es: ¿de quién somos hijos? ¿De aquel que vive en la mentira, o de Aquel que es la Verdad? Jesús dijo: “Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). Ser hijos de Abraham no se trata de un linaje físico, sino espiritual. Los verdaderos hijos de Abraham son los que hacen buenas obras, aman la justicia, perdonan, obedecen la voz de Dios y caminan según Su voluntad. Son los que aman a Dios sobre todas las cosas y reconocen a Cristo como el único camino hacia la vida eterna. Que nuestras vidas reflejen esa filiación divina y que nuestras acciones demuestren que somos hijos del Dios vivo, y no del padre de mentira. Amén.