En el versículo que veremos en este artículo, el evangelista Lucas nos relata un acontecimiento glorioso y conmovedor que transformó la historia de la humanidad: la resurrección de Cristo. Después de Su crucifixión y sepultura, parecía que todo había terminado. Los discípulos estaban tristes, las esperanzas parecían haber muerto junto con su Maestro. Sin embargo, el primer día de la semana, un grupo de mujeres que amaban profundamente a Jesús decidió ir al sepulcro llevando especias aromáticas para ungir Su cuerpo. Iban con el corazón lleno de dolor, pero lo que encontraron superó toda comprensión humana. Al llegar, la piedra del sepulcro había sido removida, y el cuerpo del Señor no estaba allí. Este hecho marcó el inicio de una nueva era: la victoria de la vida sobre la muerte.
El mismo Jesús había anunciado que sería entregado, moriría y al tercer día resucitaría, pero muchos no comprendieron la profundidad de esas palabras. Aquel amanecer, mientras las mujeres observaban desconcertadas, se les aparecieron dos varones con vestiduras resplandecientes, enviados por Dios para darles una noticia celestial. Su aparición fue tan gloriosa que las mujeres, llenas de temor y reverencia, inclinaron su rostro a tierra. Entonces, estos mensajeros pronunciaron una de las frases más poderosas y esperanzadoras que se hayan escuchado en la historia:
Y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Lucas 24:5
Aquellas palabras estremecieron sus corazones. El Maestro ya no estaba entre los muertos, porque había vencido la muerte. La tumba vacía era el testimonio más grande del poder de Dios. En ese instante, las mujeres recordaron lo que Jesús les había dicho: “Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de pecadores, y que sea crucificado, y que resucite al tercer día.” Llenas de gozo, corrieron a anunciar las buenas nuevas a los discípulos. El mensaje de la resurrección no solo cambió su tristeza en alegría, sino que también encendió la llama de la fe que hoy sigue viva en los corazones de millones de creyentes.
Sin embargo, aún hoy, muchos viven como si Cristo nunca hubiera resucitado. Olvidan que nuestro Señor vive y reina eternamente. Su resurrección no es solo un evento histórico, sino una verdad presente que transforma vidas. Jesús no está en un sepulcro ni en una imagen; Él está vivo, intercediendo por nosotros ante el Padre, guiando a Su iglesia y fortaleciendo a los suyos. Su victoria sobre la muerte nos da esperanza y seguridad de que, así como Él resucitó, también nosotros resucitaremos un día para estar con Él por toda la eternidad.
La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe. Sin ella, el cristianismo carecería de sentido, pero gracias a ella tenemos esperanza, perdón y vida eterna. Cada creyente debe vivir con la convicción de que el Señor está vivo, que camina con nosotros en nuestras pruebas y que pronto regresará por Su pueblo. Él prometió volver, y Su promesa es fiel. Por eso, no debemos vivir como derrotados, sino como hijos del Dios victorioso que venció al pecado, a la muerte y al infierno.
Así que, amado lector, te invito a mantener encendida la esperanza en tu corazón. Cristo vive, y esa es nuestra mayor certeza. No busques entre los muertos al que está vivo. Llénate de gozo, porque Jesús resucitado camina contigo cada día. Él prometió que volverá, y cuando lo haga, llevará a Su pueblo a la gloria eterna. Allí no habrá llanto ni dolor, solo gozo eterno en la presencia del Señor. Vivamos cada día con esa esperanza, esperando Su regreso, alabando Su nombre y confiando en Su promesa: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis.” Amén.

