Como hermanos en la fe, estamos llamados a vivir con discernimiento espiritual y con los ojos abiertos ante las artimañas del enemigo. Satanás, desde el principio, ha buscado conducir al hombre al pecado y contaminar su corazón con la inmundicia del mundo. Su estrategia es sutil: hacer que el creyente baje la guardia, que se acostumbre al mal, que relativice el pecado y que poco a poco se aleje de la santidad. Por eso, debemos mantenernos alertas, firmes en la Palabra y revestidos de toda la armadura de Dios. Cada pensamiento impuro, cada actitud egoísta y cada deseo desordenado son trampas diseñadas para alejarnos del Señor. Pero gracias a Cristo, tenemos poder y autoridad para resistir y vencer toda influencia maligna que intente contaminarnos.
Santiago, en su carta, nos exhorta con palabras directas a rechazar todo lo que provenga del enemigo. Nos recuerda que el pecado no comienza con grandes acciones, sino con pequeños descuidos en el corazón. Por eso, debemos desechar toda impureza, toda malicia y toda abominación que el diablo intenta sembrar en nuestras vidas. Estas cosas, que él llama “vómito del diablo”, son abominaciones que ofenden al Señor y destruyen el alma. Reconocemos, como seres humanos, que nuestra carne es débil y que sin la fortaleza de Dios seríamos presa fácil de la tentación. Por eso, nuestra defensa está en permanecer aferrados a la palabra del Señor, la cual nos guarda, nos limpia y nos transforma.
Santiago nos presenta en su enseñanza un llamado urgente a la santidad y a la obediencia espiritual. No basta con oír la Palabra, hay que recibirla y dejar que haga raíz en el corazón. Él escribe:
Creamos firmemente en nuestro Señor y pongamos nuestro carácter, pensamientos y decisiones bajo Su control. No permitamos que el enemigo nos robe la pureza ni el gozo de nuestra comunión con Dios. Cada vez que vengan los dardos del diablo —tentaciones, pensamientos de duda, orgullo o desesperanza— levantemos el escudo de la fe y respondamos con la Palabra. Solo así podremos permanecer firmes y ser hallados fieles. Si nos sometemos a Dios, resistimos al diablo y dejamos que Su Palabra gobierne nuestro corazón, entonces seremos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Amén.