En el salmo que veremos en este artículo, notaremos el llamado ferviente de Asaf al pueblo de Israel. Él comprendía que el corazón del pueblo debía estar inclinado hacia la alabanza y la obediencia al Señor. Asaf no solo invita a cantar, sino a hacerlo con gozo y devoción, reconociendo la grandeza y el poder del Dios de Israel. El canto era una forma de adoración, una expresión del alma agradecida que se postra delante del Creador. En sus palabras, nos recuerda que alabar al Señor no es una opción, sino un deber sagrado para todo aquel que ha experimentado Su bondad y misericordia.
Por eso, Asaf exhorta: “Entonad canción, tañed el pandero, el arpa deliciosa y el salterio.” Con esta invitación, está diciendo al pueblo: “Vamos, levanten su voz y sus instrumentos, adoren al Dios que los libertó.” La alabanza debía brotar del corazón, no solo como un acto ritual, sino como una respuesta viva al amor de Dios. En este llamado se percibe un espíritu de adoración genuina, donde cada sonido y cada palabra son una ofrenda de gratitud al Altísimo. El pueblo debía cantar al Señor con alegría, reconociendo Su poder y Su fidelidad en medio de todas las generaciones.
El salmista no solo pedía música, pedía devoción. “Alaben a Dios con gozo”, decía, porque la verdadera alabanza nace de un corazón que se alegra en el Señor. Asaf sabía que la obediencia y la adoración van de la mano: quien obedece al Señor lo alaba con sus actos, y quien alaba de corazón no puede vivir en desobediencia. Por eso, su llamado no es solo musical, sino espiritual: el pueblo debía recordar las obras de Dios, Sus hazañas en Egipto, Su provisión en el desierto, Su fidelidad a lo largo de los siglos. Cada nota debía ser un testimonio de gratitud.