Seguir a Cristo es una de las mejores decisiones que el ser humano puede tomar. No se trata de una simple afiliación religiosa, sino de un cambio total de rumbo, de corazón y de propósito. Asegurar su vida en Jesús es abrazar la esperanza de la vida eterna que Él mismo prometió, y reconocer que fuera de Él no hay salvación. Quien entrega su vida al Señor encuentra dirección, paz y sentido. El Evangelio nos enseña que pronto todo ojo verá a Cristo regresar, no como un siervo sufriente, sino como el Rey de reyes y Señor de señores, para juzgar con justicia a las naciones y recompensar a los que permanecieron fieles.
La Palabra de Dios es muy clara al mostrarnos que permanecer en los caminos del Señor no es tarea fácil. Jesús nunca prometió un camino sin pruebas, pero sí aseguró Su presencia constante. Por eso, dejó al Espíritu Santo como nuestro Consolador y guía, para fortalecernos en los momentos de debilidad y sostenernos cuando la fe parece tambalear. Cada creyente sabe que las tentaciones, las distracciones del mundo y el cansancio espiritual son reales, pero el Espíritu Santo renueva el corazón y nos recuerda las promesas del Señor. Sin embargo, ¿qué será de aquellos que no conocen a Cristo, o que conociéndolo, deciden vivir de espaldas a Él? Muchos viven como si la vida terminara con la muerte, como si después de cerrar los ojos no existiera la eternidad.
El libro de Apocalipsis nos advierte con solemnidad acerca del destino de quienes rechazan la gracia divina. En sus páginas encontramos revelaciones profundas que muestran la justicia perfecta de Dios y el destino final del pecado. Juan, inspirado por el Espíritu, escribió con precisión lo que vio: el juicio ante el gran trono blanco, donde todos los muertos serán resucitados para rendir cuentas por sus obras. Allí no habrá excusas ni apelaciones, solo verdad y justicia divina. Entonces se abrirán los libros, y uno de ellos será el Libro de la Vida, donde están escritos los nombres de aquellos que han sido redimidos por la sangre del Cordero.
Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Apocalipsis 20:15
Estas palabras son tan serias como esperanzadoras. Serán serias para quienes no tomaron en cuenta la advertencia de Dios, pero esperanzadoras para los que sí entregaron su vida a Cristo. El lago de fuego representa la separación eterna de Dios, el lugar destinado para el enemigo y todos los que rechazaron la salvación ofrecida en la cruz. Dios no desea que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento, pero Él respeta la decisión de cada persona. Por eso, mientras haya vida, hay oportunidad de venir a los pies del Salvador, confesar el pecado y recibir la vida eterna.
El libro de Apocalipsis, más que un mensaje de terror, es una revelación de esperanza para los fieles. Nos recuerda que el mal no tendrá la última palabra y que Cristo reinará para siempre. Las señales que vemos cada día —guerras, confusión moral, apostasía, persecución— no son casualidad, son cumplimiento de la profecía. El Señor nos llama a permanecer firmes, a no dejar que el amor se enfríe y a velar en oración. Nuestro nombre debe estar escrito en el Libro de la Vida, no por méritos humanos, sino por la gracia de Cristo. Un día, cuando el cielo se abra y suenen las trompetas, aquellos que pertenecen al Señor serán llamados por su nombre, y oirán la voz dulce que dirá: “Ven, buen siervo y fiel”. Ese será el mayor gozo del creyente: estar para siempre con Aquel que dio su vida por nosotros.

