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Trabajemos en las cosas de Dios como un solo hombre

Jesúa también, sus hijos y sus hermanos, Cadmiel y sus hijos, hijos de Judá

Trabajar para la obra de Dios es uno de los mayores privilegios que el creyente puede tener. No se trata de una obligación impuesta, sino de una respuesta voluntaria de amor y gratitud hacia Aquel que nos salvó. Dios nos llama a servirle con disposición, con gozo y con un corazón agradecido. Cuando trabajamos unidos en Su obra, reflejamos el carácter de Cristo y fortalecemos el cuerpo de la iglesia. Cada tarea, por pequeña que parezca, tiene un valor eterno cuando se hace para la gloria del Señor. Por eso, debemos recordar que no trabajamos para los hombres, sino para Dios, quien ve la intención del corazón y recompensa a los que sirven con fidelidad.

En el pasaje que analizaremos hoy, vemos un ejemplo conmovedor de lo que significa servir con entusiasmo y unidad. El libro de Esdras nos muestra cómo el pueblo de Dios, después de años de cautiverio en Babilonia, fue restaurado y regresó a Jerusalén para reconstruir el templo del Señor. Aquel regreso no solo representó libertad física, sino también una renovación espiritual. El pueblo entendió que su liberación debía ir acompañada de adoración y servicio. Habían sido llamados a reactivar la obra de Dios, a levantar de nuevo lo que estaba destruido y a hacerlo con todo el corazón.

El texto nos muestra cómo diferentes familias y grupos se organizaron para participar. No todos hacían lo mismo, pero todos trabajaban con un mismo propósito. Los líderes, los sacerdotes y los levitas se unieron en una misma visión. La Escritura dice:

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Jesúa también, sus hijos y sus hermanos, Cadmiel y sus hijos, hijos de Judá, como un solo hombre asistían para activar a los que hacían la obra en la casa de Dios, junto con los hijos de Henadad, sus hijos y sus hermanos, levitas.

Esdras 3:9

Esta descripción refleja algo hermoso: el pueblo actuaba “como un solo hombre”. No había competencia, celos ni orgullo, sino un mismo sentir, una misma fe y un mismo anhelo: ver la casa de Dios restaurada. Mientras los albañiles levantaban los muros, los levitas alababan al Señor con instrumentos musicales, llenando el ambiente de adoración. Aquel día no fue solo una jornada de trabajo, sino una verdadera celebración espiritual. La Biblia relata que el gozo fue tan grande que los que estaban lejos podían escuchar el sonido de los cánticos y los gritos de júbilo. Algunos lloraban al recordar la gloria del templo antiguo, otros gritaban de alegría por ver el cumplimiento de las promesas divinas.

Y no podía distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro; porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos.

Esdras 3:13

El mensaje que nos deja este relato es claro: cuando trabajamos unidos en la obra del Señor, el resultado es glorioso. Dios habita donde hay unidad y adoración sincera. La reconstrucción del templo no era solo una obra material, sino un símbolo del renacimiento espiritual del pueblo. Así también, cada vez que servimos al Señor —sea enseñando, evangelizando, cantando o ayudando— estamos edificando Su reino aquí en la tierra. Nuestro servicio debe estar acompañado de gratitud, de gozo y de una actitud de adoración constante.

Hoy, el Señor nos llama a seguir ese mismo ejemplo. La iglesia necesita corazones dispuestos que trabajen por amor, no por reconocimiento. Cuando nos unimos como un solo cuerpo, con propósito y fe, la gloria de Dios se manifiesta y Su obra avanza. Por eso, sirvamos con alegría, celebremos con gratitud y trabajemos hombro a hombro en la edificación del reino de Dios. Que en nuestra vida y en nuestras iglesias se escuche el sonido del gozo, de la adoración y del esfuerzo fiel. Trabajemos en Su obra con gozo, amor y unidad, porque grande es el Señor y eterna es Su misericordia. Amén.

Desecha la inmundicia y recibe la palabra
No des rienda suelta a toda tu ira, para que no pases por necio
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