En el versículo que veremos en este artículo, el salmista eleva una profunda declaración de alabanza al Señor. No lo hace en medio de una batalla ni después de una victoria militar, sino en un momento de gratitud y adoración pura. Su corazón reconoce que cada día es un regalo divino, un motivo para exaltar el nombre de Dios y proclamar Su fidelidad. La alabanza del salmista no depende de las circunstancias, sino del carácter inmutable del Señor. Él entiende que todo lo que existe —el sol, la tierra, la vida y el tiempo mismo— es obra de las manos del Creador, y por eso cada amanecer debe ser recibido con gozo y gratitud.
Este cántico es una invitación a que toda tribu, pueblo y nación se unan en una sola voz para glorificar a Dios. El salmista proclama que este es el día que el Señor ha hecho, un día de esperanza, de renovación y de misericordia. No importa cuál haya sido la noche anterior ni las luchas del pasado: cada nuevo día es una oportunidad para comenzar de nuevo en la presencia del Señor. La alabanza de este pasaje va más allá de lo personal; es una expresión universal de adoración. Todo ser humano, toda lengua y toda nación está llamada a reconocer la grandeza del Dios eterno, aquel que gobierna con justicia y amor sobre toda la tierra.
El pueblo de Israel tenía muchos motivos para alabar al Señor. A lo largo de su historia, habían visto las grandes hazañas de Dios: cómo los libró de Egipto, cómo abrió el Mar Rojo, cómo derribó muros y entregó enemigos en sus manos. Cada victoria fue una muestra de Su fidelidad, una evidencia de que Dios nunca abandona a los suyos. Aun en los momentos más difíciles, Su presencia fue su refugio y Su brazo su fortaleza. El salmista, recordando todo esto, no puede hacer otra cosa que levantar su voz y declarar que la gloria y la victoria pertenecen solo a Dios.
Así que, pueblos del Señor, alégrense en el Dios que hizo los cielos y la tierra, porque no hay otro como Él. Cada amanecer es un recordatorio de Su fidelidad, cada día una oportunidad para rendirle gloria. Este es el día que el Señor ha hecho: vivámoslo con gozo, con fe y con gratitud. Levantemos bandera y cantemos victoria, porque la alabanza y el poder pertenecen a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.