Está condenado por su propio juicio el causante de divisiones

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La Palabra de Dios es muy clara cuando se trata de mantener la unidad del cuerpo de Cristo. Nada destruye más a una congregación que el espíritu de contienda y división. El apóstol Pablo, escribiendo a Tito, advierte acerca de las personas que se convierten en piedra de tropiezo para sus hermanos y que, en lugar de edificar, siembran discordia entre los creyentes. En el pasaje que meditaremos hoy, el autor nos exhorta a ser firmes en el amor, pero también en la disciplina espiritual: cuando alguien insiste en causar divisiones después de haber sido amonestado una y otra vez, debe ser apartado. No se trata de falta de compasión, sino de proteger la santidad y la armonía del pueblo de Dios. La unidad es un mandato divino, y aquel que la destruye voluntariamente, se opone directamente al propósito del Señor.

El texto nos recuerda que los juicios de tales personas los condenan, porque su propia lengua los delata. Su corazón está lleno de orgullo, y su boca refleja la perversidad que los domina. No buscan reconciliación, sino controversia. Tito lo expresa con firmeza: quien causa divisiones demuestra estar apartado de la verdad, se ha pervertido en su forma de pensar y peca deliberadamente. Este tipo de comportamiento no solo daña a quienes lo rodean, sino que también destruye el testimonio del Evangelio. Dios llama a Su pueblo a la santidad y al amor fraternal; por eso, aquellos que promueven el conflicto y siembran cizaña deben ser confrontados con la verdad y, si persisten, ser desechados.

Por eso, cada creyente debe examinar su corazón y asegurarse de ser un instrumento de edificación, no de destrucción. Nuestro llamado es a ser pacificadores, humildes y mansos, guiados por el Espíritu Santo. El Señor quiere que seamos seres de bendición dentro de Su iglesia, que trabajemos en unidad y amor, ayudando a fortalecer a los más débiles y promoviendo la armonía del cuerpo de Cristo. El propósito de Dios no es que Su pueblo viva dividido, sino que avance unido hacia la meta celestial. Si caminamos juntos en humildad, podremos alcanzar grandes cosas para Su gloria.

Así que, hermano en la fe, cuida tu corazón. No permitas que la crítica, la envidia o el orgullo te conviertan en causa de tropiezo para otros. Si ves que algo en ti está generando discordia, detente, ora y pide al Señor que te restaure. El perdón, la humildad y el amor son las armas más poderosas para vencer la división. Recordemos siempre que el objetivo final es llegar todos juntos a la gran meta celestial, la nueva Jerusalén donde ya no habrá contiendas ni separaciones, sino perfecta comunión con nuestro Salvador. Permanezcamos en unidad, edificándonos los unos a los otros en amor, para que Cristo sea glorificado en Su iglesia. Amén.

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