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Porque aquel gran día no será un día cualquiera, sino el cumplimiento glorioso de todas las promesas divinas. Ese día, el cielo se vestirá de fiesta y la creación entera celebrará el triunfo del Cordero. Todo aquel que creyó, perseveró y se mantuvo fiel en medio de las pruebas será invitado a la cena de las bodas del Cordero, un acontecimiento eterno que marcará la unión definitiva entre Cristo y Su iglesia.
Por eso, amados hermanos, debemos vivir con esperanza y permanecer firmes en la fe, guardando la santidad y el compromiso que hicimos con el Señor. Este no será un día de temor para los fieles, sino de gozo incomparable. Aquel que soportó la tribulación, aquel que no negó Su nombre, aquel que confió hasta el final, recibirá la invitación divina para sentarse a la mesa con el Rey de reyes y Señor de señores. Ese será el momento en que la iglesia glorificada celebrará el amor perfecto de su Salvador.
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.
Apocalipsis 19:9
Estas palabras, pronunciadas por el ángel, son una declaración de esperanza para cada creyente. “Bienaventurados” son los que fueron llamados, porque su fe no fue en vano. Ser parte de esta cena es el mayor honor que un ser humano puede recibir, una invitación que trasciende toda riqueza o gloria terrenal. No todos estarán allí, sino aquellos que aceptaron el llamado de Cristo, que se mantuvieron fieles y no se contaminaron con el mundo. Es el galardón reservado para los vencedores, para los que amaron Su venida y esperaron con anhelo el retorno del Esposo.
Oh, amado hermano, qué privilegio será escuchar nuestro nombre en los labios del Señor, ser reconocidos como Su pueblo escogido y entrar en esa gran celebración eterna. Imagina ese instante glorioso: los redimidos de todas las naciones, vestidos de lino fino, resplandeciente y puro, levantando cánticos de adoración al Cordero que fue inmolado. El gozo será indescriptible, la comunión perfecta, y la presencia de Dios llenará todo con Su luz. Por eso, cada día debemos vivir recordando esta promesa gloriosa: “Yo estaré en las bodas del Cordero.”
No permitas que el cansancio espiritual o las distracciones de este mundo apaguen tu fe. Mantente firme en los caminos del Señor, guarda tu lámpara encendida como las vírgenes prudentes de la parábola, porque el Esposo viene pronto. No sabemos el día ni la hora, pero sabemos que el día llegará. Que cuando suene la trompeta y se escuche la voz del llamado, podamos responder con gozo: “¡Aquí estoy, Señor, preparado para la cena de las bodas del Cordero!”
Así que, hermanos, sigamos en pie de lucha, perseverando con fe y pureza de corazón. Que cada oración, cada acto de obediencia y cada sacrificio que hacemos en este mundo sean expresiones de amor hacia Aquel que pronto vendrá. Mantengamos la mirada en el cielo, donde se prepara la mesa eterna. Y digamos con convicción y esperanza: “Yo estaré en las bodas del Cordero.”
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