Advertencia a los que juran falsamente

Debido a la gran corrupción que padecía Jerusalén en aquellos tiempos, Dios levantó al profeta Jeremías como voz de advertencia y juicio. La maldad se había extendido tanto, que la ciudad santa estaba llena de injusticia, idolatría y engaño. El Señor, en Su infinita misericordia, le habló a Jeremías con una petición sorprendente: que buscara un solo hombre justo, alguien que obrara con verdad y practicara la justicia. Si se encontraba a uno solo que hiciera lo recto ante los ojos de Dios, entonces Él perdonaría a toda la ciudad. Sin embargo, la búsqueda reveló la profundidad de la decadencia espiritual del pueblo: no había ni uno que se mantuviera fiel. Esta escena nos muestra cuán serio considera Dios el pecado y cómo Su paciencia tiene un límite cuando la maldad persiste sin arrepentimiento.

Dios usó al profeta Jeremías para exponer las abominaciones en las que había caído el pueblo escogido. No se trataba solo de corrupción política o social, sino de una corrupción espiritual y moral profunda. El pueblo juraba falsamente en el nombre del Señor, invocando Su nombre mientras sus corazones estaban lejos de Él. Con los labios decían: “Vive Jehová”, pero sus obras demostraban lo contrario. El nombre de Dios, que debía ser honrado con temor y reverencia, se convirtió en objeto de hipocresía. Por eso, aunque sus palabras parecieran piadosas, si no había arrepentimiento genuino, el juicio divino era inevitable. El Señor no se deja engañar por apariencias ni por ritos vacíos; Él mira el corazón y demanda sinceridad y verdad en lo íntimo.

Esta historia no es solo un relato antiguo; es también una advertencia para nuestra generación. Vivimos tiempos en los que muchos mencionan a Dios con facilidad, pero lo hacen sin compromiso ni reverencia. La Escritura enseña que el juicio viene para todos aquellos que usan el nombre del Señor en vano, que juran falsamente o que manipulan la fe con intereses personales. Así como Dios purificó Jerusalén de sus pecados, también traerá corrección sobre aquellos que persisten en la desobediencia. No se puede invocar a Dios y vivir en injusticia, ni usar Su nombre para mentir o justificar el pecado. El mismo Dios que es amor también es fuego consumidor, y su justicia es perfecta e inmutable.

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